A lo mejor fue porque a mediados de los noventa la avalancha de bandas del llamado brit pop (no sé por qué no predominó más el término brit rock, más adecuado en algunos ejemplos) llegó a saturar, por lo que Supergrass pasaron un poco más desapercibidos pese a sus singles de éxito. Cierto que Alright era ácido y contagioso, un tema de chavalitos para saltar y sonreír sin descanso, pero I should Coco (1995), su primer álbum, era más bien atropellado, cargado de ráfagas de punk festivo y un entusiasmo acelerado. El trío (ahora cuarteto) formado por Gaz Coombes, Mick Quinn y Danny Goffey bebía más de The Jam que de los Beatles. Una década pasó hasta que me tropecé de nuevo con Supergrass con motivo de su quinto disco de estudio, Road to Rouen (2005), una colección esta vez más pausada y controlada de piezas mucho más trabajadas, ricas en detalles y reveladoras en atmósferas.
Este agradable reencuentro me llevó a repasar los trabajos intermedios de la banda. En ellos uno va apreciando la moderada madurez que adquiere el grupo. Así, tras su adrenalítico debut el trío distribuye mejor su energía en In it for the money (1997), que aunque no borra las huellas punk del predecesor, calma mejor sus arrebatos; singles como Sun hits the sky y Late in the day realzan el conjunto. El paso siguiente llega dos años después con Supergrass (1999), donde el grupo deja atrás su adolescencia para moldear una música más elaborada y sin estridencias, de guitarras más exploradoras y seguras. Un tema, un temazo para sacar la cabeza por el techo del descapotable al inicio de unas vacaciones, Moving, corona este magnífico disco. Life on other planets (2002) aparece tres años más tarde y por momentos coquetea con un regreso a la época del acné, para acabar decantándose por seguir mirando al frente con hits de lo más efectivos como Seen the light y sobre todo Rush hour soul.
Supergrass tiene previsto el lanzamiento de su sexto disco este año. Lo aguardamos con los brazos abiertos.
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