Puede que quien haya conocido sólo esas canciones tan machacadas diga también eso que comentábamos hace nada, lo de que suena igual y es poco novedoso. Creo que la sencillez aparente de sus canciones, la limpieza instrumental y el tono animado y a la par que revoltoso de la voz de John Fogerty es lo que puede llevar a esa impresión, equivocada a todas luces, puesto que no sólo en la breve evolución del grupo se notan cambios de sustancia, sino en la sutil diferencia que presentan los temas de un mismo disco.
Yo fui de los que descubrí a la Creedence por culpa de una película en cuya banda sonora se oía Bad moon rising, que no es de sus temas más brillantes, pero sí reconocibles y entrañables. De ahí pasé a dos obras maestras recomendadas, Cosmo’s Factory (1970) y Willy and The Poor Boys (1969), y a un par de colecciones muy bien surtidas en las que uno descubría el fango pantanoso de Born on the bayou o el lamento dañado de I put a spell on you, se dejaba engatusar por la deliciosa planicie sonora de Lodi o el enfervorizado palpitar de Suzie Q, corría alertado por fantasmas en Run through the jungle o escapaba hacia refugios de libertad con Who’ll stop the rain. ¡Qué maravillas! (y cuántas de su escasa producción me quedan en la recámara)
En seis años publicaron siete discos de estudio y un directo, y ahora existen una multitud de recopilaciones. Los Beatles tuvieron la culpa, pero tras dos formaciones embrionarias se convirtieron en Creedence Clearwater Revival a finales de los sesenta. Su corazón de country se dejó poseer por los encantos del rock y hasta pisaron las baldosas de la psicodelia con más (Pendulum) y menos (Mardi Gras) acierto. Cantaron a los paisajes y a sus gentes, a la guerra y a los políticos equivocados (¿cuál no lo está?). Las disputas internas y el choque de egos los fracturó enseguida, el de John Fogerty era demasiado alto, es un tipo que no cae bien aunque canta de locura. Un brindis por la Creedence, una banda que nunca te dejará solo.
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