Pero ha sido Harry Gregson-Williams, uno de sus colaboradores en Remote Control Productions y, por tanto, singular discípulo de Zimmer, el que me ha hecho recordar al maestro alemán de la composición de música para cine. A Williams no lo doy yo masticado bien; como ocurre como tantos otros colegas, sus escorzos electrónicos quedan perfectamente acoplados a las imágenes, son dinámicos e inquietantes, pero resultan reiterativos y vacíos sobre el único soporte de un disco. Le ocurre también a su score para Phone Booth, la magnífica película de Joel Schumacher, que acabo de oír.
Volvamos a Zimmer entonces. Aquí y aquí tenéis algunos datos de su carrera por si queréis conocer más sobre aquel miembro de The Buggles que en los años ochenta ayudó a estropear un poco la música con éxitos electrónicos hoy recordados con cierto cariño como el célebre Video killed the radio star. El Zimmer del cine, con más de cien bandas sonoras en su haber, comenzó a explorar las connotaciones dramáticas de los sintetizadores en films como Rain man (1988), Paseando a Miss Daisy (1989) o Llamaradas (1991), pero es en los noventa cuando además de los teclados esponjosos añade a sus creaciones cuerdas desérticas como las que suenan en Thelma & Louise (1991), mayor contundencia percusiva en La fuerza de uno (1992) o finura melódica en Ellas dan el golpe (1992). Un poco de todas estas cualidades comienza a combinarse de forma magistral en sus primeras obras maestras, sus trabajos para Amor a quemarropa (1993), El Rey León (1994) o Gladiator (2000).
1 comentario:
Uno de los más grandes, sin duda. Y más grande aún porque ha conseguido crear una escuela de la que han salido alumnos aventajados como John Powell, otro de mis admirados.
Abrazos.
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