jueves, marzo 30, 2006

VOLUME TWO 14: BETH ORTON

Una vez, hace varios años, escuché una canción en la radio que no me pude quitar de la cabeza en días. Recordaba sus compases, su estribillo, la voz lastimera de la mujer que cantaba, la transparencia de su guitarra acústica y el murmullo quejumbroso de la eléctrica, y la sensación que me transmitía el comienzo del tema, como cuando arrancas el motor del coche para alejarte varios días de tu hogar para perderte; pero me había olvidado del título y del nombre de la chica, sólo recordaba una ‘o’ inicial en el apellido. Meses después volví a ‘cazar’ la misma canción en la radio y ya no se me olvidó. Escuché el disco antes de comprarlo y el conjunto no me gustó tanto como el tema inicial, así que me guardé el dinero en el bolsillo o lo invertí en otro disco. Pero unos años más tarde, en una fase de exploración de la música de muchas solistas variadas, conocidas unas, desconocidas las más, y gracias a la generosidad del maestro José Luis, volvió a caer en mis manos aquel disco. Mi valoración cambió. Aquel me parece el mejor disco de Beth Orton, se titula Central Reservation, y Stolen Car, su tema de despegue, su canción más admirable, la mejor de su carrera.

En diez años tiene esta solista británica cuatro álbumes, el más reciente aún caliente en las estanterías de las tiendas, Comfort of Strangers (2006). Son curiosas las inquietudes de Beth Orton: su primer proyecto musical fue un dúo con el productor William Orbit, un tipo más allegado a la música electrónica y al baile, a las mezclas sobre todo; también la chica ha intervenido en trabajos de los agitables, pegadizos pero machacantes Chemical Brothers; pero bajo la manta electrónica que cubre algunas de sus primeras canciones, así como los elaborados mixes de temas más reconocibles, descansan sustancias que acercan o sitúan su música en el terreno de los autores de pop folk. Así, Nick Drake y Joni Mitchell podrían ser la inspiración creativa de Beth Orton y Aimee Mann, Mazzy Star o Tindersticks serían contemporáneas de estilo.

Trailer Park (1996) la dio a conocer. Es un debut algo espeso, al que los arreglos electrónicos, samplers y ritmo bailables no le hacen favor. Fue muy bien acogido por la crítica y alguna pieza esencialmente pop luce entre un contenido cansino que parece sostenerse como quien lo hace tras ingerir una pastilla estimulante en un garito sospechoso y se mantiene minutos flotando. Central Reservation mejoró su progresión, quizá en parte por el efecto de los acompañantes de estudio, Dr. John, Ben Harper y Terry Callier incluidos. Además del inicial y soberbio tema, Stolen car, el álbum contiene armonías sosegadas como la de Stars all seem to weep, algunas intrigantes, y un conmovedor dueto con el gran Callier, Pass in time. Este segundo disco hizo ganar a Beth Orton premios a uno y otro lado del Atlántico y le ayudó a establecer provechosos contactos para futuras creaciones. Así, Daybreaker (2002) completó la primera trilogía de su obra con la intervención de músicos como Emmylou Harris, Johnny Marr, Ryan Adams y el mítico Jim Keltner en la batería. El tercer disco prosigue los caminos emprendidos en su anterior trabajo, aunque las vías de tránsito electrónico quedan más cerradas y el resultado es más contenido, un producto de pop-rock con brisas folk y melancolía en la interpretación. Es la voz quebrada de Beth Orton, palabras y quejidos débiles que tienen miedo a romperse, su huella imborrable, una señal que la identifica y que empezaba a echarse en falta.

Comfort of Strangers tiene menos presencia estelar en su reparto. Produce Jim O’Rourke, hombre ligado a sonoridades más agresivas como las de Wilco y sobre todo Sonic Youth. Su efecto, junto a las composiciones todavía tranquilas de Beth Orton, da como resultado un disco sin florituras, bello, de canciones cortas y líricas, contenidos y cuidados pianos, voces para descansar... en la carretera a muchas millas de casa.

domingo, marzo 26, 2006

LIVE IN 13: MOTHER TRUCKERS (MOTHER SUPERIOR + DRIVE-BY TRUCKERS)

Casi de un día para otro me planté en una sala de conciertos para asistir a una prometedora doble sesión de los grupos norteamericanos Mother Superior y Drive-By Truckers. Animé al mítico Quiroga a que me acompañase y nos pusimos en marcha camino de Gijón para disfrutar al máximo y sin decepción alguna de una colosal e inolvidable noche de rock and roll en el Parque del Piles, a la vera de las olas asturianas.

Mother Superior abrió la noche como perfectos teloneros de los DBT y en 50 volcánicos minutos de heavy soul avasallador se metieron a una entregada audiencia de unas 300 personas en el bolsillo. De su último álbum, el incendiario Moanin’, rescataron un puñado de canciones vigorosas, repasaron algunos temas de discos como Sin y Deep y agitaron en dos jugosos medleys estrofas reconocibles, entre otras, de los Rolling Stones (Get off of my cloud) y Led Zeppelin (Comunication Breakdown). Jim Wilson aprendió de su ex jefe de discos y giras Henry Rollins la habilidad para parecer que canta cuando sólo grita y con su Gibson inseparable en las manos y su clásica gorra en la cabeza se exhibió como un carismático líder y un guitarrista poderoso. Con sólo las cuerdas de Wilson, los dinámicos juegos de bajo de Marcus Blake y la agresiva batería de Matt Tecu, Mother Superior parecen desprender el sonido de más rockeros en escena, pero el trío se basta para contagiar a la audiencia del entusiasmo con que tocan.

El listón quedó muy alto para el grupo estelar de la función. Sí, pero los Drive-By Truckers se lo habrían puesto también por los cielos a Mother Superior si el orden de conciertos hubiera sido distinto. Tres rugosas guitarras unidas en armonía, consignas y recuerdos del estilo de vida sureña y unos cuantos lingotazos a morro de botellas de Jack Daniels sacaron a los Lynyrd Skynyrd a flote. El grandullón Patterson Hood lidera a los ‘camioneros’ con dramatismo contenido en sus versos y una sonrisa siempre dispuesta, pero la sequedad (y el acento casi incomprensible) del veterano Mike Cooley y la tardía energía del jovencito Jason Isbell consiguen convertir su directo en una experiencia acogedoramente familial. Los DBT acaban de publicar disco, el más relajado A blessing and a curse, del que no faltaron cortes de enganche fácil que ganan fuerza en vivo; una hora y media larga dejó sitio a grandes piezas de la megalómana Southern Rock Opera, del más alegre Decoration day y del impresionante The dirty South. Faltaron algunas de sus mejores melodías, un mal menor, inapreciable, tras un concierto que regaló asombrosos solos repartidos entre sus guitarristas, sentidas interpretaciones vocales de Hood, Cooley e Isbell y canciones crepusculares bendecidas con emotivos estribillos. El torbellino del Sur.

jueves, marzo 23, 2006

LIVE IN 12: CANCIONES PARA CADA MOMENTO

Creo que fue al director de cine Cameron Crowe a quien le oí decir que tenía por costumbre desde que era un adolescente grabar cintas cada uno o dos meses con la música que escuchaba durante ese tiempo. Iba así creando una permanente pero también variable banda sonora de su vida para recordar lo que escuchaba a cada edad. ¡Qué bonita expresión! ¡La banda sonora de nuestras vidas! Cada uno tenemos una distinta a la del resto de los mortales y sólo quienes nos conozcan muy bien podrán acercarse a entender y quizá a compartir la fuerza de esas canciones especiales de nuestra vida. Yo espero poder completar la mía dentro de muchos años. En ella quizá figuren muchas de las canciones ideales (los discos enteros a veces) para escuchar en determinados momentos. De día, de noche, de camino al trabajo, de marcha, de viaje, cuando pisas la arena de una playa, cuando te pierdes en un bosque; cuando te levantas o cuando te acuestas.

Por ejemplo... me gusta conducir (esto no en un anuncio de la tele), y sobre todo, escuchar música de camino a alguna parte por la autopista, mejor por una carretera. Prefiero la noche; varias veces hemos hecho pequeños viajes mi hermano y yo acompañados por canciones cuidadosamente seleccionadas antes para que al escucharlas por la noche ‘on the road’ nos produjesen un placer todavía mayor al que ya nos dan. Si tuviera que escoger una canción, así sin pensar mucho, sería Little Girl Blue, por Janis Joplin; y un disco entero, Essence, de Lucinda Williams, si el clima lo permite con las ventanillas bajadas.

Cuando el año empieza y piensas en todo eso de los nuevos proyectos y las nuevas cosas que vas a hacer, miras siempre hacia adelante y te anima Bob Dylan cada vez que canta Like a rolling stone. Pasan los días y los meses y puede que una fresca canción de Jack Johnson te haga más gratos tus baños en la playa; si te dejas llevar en tren o en autobús de viaje, arrima la cabeza al cristal para sentir The Weight de The Band o Lodi, de la Creedence, como pasajeras y acompañantes. Después vendrán las lluvias y el frío, las lecturas junto a la estufa, y cualquiera de esas músicas para películas compuestas por Thomas Newman (The horse whisperer, Road to Perdition...) serán la mejor ayuda para tus pensamientos.

Cuando la madrugada se acaba y el domingo enseña su luz, llegas solo a casa y cansado, pero justo antes de dormirte aún preparas en tu walkman una última serenata y dejas que a través de los auriculares llegue a ti Bruce Springsteen con su melancólica New York City Serenade.

Y si estás con tu chica o tu chico, si os abrazáis para consolaros o sentiros más cerca uno del otro, si os dejáis mecer por el silencio, si os empezáis a quitar la ropa muy despacio, si os reencontráis después de semanas o meses sin veros, ¿por qué no Sweet thing, de Van Morrison, y de paso todo el álbum Astral weeks hasta el amanecer?

Y siempre, para lo que sea, cuando sea y con quien sea, With or without you. U2.

Nunca olvides la banda sonora de tu vida.

VOLUME ONE 17: MIND HOW YOU GO (SKYE)

¿Qué pasó con Skye Edwards, la solista original de Morcheeba, etérea voz en Big calm, estimulante bálsamo en Rome wasn’t built in a day? Eso me pregunté cuando disfruté de una forma diferente The Antidote, el fantástico último trabajo de la banda inglesa con otra mujer de cantar más robusto al frente. Por suerte, la negrita y sensible Skye no le ha dado la espalda a la música y en este 2006 publica con su nombre de pila su primer disco en solitario, Mind how you go, grabado en Los Angeles. Parece ser que tras superar una etapa de colapso creativo ha vuelto a recobrar la iluminación y trasladado sus emociones a las once atractivas canciones confesionales que reúne en su álbum de (re)presentación.

Morcheeba ha quedado atrás, pero no tanto, aún se aprecian sus huellas. El aire desahogado de los primeros discos de la banda de los hermanos Godfrey asoma tímidamente entre las notas de Mind how you go, un pop de texturas ambientales decorado por pinceles trip hop y sonido Bristol; pero el arreglista y productor Patrick Leonard, currante para Madonna, transforma la pacífica voz de Skye y sus relajadas composiciones en temas que se sienten como una brisa para el reposo, el preludio de una siesta. Un single de garantía, Love show, abre el disco, seguido por salteados cortes de intensidad en aumento pero moderada (Say Amen, What’s wrong with me), canciones arregladas con esmero y destreza (Stop complaining). Agradable, distendido, aunque no redondo, le falta el postre.
Nota: 7/10

lunes, marzo 20, 2006

VOLUME ONE 16: 12 SONGS (NEIL DIAMOND)

¿Recordáis mis comentarios recientes sobre Rick Rubin? (tres posts más abajo) Pues si no fuera porque el gigante barbudo está en la mesa y los controles de las últimas 12 canciones de Neil Diamond, dudo que hubiera comprado el último disco del solista y compositor neoyorkino. Mis respetos para Neil, de antemano. Ha dotado de material a muchísimos músicos, tantos como los que le han versioneado, ha publicado una cuarentena de discos desde 1966 y mamado mucha carretera. Y tiene unas cuantas canciones deliciosas, empezando por la muy mitificada Sweet Caroline. Pero siempre hubo algo que me apartó de su música y despertó en mí poco interés por conocerlo mejor; no sé, su enlacado peinado en ocasiones parecido al de El Puma, un misterio reservado detrás de sus gafas de cristales grandes, sus trajes horteras de los años setenta, el tono apesadumbrado y si cabe solemne de sus interpretaciones vocales.

El caso es que 12 songs, firmado por Diamond y labrado por Rubin a lo largo de 2005, ya forma parte de mi discografía y confirma mi admiración por el sonido pulido del productor que mejor resucita a grandes músicos olvidados. Después de Johnny Cash y Donovan, Rick Rubin se ha puesto en contacto con Neil Diamond para compartir horas y horas de repaso a discos e intercambiar ideas de colaboración. El músico sacó la pluma inspirado por su nuevo amigo y en pocos meses llenó libretas y gastó lápices con un cargamento de nuevas canciones. Doce seleccionaron finalmente (una más y otra toma alternativa componen la edición del disco en realidad), puede que el resto aparezca en más volúmenes.

Se agradecerán. Porque ya es un obsequio de lujo el contenido que llena 12 songs, un repertorio limpio y desnudo de piezas acústicas entregadas con mimo y entusiasmo por un Neil Diamond que no se aparta de su estilo y las sigue recitando con creciente y afectada emotividad. Aunque los mejores temas tardan un poco en aparecer, lo hacen con garra (Delirious love, presente dos veces, la segunda con las voces frescas y surferas de Brian Wilson), preciso ensamblaje sonoro (I'm on to you, Man of God), y optimismo (la última We). Instrumentación justa y concisa, guitarras claras y perfectas y los teclados envolventes de un trotabandas como Benmont Tench sacan todavía más brillo a las canciones de Neil. Bonito, muy bonito. Thanks Mr. Diamond. Thanks Mr. Rubin.

jueves, marzo 16, 2006

GREATEST HITS 9: THE NIGHT THEY DROVE OLD DIXIE DOWN (THE BAND)

Me incomoda y harta que algunas buenas canciones de rock (sus estribillos, casi siempre) se griten en grupo por quienes no nos dedicamos a esto de la música en momentos especiales, cuando un equipo gana un campeonato deportivo, por ejemplo, o cuando suenan en un bar hacia el final de la noche, en el momento en el que la comunicación fluye mejor entre los hielos de una copa de whiskey y no bajo la espuma de un café. Queen, U2, Oasis, Red Hot Chili Peppers, Rage Against the Machine... tienen material que se presta a la exaltación colectiva. Pero recientemente, de viaje por el Tribeca, he redescubierto uno de esos temas de emoción compartida que, por el contrario, he disfrutado en solitario entre tarareos e íntimos pensamientos. Se lo debo a una de las bandas por las que siento más cariño, simplemente The Band.

The night they drove Old Dixie Down es un crudo cántico de orgullo sureño ambientado en la Guerra Civil americana, pero del que ni siquiera me importa el sentido de su letra porque prefiero quedarme con el sentimiento con el que está interpretado. Robbie Robertson (paradójicamente canadiense) lo compuso en 1969 para el epónimo segundo álbum de The Band, pero es el entrañable batería Levon Helm, con su cabeza ladeada hacia el micro y los hombros encogidos, quien conduce el trío de harmonías vocales con su voz de Arkansas y sus lamentos de infeliz pero humilde campesino de alma herida. Blues, country, folk y ragtime se incrustan en los versos que llena el título y conforman ese estribillo conmovedor que te empuja a buscar miradas amigas en todos los Tribecas del planeta.

The Band fue un grupo atemporal, me atrevo a decir marginal, apartado de las tendencias en auge y coherente con la tradición más rústica del folk rock. A finales de los sesenta cambiaba el mundo con los cambios de América, pero ellos permanecían sentados en el porche de su cabaña o en el sótano de Woodstock que les encerró junto a Dylan. Fueron cinco halcones (The Hawks), cinco forajidos (The Band), la banda perfecta de Bob, la Banda.

martes, marzo 14, 2006

VOLUME ONE 15: BALLAD OF BROKEN SEAS (ISOBEL CAMPBELL & MARK LANEGAN)


Primer discazo del año. Un dinosaurio de la escena Seattle y una princesa del pop comparten micrófono y estudio para componer la banda sonora de un western imaginario, la balada de los mares rotos, Ballad of Broken Seas. Así se titula la primera e imprevista asociación de Mark Lanegan, ex líder de los Screaming Trees, e Isobel Campbell, dulce media naranja escapada de Belle and Sebastian. Fugaz (o no) pareja de grabación, cowboy y cowgirl deleitan por igual a los seguidores de sus creaciones con un contraste de registros vocales y murmullos expresivos tan encantadores como la imagen de la funda del disco: ella, en primer plano, se arregla el cabello ante el espejo con gesto incrédulo, poco convencida, mientras él al fondo, sentado seguro sobre la cama de un motel de resplandecientes paredes de madera, echa un vistazo a las páginas de un grueso libro (¿la Biblia?). La escena, completada por un tocadiscos metido en una caja y apoyado en el espejo, sugiere tanto el inicio como el final de una noche de vicios y ternuras.

Su arenosa balada se llena del aire inconfundible del Ennio Morricone de los spaghetti westerns tapizado con la frágil voz de Isobel y el aguardientoso timbre de Mark. Es un contraste chocante que despierta reservas, pero al que la escucha entregada de las canciones disipa los temores iniciales. Pop desértico y blues underground se citan sin sobresaltos, aunque la más instrumentista Isobel parece arrimarse más y adaptarse mejor al territorio musical de Lanegan, tipo más ligado a los paisajes del desierto, que exploró junto a la tropa de Queens of the Stone Age en diferentes proyectos y episodios.

El disco se inicia al trote de sus títulos de crédito (Deus Ibi Est) y enseguida explora el paisaje de pueblos solitarios (The false husband) a la hora de la siesta. La fragilidad vocal de Isobel convierte algunas bellas canciones (Revolver, Dusty wreath) en los cortes más melódicos con presencia femenina que recuerdan a scores como los de La muerte tenía un precio; y otras veces sale a la superficie el espíritu de Tom Waits (Ramblin’ man) reencarnado en Lanegan, quien se permite ser sorprendentemente alegre (Honey child what can I do?) y cierra el álbum con una nostálgica despedida tan bella como doliente (The circus is leaving town).

Dice el rudo y enigmático solista que no es el tipo "triste y atormentado que parece por sus canciones". Perfecto, Mark, que tu alegría no se desvanezca.


jueves, marzo 09, 2006

LIVE IN 11: RICK Y BRENDAN

Son muchas las charlas musicales enriquecedoras que unen a los amigos del Tribeca. Cuando el maestro se encuentra ocupado en otras tareas Jose y yo nos enfrascamos en un carrusel de temas diversos que a menudo acaban por sacar a colación a nuestros productores musicales favoritos. Vamos, de producción entiendo lo justo, diría, pero Jose lidia más cerca con este tipo de trabajos. El caso es que muchas veces alabamos la obra de algunos de nuestros artistas admirados más por la incidencia de su productor que por los méritos sobrados de un solista o una banda. No son objeto de debate, son nuestros otros genios detrás de los discos, Rick Rubin y Brendan O’Brien.

Rick y Brendan, dos de los productores de más nombre, respeto y prestigio de las últimas dos décadas, han estado a los mandos de algunas de las creaciones más trascendentes de finales de siglo y comienzos de 2000. El repaso a sus discografías describe su trabajo perfectamente.

A Rick Rubin, el grueso barbudo de la fusión, tenemos que agradecerle, por encima de cualquier gran trabajo de su cosecha, que resucitara a Johnny Cash antes de que nos dejara. Desde 1994 hasta 2003, Rubin extrajo del hombre de negro el testamento más desnudo, sincero y arrebatador que una leyenda de la música puede dejar a quienes aún seguimos en el camino, las cuatro grabaciones de la colección American Recordings y un sinfín de temas ajenos recopilados en una caja de cinco discos fundamentales. Rubin sentó a un cansado Cash en el estudio para extraer de él sus entrañas en la interpretación de canciones que no eran suyas sino de gente tan dispar y apartada del entorno de Cash como Depeche Mode, Sting, Bob Marley o Nine Inch Nails. El viejo mito y Rubin revistieron las canciones para incluso mejorarlas, les quitaron la ropa para volverlas a vestirlas con telas y adornos suaves, más tenues y ligeros. Hizo lo mismo el productor con Donovan y ahora acaba de repetir el experimento de manera igualmente brillante con otro músico que parecía caduco como Neil Diamond.

Pero Rick Rubin se ha ganado su sueldo y el prestigio como arquitecto de la fusión y cómodo experimentador de estilos, ya que en sus comienzos neoyorquinos a mediados de los ochenta en el sello Def Jam fue saltando del hip hop (LL Cool J) hasta agitar con éxito el rap con el heavy rock para descubrir al mundo a los raperos blancos Beastie Boys. Con Rum DMC y la versión renovada y popularizada del Walk this way de Aerosmith, Rubin empezó a ganar su fama de mago de la mesa de producción. Dejó Def Jam poco después para crear Def American en Los Angeles y por su estudio fueron entrando y saliendo The Cult, Danzig, Slayer, AC/DC, System of a Down, Limp Bizkit y los Red Hot Chili Peppers, a quienes Rubin desplazó del funky disparatado de sus comienzos al funky rock de estos días, aunque cada vez con menos lucidez. Grandes discos a las órdenes de Rubin han grabado también Tom Petty (Wildflowers) y Audioslave (Out of exile), aunque uno se pregunta qué le ha movido a echarle un cable a Weezer o a Shakira. Su agenda promete, porque se encuentra en el estudio con Metallica.

El sonido que Rubin suele dotar a sus trabajos se caracteriza por la decoración desnuda y la instrumentación simple, cuantos menos bisutería y grandilocuencia mejor, por eso quizá su mejor banda de estudio han sido los Heartbreakers de Tom Petty, presentes con Cash y ahora con Diamond. Incluso el ruido de Slipknot o Slayer ha estado más pulido y rebajado de suciedad en manos de Rubin.

Algo más recargado y cubierto de adornos suele ser, en cambio, el sello de Brendan O’Brien a lo largo de su también extensa producción. Surgido de los Georgia Satellites, la banda rockera y sureña de Dan Baird de la que fue componente, O’Brien enfatiza la presencia de los bajos y el impacto de la batería, aunque las guitarras acostumbran a encontrar un margen más grande de lucimiento, en músicos y grupos que se mueven en terrenos variados pero menos experimentales.

Su unión a Pearl Jam, para quien ha mezclado y producido excelentes discos como Vs. y Vitalogy, es pareja a su relación no sólo con músicos de la escena grunge más o menos afines como Stone Temple Pilots (Purple), King’s X (Dogman), Rage Against the Machine (The battle of Los Angeles) o Neil Young (Mirrorball), pero no debe tapar su contacto con artistas de sonido más refinado como Matthew Sweet, Pete Droge, Dan Baird, The Wallflowers o el mismísimo Bruce Springsteen (The rising, Devils & Dust).

Cada uno a su manera, Rick Rubin y Brendan O’Brien, forman parte de la biografía diaria de la música rock. Ellos no salen a escena ni emocionan a las masas, no ocupan la portada de una revista, pero por su cerebro y sus manos pasa la materia prima de los grupos y cantantes que en mayor o menor medida nunca se olvidarán.

LIVE IN 10: MIS BATERÍAS PREFERIDOS

Tendría que ser actor de cine o teatro para entender la complejidad de su trabajo, de la misma manera que sólo sabiendo tocar un instrumento musical podría valorar mucho mejor a quienes sobresalen por encima de los demás. Quienes no sabemos tocar la guitarra no comprendemos parte de su dificultad y su atracción, pero llevamos años y años escuchando guitarras y coincidimos con los expertos en un alto porcentaje cuando seleccionamos a los que llaman (llamamos) "mejores guitarristas del mundo". Tampoco sé tocar la batería, pero tengo mis preferencias y predilectos y antes disfruto con una batería elemental que con un caos abundante de cajas y platos. De ello he hablado con Pepe varias veces, él que es hábil con las baquetas entiende más que yo del asunto y no le voy a discutir, es más, prefiero compartir horas de charla constructiva y pasional.

Si tuviera que quedarme con cinco candidatos a los Oscars de la batería de rock, esta sería mi humilde lista (y no os fiéis, el año que viene podría ser otra distinta):

Stewart Copeland:
Madurado en Police tras salir de Curved Air y consolidado desde hace bastantes años como compositor de bandas sonoras para el cine, el más alto de los rubios compañeros de Sting exhibe una destreza jazzística en constantes tramos de sus canciones ‘policiales’. Su dominio siseante de los platos lo conjuga velozmente con el golpeo de las cajas al modo de los jazz drummers más eléctricos y llena los temas de una fuerza prodigiosa que parece que del grupo sale música de más tres componentes.

Chad Smith:
Apreciarlo es una exquisitez y disfrutarlo una recompensa, sobre todo porque con la combinación de técnicas y trucos precisos en el momento justo infla las canciones y las eleva de intensidad cuando no lo consiguen en vivo sus compañeros de banda, los Red Hot Chili Peppers. Alzado en el escenario, con las piezas básicas de una batería y bajo una gorra o sombrero, el simpático y sonriente Chad agita aún más la base rítmica de los Peppers sin estridencias ni excesos, con el toque perfecto y sin que te des cuenta.

Ian Paice:
¿Zeppelin o Purple?, ¿Bonham o Paice? Es uno de tantos debates. Me quedo con Zeppelin, pero prefiero a Paice, con sus gafas redondas y los rizos largos en la silla del fondo en Deep Purple. Bonham maltrata las cajas y extrae de ellas el sonido de los puñetazos y el de los cachetes de los platillos; Paice muestra los mismos alardes, pero con más sutilidad, veloz como eran los Purple pero capaz de hacer fácil lo más difícil (en vivo lo comprobé para mi deleite). Algunas viejas canciones de la banda suenan como si se hubieran creado hace un par de años nada más. La culpa es del ritmo con que las guía Ian Paice.

Larry Mullen, Jr.:
Sí, el de U2, el batería que parece que lleva años sin moverse. Su carácter reservado le mantiene así entre el circo de luz, ruido, color y dinero conducido por Bono. Larry hijo permanece casi impasible aunque con los brazos alerta, alimentando cada canción con detalles sencillos pocas veces perceptibles. Sus golpes de caja parecen monótonos, repetitivos, pero es su asociación de éstos con los platos y la llegada de los redobles lo que hace resaltar casi siempre la intensidad duradera de las mejores canciones de U2. Recordad si no, The fly, Until the end of the world o Bullet the blue sky.

Jim Keltner:
Esta es mi más cariñosa debilidad, pero es que sería injusto no incluir en el grupo de los selectos a un tipo que en casi cuarenta años ha tocado en estudio y en directo con George Harrison, John Lennon, Bob Dylan, Neil Young, BB King, John Lee Hooker, Barbra Streisand, Randy Newman, Lucinda Williams, Fiona Apple, Mick Jagger, Charlie Watts, Warren Zevon, Indigo Girls, Chris Isaak, Willie Nelson, Neil Diamond, Ry Cooder y un largo, muy largo etcétera. Escondido tras sus gafas de sol y con muñequeras en cada brazo, Keltner es el músico ideal de grabación que aporta serenidad a la construcción rítmica de cada uno de sus jefes. Su técnica es la de un paciente compañero de viaje, un sabio discreto y venerado. Sin ruido, con mimo.

jueves, marzo 02, 2006

GREATEST HITS 8: YOU COULD BE MINE (GUNS N ROSES)

Jose, va por ti.

(...) Porque pudiste ser mía / pero ya no sirves / con tus desaires de perra / y tu lengua de cocaína / No has logrado nada / te digo que pudiste ser mía (...)

Hay canciones gigantescas que empiezan en lo alto de una montaña rusa y nunca bajan de la cumbre. Son canciones que despegan con un orgasmo que dura cuatro o cinco minutos. Es el alcohol que circula por las venas sin límite de velocidad. Otra lengua en tu garganta. You could be mine, de los Guns, ¿os dais cuenta?

Como si nunca más vuelven, qué más da. Que así parece desde hace ya más de una década, aunque dejen correr rumores cada vez menos fiables sobre que ese Chinese Democracy va a estar listo algún día aunque sin Slash, Duff y compañía. Ya tenemos y nunca perderemos You could be mine, o Civil war, o Welcome to the jungle, o Paradise City, o Don’t cry, o Sweet Child O’ Mine, desde luego. Sólo por esta canción alguien les recordará dentro de cien años, un himno de unión y comunión en torno al cuerpo serpenteante de Axl y su voz irritada y suplicante enlazada al solo perverso de Slash... pero yo me quedo con You could be mine.

Por eso, por su carrusel rítmico imparable y su olor a vicio, por el sonido de un rock and roll inmortal y auténtico, de los que resiste el paso de cualquier década. Se me van las manos que golpean las cajas invisibles, mis ojos entran en las entrañas de cualquier hembra, explotan casi mis venas cuando mi voz se transforma en un grito y hago temblar el mástil ficticio de mi pasión por el rock. Sí, chica, podrías ser mía. El Tribeca es el infierno y los Guns N Roses dan siempre allí un concierto.

SOUNDTRACK 12: ROCK SCORES

Un ejemplo más de las buenas relaciones que guardan el cine y el rock and roll es la ocasional composición de bandas sonoras para películas a cargo de músicos de rock u otro estilo de música. Algunos artistas del pop, folk, blues, rap y propiamente rock no sólo han prestado canciones para que unos segundos de ellas sonaran en films, o compuesto otras originales para cierta película en exclusiva, como por ejemplo las que Bob Dylan y Bruce Springsteen incluyeron en Jóvenes prodigiosos y Philadelphia (ganadoras ambas del Oscar a la mejor canción); un buen número de esos artistas han sido los autores del score de algunas películas, no muchas, pero valiosas en muchas ocasiones por la contribución de estos músicos en un terreno distinto al habitual en que trabajan y se mueven.

Películas cuya acción se desarrolla en ambientes callejeros o jazzísticos han estado bien complementadas por la aportación musical de autores acostumbrados a esos ámbitos como Quincy Jones (A sangre fría), Herbie Hancock (Colors), Michel Colombier (New Jack City), Stanley Clarke (Los chicos del barrio). Más contemporáneo es el trompetista y arreglista Terence Blanchard, colaborador habitual de Spike Lee, para el que ha creado buenos scores como los de Mo’ Better Blues, Summer of Sam o La última noche.

En terreno parecido aunque en una escena más underground se mueve el músico John Lurie, responsable de partituras y canciones idóneas para el cine de Jim Jarmusch (Bajo el peso de la ley, Mystery Train) o para historias negras y paródicas como la del film Cómo conquistar Hollywood. Sin apartarse de Jim Jarmusch, para quien ha sido también actor, Tom Waits compuso la música noctámbula de Noche en la tierra, además de canciones y el score de la infravalorada Corazonada, de Francis Ford Coppola.

Más prolíficos y asentados entre los compositores de bandas sonoras pero siempre activos en otros proyectos son Stewart Copeland, sensacional batería de Police, y el guitarrista Ry Cooder. El primero creó música en más de una ocasión para Coppola (La ley de calle), Oliver Stone (Wall Street) y Ken Loach (Riff Raff); mientras que el segundo mantiene una estrecha relación con Walter Hill (La presa, Johnny Peligroso) y Wim Wenders, para quien compuso las reconocidas y maravillosas piezas acústicas con inconfundible slide guitar de París, Texas. Amigo y colaborador de Cooder fue el fallecido Jack Nietszche, teclista y productor con Neil Young, entre otros, y autor de la música de Nueve semanas y media y Labios ardientes.

Otros músicos y productores que han trabajado con importantes bandas a lo largo de distintas décadas son Daniel Lanois, Trevor Rabin o Rick Wakeman. Lanois, productor de U2 y Emmylou Harris, firmó el score de la película de Billy Bob Thornton Sling Blade. Rabin y Wakeman, que fueron componentes de la banda de rock progresivo Yes, tuvieron un camino distinto, ya que mientras el primero ha consolidado su estilo dinámico y agresivo en películas de acción (Armageddon, 60 segundos), el segundo sólo tuvo puntuales trabajos en colaboración con el director inglés Ken Russell (La pasión de China Blue).

Otros que tuvieron un breve periplo de creación para películas fueron el productor Giorgio Moroder (El expreso de medianoche, Flashdance), más acostumbrado a perpetrar discutible música discotequera, y la banda alemana Tangerine Dream, cuya flotante psicodelia electrónica encajó perfectamente entre las imágenes de Risky business y Ladrón. Otra banda mastodóntica, Pink Floyd, aburrió a finales de los sesenta con su trabajo para el film More, pero creó un disco y una banda sonora inmortales con The Wall.

Más puntuales pero elogiables han sido también los scores compuestos por Iggy Pop para el debut en la dirección de su amigo Johnny Depp, The Brave; el trabajo de Neil Young para Dead Man, de Jarmusch; T-Bone Burnett para O Brother; sin olvidar la preciosa banda sonora de Bob Dylan para Pat Garrett & Billy The Kid. Más deficientes fueron los experimentos de Peter Gabriel como firmante de los scores de Birdy y La última tentación de Cristo.

Músicos y productores más actuales que se mueven en terrenos diversos como el tecno, el rock psicodélico, el pop y el folk como Craig Armstrong, Nathan Larson, Mark Mothersbaugh y los hermanos Mychael y Jeff Danna trabajan ocasionalmente en el cine. Dan muestra de su habilidad en películas como Moulin Rouge, Tigerland, Los Tennenbaums o Truman Capote respectivamente. Por el contrario, quienes ahora se han consolidado en la categoría de compositores de cine son el célebre y magnífico Hans Zimmer o el interesante Bernardo Bonezzi, que comenzaron en Alemania y España como miembros de grupos tecnopop de corta vigencia.