jueves, marzo 29, 2012

LIVE IN 122: MARK LANEGAN BAND (SANTIAGO, 2012)

Nos vemos otra vez, tres en tres años. Ahora nos miramos a los ojos, apenas un segundo en el tiempo en que firma discos y entradas después de la actuación. Se advierte su silencio, la reserva, la incomodidad de tener que estar presente y la profundidad de un aislamiento buscado. Son mis impresiones de Mark Lanegan, imponente en pie, sujeto a su micrófono, distante en la inmovilidad de su cuerpo en reposo e intenso introspectivamente cada vez que balancea sus hombros y mueve de un lado a otro el mentón de guerrero y muestra las grietas de su rostro. Hoy más humano que nunca en otra noche en la Capitol de Santiago, lo justo para agradecer tres veces, asentir con nuestros aplausos y despedirse con un buenas noches.


Descubrió su reciente Blues funeral (abrasadora Quiver syndrome, zigzagueante Grey goes black, envolventes Ode to sad disco y Harborview hospital). Mark y su cuarteto brillaron más reculando varios años hasta Whiskey for the holy ghost, hasta Field songs y I’ll take care of you. Reconocía las piezas escogidas de estos discos pero me confundía al ubicarlas de tan lejanas que tengo sus escuchas. Fueron gratos destellos, pinceladas de otro tiempo (One way street, Hit the city, Carry home, Creeping coastline of lights) a cargo de un tipo que me sigue intimidando, que me sigue entusiasmando, tan solo estando ahí.

domingo, marzo 25, 2012

LIVE IN 121: ROCK N ROLL

RNR, ¿y eso qué es?

Es Time waits… y Fingerprint… y es creer en ello, en algo que está ahí tan dentro de ti, cuando estás feliz y cuando te caes por completo. Hay una música y la letra de una canción, cualquiera, que es RNR para ti, y lo demás no importa nada, y a los demás que les den porque no importan nada, solo tú sabes lo que significa. Estar de pie sin caerse, y una melena que no deja de agitarse. La tuya o la que es tuya. RNR… and I like it!

viernes, marzo 23, 2012

CLOSED

Un día sí y otro también, como quien dice, tomaba su café con leche en el mismo sitio antes de entrar a trabajar. Leía los periódicos o hablaba con quien se encontraba haciendo tiempo hasta la hora de marchar. No recordaba cuánto tiempo llevaba abierto el lugar, ocho años, diez, por ahí. Al principio la barra estaba pegada a una pared, después derribaron el muro y el local se dividió en dos partes y la barra en forma de A, con un pequeño escenario de suelo de madera y una vieja pianola en lo alto de tres escalones al fondo de uno de los lados; del otro, las escaleras llevaban a los lavabos, desde donde antes de recogerse tras la puerta la panorámica era extensa y entrañable. Mucha gente pasó por allí: pintores, escritores, poetas, músicos, amigos, conocidos, camareras a las que no les quitó ojo durante una temporada, compañeros de profesión con los que compartía las alegrías y miserias de su trabajo, compañeras íntimas con las que se daba a conocer en el curso reconfortante de su relación. Allí se empapó de Van Morrison y completó su discografía, descubrió a Lizz Wright, una extraña grabación en directo le puso en la pista de Calexico. Hay una imagen del local colgada en la pared compuesta por fragmentos superpuestos de su interior, con detalles de la barra, los cuadros y fotografías, los techos o el mobiliario; no se ve más que a una persona irreconocible, es él de espaldas, sentado en una mesa mientras pasa las páginas de un periódico. Cerró al acabar la faena el sábado pasado. Aunque sigue ahí en pie y es posible que tenga nuevos dueños, ya nada será lo mismo… mientras bajan las verjas, el centro de la ciudad se vacía y su pulso se va haciendo cada día más débil.

SOUNDTRACK 115: LIFE’S TOO SHORT

Una rendija de esperanza se abre en el último minuto de la serie Life’s too short, creación descarnada y nada compasiva de ese dúo letal de humoristas que forman Ricky Gervais y Stephen Merchant. Antes, a lo largo de sus siete capítulos la desesperación por recuperar la fama o el reconocimiento, la envidia, el vicio de la popularidad, la falsedad, el desprecio y los prejuicios han hecho gala de toda su crudeza. Y Life’s too short es una comedia, o al menos consigue que te rías, pero que te rías sintiendo pena o dolor… porque en el fondo es un tremendo drama que convierte lo patético en cómico. Y eso me parece una genialidad.

El protagonista es el inmenso enano Warwick Davis, y no es una gracia cruel, para crueldad la que los propios autores de la serie exhiben con su personaje. El entrañable Willow se interpreta a sí mismo, aunque añadiendo ribetes de ficción a su tan cercano personaje: Gervais y Merchant, que también aparecen brevemente en cada uno de los episodios como ellos mismos y no muy bien retratados, dibujan a Davis como un actor caído en el olvido al frente de una empresa unipersonal que contrata enanos para series y películas, empeñado en recuperar el éxito a toda costa pese a que nadie es capaz de reconocerlo. Es mentiroso, celoso, hipócrita, mezquino, zafio y manipulador. Nada bueno le puede ocurrir, ni lo merece, pero despierta en el espectador una tierna misericordia.

Como en la también fantástica serie Extras, desfilan por los capítulos de Life’s too short celebridades británicas y norteamericanas del cine, la música y la televisión riéndose de sí mismas (Johnny Depp, Sting, Helena Bonham Carter, Liam Neeson), distorsionando la imagen que nos creamos de las estrellas de la pantalla y convirtiéndose en sujetos despreciables. Los ingredientes reales y ficticios de esta serie componen un retrato perverso de la fama y el sello inequívoco de sus creadores la tiñe de una brutalidad desternillante.

lunes, marzo 19, 2012

VOLUME ONE 259: A SOLITARY MAN (JONATHAN JEREMIAH)

No me cuesta alinearme con algún gurú de la prensa musical nacional para rendirme al encanto instantáneo que brota de las canciones de Jonathan Jeremiah en su primer trabajo, A solitary man (Universal, 2011). Como ellos (Diego, Julián), entiendo el entusiasmo nostálgico que les ha causado este joven londinense con voz de barítono, aspecto desgarbado y música intemporal, de finos vientos orquestales, R&B ligero con inclinación folk enmarcado allá por aquellos finales años sesenta. Aire de otro tiempo, impensable en estos días, por ello inesperada y milagrosamente hermoso.


Tres veces en la mitad de este día me he inyectado este disco. Escuchando A solitary man, se viaja unas cuantas décadas atrás para recorrer escenarios y ambientes que el recuerdo de películas americanas que vimos hace tiempo y la ensoñación de nuestra naturaleza nos devuelve casi palpables: fotogramas de Nueva York al amanecer, San Francisco en una noche de verano, pequeños apartamentos, parejas de casualidad; las obras de Neil Simon, John y Mary, Cualquier día en cualquier esquina, El próximo año a la misma hora; Dustin Hoffman, Mia Farrow, Jane Fonda, Jack Lemmon, Barbra Streisand, Shirley MacLaine. ¿Y el chico, este Jonathan? Pues cierra los ojos y piensa en Cat Stevens, Nick Drake o Ray Lamontagne. Comprúebalo.


Nota: 8/10


viernes, marzo 16, 2012

BOOTLEG SERIES 23: ONE FAST MOVE OR I’M GONE: MUSIC FROM KEROUAC’S BIG SUR (JAY FARRAR & BENJAMIN GIBBARD)

Jay Farrar y Ben Gibbard me conducen a Jack Kerouac. Música americana y literatura made in USA, páginas sobre el asfalto. La partitura la escriben los vocalistas de Son Volt y Death Cab for Cutie (más próxima a la atmosférica obra del primero que del segundo), quienes dan voz al documental One fast move or I’m gone: Kerouac’s Big Sur, que explora la gestación de Big Sur, novela del estandarte de la generación beat cinco años después de su obra angular, On the road. Me interesa el documental, como también, aunque con más reservas, la adaptación cinematográfica de la célebre novela que acaba de filmar Walter Salles.


El caso es que One fast move… Music from Kerouac’s… lleva la firma de Farrar y Gibbard. Juntaron fuerzas hace tres años adaptando textos del escritor para ajustarlos en el cuerpo de una docena de canciones, y les salió un disco ‘americana’ de carretera con el sonido que más hondo escarba en el corazón acústico de esta variante de género musical americano. Sobrio y cálido al mismo tiempo, distante y melancólico, invita a encender el motor y perderse.

lunes, marzo 12, 2012

SOUNDTRACK 114: SODERBERGH


Aplaudo a los culos inquietos del cine, autores preocupados por tocar varios palos (no siempre con igual fortuna, pero eso es otro cantar) sin necesidad de ajustarse a la rigidez de un estilo reconocible, asentados en un régimen de libertad temática y comodidad presupuestaria. Steven Soderbergh, como Michael Winterbottom, es uno de esos directores de cine incontinentes, al que, pese a sus errores (alguno monumental, véase Full frontal o The girlfriend experience), se le debe agradecer la variedad de su propuesta y su inquietud narrativa. Al revisar su versátil, siempre curiosa y a ratos esquiva filmografía me encuentro con que hay unas cuantas películas que me producen indiferencia (experimentos insípidos como ¡El soplón! o productos fallidos como El buen alemán o Solaris), pero también hay obras brillantes, sugerentes y entretenidas, como la trilogía de Ocean (11, 12, 13), Che. El argentino, Un romance muy peligroso, El halcón inglés, Erin Brockovich o Traffic.


(Dicen que) Steven Soderbergh confesó hace poco que cuando termine los proyectos que tiene entre manos se va a retirar del cine por cansancio y falta de motivación. Me sorprendería, y al mismo tiempo me entristecería, que tomase este camino después de sus dos últimas películas, excelentes trabajos como Contagio e Indomable, desde luego intrascendentes, pero a la vez hábiles en su estructura, tensos cada uno a su manera, a modo de documental ambicioso el primero y como la actualización de un spaghetti western con agentes secretos y matones a sueldo en el segundo. La frescura natural en la dirección, hacer sencillo lo complejo, es precisamente lo que más lamentaría de una hipotética retirada de Sodebergh (del mejor Soderbergh, quiero decir), hábil director para cualquier terreno que fotografía y monta sus propias películas y que de vez en cuando acude a músicos tan atractivos como Cliff Martinez o David Holmes.


Si hubiera que recoger firmas para animar a este autor a seguir dirigiendo películas en caso de querer retirarse, yo estamparía la mía.

VOLUME ONE 258: WRECKING BALL (BRUCE SPRINGSTEEN)

Ok boss, aquí seguimos de nuevo. De Wrecking ball (Columbia, 2012) me gustan varias cosas, y no me disgusta casi ninguna. Tenía que ser fácil mejorar el disco anterior, Working on a dream (qué pobreza, qué cansancio), y Wrecking ball es un respiro, un tentempié. Me gusta, y mucho, su alegría, lo mucho que trae al presente The Seeger Sessions o algunos trazos de The rising. La épica de Wrecking ball, Land of hope and dreams, subir y bajar siempre con el aliento en un puño con Easy Money o This depression. Me gusta que suene desde el cielo el saxo de Clarence. Me gustan menos algunos coros de más, ese demasiado buen rollo de poner buena cara a la adversidad. Es un disco de Bruce Springsteen, cambia el productor y no aparece toda la E Street Band, pero no cambia el sonido ni el poder de la voz, el músculo de la música. Y lo escucharé tres, cuatro y cinco veces estas semanas porque mi cuerpo siempre lo agradece. Es Bruce. Vale jefe, tú mandas.


Nota: 8/10

martes, marzo 06, 2012

LIVE IN 120: BIG

Hoy Bruce me ha hecho llorar. Esas lágrimas celosas que alumbran en la noche o en la oscuridad de un cine, que asoman sin cruzar la puerta y se retiran sin hacer ruido. Y no ha sido por Bobby Jean, Born to run, Spirit in the night o The promised land. Ha sido por esto:


“Cuando estábamos juntos éramos cojonudos, cualquier noche, sobre cualquier césped, de los mejores del planeta. Estábamos unidos, éramos fuertes, éramos honrados, éramos inamovibles, éramos divertidos, sensibleros como el demonio y tan serios como la muerte misma. E íbamos a tu ciudad a hacerte agitar y a despertarte. Juntos, contamos una vieja y rica historia sobre las posibilidades de la amistad que trasciende a aquello de lo que había escrito en mis canciones y en mi música. Clarence lo llevaba en su corazón. Era una historia donde el motorista y el tipo grande no solo rompían la ciudad en dos, también la pateaban y la reconstruían, convirtiéndola en la clase de lugar donde nuestra amistad no sería una anomalía… Echaré de menos a mi amigo, su saxo, y la fuerza de la naturaleza que era su sonido. Pero su amor y su historia, la historia que me dio a mí, esa que susurra en mi oído, y la historia que te dio a ti, va a continuar… Clarence era grande, y él me hizo sentir, pensar, amar y soñar a lo grande. ¿Cómo de grande era el tipo grande? Joder, demasiado grande para morir, puedes escribirlo en su lápida, puedes tatuarlo sobre tu corazón… Clarence no se fue de la E Street Band cuando murió. Él se irá cuando nosotros hayamos muerto”.

sábado, marzo 03, 2012

VOLUME ONE 257: MARAQOPA (DAMIEN JURADO)

Tipo atractivo Damien Jurado. Lo visito cuando, sin avisar, aparece un nuevo trabajo suyo (aunque no suelo repasarlo), y ya van doce desde 1997. Le seguí la pista a partir del octavo álbum, en 2005; di algún paso atrás para comprobar capítulos previos y luego siempre me interesó cada nueva entrega de este autor de aspecto reservado y opaco de Seattle. Son todos discos acertados y contienen rizos y secretos sugerentes. Maraqopa (Secretly Canadian, 2012) cumple con esa corriente y más, se engancha en el oído por los espacios atmosféricos que crea, y su único defecto es que sus 36 minutos se hacen demasiado cortos. Porque todo su contenido enlaza a Neil Young con Jonathan Wilson, a My Morning Jacket con los erráticos Fleet Foxes. El material confirma que Damien asienta su propio clima y la esencia libre y ensoñadora que cubre todas las canciones enriquece su talento. Magnífico pese a consumirse tan rápido.


Nota: 8/10