martes, mayo 30, 2006

VOLUME ONE 25: POWDER BURNS (THE TWILIGHT SINGERS)

No es la primera vez que temo que Greg Dulli se empotre por un empacho de actividad. O que su cosecha musical me induzca a creer que se va a precipitar a un bache por agotamiento. Seguiré pensándolo el próximo año, porque su última producción, la de 2006, de nuevo arropado en los Twilight Singers, vuelve a provocarme una irresistible y gratificante admiración.

Me sorprende y convence por igual. Dulli es como un amante cruel del que no te puedes desprender, un caradura seductor con tanto encanto sexual como poca vergüenza. Ahora ya no es un peón principal de su tropa, es el cerebro de la banda. Los Twilight Singers es Greg Dulli, un voraz autor que a su voz forzada añade sus guitarras, su bajo, teclados diversos, un piano, batería y sintetizadores. De todo ello se encarga él en Powder Burns, cuarto álbum del grupo.

Arde la pólvora, sí. Arden canciones con olor a vicio y color de noche. Detrás de los neones se esconden apetitos sexuales y tipos sospechosos. Suena un rock de ruidosa elegancia, lamento de perdedores al volante, prolongación siniestra de los excelentes Blackberry Belle (2003) y She loves you (2004) con nuevos amigos en la travesía. Seis canciones se reparten los solistas Joseph Arthur y la simpar e incansable Ani Difranco en las segundas voces que musitan bajo el habla gamberra de Dulli.

Cargante a ratos, grave y excitante, dulcificado a gotas, audaz hasta el límite. Así se siente Powder Burns. Siempre una debilidad.

Nota: 8/10

viernes, mayo 26, 2006

VOLUME ONE 24: LIVING WITH WAR (NEIL YOUNG)

Mis músicos favoritos no son divinidades perfectas. Para mí ocupan niveles muy avanzados en el trono de los cielos del rock and roll, pero nunca he sido yo un devoto e inflexible creyente de los que rinden reverencia a cada acto procedente de las alturas. Hasta Neil Young puede patinar en falso y darme un coscorrón en su caída. Ya resbaló varias veces en la dispersa década de los ochenta, aunque desde entonces no me había vuelto a provocar una frialdad tan indiferente con uno de sus trabajos. En menos de un año ha publicado dos discos con material nuevo, el bucólico y ligero Prairie wind y el áspero y pesado Living with war, una arenga directa y enfurecida contra el presidente George W. Bush, un álbum cubierto de odio para el que Young recupera el sonido rugoso y monótono de Crazy Horse pero sin los Crazy Horse y al que incorpora la protesta colectiva de su voz cansada y apagada con el acompañamiento de un centenar de voces de hombres y mujeres americanas que subrayan en muchos versos de las canciones la fuerza del mensaje.

El contenido de Living with war es una denuncia descarnada. Young desnuda las actuaciones de Bush en sus mandatos, en especial su política en Irak, y le condena por enriquecerse con las guerras, por olvidar a los desamparados, utilizar la religión y el miedo para amasar más poder, manipular a la población y arrebatarle su libre y añorado espíritu americano. Por eso después de acusar a Bush de mentiroso, espía y ladrón en el tema Let’s impeach the president, anima a la gente a la búsqueda de un nuevo jefe (blanco, negro, mujer tal vez) en Looking for a leader. El músico ama a su país y utiliza Living with war como un arma sin sangre más para protestar contra los auténticos terroristas de su patria. ¿Obtendrá el resultado esperado? No sé, Springsteen, REM y compañía no lo lograron en su campaña a favor de John Kerry.

Ese discurso queda expresado esta vez por Neil Young con más sequedad en su estilo, con cierto descuido en la producción, apresurada y elemental. Su voz crispada grita más baja y el amaño de coro góspel que la respalda, así como el abrigo sonoro de sus músicos acompañantes (alguno presente en aquellos flojos discos de los ochenta) acaba por resultar repetitiva. Ni siquiera el impulso de un puñado de crudos y agresivos cortes (The restless consumer, Families y los antes mencionados) libran al nuevo disco de Young de su pesada carga.
Nota: 5/10

lunes, mayo 22, 2006

VOLUME ONE 23: GARDEN RUIN (CALEXICO)

En otros posts lo hablamos, conviene rescatar música apartada tras una escucha inicial poco convincente pero sugestiva para darle una segunda ocasión, puede que la definitiva para tener más seguro nuestro veredicto. Así fui saboreando a Calexico, quienes este año causan en mí ese efecto de la segunda y bien merecida oportunidad. Esta vez, con motivo de su nuevo trabajo, Garden ruin, sólo ha pasado media hora entre la primera y la segunda sesión.

Precedido de novedades (el grupo de Arizona da esquinazo a los sonidos mariachi y a los aires fronterizos y prescinde de postales instrumentales), el nuevo disco de Joey Burns y John Convertino y sus chicos bascula entre el género americana estilizado (Yours and mine) y el pop cálido (Lucky dime, Deep down), se contagia de la rica sociedad entablada con Iron & Wine desde el estupendo EP In the reins (los susurros de Smash), y no olvida de forma inevitable las trompetas desérticas que llenan la pictórica canción Roka, decorada por las palabras hipnóticas de Amparo Sánchez, vocalista de Amparanoia.

Garden ruin es el disco más flexible de Calexico, un salto que ni avanza ni retrocede, sino que completa su personal estilo de profundas raíces en la música americana para evitar caer en el estancamiento o la repetición. Los dos temas finales, el hipnótico Nom de plume cantado en francés y empapado del Morricone de los westerns y la enfurecida All systems red, subrayan el acierto con que la banda se retoca y embellece al mismo tiempo.
Nota: 8/10

VOLUME ONE 22: STADIUM ARCADIUM (RED HOT CHILI PEPPERS)

Desproporcionado en cantidad, derbordante de calidad. Un lujo excesivo, una sobredosis magnífica: Stadium Arcadium.

Intuyo que serán más numerosos los contras que los pros que reciba. Es lo que conlleva salir no sólo en la MTV sino en los 40 al principio a todas horas. Es lo que supone que la banda haya ganado más fama en su estatus y guste ahora más a casi todo el mundo (menos a los expertos de pluma alérgica a la actualidad popular) y no a los pocos de antes, de los cuales un gran número ya han renegado. Mis contras se reducen a uno, su desfasada duración, la inexplicable razón por la que los Red Hot Chili Peppers no han recortado su nueva producción a una hora de canciones en lugar de las dos largas que componen el doble álbum con 28 temas Stadium Arcadium; como el Honestidad brutal de Calamaro o el Mellon Collie &... de Smashing Pumpkins, grandes dobles discos con cortes de más. Los pros compensan el sobrecargado minutaje, fundamentalmente porque más del noventa por ciento de las canciones son espléndidas, pleno éxtasis, de las mejores que ha compuesto la banda de Los Angeles desde el célebre Blood Sugar Sex Magik de 1991.

De la gesta sale victorioso, más que nadie, el guitarrista John Frusciante, que además de no perder su clásico desnudo rasgueo funky, añade a sus cuerdas una rudeza poco frecuente en el funk rock perdurable del grupo, cercana a veces a un hard rock emparentado con el de Offspring, y otras veces asea su sonido como si fuera un músico más meticuloso de lo que aparenta ser. Frusciante traza unas vivas y vibrantes espirales sonoras encajadas magistralmente entre las voces agitadas de Kiedis y el manto rítmico hilado por los enormes Flea (¿alguien se atreve a no incluirlo entre los mejores bajistas del universo rock?) y Chad Smith en su precisa y perfecta batería. El simpático single Dani California es una de tantas pruebas, como las alegres Charlie o 21st century y las más siniestras (a tono con la oscuridad general del disco) Torture me, Warlocks, Storm in a teacup y la arrasadora Turn it again.

Pero los Red Hot Chili Peppers no habrían construido semejante gran disco de no ser por el (una vez más) genial trabajo de ingeniería que Rick Rubin lleva a cabo en la producción. Es él el responsable de la versatilidad nada chirriante de Frusciante y de salpicar prácticamente cada tema con brochazos de efectos y ambientes que abrillantan canciones de un disco tan largo como grande.
Nota: 9/10

jueves, mayo 18, 2006

HENRIK LARSSON

Permitidme abrir un inusual paréntesis temático entre tantos discos y películas para rendir espacio, aprecio, honor y placer a una persona que me ha hecho disfrutar tanto como los conciertos más inolvidables que he visto en mi vida o las interpretaciones de cine más sublimes. Por favor, una inmensa ovación para el futbolista sueco Henrik Larsson.

A veces, cuando las cosas te van torcidas buscas refugio en una distracción y te evades a miles de kilómetros de tus preocupaciones dentro de una película de Billy Wilder o de François Truffaut. Otras veces, desanimado por músicas discretas y rutinarias e incapaz de encontrar satisfacciones frescas y gratificantes, hallas cobijo en el sudor que resbala por los rostros arrugados de los Rolling Stones, empeñados aún en no bajarse de un escenario, fieles a su sangre incluso debajo de sus disfraces. Y cuando el fútbol que tanto te gusta pero al que tanto has llegado a odiar por culpa de cientos de factores –externos los más– que lo desvirtuan y manchan su real espíritu deportivo, entonces precisas encontrar consuelo en los profesionales auténticos, en sus actitudes entregadas y plenas de dedicación, en héroes más anónimos que estrellas que no figurarán en las listas de fenómenos más rodeados de laureles, pero a quien tú no cambiarías por nadie, a quien tú admirarás incluso por encima de las leyendas que has llegado a conocer.

Nadie llamará nunca a Henrik Larsson el mejor futbolista del planeta, pero para mí es mi preferido, como lo fue en su día Michael Laudrup. Fallará algunos remates y se trabará al intentar regatear a un marcador, pero siempre compensará la falta de virtuosismo en sus gestos técnicos con un esfuerzo continuo que rebasa el cien por cien, con desmarques rápidos y precisos movimientos, con generosidad en sus apoyos y en el pase, con inteligencia en su juego de espaldas a la portería, con su decisión en el remate... Pocos como él, callado reserva, necesario suplente a los casi 35 años, hombre de equipo con MAYÚSCULAS, saben ganarse un cariño tan ilimitado en la afición, en el buen seguidor de fútbol.

Gracias por la Champions, Henke. Gracias por hacernos creer todavía en el fútbol. Siempre gracias, crack.

lunes, mayo 15, 2006

BONUS TRACK 6: SATUDAY NIGHT FEVER

Cada uno encuentra la fiebre del sábado noche (o la de cualquier noche de la semana) a su manera.

Mi generación tenía cinco o seis años cuando muchos de nuestros padres compraron el cassette o el vinilo de la banda sonora de la película Fiebre del sábado noche (John Badham, 1977). Habían dejado unos años atrás sus incursiones habituales en las pistas de baile, aunque quizá una vez al mes aún volvían a dejarse danzar bajo las bolas de estrellas al balanceo contagioso y desenfrenado de la ya emergente y entonces consolidada música disco. No pudieron esquivar el impacto que aquel film mitificado con el paso de los años produjo a ambos lados del Atlántico en las horas de ocio de miles y miles de personas. Puede que en el baúl de los recuerdos encontréis arrugadas fotografías de vuestro padre disfrazado cual Tony Manero con el cabello enlacado, un cigarro vacilante colgado en el borde de los labios, las cadenas relucientes alrededor del cuello abierto y el planchado traje blanco brillante sobre un seductor chaleco en un rincón de una perdida discoteca, entre sesión y sesión de baile. A lo mejor aparece en un lateral de la imagen o bien arrimada a vuestro padre una atractiva y sonriente señorita maquillada y enjoyada con los hombros descubiertos y los bajos del vestido a la altura de las rodillas... es la mujer que os trajo al mundo, sí.

Cuando entramos en nuestra primera discoteca ya no quedaban tipos como aquellos. Nueva York quedaba muy lejos, las películas también. Aquí no hay Travoltas, hay productos y mercancía innombrables. Casi treinta años después, las canciones que el actor y sus acompañantes se inyectaban en el cuerpo para no dejar de bailar y ligar durante las ansiadas horas del sábado por la noche conservan todavía su adicción a cualquier hora de la madrugada. Y no sólo los himnos construidos por las gargantas amaneradas de los Bee Gees, cargados de sedosas armonías, ritmos arrebatadores y grititos delirantes. Staying alive, Night fever, More than a woman, Jive talkin’, You should be dancing y la más tierna How deep is your love son cápsulas de baile imperecederas y ya intemporales, pero la banda sonora, una de las más vendidas de la historia de la música –sino la que más– contiene otras piezas de borrachera disco tan vibrantes y mágicas como Open Sesame, If I can’t have you, Manhattan Skyline o la frenética Disco Inferno a cargo de unos también inspirados Kool & The Gang, Yvonne Elliman, David Shire y The Trammps.

Que no pare la música. Que no pare la fiebre.

viernes, mayo 12, 2006

LIVE IN 20: MÚSICAS ATREVIDAS

Tendrá lugar este fin de semana en la sala Playa Club una actuación colectiva con tres bandas que lleva por nombre Retroalimentación ‘06, con el subtítulo de I (Mini)festival de Músicas Atrevidas. He tenido la ocasión de hablar con dos integrantes de sendos grupos coruñeses que participan, Devalo y Triángulo de Amor Bizarro (el otro es los andaluces Sr. Chinarro), y a ambos les he preguntado qué entienden por lo que ellos llaman "música atrevida". Me dieron respuestas parecidas, válidas contestaciones que despiertan el debate.

Que quede claro que el atrevimiento musical que surge de estas tres bandas, una vez tenido mi primer y breve contacto sonoro con ellas, no me convence, es más, me irrita, me aprieta, me incomoda e impulsa a apagar el botón antes de que la mezcla programada (aunque a veces aparentemente aleatoria) de rock cercano al ruidoso kraut rock alemán, la electrónica popera machacona con salpicaduras de jazz y ritmos tecno minimalistas que se apodera de las canciones llegue a su final. A lo mejor es esa la intención atrevida que estos grupos pretenden.

Hoy en día entenderíamos que mucha música que no es popular ni comercial, la que escuchan los llamados 'raritos', que transforma las bases de forma desenfadada, combina elementos de distintas corrientes o estilos y que transmite contradictorias sensaciones (más bien un golpe en el estómago que una brisa en el desierto), es algo así como "música atrevida".
Vale.
Los negros lamentos cantados en los campos de algodón fueron sonidos diabólicos para muchos hombres blancos.
Las caderas danzantes de Elvis fueron gestos lascivos.
Los golpes pirotécnicos de Jerry Lee Lewis a las teclas fueron osadas insinuaciones.
La guitarra enchufada de Bob Dylan fue un infame desafío.
Los efluvios viajeros de Grateful Dead, Love, Moby Grape o Iron Butterfly fueron invitaciones a la experimentación mental.
Los muros sonoros levantados Pink Floyd sofisticaron los métodos de producción.
Los disfraces coloristas de David Bowie le convirtieron en el señor de todas las músicas de un año y disco para otro.
Los festines sinfónicos de Yes, Genesis, ELP y compañía pusieron a prueba la paciencia de los tradicionalistas y destaparon a los puristas.
La rabia urbana de una joven Inglaterra sin perspectivas se tradujo en el vómito sonoro de los Sex Pistols y un puñado de colegas menos terribles.
Los contoneos de pista de baile derivados del soul y el funk llenaron de alegría la vida nocturna.
Esa fiebre trasnochadora vició los ritmos y pintó mucha música y buenos artistas con matices horteras.
Disturbios e injusticias sacaron los arrebatos negros a la calle, entre pistolas y cadenas.
La televisión pintó a los mediocres de anticristos caducos.
Madonna fue virgen después de puta.

Estos ejemplos, creo, representan unas cuantas actitudes musicales y culturales más bien atrevidas, arriesgadas, unas duraderas y otras muertas. Si me pregunto –como hice con los chicos de las bandas coruñesas– , qué es "música atrevida", no puedo más que darme cuenta, a poco que eche un vistazo y una escucha atrás, de que en cada uno de los pasos significativos que ha ido dando la música rock desde sus orígenes no ha hecho sino dar muestras del atrevimiento inconformista y experimentador de una gran parte de sus artistas. Esa mutación constante del rock y del pop, enraizada siempre al curso que va tomando la sociedad y la cultura, enriquece muchas veces el transcurso mismo de la representación artística que es la música y la manera en que lo perjudique o beneficie sólo se entenderá según la interpretación que cada oyente haga de ella. Para satisfacer a admiradores y a detractores (o a los dos al mismo tiempo) no faltarán creadores que no se aparten de los parámetros y esquemas tradicionales, otros los retocarán levemente y otros los transformarán hasta desvirtuar su diseño original y provocar con ello en nuestros sentidos un impacto para nada indiferente.

Todo vale, todo es "atrevido", hasta un concierto de bluegrass en la difunta Studio 54, hasta un festival de hip hop en un garito del desierto de Nuevo Mexico.

lunes, mayo 08, 2006

VOLUME ONE 21: PEARL JAM (PEARL JAM)

Si no fuera por haber crecido y madurado con su música y sus discos, apenas me preguntaría qué me pueden ofrecer a día de hoy Pearl Jam. La expectación, en cambio, está ahí, y por eso me han asaltado unos cuantos interrogantes con motivo del lanzamiento de su octavo álbum de estudio (sin contar la recuperación de sus rarezas), el primero tras su ruptura con Epic para cambiar a Sony. Y ellos, ¿cambian?, ¿aún pueden recuperar algo de la fuerza y el vértigo de sus primeros discos, o continúan instalados en la rutina decente pero algo insípida de sus trabajos recientes?, ¿pueden volver a ser jóvenes o seguir pareciendo unos mayores?

Quizá por haberse mudado de casa e iniciado una etapa nueva Pearl Jam titulan su último disco como ellos mismos, prescinden por primera vez de Brendan O’Brien en labores de mezcla o producción y se lavan la cara sin cambiarse el maquillaje. Tener de nuevo a los primeros rockeros de sus tres discos iniciales es un sueño de otro tiempo, de otra dimensión diría, pero los Pearl Jam de Pearl Jam aún conservan sus ganas de sentirse chicos y lanzarse al público desde el escenario. Ninguna de sus nuevas canciones se parece o alcanzará un impacto en vivo semejante al de Even flow, Jeremy, Animal o Alive, pero persiste en el grupo de Seattle la recobrada voluntad de perder años de seriedad y ganar entusiasmo de juventud. Así (como acierta a situar el mítico y gran Jose), Pearl Jam ocuparía un coherente espacio entre el Vitalogy y el No code.

Y ello se debe a las ganas bien claras que cada uno de sus componentes muestra en el transcurso de las canciones. Los solos de McCready vuelven a adquirir velocidad y alguno se eleva hasta el éxtasis (como en la impresionante canción inicial, Life wasted), los riffs de Gossard son más sucios y pegadizos (Big wave), el bajo de Ament marca más los ritmos (Army reserve), los golpes de batería de Cameron llenan los temas de agresividad (World Wide Suicide) y la voz de Vedder escupe nuevos gritos coléricos que parecían perdidos.

Hay garra y énfasis en Pearl Jam, hay también tranquilos descansos, idílicos por ejemplo en Parachutes y dolidos en Come back. Hay incluso inesperados cambios de ritmo y dirección que, si cabe, pretenden ser la nueva cualidad que define gran parte de sus canciones. Y sí, Pearl Jam siguen siendo una gran banda. Yo seguiré queriendo mermelada de perlas.
Nota: 8/10

viernes, mayo 05, 2006

GREATEST HITS 10: I’M THE OCEAN (NEIL YOUNG)

Como preludio del inminente lanzamiento del nuevo disco de Neil Young, una arenga directa y combativa a que Bush Jr. abandone la poltrona del malpoder de la que el maestro nos brindó ya un adelanto, se le ocurrió al bueno de Jose pedir que la cadena de música del Tribeca vomitase otro manifiesto del canadiense perpetrado allá por el ecuador de los noventa, I’m the ocean, incluido en el sublime álbum Mirror ball, que los ahora desmejorados Pearl Jam engrandecieron como banda de acompañamiento.

En aquellos días muchos lo aventuramos, que I’m the ocean tenía sangre inmortal, un vigor sin fecha de caducidad, una huella incrustada en el cemento. Tan cierto fue entonces como ahora, diez años transcurridos desde que Neil Young montase a lomos de su océano y lo hiciese cabalgar a lo largo de siete intensos y imparables minutos.

Guardada la distorsión, las guitarras conjuntadas de Gossard y McCready y la batería insistente de Jack Irons orientan en línea recta y sin detención un intenso tema de carretera desierta que Young convierte en un manifiesto de su independencia ("la gente de mi edad no hace las cosas que yo hago, van a alguna parte mientras yo me escapo contigo"... "estoy flotando porque no me ato al suelo") salpicado de imágenes oníricas, censuras a la rutina y al conformismo y rebosante de la libertad de un caballo loco sin jinete.

"Estoy en un carril equivocado
intentando girar contra la corriente.
Soy el océano,
soy la resaca gigante"

Un océano hasta la eternidad.

miércoles, mayo 03, 2006

LIVE IN 19: CHRIS HILLMAN

La música es sentimiento, ¿verdad? Rabia, alegría, ira, combate, preguntas y respuestas, enfado, euforia, rebeldía, bienestar, dolor, amistad... La música es emoción. Para quien está delante y para quien está debajo enfrente, a ambos lados de la guitarra. ¡Qué fácil es ser bueno, sencillo y grande! Llega una guitarra y una mandolina. Una voz añeja y con buena salud, dos valen también. Un buen oído y la imaginación conducen a la magia.

Una pradera. Un caballo. Una camioneta. Camisa vaquera. El cabello encanecido. El flequillo perdido. Un bigote cordial. Una granja. Trabajo en el campo. Un vaquero en la montaña. The Byrds. California. Juegos de voces suaves. La taberna el sábado por la noche. Cervezas y tequilas. Una jukebox. Hickory wind. El amanecer desde la ventana. El atardecer desde el porche. Stephen Stills. Mr. Tambourine. Turn! Turn! Turn! Los dedos gruesos cabalgan el mástil corto. Trémulas las cuerdas. Se alarga la voz y festeja el aullido. “No vas a ninguna parte”. Nadie te espera. Solo en la carretera. Easy Rider. Bob Dylan.

Chris Hillman un martes de mayo por la noche en el Playa Club de A Coruña. ¡Qué fácil es ser bueno, sencillo y grande!

VOLUME ONE 20: SUBTÍTULO (JOSH ROUSE)

Cuando esperas que un disco sea bonito porque los anteriores de su responsable conservan un encanto perdurable una y otra vez que los escuchas, y te encuentras con que el nuevo trabajo rebasa las expectativas y alcanza un grado más alto de hermosura sin transformar para nada sus líneas maestras... entonces agradeces que tipos como Josh Rouse mantengan el ritmo y el tono, que bañen su melancolía de brisas optimistas una vez al año y llenen su discografía de maravillas relucientes como Subtítulo, su producción de 2006, la sexta de estudio de este joven de Nebraska, alabado posts atrás en Tribecasessions.

Su reciente matrimonio y su traslado residencial a España, al Puerto de Santa María en concreto, rodean la gestación de Subtítulo, un menú de canciones veraniegas, literatura sencilla y voces cálidas, instrumentación clara y entornos pacíficos, melodías para disfrutar en las terrazas bajo un manto de sol y rodeado de las voces risueñas de las chicas en bikini y el rumor de las olas surferas, aceitunas patrias o helados derretidos.

Las caricias musicales de Josh Rouse, con Brad Jones de nuevo en los controles y las teclas y apoyado por sus pocos músicos de confianza, pertenecen a otra época, se cargan de sensaciones inusuales y se reciben como un bálsamo contra el estrés entre los ruidos de estos tiempos. El bienestar de su vida en otro ambiente se percibe en los tres cortes iniciales, Quiet town, Summertime e It looks like love y el reposo se apodera de La Costa Blanca, El otro lado o la más mustia Jersey Clowns. Un frescor delicioso. Sólo le achaco sus escasos 33 minutos.

Nota: 7/10