sábado, septiembre 29, 2007

SOUNDTRACK 45: SIDNEY LUMET

Más cine, directores para recordar y reivindicar. Porque de charla sale una película encadenada a una alusión y dispara una y otra alabanza hasta agrandar las proporciones de la obra de su autor, no un gigante de enciclopedia, pero sí un espécimen merecedor de estudio y análisis. Conviene ser cauto con Sidney Lumet de todas formas, sus mejores films son grandiosos, las peores son bofetones.

A Lumet, forjado en episodios televisivos durante la década de los cincuenta, paradigma de la llamada ‘generación de la televisión’ de la que surgieron otros aclamados cineastas como Arthur Penn, Robert Mulligan o John Frankenheimer, se le etiquetó durante años como el cineasta empeñado en tratar y retratar los recovecos corruptos del sistema policial. Así lo muestra un lote no tan grueso de sus películas, con o sin comisarios, agentes, jueces, oficiales o delincuentes como personajes principales. Pero la densidad de la obra de Sidney Lumet lo descubre más bien como un incontenible buceador de atractivos y nada complacientes argumentos, un precedente más o menos admisible del ahora bien considerado Michael Winterbottom. Lumet no experimentaba tanto con formatos narrativos, sino con recursos dramáticos y sabía también adaptarse a cualquier contexto, como es lógico no siempre con la misma corrección.

Como Woody Allen, Lumet es también un retratista de Nueva York, aunque de su lado sórdido, de sus callejones sin salida y sus personajes sin futuro. Quizá a su obra, seca, dura y pesimista, le ha faltado sentido del humor. Cuando ha querido ser sarcástico no ha sido convincente, quizá porque cuando prefería ser crítico era demoledor, despiadado incluso. Tiene 83 años y está rodando, su film número 44 concretamente. He visto 32, algunos que es mejor olvidar por irritantes (Equus) o pretenciosos (Larga jornada hacia la noche); otros memorables por desalentadores (Tarde de perros) o desquiciados (El prestamista) y también una parte generosa intrascendente (casi todos sus trabajos de las dos últimas décadas).

¿Con cuáles me quedaría para declarar patrimonios universales, por ejemplo? Con Doce hombres sin piedad (1957), La colina (1965), Serpico (1974), Network (1976) y Veredicto final (1982). Darle al ‘play’ a cualquiera de ellas para comprobar que el tiempo las ha hecho todavía mejores.

jueves, septiembre 27, 2007

SOUNDTRACK 44: GUS VAN SANT

A la espera del estreno de su último largometraje, Paranoid Park (2007), acabo de completar la filmografía de largometrajes del director de cine norteamericano Gus van Sant con la proyección en sala grande, 22 años después de su concepción, de su primera película, Mala noche (1985). Cerrado el círculo con su punto de partida me he puesto a repasar el recuerdo que tengo de sus films tratando de extraer algo de lógica a las contradicciones que en mí provoca su irregular pero rescatable obra.

Cuento… y no dudo en arrojar mis peores calificativos a tres de sus películas: Even cowgirls get the blues, Gerry y Last days (sin contar el desangelado episodio que firmó para Paris, je t’aime), sí, eso, bodrios, basuras, insultos, crímenes, horrores. También cuento… y hallo tres magníficos trabajos: la maravillosa El indomable Will Hunting, la desoladora Drugstore cowboy y la muy negra y puñetera Todo por un sueño. En su producción restante tienen cabida trabajos un tanto sobrevalorados como Mi Idaho privado o Elephant, atentos aunque algo ingenuos films como Descubriendo a Forrester o la propia Mala noche y el remake más inútil e intolerable de la historia del cine, el de Psicosis, calcada por completo aunque al menos sin caer en la parodia o la farsa.

¿Qué valoración me merece Gus van Sant? Me balanceo: le temo pero no le doy la espalda, me desespera pero acepto el reto. Se rió de mi inteligencia con el vacío agónico que garabateó en Last days, pero ya me tiene atento a las conflictivas vivencias de unos skaters que propone en Paranoid Park. Su llamada trilogía de la muerte, compuesta por la laberíntica aunque parsimoniosa Elephant, la mortificante Gerry y el atentado terrorista que es Last days, no sólo acaba con la paciencia del valiente espectador, despierta con saña sus impulsos destructivos más profundos. Van Sant no es un innovador en su estilo, ni siquiera un trasgresor en su temática (si cabe mostró sin faranduleo y con veracidad los contenidos homosexuales a partir de mediados de los ochenta). No ha dejado de ser nunca un cronista del underground (los yonkis, los chaperos, los alumnos vulnerables fascinados con las armas), el narrador imparcial de los inadaptados (Will Hunting, Forrester), de tipos que no saben muy bien qué sentido tienen sus actos (los de Gerry y Last days). Cuando pisó fuera del resbaladizo terreno del mal llamado cine independiente para contar las mismas o parecidas inquietudes con mayores presupuestos, el sector del público que repudia la industria le acusó de vendido traidor, aunque le ha vuelto a abrir las puertas de la confianza gracias a atrevidos desafíos como la dichosa trilogía de los muertos. Quizá porque el propio Gus es un rebelde poco convencido, un ‘outsider’ de segunda fila.

martes, septiembre 25, 2007

VOLUME ONE 93: TINY TELEPHONE (THE SUNDAY DRIVERS)

Ahora se entiende por qué el tercer disco de The Sunday Drivers suena como si la banda de Toledo fueran los músicos de acompañamiento de Josh Rouse. Podrían ser confundidos también por un grupo de Toledo, en el estado americano de Ohio, pero son españoles un punto más parecidos a norteamericanos. La clave está en Brad Jones, artesano en la mesa de Tiny Telephone (Mushroom Pillow, 2007), músico y productor de Rouse con el que los toledanos de Castilla han trabajado en el estudio Tiny Telephone de San Francisco para proseguir con su pausado pero calculado paseo musical.

No es la primera vez que el grupo se pone en manos extranjeras para tapizar un disco. Por eso el irregular y exitoso Little heart attacks (2004) tenía acentos espontáneos que apartaban su contenido del simplón rock nacional de olvidable digestión. Entonces la banda, cuando tuve la oportunidad de verla en un concierto corto, me pareció natural y auténtica aunque un poco sosa; ahora la he escuchado en una actuación radiofónica y en las canciones de su tercer álbum y les sigue haciendo falta un manojo de sal encima para conseguir que su música de exquisita factura traspase los poros de la piel.

Sunday Drivers son ahora sexteto. Su estancia en San Francisco y su relación con Brad Jones, en efecto, los acercan al Rouse de Nashville y de algunos cortes de 1972. Hasta podrían pasar por unos Kings of Leon adecentados. El grupo propaga un pop-rock de raza humilde sin tanto flirteo con el soul como destila el cantante de Nebraska asentado en Valencia. Los espumosos teclados hammond y algunas secciones de viento convierten Tiny Telephone en un examen aprobado de discurso nostálgico.

Nota: 7/10

SOUNDTRACK 43: WINTERBOTTOM

Ya podemos decir eso de “Hay que ver la de Winterbottom”. La película de un cineasta a los que, pese a no haber legado aún un poso o huella de relevancia, se puede mencionar con la omisión de su nombre de pila después de haber labrado una trayectoria cuya magnitud temática y su destreza formal los eleva a la primera división de los autores contemporáneos. “Se estrena la última de Spielberg”, “en la tele echan una de Bergman” o “a ver qué cuentan ahora los Coen” son expresiones a las que habremos acudido en más de una ocasión. “Hay que ver la última de Winterbottom”, digo yo ahora.

No diré que su filmografía es ejemplar, seis de las doce películas que le he visto me parecen fallidas, pedante alguna (9 songs), desnortada otra (El perdón), insustancial (Welcome to Sarajevo, Jude, Tristram Shandy) o recurrente (I want you) las otras. Pero la facilidad que tiene el director británico para echarse a la espalda cualquier proyecto, cualquier argumento de inspiración real o con un punto de partida ficticio y exponerlo en imágenes con una narración que simplifica y agiliza su aparente complejidad, le convierten en un todoterreno cinematográfico capaz de recorrer cualquier superficie sin pisar en falso incluso en sus siempre interesantes tropiezos.

Un tipo que en quince años de carrera y a la edad de 46 ya ha rodado un western insólito, la radiografía sexual de una pareja, un thriller obsesivo, la adaptación académica de un clásico literario, un ‘breve encuentro’ futurista, una comedia absurda, un docudrama de denuncia, la odisea de un sueño en busca de Occidente, las crónicas caleidoscópicas de una corriente musical o un drama urbano coral, además de algún que otro incómodo producto que no me he visto (Go now!, Besos de mariposa, With or without you), a ritmo de uno o más films por año, me va a interesar siempre con cualquiera de sus próximas propuestas. El arrollador ímpetu de su última obra, Un corazón invencible, completa mi podio selecto del trabajo de Michael Winterbottom, encabezado por Código 46 y Wonderland. Acaba de rodar una película de terror, la próxima de Winterbottom.

sábado, septiembre 22, 2007

LIVE IN 43: ZUMA & TULSA

Sesión doble de conciertos en un fin de semana. Los primeros, que tocaron un día después de los segundos, lo tuvieron bien fácil para hacerlo mejor.

A estas alturas, cualquiera que quiera rendir un homenaje a Neil Young, por muy humilde y correcto que sea, ya se merece una pequeña ovación. Zuma se la ganaron. Es éste el nombre que adopta la banda coruñesa Quaken para rendir tributo al maestro Young, y en su segundo concierto bajo esta denominación habrían satisfecho, sin duda, al canadiense. El diseño de su concierto consistió en un arranque desenchufado y acústico, la parte más floja de la actuación, aunque mejorada en cuanto rescataron del olvido Look out for my love y Prime of life, ya con batería en fase de calentamiento. Country home fue el punto de partida del álbum que interpretaron al completo, de pe a pa, ese Ragged glory tan supremo con sólo escuchar la arrancada de cada uno de sus temas. Unos cuantos clásicos no tan clásicos, joyas del Mirror ball y otro par de clásicos más clásicos (Like a hurricane y Rockin’ in the free world, colosales si están bien versioneadas) cerraron un extenso concierto entrañable y pasional, al que la sección rítmica, agigantada por la intervención ágil y entregada de un baterista con carisma y sin ninguna pose para la galería, imprimió un pulso tremendamente vitalista. Hicieron todavía más grande a Neil Young, y eso es para darles un fuerte abrazo.

Toda la voluntad, energía y pasión que brotó de la entrega de Zuma el viernes no la mostraron en absoluto el día anterior Tulsa en la primera de las tres citas gallegas de septiembre, en la sala Karma de Pontevedra. La última apuesta del sello Subterfuge, inesperados candidatos al Grammy latino en la categoría de Nuevos Artistas (dudoso mérito que desde luego dará un poco más de jabón a la banda vasco-madrileña), pasaron por el lugar con más pena que gloria, como se suele decir. El disco del grupo, Sólo me has rozado, ya gozó de mis elogiosos calificativos en un post anterior, pero ahora reconozco que se me han quitado las ganas de volver a escucharlo. Porque Tulsa aburrieron soberanamente en directo y borraron de un soplido el buen recuerdo que tenía del álbum, así de crudo.

El concierto ya empezó una hora después de la hora programada, el hilo musical de la sala vomitó a Iván Ferreiro desde el primer al último corte de no sé cuál de sus discos y, como colofón, Tulsa no rindieron a la altura esperada. Si tuviera un pañuelo lo habría agitado. Los músicos tratan bien sus instrumentos, vale, tienen sus tablas y dan cuerda a las canciones con profesionalidad. Pero nada más. Son fieles a la construcción del disco, tan sólo suben de intensidad el final de algún tema para llevarlo arriba y encontrar así ruido en el aplauso correspondiente. Pero hacen tediosos esos mismos temas, hasta el punto de convertir el barniz ‘americana’ que tienen en una encubierta capa de simple pop sin mucha miga. La vocalista se clava como una estaca ante el micro y escatima expresividad, de vez en cuando inventa un comentario o una gracia sin gracia propios de cualquier novato en el escenario. ¿Estaba colgada? Puede, si no, qué mal fingía. Todo eso, que es poco, en poco más de una hora de actuación. Encima. Hasta se hizo larga.

Qué grande es Neil Young.

miércoles, septiembre 19, 2007

SOUNDTRACK 42: EL CINE DESTAPADO

Así como (decía varios posts atrás) cada vez siento más desánimo por descubrir una película americana de los años treinta, cuarenta o cincuenta, incluso aunque venga firmada por un cineasta de primer o segundo nivel, por el contrario, llevo una temporada más interesado en explorar el cine yanqui o británico de las décadas siguientes, en concreto de los sesenta y setenta. Fueron aquellos unos años de innovación temática y narrativa que combatieron el clasicismo formal y digamos, cierto conservadurismo argumental de un alto porcentaje de las películas de los treinta años anteriores. Las transformaciones culturales y el liberalismo social y moral que pregonaron las generaciones jóvenes desde las calles encontraron un progreso paralelo en el cine en forma de films de contenidos arriesgados y puestas en escena novedosas. Con la sobredimensionada ‘nouvelle vague’ francesa al frente como impulsora de un radicalismo constructivo en el cine y una ruptura de normas o líneas precedentes, los autores de otros países adoptaron también unas inquietudes más contemporáneas y se adscribieron a otras ‘nuevas olas’ sin cuño que depararon películas siempre sugerentes, soberbias unas y espantosas otras. Repasemos algunas.

A la aparición de sinopsis inaceptables antes por la intolerancia de la censura y en las que empezaron a tener más relevancia el sexo, la religión, los ritos, la violencia física y moral, las drogas o la locura mental, le acompañó además una nueva metodología que concedió más libertad experimental al montaje, que explotó los recursos de las lentes y los filtros de las cámaras y convirtió al sonido en un componente tan relevante como los propios intérpretes. Unos y otros avances se aprecian en magníficos films como El graduado (Mike Nichols, 1967), En el calor de la noche (Norman Jewison, 1967), Danzad, danzad, malditos (Sydney Pollack, 1969), La conversación (Francis Ford Coppola, 1974), El prestamista (Sidney Lumet, 1965), Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969), El seductor (Don Siegel, 1970) o Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969).

Pero esos mismos progresos de forma y fondo también ayudan a estropear películas deficientes como ¿Quién teme a Virginia Wolf? (Mike Nichols, 1967), El compromiso (Elia Kazan, 1969), Matadero cinco (George Roy Hill, 1971), M.A.S.H. (Robert Altman, 1970), Mujeres enamoradas (Ken Russell, 1969), Performance (Nicholas Roeg, 1970), Ceremonia secreta (Joseph Losey, 1968) o Easy Rider (Dennis Hopper, 1969).

Los viejos clichés se fueron guardando para reaparecer décadas más tardes en reservadas e inofensivas películas americanas. Llegó el destape y la brutalidad emocional. Dejaron de ser tabú algunos temas malditos para los censores y los ciudadanos bienpensantes como las relaciones íntimas entre generaciones opuestas (Harold y Maude, Verano del 42, El último tango en París), la obsesión sexual (El coleccionista, El estrangulador de Boston) el lesbianismo y la homosexualidad (La calumnia, Domingo, maldito domingo), los ritos satánicos (La semilla del diablo, El exorcista), o el descenso a los infiernos personales (Corredor sin retorno, Una mujer bajo la influencia, Hardcore).

Éstos arriba mencionados son ejemplos de películas excelentes cuya puesta en escena quizá esté hoy en día un poco desfasada y a quienes varios años después se les puede encontrar un aproximado parentesco con obras firmadas, no todas con brillantez, por cineastas tan incómodos como Gus van Sant, Paul Verhoeven, Abel Ferrara o Todd Solondz.

martes, septiembre 18, 2007

VOLUME ONE 92: DRASTIC FANTASTIC (KT TUNSTALL)

La vida sigue y este blog continúa latiendo, impulsado por el placer de escribir y compartir.

Con más chicas con las que soñar un trozo de paraíso. Esta me cae bien. Menuda es ella, poquita cosa, y, aunque lo parezca, en absoluto del montón. Muchas como KT Tunstall tiene el rock en su seno, de las que el pop invita a continuar si es que el baile no irrumpe en sus estilos para borrar todo rastro de personalidad. La pequeña escocesa me cae simpática porque con Black horse & the cherry tree, esa pieza cabalgante de rock para brincar y bailar (uuuh uh!... uuuh uh!) que ya las películas y las sintonías radiofónicas machacan sin piedad, hizo apetecible su álbum de debut, Eye to the telescope (2005). Después guardó unas preciosas sesiones acústicas en el menos difundido Acoustic Extravaganza (2006) y ahora apuesta en su tercer disco por refinar ligeramente su estilo en busca de la consolidación. O al menos el reconocimiento como una solista sin poses ni titubeos, tan popera como rockera e igual de eficiente en cada territorio.

Insisto en que me cae bien KT. Será porque Drastic Fantastic (Virgin, 2007) posee una cambiante fidelidad al contenido de sus anteriores trabajos y que nada tiene que ver con la metálica portada que bien podría presentar detrás al último clon de la Madonna más discotequera. Cierto es que el disco se echa encima una capa de maquillaje más sofisticado en la producción y los arreglos y que algunos temas oscilan entre la creatividad natural y los esquemas de composición más comerciales. No son inconvenientes, no, porque esos mismos temas podrían pasar por otros nuevos de Tom Petty con sólo cambiarles la voz. Algún corte pretende resucitar Black horse… (Hold on), otros se escuchan en pleno paseo en bicicleta (I don’t want you know) y los hay que aumentarían la velocidad de cualquier secuencia paisajística en una ‘road movie’ americana (Hopeless). Es más que correcto este disco, directo y sin experimentos, ideal para días optimistas. Nada la sobra ni a la música ni a la voz amistosas de KT Tunstall. Y eso es bueno.

Nota: 7/10

domingo, septiembre 16, 2007

GREATEST HITS 29: ONCE I WAS (TIM BUCKLEY)

Mi intención era prestar el espacio de este blog, el número 300, a otra firma invitada, como decidí para el centenario y bicentenario de textos. Tenía un par de candidatos que espero que pasen por aquí dentro de poco para escribir lo que les venga en gana (seguro que para otra conmemoración de números redondos o para el muy cercano segundo cumpleaños de este modesto blog), pero al final he cambiado de opinión y he preferido que una canción, ese látigo maravilloso que nos invita a escribir, desear y soñar, celebre el crecimiento de Tribeca Sessions.

Sin más, Once I was, de Tim Buckley.

Una vez fui un soldado
y luché por ti en arenas extranjeras.
Una vez fui un cazador
y te traje carne fresca a casa.
Una vez fui un amante
y por ti indagué detrás de tu mirada.
Y pronto habrá otro
que te diga que yo no fui más que una mentira.

Y a veces me pregunto,
sólo por un momento,
si te acordarás de mí.

Aunque te hayas olvidado
de todos nuestros sucios sueños
me encontraré buscando
a través de las cenizas de nuestras ruinas
los días en que sonreíamos
y las horas que pasaban deprisa
con la magia de nuestras miradas
y el silencio de nuestras palabras.


Y a veces me pregunto,
sólo por un momento,
si te acordarás de mí.

jueves, septiembre 13, 2007

SOUNDTRACK 41 / VOLUME ONE 91: CHARLOTTE GAINSBOURG

En espera del alumbramiento musical de Scarlett Johansson como versioneadora de Tom Waits (una extravagancia que podría convertirse en nuevo motivo de asombro hacia la musa más reciente de Woody Allen o, por el contrario, decepcionarnos por la osadía de la chica), abro boca aunque me quedo con algo de apetito con la actriz londinense de sangre parisina Charlotte Gainsbourg. Ella, hija del cantautor francés Serge Gainsbourg y de la sexual perla popera británica Jane Birkin, también canta. Y lo hace con el encanto provocador de casi todas las francesas, en voz bajita para no despertar, seguro que porque si sube el volumen se descubre como una cantante tirando a discreta.

Despierta en mí una excitación nerviosa Charlotte Gainsbourg cada vez que la veo en una película (21 gramos, La ciencia del sueño, Mi mujer es una actriz, pronto en la esperada I’m not there…). Es, podríamos decir, de esas mujeres más bien feas que nos gustan, cuyo atractivo invisible se encuentra en la languidez de sus miembros, en sonrisas resplandecientes o miradas penetrantes. Su rostro es pálido y de facciones marcadas, con los ojos como canicas y la mandíbula grande y amenazante; su cuerpo es delgaducho, pero le quedan bien los vaqueros gastados y los jerseys de mangas grandes. El morbo es personal e intransferible.

La chica ya le dio a esto de la canción cuando tenía 15 años y un par de películas para tomar prestadas varias canciones de su padre, hacer dueto con él y vestirlas con ropajes adolescentes. Hasta veinte años después no volvió a agarrar el micro para titular 5:55 (WEA/Atlantic, 2006) su primer disco en mayúsculas. Y aunque ella pone la firma, también debería corresponderle al dúo francés de pop electrónico Air, presente en todas las composiciones y acompañado en un buen número de ellas por Jarvis Cocker. De Pulp, por fortuna, no hay rastro, pero sí de Air, de ese plastificado pop instrumental que sirve de sintonía para aeropuertos y del que se apropia Charlotte para susurrar en inglés y francés canciones inofensivas y un par de postres para repetir (The operation, Everything I cannot see).

Aquí podéis conocerla, mientras esperamos a Scarlett Waits.

miércoles, septiembre 12, 2007

VOLUME ONE 90: ASH WEDNESDAY (ELVIS PERKINS)

Volvamos al juego de las combinaciones. Sumemos a Clem Snide, Teddy Thompson y Sufjan Stevens (alguno más podría ser añadido) y tendremos como resultado bastante aproximado a Elvis Perkins. ¿Y este quién es? Si te llamas Elvis ya puedes hacerle honor al nombre, que no sea el frívolo capricho de tu padre motivo de mofa porque tú no des la talla. El padre era Norman Bates. El padre fue Anthony Perkins. Cine y música otra vez ligados. El hijo es músico, sí, y su primer trabajo tiene por título Ash Wednesday (XL Recordings, 2007), recomendado con precisa intuición por Javier, a quien hacía tiempo que no le compraba discos. Sigue escogiendo bien.

Este Elvis, Perkins, vale, será un cantautor americano más, otro que agranda el montón de músicos que hacen equilibrios sobre la cuerda que tiene al pop-rock y al folk americano por extremos. Incluso en la base de ese montón de autores, enterrados por la aparición de más, se hallan escondidos o semitapados algunos tipos primerizos que parecen esbozar prometedores futuros. Como este caso.

Hay en Ash Wednesday una brisa otoñal que convierte el disco en una experiencia introspectiva. De su música recogida nace un vínculo fino y tembloroso que enlaza al autor con el oyente silencioso y atento. Berry Berenson, madre de Elvis, falleció en uno de los aviones que se estrelló contra las Torres Gemelas de New York y su espíritu (cuentan las notas informativas del disco) reposa en las notas de este disco descansado, en canciones tan parejas a esas largas semblanzas de Van Morrison (While you were sleeping, Moon woman II o la propia Ash Wednesday) o tan carnavalescas como May Day! Lo que el chico pueda dar de sí en adelante, de momento, me interesa.

Nota: 7/10

PD. La siguiente invitada también tiene el cine y la música como labores de profesión.


lunes, septiembre 10, 2007

BONUS TRACK 32: SEWED SOLES (THE GREENHORNES)

Me consta que no he sido el único, dentro o fuera de la escena blogera, en descubrir a The Greenhornes en la película de Jim Jarmusch Flores rotas (Broken Flowers, 2005). O a Holly Golightly. O al multiinstrumentista etíope de jazz Mulatu Astatke.

Pero no voy tan lejos, me quedo ahora con los dos primeros, unidos por amistad y seleccionados por la inspiración artística del cineasta para abrir y cerrar su film con la golosina viciosa que es la canción There is an end. Ella (no la confundamos con la puta de Capote que desayunaba croissants delante de Tiffany’s) es una versátil cantautora folk británica de voz modosa con atrevida incontinencia creativa. Ellos, ‘los palurdos’, son una formación de Ohio que bucea con su sonido en el rock británico y el garage yanqui de finales de los sesenta para rendirles una ferviente fidelidad casi cuarenta años después.

Admito que pringarme de rock garagero me provoca tantas reservas como pocas ganas y que las grandes bandas que guarda el género entre tantos exponentes las dejo aparcadas para conocer más tarde, en el momento ideal (si es que se da). Pero con The Greenhornes, otro trío de ruidosa eficacia, tuve una corazonada y di en el clavo. Quizá porque su fragancia garagera de guitarrazos nerviosos, gruesos bajos, calurosas percusiones y suaves teclados deja paso también a maravillosas canciones que reviven las actuaciones más cálidas de Sam Cooke o The Animals.

Aposté sobre seguro al comprarme este Sewed soles (V2, 2005) que recoge, a modo de apresurada recopilación, unos cuantos temas selectos de los tres discos de la corta producción del grupo, alguna rareza inédita y cortes alternativos. Está There is an end, claro, otra pieza con la Golightly y la fantástica sensación de apretar el botón, retroceder en el tiempo y pertenecer a otra década recuperada por la magia de la música.

PD: Sólo un pero le voy a poner a los chicos, haberse aliado con Jack White y Brendan Benson para el vulgar primer álbum de The Raconteurs. Lógico.

sábado, septiembre 08, 2007

VOLUME ONE 89: NUCLEAR DAYDREAM (JOSEPH ARTHUR)

En esto de la música uno ya no sabe a veces si la acumulación de modelos de inspiración y su adaptación a un trabajado estilo propio que para nada se pueda comparar con sus fuentes merece aprobación o rechazo. El peso del tronco entierra las raíces, digamos. Supongo que nuestra valoración, el bien o el mal, el sí o el no, dependerá del grado de implicación personal con que el artista en cuestión fabrique su música y la voluntaria actitud de atención con que el oyente la escuche (o que el músico le caiga a uno bien o mal, al fin y al cabo). Todo este pequeño rollo para recordar que hay algunos autores apreciables que siempre provocan un recelo inicial antes de acceder a los nuevos episodios de su trayectoria. Joseph Arthur, por ejemplo. Hace tiempo me prestaron tres de sus discos y tardé varios meses en escucharlos. Unos más lucidos que otros, todos tenían una inquietante versatilidad de contenidos, además de algún que otro detalle de grandeza. Nuclear daydream (Mega Force, 2006) es su penúltimo álbum y sirve también para comprobar cómo la pereza inicial por escucharlo obtiene luego una impresión final satisfactoria.

Natural de Ohio, su padrino musical fue Peter Gabriel a mediados de los noventa, así que para no desilusionar a su descubridor Joseph Arthur ha optado por seguirle la corriente a su particular modo, es decir, por componer una música encajada en el terreno alternativo del pop y el rock pero que no define hacia qué postura se inclina. Posee además el chico una cambiante variedad de entonación que hace que sea casi imposible reconocer su voz, casi siempre serena y susurrante, con sólo escuchar una canción al azar.

A ver, en Nuclear daydream, como en sus trabajos anteriores, se dan cita ecos de Leonard Cohen, Nick Drake, Neil Diamond, Greg Dulli (de quien es colega y colaborador), Belle and Sebastian y REM. Al menos la batidora no se atraganta. Los arreglos de producción son a veces preciosistas, incluso en sus ramalazos retro, las guitarras acústicas suenan abultadas, se les nota el rímel, y la voz débil del autor parece casi siempre maquillada, desconcertante o sugerente, según la ocasión. ¿Son defectos? No los veo así. Son acentos que convierten sus canciones en hermosas partituras, algo que nunca conseguirán, por ejemplo, tipos con el mismo perfil pero más baja altura (por mucho que se les encumbre) como el insoportable engendro que es Rufus Wainwright.

Nota: 8/10

martes, septiembre 04, 2007

VOLUME ONE 88: PULL THE PIN (STEREOPHONICS)

Como la Gran Bretaña popera y rockera de los noventa me lleva años entrando con el pie izquierdo he tardado un tiempo en apreciar mejor y festejar después algunos de sus principales baluartes (los por aquí reseñados Supergrass, por ejemplo). Uno de ellos ya es una banda de garantía, de curso permanente y por ahora sin altibajos en las etapas que marcan sus lanzamientos. Tampoco se encuentran con la escucha de su sexto disco de estudio, Pull the pin (Universal/V2, 2007), de inminente estreno. En el sur de Gales (de donde aburren los nada convencionales Super Furry Animals y poco más divierten los accesibles Manic Street Preachers) nacieron a mediados de la década pasada Stereophonics.

Y Pull the pin les mantiene unidos todavía como trío, de los que hacen ruido. Espectacular y de comedida grandilocuencia es su directo, como se intuye que lo serán también en vivo la gran mayoría de las canciones de su trabajo más reciente. El nuevo álbum es otra bomba álgida y coherente, que no salta varios pueblos con respecto al anterior y más plástico en su percusión, Language, sex, violence, other? (2005) y conserva tanto el furioso atrevimiento de You gotta go there to come back (2003) como la energía más reposada de Performance and cocktails (1999).

Kelly Jones se erige de nuevo en el alma mater incuestionable del grupo. Su guitarra, más ‘riffeante’ que ‘punteante’ y sobre todo su chulesca voz de fraseos arrastrados y gamberros sube y baja las marchas de cada pieza. Ya no hay en Pull the pin temas amables como su conocido Have a nice day, aunque sí hermanos gemelos de Maybe tomorrow, como las pausadas It means nothing o Daisy Lane, además de emocionantes ‘in crecendos’ como los que ensalzan Stone o Drowning. Son éstos y aquéllos subidas y bajadas de un disco magnífico, de los que piden sentirse retumbar en el pecho en directo y a todo volumen.

Nota: 9/10

SOUNDTRACK 40: MACHETAZO A QT

Esto es lo que se merecen los terroristas que se hacen llamar, y algunos llaman, cineastas. Sales del cine con ganas de golpear al que tienes a tu lado, sea tu amigo o un desconocido, pero te contienes y te lamentas y maldices… ¡quién me mandaría pagar por esto, perder el tiempo en esta cosa, juego o broma que llaman película! Es lo que tiene el cine, el arte, el espectáculo, que vale todo, no hay reglas ni pautas, y los guiones, los medios y los métodos son libres.

Esto es lo que merecen, un machetazo útil. Para cortar celuloide y dejar dos horas que parecen cuatro en un cortometraje o un spot de no más de cinco. Para cortar palabrería bla bla bla que unas macizas mulatas de culos prietos escupen sin que sirva para nada. Qué fácil es llamar original, cool y guay a quien con la justicia de los necios vive de rentas y da de comer a su mentón antipático. Para eso sirve un machetazo, para cortar la cabeza de quien pone la firma a semejante basura que el cine, el arte y el espectáculo también admiten.

lunes, septiembre 03, 2007

EL TIEMPO

Azote de pesimistas, compañero de vitalistas. Paciente en el deseo impaciente, súbito en el placer fugaz. Recurso de forma y presunción de fondo en los artistas. Bendición de los nacidos, perdición de los mortales. Real y tramposo. Para lo bueno y lo malo. Fiel y traicionero. El tiempo.

En las agujas de nuestra muñeca cuando nadie consulta la hora, en las olas del océano mientras la playa está desierta o en dos fotografías separadas por décadas. Ahí está. Veía el otro día un documental musical que en capítulos cortos dividía la trayectoria más brillante de una banda de finales de los sesenta, cada uno acabado con una actuación o un vídeo de sus temas más reconocibles. Los seis miembros del grupo comentaban más de treinta años después aquellos días de extravagancias compartidas y canciones inmortales. Ellos que fueron jóvenes y osados, flacos y ceñudos guitarristas o dramáticos y hermoso(a)s vocalistas, parecían ahora anónimos jubilados que reposaban sus cuerpos cansados frente a una cámara enemiga que en primer plano surcaba en sus arrugas y contorneaba las huellas de una remota juventud. Los años.

La incertidumbre viste el presente, dentro de la escena o en el filo de una incierta retirada. Nos vence el hambre de pasteles “para adorar y sudar”, caramelos “pequeños pero nutrientes”, bellos rostros “lánguidos”, musas de nuestros poetas. “Orgasmo y veneno”. El tiempo es perverso como el ángel que se cruza raudo e inabordable ante nosotros sin poder entrar en su mirada, lejos de nuestro alcance.