miércoles, octubre 31, 2007

SOUNDTRACK 46 / VOLUME ONE 99: WOODY & NEIL

El fanatismo produce ceguera, por eso yo no me considero un fanático de algo o de alguien (un cineasta, un músico…) al 100 %. Diría que lo puedo ser un 90% y que el 10% que dejo escapar lo abarcaría la afiliación a clubes de fans, la posesión de incontables bootlegs incluso en mal estado de grabación o el conocimiento al detalle de datos biográficos actualizados. Me conformo con ese 90% que me ayuda a encontrar defectos en mis héroes favoritos.

A mi manera y en mi porcentaje soy fan de Woody Allen y de Neil Young.

A Woody Allen, de quien he visto sus 37 películas y de las que no me gustan 8, creo que ya no puedo exigirle más obras maestras en sus citas anuales. Ya las hizo en los setenta (Annie Hall, Manhattan), en los ochenta (Broadway Danny Rose, La rosa púrpura de El Cairo, Delitos y faltas), en los noventa (Misterioso asesinato en Manhattan, Todos dicen I love you) y en los albores del siglo XXI (Match Point). Sus comedias o dramas, incluso en sus aspectos más trágicos, me animan el día y agrandan mi amor por el cine. No tengo por qué esperar de él más cantos de cisne (quizá algunos críticos de cine que ahora creen verle agotado y estancado, todavía se los reclaman), pero su último largometraje, Cassandra’s dream, sí me parece una obra maestra. Y no soy el único.

Nota: 10/10

A Neil Young, del que guardo con esmero sus 40 discos y los que grabó con Buffalo Springfield y Crosby, Stills, Nash & Young, tampoco le pido nuevos trabajos magistrales cuando se ha cansado de hacerlos (Everybody knows this is nowhere, Zuma, Comes a time, Live Rust, Freedom, Ragged glory, Weld, Harvest moon, Mirror ball, Greendale, Prairie wind). Y ahí sigue el viejo guerrero canadiense, haciendo lo que le da la gana y, como Woody Allen, a ritmo de álbum por año. O más. Chrome dreams II (Reprise, 2007) es el más fresco, la supuesta continuación de una serie de ‘sueños de cromo’ que pretendió juntar en un disco de mediados de los setenta que nunca llegó a ser oficial y que fue esparciendo en diversos trabajos posteriores.

Y, ¿qué, Neil?, ¿qué nos vendes? Te damos las gracias por seguir en activo sin cansarte, aunque ahora decidas repasar con nuevas canciones algunas fases de tu obra y las reúnas… un poco de cualquier manera en Chrome dreams II. Es que de los diez temas alguno podría aparecer en American stars ‘n’ bars (1977), un par de ellos en Freedom (1989), otro par en Sleeps with angels (1994); hay cortes que suenan como si hubieran sido descartados del Life (1987) o del Are you passionate? (2002). La guitarra de Neil se suaviza a veces y tiembla y se contorsiona otras. Se entrometen trompetas que ensalzan temas kilométricos y se juntan voces en coro tan raras como curiosas en una producción algo tosca y descuidada. Hay nuevo material un poco insulso, otro excelente y otra parte simplemente correcta.

Nota: 6/10

lunes, octubre 29, 2007

VOLUME ONE 98: RAISING SAND (ROBERT PLANT & ALISON KRAUSS)

El cruce de contrastes suele enriquecer los emparejamientos musicales. Cuanto más grande es la distancia entre cónyuges más chispas luminosas pueden salir de su matrimonio pasajero. ¿Quién iba a esperar que el hermético Mark Lanegan y la almibarada Isobel Campbell copulasen con tanta ternura como para dar a luz a la estupenda criatura del año pasado Ballad of broken seas? Andan más cerca Nacho y Cristina intercambiando fluidos sonoros y prometiendo bombas de castigo. Así que me voy lejos a interesarme más por otra conexión trasatlántica entre un histórico líder de irregular travesía en solitario y una joven heroína del bluegrass de casta. Robert Plant y Alison Krauss, separados entre otras cosas por 23 años, forman pareja en el muy recomendable Raising sand (Rounder, 2007).

El ‘rollito’ promete pese a la diferencia de orígenes y ámbitos. Tras un conveniente paréntesis de nueve años Plant volvió a grabar y publicó en 2002 y 2005 dos discos distanciados de su obra anterior, hoscos y vacilantes, Dreamland y Mighty rearranger. Un poco de la atmósfera insana y espinosa que ambos describen se deja escuchar ahora en Raising sand, aunque tapizada por los sonidos de campos cultivados, praderas sin fin, cabañas en ruinas y arroyos que guardan secretos que decoran la obra de Alison Krauss y otras contemporáneas suyas como la conmovedora Gillian Welch.

El repertorio que han escogido para su disco en común se compone de canciones de Gene Clark, Sam Phillips, Everly Brothers, Townes Van Zandt y Tom Waits y esposa, entre otros. La primera escucha de sus versiones haría pensar que Daniel Lanois está al mando de la producción, pero es otro artesano como T-Bone Burnett (The Wallflowers y los scores de Cold Mountain, O Brother o The ladykillers) el responsable de que él mismo y músicos como Marc Ribot, Greg Leisz o Dennis Crouch y las voces sigilosas de Krauss y Plant se enciendan y apaguen en este compendio de bellas canciones que es Raising sand.

Nota: 8/10

sábado, octubre 27, 2007

BONUS TRACK 33: FIRST LIGHT (FREDDIE HUBBARD)

No soy un entendido en jazz, así que no voy a recitar datos sobre alguien en particular como si los supiera desde hace tiempo, sólo los brindo para ponerlos al alcance de quien quiera ampliar sus conocimientos, como he hecho yo. De jazz voy aprendiendo y viajando un poquito cada semana con las recomendaciones que me hacen los amigos o los discos que me prestan. Unos me gustan, otros no; unos me los grabo, otros no. El planeta jazz es inmenso y tiene muchos parajes recónditos, así que no me voy a apresurar a conocerlos todos porque aún me queda mucha música por descubrir y me gusta tomar variadas direcciones. Pero en Freddie Hubbard me he detenido un rato para acariciar los tejidos que borda con su trompeta y en compañía de formaciones estupendas. Y cómo me gusta.

Empecé con Hub-tones (Blue Note, 1962), retrocedí a su debut, Open Sesame (Blue Note, 1960), y al siguiente Goin’ up, del mismo año y en la misma compañía. Ahora he saltado al disco First light (CTI, 1971), el primero de sus trabajos en un sello al que sucedió su obra más maltratada por la crítica y el público durante la década, y que algún día acabaré también escuchando. Pero en First light he podido encontrar una especie de balneario de inigualable paz, un manantial sonoro que conduce al oyente a las amables comedias de cine americanas adaptadas de obras de teatro de Neil Simon (Descalzos por el parque, La extraña pareja, California Suite…), un cine de los setenta urbano y bohemio, el de un tiempo que ya no se puede recuperar si no es a través de un disco o una película. En este exquisito First light la trompeta sutil y cuidadosa de Freddie Hubbard se rodea en siete cortes de mitos como el baterista Jack DeJohnette, el bajista Ron Carter, el percusionista Airto Moreira o el teclista Herbie Hancock para conjugar el jazz y el funk de una manera magistral. Y Dios, cómo me gusta.

jueves, octubre 25, 2007

VOLUME ONE 97: REVIVAL (JOHN FOGERTY)

John Fogerty aún viste camisas de cuadros para la granja sobre un escenario, pero ya no peina el cabello a la taza; le gusta más el negro ahora por uniforme y su pelo se ondula peinado hacia atrás para no ocultar el limpio desgaste de su rostro ni las arrugas que parece camuflar con maquillaje. Todo eso no importa aunque así se le vea en algunas imágenes de promoción de su nuevo disco. Importa lo que guarda ese guitarrista de pose altanera que mira erguido la luz anaranjada de una puesta de sol (¿o el amanecer?) en un campo de trigo. Relajante postal la de la cubierta, como el disco, distendido y bonito, para dejarse llenar por esa luz de paisaje abierto pero hogareña.

Nunca necesitó renacer Fogerty tras finiquitar a la Creedence, su peso y popularidad le permitían mantener fresco su jardín de cuidadas canciones, sencillas y directas, aunque desde 1973 no se prodigó demasiado por el estudio. No sé si en realidad entiende el autor que Revival (Fantasy, 2007) es el auténtico renacimiento de algo, ¿del Fogerty de los sesenta?, ¿o del Fogerty que deja en la cuneta sus últimos trabajos para surcar nuevas carreteras por las que hacer cabalgar su música?. Su séptimo álbum sí retoma la relación de Fogerty con el sello que dio voz a las maravillosas canciones de la Creedence, Fantasy, y la verdad es que sí ensambla su espíritu con el de tiempos pretéritos, mucho más que los anteriores Blue moon swamp (1997) y Deja Vu all over again (2004).

Supongo que porque al escuchar Gunslinger me acuerdo de Lodi, o al oir I can’t take it no more me muevo igual que con Good Golly Miss Molly o Somebody help me describe un ambiente idéntico al de Born on the bayou. Una especie de puesta al día. Revival empieza nostálgico y con alguna tema demasiado blando para ganar modestamente la intensidad de los buenos conciertos y cerrarse con el envidiable oficio artesanal de los rockeros de primera fila. Como los que acompañan a John Fogerty tras recorrer muchos escenarios junto a Tom Petty (Benmont Tench en los teclados) o John Mellecamp (Kenny Aronoff en la batería).

Nota: 7/10

martes, octubre 23, 2007

BOOTLEG SERIES 10: MIDWEST FUNK

Ya me ha pasado varias veces: me doy un atracón musical en pocos días y poco de lo que escojo me satisface con plenitud, da igual que sea el último disco de un rockero americano crepuscular o el primer trabajo del último juglar de ese nuevo género que hacen en llamar freak folk. Entonces tomo un desvío para salir del atasco y voy a parar a un barrio en el que a lo lejos murmulla una dócil trompeta (Freddie Hubbard) o un sigiloso saxo tenor (Tina Brooks), o en el que más cerca suenan alegres grupos de negros retozones: justo lo que se puede denominar funk del Medioeste, toma ya. Ya lo dice algún colega, hay tanto que leer y que escuchar que siempre será más grande la lista de lo que nos falta que la de lo que ya nos hemos tragado.

El funk es maravilloso, es la leche. E incluso entre las Montañas Rocosas y los Apalaches y en las regiones de los tornados, guardadas en ruinosos almacenes o viejas emisoras de radio, se esconden colecciones inéditas de grabaciones de funk de los años sesenta y setenta que nunca vieron la luz hasta hace muy poco. Tipos desconocidos como Fred Williams and The Jewels Band, The Us, Earl English & The Apaches, Henry Peters & The Imperials o Chocolate Snow llenan la compilación Midwest Funk. Funk 45s from Tornado Alley, subtitulada Rare & Unreleased Cuts. Dos buscadores y coleccionistas llevaron a cabo el trabajo de arqueología, el de sacar bajo los escombros pequeñas (pero en realidad grandes) canciones de solistas y grupos que no llegaron más que a grabar sencillos en formato de 45 rpm y de los que nunca más se supo.

Aunque el extenso Medioeste denota aridez y soledad, pradera y libertad, en sus focos urbanos habitaron hace años unos cuantos fulanos que inyectaron las noches del vicioso jolgorio que envuelve toda la música funk, viva como el peligro y adictiva como el sexo.

viernes, octubre 19, 2007

VOLUME ONE 96: GOIN’ HOME. A TRIBUTE TO FATS DOMINO

En el siempre bien recibido subgénero (que no infragénero) de los discos de tributo es difícil encontrarse con uno en el que no sobre ningún artista invitado, con independencia de lo mucho o poco que cuadre su música y su estilo con el del autor al que homenajea. Suele aparecer un músico o un grupo despistados cuya versión desvirtúa sobremanera la canción original; o un músico de primera línea al que se le ha escogido en mal día para revivir a su manera un clásico del pasado; unos versionean muy distinto y otros se acercan al calco sin pudor con más o menos acierto. Pues he aquí un álbum de tributo al que no le sobra nada ni nadie, ABSOLUTAMENTE NADA NI NADIE. Enhorabuena, damas y caballeros, seguro que Fats Domino os lo agradece entre sonrisas y escalofríos.

A punto de cumplir 80 años y tras haber sobrevivido al huracán Katrina pese a resistirse a abandonar su hogar en Nueva Orleáns, Fats Domino se ha visto recordado por una comunidad de músicos de muy distintas corrientes en el tributo titulado Goin’ home. El veterano cantante, compositor y pianista de blues, rock y boggie woogie, cuyo palmarés de éxito lo convierte en una leyenda viva (70 millones de discos vendidos, con más de 90 sencillos, más de 25 elepés grabados y 21 discos de oro), aún sigue grabando en su ciudad natal cuando los achaques de la edad le permiten entrar en un estudio y agilizar sus dedos para mimar el piano. El cariño reverencial que los músicos le brindan a los mitos vivientes y el ejemplo de resistencia a los arrebatos destructivos de la naturaleza que dio al permanecer en su casa en pleno Apocalipsis (aunque fue rescatado por un helicóptero y trasladado a un refugio de supervivientes) agrandan más si cabe la razón de ser de este doble álbum de treinta versiones de sus canciones más exitosas.

Nadie desentona, todos rinden como invitados de lujo con sus galas más elegantes en el vitalista tributo que es Goin’ home: desde viejos roqueros con las gargantas ajadas (Robert Plant, Neil Young, Robbie Robertson) hasta señoritas de nuevos cuños no siempre bien tratadas (Norah Jones, Corinne Bailey Rae), desde titanes del country (Willie Nelson), el blues (BB King) o el reagge (Toots and the Maytals) a bastiones del jazz (Herbie Hancock) a pantanosos truhanes (Taj Mahal, Dr, John). Más: y Tom Petty, Lucinda Williams, Randy Newman, Ben Harper, Irma Thomas, Elton John, Paul McCartney…, no todos alumnos pero sí admiradores de un maestro atrapados por el espíritu musical de una ciudad, Nueva Orleans.

Nota: 9/10

jueves, octubre 18, 2007

VOLUME TWO 33: SHUGGIE OTIS

Vaya, tuvo que ser un personaje tan crispante ahora en sus tareas de comunicador deportivo al que primero oí pronunciar el nombre de Shuggie Otis. No lo hizo en ninguna de sus apariciones televisivas o radiofónicas, sino en una visita veraniega a una tienda de discos de mi ciudad, donde le insistió a su propietario para que le encargase a quien fuera necesario un disco, al parecer mítico, de Shuggie Otis. Yo no sabía entonces quién era el músico que con tanto ahínco perseguía Andrés Montes. Tiempo después me prestaron aquel álbum tan valioso, Inspiration Information (Luaka Bop, 1974), y hasta hace poco que he vuelto a indagar en la corta carrera como solista de Otis, no me he dado cuenta de la prodigiosa calidad y el atenuado sentimiento que aquel chaval tenía en sus dedos antes de cumplir los veinte años.

Algunos genes guardan dotes de genialidad, si es que así se puede definir la precocidad con que Shuggie Otis creció como guitarrista de rock, blues y funk. Apunta su biografía que con doce años formaba parte de la banda de su padre, el cantante de rhythm & blues, productor, presentador de televisión y empresario californiano Johnny Otis. A los quince años su hijo fue contratado por Frank Zappa y por Al Kooper para tocar en sus discos de finales de los sesenta, experiencia que le permitió rápidamente firmar su propio trabajo a partir de la década siguiente. Su padre financió Here comes Shuggie Otis (1970) y Freedom flight (1971), dos riquezas repletas de joyas variadas de funk-rock bañadas con esmalte psicodélico. En 1974, con 21 años, el chico se convirtió en adulto con la creación de su obra más reconocida, Inspiration Information, en la que echó mano a todos los instrumentos y llevó a cabo toda la producción.

Ahí terminó prácticamente la carrera comercial de Shuggie, quien años antes había rechazado una oferta de los Rolling Stones para unirse a la banda y que acabaría aceptando el también imberbe Mick Taylor. No grabó más discos. Se dedicó a integrar formaciones californianas con las que viajó para tocar. Tuvo que ser la reedición de su disco principal a comienzos de la década actual la que rescató del abandono la figura de un músico tan capital aunque menos visible como Curtis Mayfield o Gil Scott-Heron. Un paseo por sus canciones lo revela como un habilidoso duende de la guitarra acomodado en cualquier estilo, fino y preciosista, sinuoso cuando se arrimaba al soul, locuaz en su cariz más funky. Un tesoro oculto en las profundidades.

martes, octubre 16, 2007

VOLUME ONE 95: BORN INTO THIS (THE CULT)

No son muchos ocho discos en el periodo de 23 años, demasiado tiempo de separaciones y reencuentros para preguntarse con qué artimaña nos pueden causar sorpresa The Cult en su último trabajo, Born into this (Roadrunner, 2007). Sorpresa, ninguna, la verdad. El curso que han tomado sus pasos desde el lejano Dreamtime de 1984 ha tenido subidas y bajadas, fichajes y huidas, escarceos loables de Ian Astbury con la resurrección de mitos en el nuevo siglo, breves coqueteos con la comercialidad, retornos a la crudeza y una docena de estupendos estribillos con los que vibrar en vivo, como el pasado verano en su rejuvenecedor concierto de Bilbao. Siempre es bienvenido, por tanto, un nuevo trago de The Cult.

La voz torrencial de Astbury resiste el paso del tiempo y los riffs feroces de Billy Duffy continúan reanimando a los moribundos. El motor de los Cult ruge sin recaídas ni ahogos, sin blanduras plastificadas como las de The Cult (1994) y prolongando la contundencia sonora que habían descargado en el anterior Beyond good and evil (2001). El nuevo álbum, cuyo mayor defecto es la elección de color para la portada tan poco acorde con la estética y la sangre de la banda, revive las esencias agitadas (Savages, I assassin) del grupo inglés. Algún cronista despistado pensó aquella noche en Bilbao que Astbury se mofaba de la música dance que molestaba en una carpa cercana cuando el líder de los Cult espetó que le gustaba la música de baile. Un tema de su último disco, Dirty little rockstar (el mejor, por cierto, y el único que es capaz de hacerte repetir su estribillo horas después), demuestra que, en efecto, a Astbury sí le gusta la música dance.

La trilogía (por llamar así a la reunión de tres discos consecutivos) que componen Love (1985), Electric (1987) y Sonic Temple (1989) va a ser todavía insuperable. Este Born into this, directo y grueso, está bien como está. Peor no lo iban hacer, estoy seguro. Mejor, lo dudo.

Nota: 7/10

GREATEST HITS 30: (Permiso para recordar) WEST END GIRLS (PET SHOP BOYS)

Volvemos a la dinámica de estos dos años...


Hasta una meada rápida antes de que empiece una película en los lavabos de unas multisalas te arrastra por un momento por el túnel rebobinador de la nostalgia. Aunque no es lo mismo que te empuje la casposa The final countdown que la todavía sofisticada West End girls. ¡Por Dios!, ¿en qué edad de piedra vive el zoquete que escoge el hilo musical de un centro comercial? Te bajas la cremallera antes de una peli y ¡hala!, ¡unos cuántos siglos atrás! Lo de resucitar los cueros y las lacas de Europe no tiene nombre, como se pudo comprobar en la reciente campaña publicitaria de una gran compañía que no deja de recaudar y no merece ni publicitarse más. Lo de Pet Shop Boys tiene, para el que escribe, sólo el permiso de un pequeño guiño al pasado, a unos días en los que aquella canción, lo reconozco, me gustó mucho.

Supongo que todos tendremos un punto débil en nuestro historial, una horterada de la que enorgullecernos incluso ahora o aquella canción desenterrada que marcó nuestra infancia o que aún despierta el recuerdo de un/a chico/a. Diría que West End girls, el primer single del dúo londinense Pet Shop Boys y cuyo videoclip había visto una tarde por la tele, me hizo mimar los vinilos cuando tenía trece años y mucho, mucho tiempo por delante para cambiar sabiamente de trayectorias y arroparme con música más saludable.

Sí, el disco en el que aparecía, Please (EMI, 1986), el primero del grupo, me parecía entonces estupendo, me lo pinchaba una y otra vez en una cadena musical que aún tengo pero que ya no funciona. Contiene varios de los temas más reconocibles de la banda, como Suburbia, Love comes quickly y West End girls, claro. Casi todos me parecían elegantes, seductores (fenomenal el segundo de la cara B, Violence), con un revestimiento musical de bruma y misterio que los Pet Shop Boys abandonaron casi de inmediato, en cuanto las pistas de baile ahogaron su sombrío pop de diseño del comienzo para transformar su producción posterior en un cliché del mariconeo. Pero West End girls, aún hoy, y ese videoclip cutrillo con el andrógino post-mod y su lacónico escudero me causa tanta risa como distante aprecio.

domingo, octubre 14, 2007

LUISMI

Para cerrar este paréntesis de firmas invitadas, un gran conversador (incluso de fútbol, qué milagro) como Luismi comparte sus palabras (las más apropiadas para acompañar las reflexiones que hemos hecho últimamente) y sus placeres con quienes nos pasamos a menudo por aquí para encontrar pequeños momentos de satisfacción. Gracias a todos y seguimos en el camino.

Un sonido (riff de guitarra de Freebird o lo que se le ocurriese a Jimi Hendrix), una frase (I know that someday you´ll have a beautiful life... Can´t buy what I want because it´s free...), una voz (LA VOZ), un personaje (Atticus Finch, Eddie Felson, Antoine Doinel), un amor (Los Puentes de Madison, Marty, El Apartamento), una historia (¡Qué bello es vivir!, Espartaco) o varias (Mesas separadas), un gesto (Zidane controlando un balón, cualquiera de Maradona... en la cancha, claro), unos ojos (azules o verdes, por favor)...Con algunos os identificaréis, a otros los aborreceréis. Woody Allen, en su maravillosa (y van...) Manhattan habla de cosas por las que merece la pena estar vivo: musicales, literarias, cinematográficas... estéticas, artísticas o sentimentales en un sentido más amplio..., confesables en público... o en privado... da igual. Lo que importa es que cuando la tempestad arrecia y me siento solo y desvalido acudo a ellas y, al menos por un momento, me siento a salvo. Son mis refugios. Sin ellos no sé si aguantaría el tirón.

Aunque no sea su creador puedo modelarlas, sentirlas, hacerlas mías, incluso reinventarlas cada vez que acudo a ellas, porque yo también me voy reinventando con el paso del tiempo. Por momentos son capaces de alejarme del horror y llevarme a nuevos mundos, me acercan a personas que nunca debieron alejarse, me muestran como me gustaría ser o como me gustaría que fuesen las cosas, lo que me gustaría hacer o tener, hasta me hacen recordar olores. Incluso puedo compartirlos, diseccionarlos con personas de parecida (o distinta) sensibilidad y encontrarles, gracias a ello, nuevos matices. De paso hasta te permiten, ¡oh sorpresa!, conocer gente maja (para los que les interese).

Por ello quiero aprovechar esta oportunidad para darles las gracias por existir, por resguardarme cuando la guerra se torna más cruenta y también aprovecho para darle las gracias a Tribeca Sessions por mostrarme nuevos refugios y acercarme a ellos (quizás ésta sea una de vuestras razones para pasaros por aquí). Algunos les llamaréis simplemente “distracciones”, los más osados “Arte”. Para mí son refugios, y cada vez acudo más a ellos, los busco con mayor desesperación porque sé que, al menos para mí, la tempestad no amainará. Irradian tanta belleza que parece mentira que hayan sido creados en medio de una abominable tempestad.

viernes, octubre 12, 2007

ALBERTO

Te toca Alberto, tu turno Red. Después de tanto... tiempo... nuestras sangres son como las de dos hermanos unidos por tanto cine visto, soñado y comentado. Cine, cine, cine... decía no sé quién. Compremos otra entrada.

A lo ya expuesto sobre la percepción de ciertas películas tras el paso del tiempo, el placer de las cosas gracias al tiempo que algunos poseen y otros no, o lo que queremos conservar para siempre, podríamos seguir exponiendo y hablando sobre lo mismo durante mucho…

Desconozco lo que vendrá del resto de invitados a firmar textos en el cumpleaños de este tu lugar, y por consonancia, nuestro. Pero estoy seguro de que todo estará relacionado, porque nada es casual. Son muchos los textos, muchas las películas, muchas las mujeres, muchos los amigos… que encontramos, conservamos, perdimos y cambiamos desde aquella tarde del incipiente verano del 92.

Y fueron muchas las decisiones que se tomaron durante el transcurso de ese inseparable compañero que nos recuerda una y otra vez lo jóvenes que somos, lo olvidados que seremos; decisiones difíciles y fáciles que tomar, que marcaron y marcan nuestras sendas, nuestros encuentros y despedidas. Incluso cuando dejamos las cosas estar o que sigan su curso natural, hemos tomado una decisión, que inexorablemente se convertirá en hecho, que inexorablemente será juzgado…

Los lunes tomamos una decisión, cuando amas tomas una decisión, al igual que cuando odias, o cuando no llamas, o cuando no miras, o cuando te escondes, o cuando no oímos, o cuando no cogemos, e incluso cuando no sabemos ni hacemos por saber…

El proyector se apagará un día (yo espero que sea una noche). Todas las decisiones nos visitarán y sabremos si fueron las correctas o no. Lo demás, lo demás son todo putas excusas baratas.

Feliz cine por siempre.

martes, octubre 09, 2007

DIEGO

El tercer invitado (pseudoinvitado, debería decir) ha preferido tomar prestado el texto de un brevísimo relato del escritor polaco Slawomir Mrozek para acompañar algunas de las ideas reflejadas últimamente en este blog y de nuevo apuntadas por el resto de firmantes a los que he invitado a escribir. Diego (o Willard, o Aaron Sachs, como él prefiera), hábil catador de jamones y camarada de ensoñaciones nada prohibidas, seguro que habrá nuevos vicios (tú más), sanos e insanos, que cultivar.


EL ÁRBOL

"Vivo en una casa no lejos de la carretera. Junto a esa carretera, a la entrada de la curva, crece un árbol.

Cuando yo era niño, la carretera era aún un camino de tierra. Es decir, polvorienta en verano, fangosa en primavera y otoño, y en invierno cubierta de nieve igual que los campos. Ahora es de asfalto en todas las estaciones del año.

Cuando yo era joven, por el camino pasaban carros de campesinos arrastrados por bueyes, y sólo entre la salida y la puesta del sol. Los conocía todos, porque eran de por aquí. Eran más raros los carros de caballos. Ahora los coches corren por la carretera de día y de noche. No conozco ninguno, aparecen de no se sabe dónde y desaparecen hacia no se sabe dónde.

Sólo el árbol ha quedado igual, verde desde la primavera hasta el otoño. Crece en mi parcela.

Recibí un escrito de la autoridad: “Existe el peligro -decía el escrito- de que un coche pueda chocar contra el árbol, ya que el árbol crece en la curva. Por lo tanto, hay que talarlo”.

Me quedé preocupado. Llevaban razón. Efectivamente, el árbol está junto a la curva, y cada vez hay más coches que cada vez corren con más deprisa y sin prudencia. En cualquier momento puede chocar alguno contra el árbol.

Así que cogí una escopeta de dos cañones, me senté bajó el árbol y, al ver acercarse al primero, disparé. Pero no acerté. Por eso me arrestaron y me llevaron a juicio.

Traté de explicar al tribunal que había fallado únicamente porque mi vista ya no es buena, pero que si me dieran unas gafas seguro que acertaba. No sirvió de nada.

No hay justicia. Es verdad que un coche puede chocar contra el árbol y dañarlo. Pero sólo con que me dieran unas gafas y algo de munición, me quedaría sentado vigilando. ¿A qué tanta prisa por talar un árbol si hay otros métodos que pueden protegerlo de un accidente?

Y no les costaría nada, aparte de la munición. ¿Acaso es un gasto excesivo?"

domingo, octubre 07, 2007

ISRA

El segundo invitado por este segundo aniversario es Israel Nava, también conocido cariñosamente como Yojimbo. A él le tengo que agradecer que este blog haya llegado hasta aquí, ya que sin su generosidad aquella tarde de octubre y su habilidad para diseñar una web hoy no estaría escribiendo todas estas opiniones para compartir.


"Corre. Han cerrado. ¿Mañana? Tengo que anular lo que tenía a las 12. Mierda. ¡Muévete, imbécil! ¡Pon el intermitente! Y ahora un atasco. Cagüen..."


Cuando eres consciente de que vives en un sinvivir esta frase en cursiva llega a hacer hasta gracia. Últimamente ya no entiendo las prisas. Ahora entiendo el tiempo. Entiendo los planes y los imprevistos. Lo que te da tiempo a hacer, lo que quieres hacer y lo que debes hacer. Son tres cosas tan distintas que incluso disfrutas de ellas. Pero hay que equilibrarlo. Y ahí está el placer.

El placer de desayunar un día por la mañana con un amigo y comentar las noticias del periódico, el concierto al que asistió el día anterior o la nueva película que vio la semana pasada. El placer de estar en un atasco en Alfonso Molina y poner música a todo volumen y con las ventanillas bajadas. El placer de una sobremesa en una cafetería nueva y descubrir una maravillosa camarera que te hace olvidar lo mal que te sienta el café. El placer de un reencuentro no planeado que te une de nuevo a gente que no sabías que apreciabas ni que te apreciaba. El placer de una puesta de sol en una gasolinera de una autopista. El placer de una siesta con la brisa en la cara. Un paseo improvisado que no cansa. El placer de ver una película que no te toma por tonto o de escuchar una canción que en ese momento es una obra maestra y la adoptas como favorita.


Los placeres no son sofisticados ni complicados. No entienden de prisas ni tareas. El placer es respetar el tiempo sin mirar la hora.

jueves, octubre 04, 2007

FER

Hace justo dos años comenzaba a caminar este blog. A ritmo de tres o cuatro posts por semana he querido compartir con cualquiera, con los pacientes lectores o los fugaces visitantes, más de trescientas (hasta ahora) opiniones y sensaciones que la música, el cine y otras cosas de la vida me producen. Para conmemorar estos dos años he decidido tomarme unos días de descanso y dejar que algunas de las personas que suelen caer por aquí para leer o comentar mis impresiones aporten cualquier texto y tema que deseen. Gracias por animarme a escribir y por ser como sois.

El más apresurado ha sido Fer, con quien siempre es un placer comentar un libro, un disco o una película (o muchas). Con él siempre está garantizado un "seguiremos hablando".


Existen las conversaciones recurrentes. Con personas con las que ya las tuvimos una vez o con personas nuevas; y solemos llamar pensamientos a las conversaciones que mantenemos con nosotros mismos más de una vez. A veces, no pocas, recurrimos a una conversación mantenida con otros y la convertimos en un pensamiento, y lo compartido se convierte en propio. Estas son las que más me interesan.

Hace unos diez años, con un tercio de vida por gastar y no perder, tuve una conversación con Rubén Darío que volvió a mi memoria hace poco, recorriendo ese camino que va de lo recurrente compartido a lo propio. Hablamos (¿cómo evitarlo?) de cine, de las películas que desde la infancia te van influyendo y dejando en la memoria un poso que suele transformar realmente lo visto, tanto que acaban pesando más en el recuerdo las sensaciones que el cine nos ha dejado que las propias películas. Y nos surgieron las preguntas: ¿qué pasa con esas sensaciones cuando revisamos las películas que las provocaron? ¿Qué pasa si esa película de tu infancia acaba pareciéndote con los años un bodrio, mala, cutre o chorra? ¿Qué hacemos con esa decepción? ¿Sería más seguro, cobarde y cómodo, no revisar ciertas películas? Y la consecuencia de todas ellas: ¿tenemos que estar siempre rescribiendo nuestra particular historia del cine?

Hace poco, después de unas de estas revisiones que no resultó todo lo bien que me hubiera gustado, reviví esa conversación; pero con unas pequeñas variantes. Acostumbrado, o resignado, a que no siempre los recuerdos sean fieles y a que las sensaciones que me produce una película no sean siempre las mismas, las preguntas se dirigieron a un punto un poco diferente: ¿qué pasa con la crítica que hago hoy? Según todo lo anterior, la valoración que hago de una película puedo estar obligado a modificarla mañana, porque si han cambiado las sensaciones de ayer, mañana pueden cambiar las de hoy, y estoy partiendo de que poco hay de objetivo en los comentarios que todos hacemos sobre el cine, y digo poco y no nada; y si hubiera más porcentaje de objetividad: ¿realmente sería arte?

Y si las críticas y nuestros comentarios no son objetivos, y puede (y es muy probable) que nosotros mismos los modifiquemos mañana: ¿qué sentido tienen todas las críticas y comentarios que hacemos sobre las películas que hemos visto?


Quizá el único sentido es seguir escribiendo y modificando esa historia del cine compartida, esas críticas y discusiones recurrentes con los que ya estaban ayer, y que se enriquecen con los que, estando hoy, verán como mañana cambiamos de opinión. Un saludo a todos ellos.

martes, octubre 02, 2007

VOLUME ONE 94: MAGIC (BRUCE SPRINGSTEEN)


Nota: Gracias por estar ahí, Bruce.

Las canciones de Bruce Springsteen se viven en vivo, delante de él, a sus pies, aunque tengas que sentarte en la última fila de la grada o hacerte un hueco en el fondo del campo desde donde a él no le ves más que la coronilla. Sus canciones respiran en un concierto, donde abrazas a tu hermano y a tus amigos, donde las lágrimas son de alegría mientras besas a tu novia o a tu mujer. Pocas veces como ésta casan mejor el rock y el amor.

Mi crecimiento musical ha tomado muchos caminos, desvíos y afluentes que siempre avanzan o regresan y desembocan en el gran río del rock & roll. Por sus aguas he nadado con Bruce Springsteen siempre a mi lado, por si me ahogaba. Primero en cassete, luego en vinilo y en cd, en mis días de alegría y tristeza he encontrado un refugio en el porche de Mary, en la Reina de Arkansas, en Kitty que vuelve, la habitación de Candy, el coche del patrullero, Bobby Jean, el local de otra Mary, ciudades con suerte, motores rugientes o en la cama de María.

El tiempo corre para todos y la E Street Band de entonces ya no es la de ahora. No es mejor ni peor, solo que no es la misma. Ahí están Roy, Steve, Danny, Max, Garry, Clarence, Patti, Nils y Bruce, pero The rising no suena como Rosalita ni Radio nowhere como Born to run. Si las luces se apagan, eso sí, y el jefe cuenta ‘one, two, three, four’ antes de que Max baquetee, entonces ellos siguen siendo la banda de rock más grande de este mundo.

Magic (Sony, 2003) une de nuevo a Bruce con sus leales camaradas cinco años después del agraciado regreso que fue The rising tras dieciséis años de separación. Ahora ya no hay tragedias que recordar ni víctimas que honrar, ahora no sobra ni un segundo de un álbum alegre y soleado, otra descarga eléctrica de Springsteen que no es ninguna sorpresa (¿se la pedíamos después de las sí prodigiosas Seeger Sessions del año pasado?), un disco que le revela como un chaval retozón en piezas como Last to die y Gipsy biker o como un viejo zorro en las muy tranquilas Magic y el tema final oculto que homenajea a un amigo fallecido. Las postales de los veranos lejanos, la búsqueda de la felicidad y la recurrente vuelta al hogar cubren la música de Magic, que sólo en Livin’ in the future regresa paradójicamente al espíritu del Born to run al casi autoplagiar Tenth avenue freeze-out.

Nota: 8/10

Siempre tuyo, Boss.

lunes, octubre 01, 2007

VOLUME TWO 32: MARLANGO & LEONOR

Alguien escribió una vez que “este es un mundo lleno de Leonor”. Después alguien cantó que “este es un mundo lleno de Leonor”, un mundo de belleza suprema entre nubes en movimiento y cuerpos itinerantes, escondida en los placeres cotidianos y condensada en gestos y figuras que el ojo del observador inconformista con alma de esteta moldea en la intimidad de su imaginación. Esa hermosura escrita y cantada, sin fuegos artificiales, tuvo como inspiración a la actriz española Leonor Watling, un ser humano de naturaleza extraordinaria, la que yo aprecio en las segundas miradas y en los detalles invisibles. No puedo, por tanto, borrar rastro alguno de cariño al valorar cualquier manifestación pública que nazca de las condiciones interpretativas, musicales o cinematográficas, de Leonor. Pero ello no impedirá que pueda fruncir el ceño o torcer los labios por que esta mujer se quede a veces a medio trayecto de lo que intuyo que desea transmitir o de lo que yo espero que ella me transmita. Por ejemplo, cuando despierta a su grupo musical Marlango, una formación a la que ningún periódico de tirada nacional concedería un reportaje de una o dos páginas enteras si tuviera a otra vocalista al frente.

Mirarla es adorarla, escucharla no. No me gusta cómo canta, pero sí me gusta la música que hace Marlango, probablemente por el talento compositivo que atesoran sus dos escuderos, Alejandro Pelayo y Óscar Ybarra, más músicos de profesión. No le quitemos parte de responsabilidad a la escritura creativa y a los espejos en que se mira Miss Watling para esforzarse por resultar cercana y cálida. Aun así, lo siento, Leonor, te veo lejos y ojalá pudiera sentir contigo el calor en mis oídos y a través de mis nervios. Pero no.

Tampoco en el tercer disco de Marlango, The electrical morning (Universal, 2007), siento el chispazo que en ocasiones sí me enchufa la simple contemplación de la actriz en una película (Hable con ella, En la ciudad o A mi madre le gustan las mujeres). De sus tres trabajos me guardo el segundo, Automatic Imperfection (2005), bien interpretado hace casi dos años en un concierto de grato recuerdo en Santiago. La música de Marlango no debería confundir a los recelosos críticos y oyentes que, como bien apuntaba Diego Manrique en un artículo reciente en El País, ya no toleran que las discográficas y las emisoras les vendan a vocalistas de voces tiernas con escobillas y suaves saxos de fondo como las nuevas doncellas del jazz. No, ni siquiera Marlango suena a ese jazzy tramposo y programado pese al empleo de saxos, trompetas y escobillas y a que tome a Tom Waits o Joni Mitchell (hasta Fiona Apple) como fuentes. Leonor y sus caballeros tejen un pop sedante de bella factura y esencia de club nocturno, última compra de yuppies y ejecutivos y… qué pena, tan distante como esa última imagen de portada, resaca impoluta en un amanecer irreal.

Pese a ello, te miramos, Leonor.