viernes, octubre 31, 2014

BONUS TRACK 136: WHEN THE WORLD KNOWS YOUR NAME (DEACON BLUE)


Rescatemos música salvable de los años 80. En aquella olvidable década en la que el pop se decantó por el populismo facilón y comercial y explotó afluentes como el baile y la electrónica, nacieron en Glasgow Deacon Blue. Su segundo álbum, When the world knows your name (1989), sucedió a un exitoso debut, Raintown, y tuvo un par de singles que sonaron mucho (Wages day y Real gone kid). El disco tiene otros temas con gancho, animosos y elegantes, bien armados y mejor interpretados, como Fergus sings the blues o Love and regret. Eran un sexteto majo, alegre, con una vena de soul. Al escuchar When the world… tengo la sensación de entrar en una gran ciudad (¿Glasgow? No precisamente), de dejarme llevar por su corriente y contagiarme por su jovialidad, de querer quedarme a vivir allí un tiempo. El grupo sigue sacando discos, pero no les he escuchado ninguno más.

Mi breve historia con Deacon Blue nació por accidente. Le había pedido a mi madre que me fuese a buscar un disco de U2 (no recuerdo cuál) a la tienda donde más música compraba. Como habían agotado el álbum que yo quería el chico de la tienda (con quien aún me veo a veces), conociendo ya los gustos que yo empezaba a mostrar, le recomendó When the world knows your name. “¡Pero qué es esto!”, exclamé a mi madre, decepcionado. “Me dijo el chico que te puede gustar”, respondió. “Bueno, no está mal”, dije tras la primera escucha. Veinticinco años después digo que está verdaderamente bien.

jueves, octubre 30, 2014

BONUS TRACK 135: RELISH (JOAN OSBORNE)


Tiene casi veinte años este disco pero suena como si hubiera salido del horno hace bien poco. Destilado, gustoso, duradero. Vale de ejemplo para realzar una colección de temas superiores, y de distinto acento, al flojo single que contiene y que puso en el mapa a su autora. Porque en Relish (1995) hay mucho más y mejor que la canción One of us. ¿La recordáis?: un temita blando, muy gastado por las radios, presente quizá en la escena tierna o ñoña de una peliculita americana. Joan Osborne ya había recorrido garitos en New York en los primeros noventa, había publicado un disco y no pensaba más que en dedicarse a cantar. Relish es el segundo álbum, con más inversión y claridad de ideas pese a su diversidad de estilos. Además del hit popero que lo ayudó a venderse, hay temas buenísimos con raíces country y blues, con calado y sentimiento: Dracula moon, Right hand man y una de las mejores versiones de una pieza de Dylan que he oído nunca, Man in a long black coat.

No he seguido mucho a Joan Osborne, no me gustaron un par de discos posteriores y no la escuché con miembros de los Grateful Dead; pero tras recuperarla con Trigger Hippy, donde está de vicio, he disfrutado con Relish.

jueves, octubre 23, 2014

BOOTLEG SERIES 40: O.V. WRIGHT


Supe de su nombre por Nick Hornby, que lo incluyó en su ejercicio de melomanía íntima 31 canciones. Pero me desentendí enseguida, no tuve la curiosidad de descubrir qué había detrás del nombre y la canción. Supe de su voz y su música porque María escuchó el tema que para el escritor inglés es tan especial durante la lectura de su libro. “¿Sabes quién canta?”, me preguntó. “Ni idea”. Un tal O. V. Wright, la O de Overton, la V de Vertis. Ni remotamente familiar me sonaba. “Pero qué bueno”, dije.

Busquemos entonces: uno de esos hombres del soul pertenecientes a divisiones menores aunque con algunas creaciones de primera categoría. That’s how strong my love is, por ejemplo. No es que cante de locura el tipo, a veces le sale un falsete algo femenino, y según qué piezas, parece que ha perdido los dientes y empapa el micro de saliva mientras canta. Pero tiene gancho, y fuerza, y ese gen irresistiblemente sensual con el que la naturaleza bendice a unos cuantos ‘soul men’ negros. Wright no grabó mucho, tuvo problemas con la ley y las drogas y murió en 1980 a los 41 años.

María escuchaba cada canción escogida por Hornby mientras leía las líneas que le dedicaba. Al llegar a Let’s straighten it out, de O. V. Wright, subió el volumen. Qué pasada. Escuchadlo. Me acerqué a darle un beso mientras la saliva del tipo no dejaba de saltar. Por eso, y por tantas cosas, la quiero tanto.

VOLUME ONE 344: TRIGGER HIPPY (TRIGGER HIPPY)


Alrededor de los Black Crowes se escucha el graznido de sus aves formando parte de otras bandadas. Con Chris con el piloto en sintonía psicodélica y Rich más contenido en paralela aventura rockera algo distante, son su fichaje más reciente para la sección de guitarras, Jackie Greene, y su permanente baterista, Steve Gorman, quienes más se aproximan al sonido y al estilo de los Crowes como miembros de Trigger Hippy. Todos tienen trabajo este mismo año, mientras los cuervos reunidos descansan. Greene y Gorman forman parte de una banda asentada en Nashville desde 2009 y completada por la vocalista Joan Osborne y dos avezados músicos locales de sesión. Suena bien su primer álbum, Trigger Hippy (Rounder, 2014), muy bien: entra en línea recta, es nítido y caluroso, y está diseñado con la infalible fórmula de la pasión y el oficio en perfecto equilibrio y al servicio del rock and roll de esencia americana.

Nota: 8/10

sábado, octubre 18, 2014

LIVE IN 164: LIVE WOODSTOCK


Música, paz y amor, sí. Y drogas, suciedad y caos. Agosto de 1969.
Quienes no estuvimos en Woodstock podemos acercarnos con mucha precisión a su espíritu y a esas sensaciones que las imágenes nos han dejado intuir todos estos años si nos lanzamos de cabeza a las páginas de Woodstock. Three days that rocked the world, una magnífica edición de Mike Evans y Paul Kingsbury con la crónica de aquellos tres días, los antecedentes sociales y musicales que condujeron a un acontecimiento de tal magnitud y la repercusión que alcanzó su celebración en los años posteriores. También podemos comprender con rigor la relevancia histórica, sociológica y cultural de aquella multitudinaria concentración de jóvenes para escuchar música, convivir a la intemperie, drogarse y conocerse a sí mismos en un tiempo en el que USA estaba a punto de perder su inocencia… o aquello que se le pareciese.
En serio, meterse en este libro, con sus luminosas fotografías, los testimonios de organizadores, músicos, técnicos y simples ayudantes del festival, reseñas de prensa y textos contextualizados, es sentir la lluvia y el barro resbalando por la piel, aspirar el sudor brumoso de los cuerpos jóvenes y la esencia áspera de la marihuana, respirar una libertad sin tiempo y oír a lo lejos el rumor insinuante de una música irrepetible.
Del equilibrio en que se asienta la escritura objetiva y los recuerdos personales de los artífices y protagonistas de este libro con tanta vida extraes unas cuantas curiosas conclusiones. Una de ellas, parece mentira, es que la música de Hendrix, Santana, CSN&Y, la Creedence, The Band, Sly, Havens, The Who, Baez y tantos, en realidad, era lo que menos importaba.

miércoles, octubre 15, 2014

VOLUME TWO 69: THE STONE ROSES


Yo no tuve mi etapa Stone Roses. De hecho, escuché sus discos con motivo de un viaje de unos pocos días que hice a Manchester hace tres años. Ya digo, en el bachillerato, por finales de los ochenta, me desviaba hacia bandas de Londres o pasaba demasiado tiempo en Irlanda mientras algunos compañeros se dejaban cautivar por los embrujos zigzagueantes de los Stone Roses. Ahora me acabo de dar un empacho audiovisual de The Stone Roses con la película británica Spike Island, en la que unos chavales planean un viaje para ir al concierto de reaparición del grupo a comienzos de esta década, y con un documental sobre la banda del magnífico director inglés Shane Meadows (Dead man’s shoes, This is England). Una cosa y otra me han hecho imaginar y comprender el impacto que en su momento causaron estos gamberretes de Manchester.
Con la perspectiva que facilitan las incontables horas de aprendizaje y vicio musical, Stone Roses se revelan como el eslabón coherente que recoge las esencias de grupos como The Cure o Echo & The Bunnymen y allana el terreno para que lo arrase la oleada de brit pop liderada por Oasis. Cuesta creer que sus peleas acabaran con ellos tras solo dos discos cuando los Gallagher se han mantenido juntos más tiempo. Hoy su música conserva el atrevimiento sobrado de sus inicios mocosos, el hechizo espontáneo de sus primeros éxitos y la evasión contagioso que pervive en canciones buenísimas como Waterfall, Love Spreads, Breaking into heaven, Fool’s gold o ese himno efervescente que es I wanna be adored.

Todo eso lo refleja Spike Island y sobre todo el documental de Meadows, The Stone Roses: made of stone, cuando los fans de entonces guardan aún ahora fidelidad inquebrantable a un grupo que estuvo separado durante 15 años y se reunió para volver a llenar grandes espacios y demostrar que nunca han dejado de ser jóvenes.

BOOTLEG SERIES 39: TIA BLAKE


Traigo otra de esas historias que, como la de Judee Sill o la de la reseñada aquí unos meses atrás Karen Dalton, reviven a un músico olvidado o que no tuvo ni tiempo para ser recordado. Alguien de quien apenas hay información, dos o tres imágenes tomadas en el mismo lugar, y una obra muy escasa. Entonces un sello pequeño la desoxida y la da a descubrir, sin más trascendencia que la que en su día tuvo, y que fue mínima. Con la reedición de un disco, como en este caso. Hablo de Tia Blake, de quien nunca había oído hablar hasta hace unos pocos días. Solo hizo una grabación, dicen que solo dio una actuación en vivo. En 1971 vivía en París y grabó unas cuantas canciones folk junto a otros dos músicos franceses. Folksongs & Ballads es el título de su único disco, refinada paleta de bellas canciones tradicionales interpretadas con la delicadeza de una voz preciosa y penetrante. ¿Quién era Tia Blake, esa hermosa joven que incrusta su mirada y sus pensamientos en el vacío o el infinito que tiene delante? Parece ser que la chica, americana, se volvió años después a EEUU y nada más se supo de ella.

domingo, octubre 12, 2014

VOLUME ONE 343: WE GO HOME (ADAM COHEN)


Padres e hijos. ¿Se hereda el gen de artista? ¿La poesía, la música, la pintura… son virtudes de la misma sangre? ¿Las cualidades creativas del padre las perfecciona el hijo o son inalcanzables? Me pregunto esto al escuchar por segunda vez a Adam Cohen. Primero fue con Like a man (2011), ahora con We go home (Cooking Vinyl, 2014), que me gusta más. Tiene otros dos álbumes anteriores el hombre. Desconozco de qué modo se han entendido padre e hijo en vida, de qué manera Leonard ha legado a Adam, hijo también de la musicalizada Suzanne, la fuerza expresiva de la canción. A veces se me parecen, en el deje caído de un verso o en la intensidad emocional de una línea cantada. El Adam Cohen de We go home es contenido y elegante, más cotidiano y menos grave que su padre. Leonard ha trabajado un bonito disco este año, Popular problems; Adam también. Buena música en familia.

Nota: 8/10

sábado, octubre 11, 2014

CASETES DE OTRO TIEMPO


De vez en cuando necesitamos ordenar y ordenarnos, revisar y recomponer, desechar y conservar. O hacer sitio a lo que vendrá si contamos con poco espacio. Escogemos una tarde para acabar cansados de tanto vaciar cajones, romper papeles o meter en bolsas ropa que ya no sirve, cambiar cosas de sitio y pensarnos qué hacemos con esas otras que no nos atrevemos a tirar. Las (los) casetes.

Ahí están repartidos en cajones y armarios. Ya no tengo ni cómo escucharlos. Algunos también los tengo en cd, o en vinilo (esos no los tiro), o en mp3. Pero, ¿y los que continúan solo en ese formato? ¿Los voy a convertir a otro? Porque te sorprendes entonces por guardar discos que te preguntas por qué los grabaste en su día con lo malos que te parecen ahora; o tratas de averiguar qué te gustó tanto entonces y ya no te dice absolutamente nada; o no consigues recordar quién demonios es este tío o este grupo que en día muy lejano de tu adolescencia o juventud llegaste a grabar en una cinta.

¿Por qué tienes aún guardado por alguna parte casetes de Helmet, Rollins Band, Killer Barbies, Jarabe de Palo, Gary Moore, Kiss, Skunk Anansie o unas cuantas bandas que una vez hicieron música en tu ciudad, que sabes, dirías con toda seguridad, que no vas a volver a escuchar en tu vida?

martes, octubre 07, 2014

VOLUME ONE 342: PRÍNCIPES VENIDOS A MENOS (EN CASA DEL HERRERO)


O románticos del rock and roll. Hacer buen rock and roll es fácil. O lo parece. El ingrediente básico es el sentimiento, el que perdura sin desvanecerse. Hace falta también ese buen gusto que nace del oído curtido y curioso, el que ayuda a cruzar con naturalidad el blues, el country, el rock y todo cuanto eche chispas sobre la partitura. Lo tiene, ese buen gusto, Eduardo Herrero, el tipo alto de las gafas oscuras al frente de En casa del Herrero, estos coruñeses que hacen entrega de su álbum Príncipes venidos a menos (Mandeo Records, 2014).

Me despitan los saltos de idioma, una flauta dulce que hace algo melosa una canción y algunos parajes en castellano evocadores de Los Secretos. Son resbalones menores. El disco se sostiene con sus virtudes, que son más: la sencillez y el oficio de sus instrumentistas sobre todo, apuesta eficaz que hace que escuchándolo te acuerdes de Elliot Murphy, Johnny Cash, Bruce Springsteen, Willie Nile o Bob Dylan, cómo no. Nile aparece adaptado por Herrero junto a ‘covers’ imprevisibles de Roddy Hart, Jack Hardy y… toma ya, Immaculate Fools. Y queda bien, bastante bien.

Pasé un par de noches dylanianas con Eduardo Herrero, frente al maestro en primera fila, o casi. Otra delante de Lou Reed; él vibraba, yo no tanto. A distancia lo seguí con The Highlights, la banda suya y de sus colegas que versionaba los temas de Infidels, Highway 61 y Blood on the tracks en los locales de mi ciudad. Tiempo atrás fuimos compañeros de rutinas deportivas, él en su medio, yo en el mío; una vez nos apañamos al borde del ring en una gala de boxeo y kick boxing que él narraba para la televisión. Durante un año o más lo veía en pantalla, en sus crónicas informativas desde New York. La última charla musical que tuvimos fue poco después de que saliera a la venta Modern times. Y la última vez que nos vimos, una noche de vuelta a casa, me dijo con prisas que el día anterior se había casado. Me alegro por él, me alegro por su música.

domingo, octubre 05, 2014

LIVE IN 163: JUKEBOX, REPLAY


Por exceso de novedades o por defecto de tiempo o de ganas, es mejor dejar constancia de juicios de forma telegráfica. Para hacernos una idea sin profundizar más. El año pasado por estas fechas despachaba discos en este blog con cuatro o cinco líneas. Ahí va otra ración:

-John Mellencamp / Plain spoken: Es raro que se equivoque, pero hace tiempo que no me entusiasma; ahora tampoco. No se sale de la pista, pero no acelera. Aunque temas sueltos funcionan muy bien, el conjunto es plano, rutinario. 6/10
-Leonard Cohen / Popular problems: No soy devoto, pero vaya, no se me escapan sus discos. Ahí en su gravedad flotante está un vetusto encanto. Old ideas estaba bien, ahora se espabila, alegra sus canciones. Su mejor disco en años. 7,5/10

-Marianne Faithful / Give my love to London: Se pide paciencia para que su voz fracturada no te estropee la escucha. No es de perfiles fáciles, entra en texturas y ambientes imprevisibles, pero este menú de versiones resbala por cojera. 4,5/10

-Justin Townes Earle / Single mothers: Otra oportunidad malgastada. Sigo sin encontrarle alma. El chico factura discos cortos carentes de emoción. Esperas a que dé muestras del fulgor de su linaje y nada, la aguja ya se levanta. 4/10

-Dawn Landes / Bluebird: Como sin querer, de puntillas y silenciosa, esta chica me dice cosas que no se pierden entre sinsabores, que se quedan cerca. Disco descansado este, envuelve con delicadeza tiernas sustancias. 7/10

-Chuck Prophet / Night surfer: Le siguen lloviendo halagos, aunque me parecen lejanas sus mejores obras. Hay alguna pieza electrizante, chispazos aislados en un repertorio correcto que no marca huellas. 5,5/10

-Jackson Browne / Standing in the breach: Menos mal, sus anteriores trabajos eran sintonías para echar la siesta. En algún tema recupera el hechizo juvenil de sus inicios, en otros, la solidez de sus galones. Con muy buenas compañías. 7/10
-Tweedy / Sukierae: Para empezar, es largo; para seguir, se añora lo que Wilco hubiera hecho con la flaca figura de estas canciones de su vocalista y su hijo, experimento prometedor a ratos, también desproporcionado y sin definición. 4/10

miércoles, octubre 01, 2014

VOLUME ONE 341: DOWN WHERE THE SPIRIT MEETS THE BONE (LUCINDA WILLIAMS)


Me ha costado arrancar, no sabía como empezar a reseñar un disco tan tan tan bueno. No hay mucho que decir cuando dejarse llevar por la corriente de la música superior, ideal, lo explica todo. Porque hay discos que tienen un pulso único, una vida y un aura auténticos. Lo tiene Down where the spirit meets the bone (Highway 20, 2014), la última entrega de, sí, esta vez de nuevo maravillosa, Lucinda Williams.

Hay álbumes cortos que rondan la media hora a los que le sobra todo; y hay discos largos, que superan la hora y media y hasta los 100 minutos, a los que no les sobra nada. Salvo el primer tema, un lamento desnudo que por fortuna se presenta introductorio y hace temer un tedioso descenso a los infiernos oxidados que acostumbra a describir la cantautora de Louisiana, a Down where… no le sobra nada. Lo que empieza desde Protection, el segundo corte, es impecable. Lucinda gime, cabalga, se retuerce, llora y añora. Con una música vibrante y estremecedora. Y unos juegos de guitarras extraordinarios que hermanan con sutil precisión las cuerdas de Bill Frisell, Doug Pettibone, Tony Joe White y Jonathan Wilson.
Down where… nace en el sello propio de la autora, que produce la obra junto a Tom Overby y Greg Leisz. De ahí se entiende la prodigiosa arquitectura guitarrística del disco. Son todos temas notables, alguno sobresaliente (Burning bridges, Big mess, Everything but the truth, Walk on) y uno de ellos, Foolishness... mayúsculo, imperial.

Nota: 9/10