viernes, noviembre 30, 2007

BONUS TRACK 35: BURGERS (HOT TUNA)

De nuevo de inspección comercial por la sección de importación me encuentro con una reedición de un disco medio perdido en la memoria que nunca había visto en formato original: Burgers (RCA, 1972), de Hot Tuna. De esta entrañable y por mí siempre reivindicable banda americana y su entorno, Jorma, Jack, los Jefferson y aquellos años de folk, blues y rock psicodélico, hemos escrito un rato por aquí. No está de más volver a recordarla con la excusa de la adquisición de este fenomenal álbum.

Dos aspectos sobresalen en Burgers: uno es el empleo entrecruzado con finura de las guitarras acústica y eléctrica de Jorma Kaukonen. El grupo se había presentado en sociedad como una rama de blues acústico de Jefferson Airplane unos años antes de que la banda californiana se disolviera. Para su tercer disco dieron entrada a las cuerdas eléctricas que el ceñudo Kaukonen tan sutil y cautivadoramente tocaba con su primera formación. En Burgers empieza algún tema en acústico y lo termina en eléctrico, llegando a compartir ambos formatos algunos segundos.

El otro matiz llamativo y enormemente diferenciador es el violín eléctrico de Papa John Creach, un veterano músico de más 50 años cuando se unió a Jefferson y que después continuó su carrera junto a Hot Tuna. Su instrumento toma a veces el lugar de una guitarra más y confiere un nervio achispado a la música de Burgers y a gran parte del arsenal musical de una banda discretamente grande.

miércoles, noviembre 28, 2007

GREATEST HITS 33: HAVE A LITTLE FAITH IN ME (JOHN HIATT)

Mencioné este disco hace dos posts. Se encuentra entre los contables trabajos excelentes que el rock and roll dejo en la desconcertante, desorientada y pobre década musical de los ochenta. Lowe, Keltner, Cooder y John Hiatt, su firmante, formaron una pequeña familia para dar a luz este Bring the family, uno de los mejores, si no el mejor, álbumes de Hiatt. Después navegó entre otras obras fantásticas (The Tiki Bar is open, Master of disaster) y algunas más discretas (Little head, Beneath the gruff exterior). Bring the family contiene música optimista y hermanada, directa y serena, sin frivolidades y formidable en su ejecución. Entre sus diez canciones el ecuador lo marca Have a little faith in me, un tema de una sencillez aplastante, interpretado con entregada emoción por un autor cuya música es lo que transmite esta canción, un obsequio bienintencionado:

“Cuando la carretera oscurezca y apenas puedas ver, deja que mi amor arroje una chispa, ten un poco de fe en mí…

Cuando las lágrimas que lloras sean lo único en lo que crees, dale una oportunidad a mis brazos, ten un poco de fe en mí…

Y cuando estés contra la pared sólo date la vuelta y verás, me verás a mí atrapando tu caída, sólo ten un poco de fe en mí…”

martes, noviembre 27, 2007

VOLUME ONE 104: TONIGHT AT THE ARIZONA (THE FELICE BROTHERS)

Este disco me perturba desde hace días. No es una obra extraordinaria ni un trabajo sobrenatural, pero su música rústica e insinuante ronronea en mi cabeza.

Por un lado, fijaos en la foto de la portada. A mí me anima a descubrir que hay detrás de estos cuatro tipos perdidos en la nieve, forajidos de postal de un fotograma extraviado de Los vividores, el film de Robert Altman. ¿Descendientes de The Band en otro bosque remoto donde retratar imágenes legendarias? Cuando empiezan a sonar sus voces reaparece una vez más… Dylan, ni más ni menos. Con un par. ¿Por qué? Porque se parecen los recitados y lamentos, sin más. Lo que desconozco es si estos tres hermanos lo hacen a propósito o es que los genes del maestro flotan de manera espontánea y fugitiva por la atmósfera hasta caer sobre cualquiera de sus sucesores.

The Felice Brothers son tres chicos del estado de Nueva York, en cuya región de Woodstock precisamente Bob Dylan & The Band grabaron muchas canciones juntos. Con uno y otros tienen estos tres hermanos y su bajista un parentesco musical figurado en su disco Tonight at the Arizona (Loose, 2007), once canciones que lindan con la amargura y dibujan paisajes agrestes. Cantar no cantan muy bien, con un timbre y desgañite que remite al Dylan de sus primeros acústicos (también a Leonard Cohen y hasta David Gray) y una decoración musical sobria que en momentos puntuales también rescata a The Band. ¿Nueva oleada de folk-rock americana? Lo que sea, que en este caso no está mal.

Nota: 7/10

domingo, noviembre 25, 2007

BONUS TRACK 34: LITTLE VILLAGE (LITTLE VILLAGE)

En 1992 cuatro amigos, músicos de rock de alto bagaje y larga trayectoria, se juntaron en un estudio para grabar un disco en común. Cinco años antes habían coincidido en el álbum de uno de ellos, un trabajo de los mejores de su carrera, y quisieron repetir la experiencia con un nuevo nombre. El resultado no fue el mismo ni el deseado. Se divirtieron en una gira, vendieron poco, olvidaron aquellas canciones, aparcaron cualquier futura reunión y siguieron tocando y produciendo música cada uno por su lado, a veces incluso reencontrándose uno de ellos con otro años después. Se llamaron Little Village.

Los guitarristas eran Ry Cooder y John Hiatt, el bajista era Nick Lowe y el batería, Jim Keltner. Salvo éste, los demás también pusieron las voces. De Cooder y Keltner he escrito más de una vez y me asombra e interesa la variedad de su producción y el estatus que han alcanzado. Al británico autor y productor británico Nick Lowe lo he seguido muy poco. Y John Hiatt me parece uno de esos secundarios de primerísimo nivel, de los que se comen a menudo a los actores principales. Los cuatro habían colaborado en el espléndido disco de Hiatt Bring the family (A&M, 1987) y a aquel encuentro le sucedió tiempo después la fugaz formación que fue Little Village.

Escuché este disco hace años y no guardaba recuerdo alguno de él, ni grato ni ingrato, lo cual es más bien malo que bueno. El otro día lo encontré en una tienda en una sección de cds de importación y le di otra oportunidad al comprármelo. Si seguía sin transmitirme gran cosa, bueno, pues no pasaba nada; si por el contrario ahora encontraba detalles y hallazgos más sobresalientes, saldría ganando con la nueva adquisición y ese pedazo de música compartida por los cuatro autores entre tan amplio repertorio. Sigo pensando que Little Village, el disco, es sólo un buen disco, un trabajo artesanal y doméstico con el encanto personal que cada seguidor de estos músicos le quiera dar, al que le pesa la ligereza y la ausencia de canciones memorables pese a la destreza de sus responsables, como las que había en Bring the family y otras obras de Hiatt. No siempre las plantillas fantásticas o galácticas componen un señor equipo.

jueves, noviembre 22, 2007

EL AÑO EN QUE NACÍ

Un post del gran rockero Luis Moro me sugirió este otro post. A veces ves una película antigua y, sorprendido por los estragos que el paso del tiempo produce en el rostro y el cuerpo de un actor o una actriz a los que hoy sigues viendo todavía en una pantalla, de repente te das cuenta: “¡coño, pero si esta peli es del año en que yo nací!”. O ves una vieja actuación de un músico veterano y te percatas que allá en aquel momento, mientras él o ella serpenteaban en un escenario, tú estabas pisando por vez primera las tablas de la vida. Varios años después compré y escuché discos de estilos diferentes grabados en 1973, publicados aquel año, exitosos en su día o algo más tarde, reeditados algunos y completados décadas después, olvidados otros y con suerte a veces también reivindicados.

En 1973, mientras yo descansaba en el vientre de mi madre o recibía el calor de los primeros mimos de mi padre, nació además otra música importante: Dark side of the moon (Pink Floyd), Let’s get it on (Marvin Gaye), Goats head soup (Rolling Stones), Quadrophenia (The Who), Over-nite sensation (Frank Zappa), Raw power (Iggy & The Stooges), Greetings from Asbury Park (Bruce Springsteen), Brothers and sisters (Allman Brothers Band)…

Yo también le quitaré las telarañas a otra música de mi edad: River (Terry Reid), Head hunters (Herbie Hancock), The Byrds (The Byrds), Ooh La La (Faces), Vagabonds of the western world (Thin Lizzy), Closing time (Tom Waits), Betty Davis (Betty Davis), We’re an American band (Grand Funk Railroad)…

PD: Creo que el 72 fue un poco mejor.

lunes, noviembre 19, 2007

GREATEST HITS 32: SOMETHIN’ HOT (AFGHAN WHIGS)

He aquí uno de mis arranques de disco favoritos, una canción tremenda, Somethin’ hot, la que abre el último álbum que grabaron Afghan Whigs, 1965 (Columbia, 1998). Una pena que el grupo americano acortase su unión tras seis lps, aunque Greg Dulli, su líder y vocalista alguna que otra vez recordado en estas páginas, siguiese bastante ocupado con proyectos en solitario y al frente de otra formación, la también interesante aunque más sombría The Twilight Singers.

Me detengo en Somethin’ hot porque durante una temporada estuve colgado a este tema, lo pinchaba una y otra vez y dejaba que 1965 entero fluyese como un río revuelto hasta su desembocadura. El disco posee un tempo fulgurante y un espíritu muy soulero camuflado entre la rigidez de sus guitarras pero asomado en las voces resbaladizas de Dulli y sus acompañantes (sobre todo las femeninas). No se me ocurre mejor ejemplo para ilustrar esta sensación que esta rítmica y pasional canción.

domingo, noviembre 18, 2007

VOLUME ONE 103: THE SALVATION BLUES (MARK OLSON)

Primero debo apuntar que nunca sentí una admiración mayúscula por The Jayhawks y más de una persona no entendió en su día mi postura al tener en cuenta que me gustaban grupos o artistas similares. Sus discos tenían buenas, hermosas canciones, pero el conjunto me empalagaba, incluso cuando fueron dejando atrás la tierna atmósfera de sus primeros álbumes. Los vi en directo en el Teatro Rosalía de A Coruña poco después de que Mark Olson se bajase del tren para iniciar un camino paralelo junto a su pareja, Victoria Williams (¿otra mujer que tiene la culpa de una separación en una banda?). Lo que grabó a continuación me interesó, me gustó sin más, no así las diferentes aventuras que fueron dando otros componentes de Jayhawks, como el otro líder, Gary Louris, que formó parte de otro grupo poco afortunado, Golden Smog. Pero ahora me centro en Olson, que ya no tiene pareja, al parecer ni musical ni sentimental, y acaba de publicar un álbum fantástico, de los que me gustan más cada vez que los escucho.

Se titula The salvation blues (HackTone, 2007), cortito, ni cuarenta minutos. Delicioso. En su música limpia y de armonías tristonas se intuyen dolores y nostalgias. Cada una de sus canciones es sutilmente precisa; avanzan cadenciosas con esas pedal steels lloronas (Greg Leisz, un músico de sesión que aparece en todas partes, las toca) y con la voz frágil de Mark Olson (Sandy Denny); y varias de ellas (Poor Michael’s boat, National Express, Look into the night) reeditan y refrescan los primeros días de Jayhawks pero sin ningún tipo de merengue en su composición. No esperaba que me fuera a gustar tanto.

Nota: (ya) 9.

PD: Algún blogero afortunado ha tenido el placer de escuchar a Olson hace poco por nuestro país. Me parece que ningún teatro coruñés va a tener el detalle de programarlo con un concierto.

viernes, noviembre 16, 2007

SANGRE EN LAS PISTAS / 16 NOVIEMBRE

“No sé lo que los demás están haciendo con sus vidas, pero yo, yo sigo en la carretera dirigiéndome a otro cruce”.

“La gente me dice que es un pecado saber y sentir demasiado dentro aún creo que era mi gemela, pero perdí el anillo, nació en primavera, pero yo nací demasiado tarde. La culpa la tiene un simple giro del destino”.

“El amor es tan simple como citar una frase, tú lo supiste todo el tiempo, yo lo sé ahora. Sé dónde encontrarte, en la habitación de alguien”.

“Viento idiota, que sopla a través de los botones de nuestros abrigos, a través de las cartas que escribimos. Viento idiota, que sopla a través del polvo sobre las estanterías. Somos idiotas, cariño, es asombroso que aún podamos alimentarnos”.

“Te buscaré en el viejo Honolulu, San Francisco, Ashtabula. Vas a dejarme ahora, lo sé, pero te veré ahí arriba en el cielo, en la hierba alta y en los seres queridos”.

“Dicen que la hora más oscura es justo antes del amanecer, pero no sabríais que para mí todos los días han sido oscuros desde que te fuiste”.

“Oigo su nombre aquí y allá mientras voy de ciudad en ciudad. Nunca me he acostumbrado, acabo de aprender a desconectar, será que soy demasiado sensible y me estoy volviendo blando”.

“Si pudiera retrasar el reloj hasta cuando Dios y ella nacieron entra, me dijo, te daré cobijo contra la tormenta”.

“La vida es triste, la vida es un fracaso. Todo lo que puedes hacer es hacer lo que debes, haces lo que debes hacer y lo haces bien, yo lo haré por ti, cariño”.

jueves, noviembre 15, 2007

LIVE IN 45: JAZZ GIOIA

El 5 de febrero pasado me dejé casi 35 euros en Historia del Jazz, por Ted Gioia, un libro que me sugirió el gran oyente y conversador que es el ascensorista de cristal al pedirle recomendación acerca de alguna guía o estudio que me ayudase a conocer y comprender (debería añadir sentir) la historia e intrahistoria del jazz. A lo largo de sus más de 500 densas páginas y durante nueve meses largos he leído en la cama, en el coche, en la playa, en la espera del comienzo de una película en el cine, en el cuarto de baño…y al fin terminado una estupenda gran aproximación a este género musical tan complejo como absorbente, a este peculiar mundo paralelo que impulsa la música a través de nuestras venas.

Con la precisión de un académico y la pasión de un fanático, el músico, escritor, profesor, analista e historiador Ted Gioia arrastra al lector a un viaje extenso y parsimonioso por el nacimiento y crecimiento del jazz, por sus ramificaciones y vertientes, por su entorno social y cultural a través de un recorrido ordenado y coherente que se detiene en las figuras más relevantes, los personajes más singulares y las evoluciones más significativas del género. Aunque el trayecto se olvida al parecer de algún área geográfica de desarrollo musical y, pese a su extensión, no se detiene tanto en otros autores concretos que quizá merecerían más espacio, el Jazz de Gioia cumple a mi entender el propósito educativo y entretenido de acercar el jazz a los menos puestos y enriquecer todavía más a los que ya controlan demasiado del asunto. Con un lenguaje rico y cambiante además, técnico a veces, pero que no cae nunca en la pedantería ni en la arrogancia y ayuda al lector a compartir una santa devoción.

Por supuesto, durante estos nueve meses de embarazo jazzístico he tomado clases prácticas con préstamos, compras y descargas de tipos como Louis, Duke, Benny, Charlie, Miles, Bud, Coleman, Freddie, Sonny, Herbie, Wayne y unos cuantos más de altísima segunda fila (también con algún que otro irritante ¿geniecillo?) que ya entran a formar parte de mi grupo de colegas musicales.

lunes, noviembre 12, 2007

VOLUME ONE 101 & 102: BETTYE & LEVON

Mientras algunos viejos monumentos de la música en activo prefieren hinchar sus arcas con la enésima reedición de su colección de éxitos, completada o remasterizada (mejor si las fechas de hacer regalos están cerca), otras reliquias con actividad más puntual, sin sucesiones de ‘greatest hits’ en sus carreras más modestas y con una fama mucho más baja reaparecen cada cierto tiempo para demostrar que la música que nace con pureza de sus sentimientos no hace viejo a nadie, que sus voces grabadas llegan a nuestro oído sin ninguna edad. Esta semana me he reencontrado con Bettye Lavette y Levon Helm.

A Bettye Lavette la adoré hace ya tiempo en estas líneas después de la publicación de su soberbio disco I’ve got my own hell to raise (Anti, 2005). Bajo el mismo sello y con unos inesperados músicos de sesión, ni más ni menos que Drive-By Truckers, la veterana cantante de 61 años explota ahora en su madurez con la arrolladora fuerza con que apenas pudo empujar hace cuatro décadas, cuando era una solista secundaria y grababa singles para estudios de soul. Con la banda sureña y su productor, David Barbe, la rugiente Bettye ha grabado este año The scene of the crime, un álbum que roza la grandeza de su predecesor, stoniano a ráfagas, de agitadas melodías rockeras y baladas quejumbrosas, un disco de garito que conjuga la juerga y la resaca, como en el tema de Elton John Talking old soldiers que Mrs. Lavette reconvierte en una plegaria nocturna de Tom Waits.

Nota: 9/10

Levon Helm, 67 años. Batería de The Band. Hace poco intervino como actor en un pequeño y conmovedor papel de ermitaño ciego en la película de Tommy Lee Jones Los tres entierros de Melquiades Estrada. Su físico está desmejorado, apenas queda el rastro de la frescura jovial con que cantaba canciones sentado a la batería en su fabulosa banda, y sus cuerdas vocales han sido castigadas por un cáncer. Hacía 25 años que no editaba un disco en solitario y en 2007 ha reaparecido con Dirt farmer (Vanguard). Su voz templada pero vibrante resuena de nuevo alegre aunque melancólica en un álbum que resucita a The Band sin The Band, con violines y mandolinas, campos abiertos y porches al atardecer después de una jornada laboriosa. Larry Campbell, uno de los mejores guitarristas que ha tocado con Bob Dylan, parientes y amigos de Levon Helm como Julie y Buddy Miller, se reúnen reconfortados los unos con los otros en este trabajo añejo y sentimental.

Nota: 8/10

sábado, noviembre 10, 2007

VOLUME ONE 100: IN RAINBOWS (RADIOHEAD)

Sigo siendo el mismo, el mismo que en uno o dos lejanos posts despotricó con brevedad (más tampoco merecen los que son criticados) sobre Radiohead. Sus dos discos más ensalzados, The bends (1995) y Ok Computer (1997), me parecen aburridos y pretenciosos, dos bostezos premeditados. Mi paciencia y sentido del gusto no pudo terminar de escuchar otro par de álbumes más allá del quinto corte. Y del resto de trabajos ya escapé. Por mucho que lo intentara no era capaz de entender la aureola de veneración que rodeaba al grupo de Oxford entre crítica y público. Pero ahora, aunque mantengo mi rechazo pleno hacia la parte de su obra que he escuchado, tengo que reconocer que su último disco, In Rainbows (2007), me ha agradado hasta el punto de escucharlo dos veces con toda mi atención en menos de veinticuatro horas.

De entrada, no me disgusta que la banda, por su cuenta, coste y riesgo, haya ofrecido la oportunidad a todo interesado de descargarse el disco a través de una página web dos meses antes de ponerlo a la venta en las tiendas; su único afán recaudatorio dentro de esta medida ha sido el de sugerir a cada ‘descargador’ que, si lo desea, aporte los euros, libras o dólares que crea conveniente, desde cero hasta lo que el más generoso considere. Claro, que esta medida me parece que poco daña a la economía y al status de grupos que ya han rentabilizado cualquier tipo de inversión lejana gracias al eco que ha tenido su música, como Radiohead por ejemplo. Al margen de todo ello, me agrada más que el contenido de su nuevo disco, el octavo, sea elogiable.

No puedo comparar In rainbows con ninguno de los trabajos previos que he escuchado, quienes alaban más al grupo sabrán hacerlo con todo detalle. Sólo puedo decir que mientras el pasado me resultaba gris oscuro, caótico y rallante, el presente se me descubre despejado y ordenado (vete a saber, ahora quizá su público y crítica más ferviente le dan la espalda). Ni siquiera la quebrada voz de Thom Yorke me ahoga con su lamento permanente. El grupo mantiene cierta desesperación en su tono y sus letras, pero las deja reposar en canciones decoradas con atrezzo inquietante que tienden a crecer en intensidad. La orientación sigue siendo confusa, es decir, ¿a qué tipo de rock han sonado y suenan Radiohead? Quizá sean casi únicos en sus formas. De cualquier manera, esta vez me gusta perderme en su arco iris.

Nota: 8/10

jueves, noviembre 08, 2007

VOLUME ONE 99: SMOKEY ROLLS DOWN THUNDER CANYON (DEVENDRA BANHART)

Es un bazar musical, un cofre con tesoros y baratijas. No sabes lo que te puedes encontrar en cuanto lo destapas. Sea lo que sea no te lo vas a esperar. Es fácil que logre enervarte, también fácil que te adhiera a su universo idílico e imposible. Seguro que las revistas con inclinaciones más rockeras disfrutan lanzándole dardos y a las que presumen de presentar y devorar vanguardias les encanta alzarlo a pedestales (lo poco que de él he leído en uno y otro lado me anima a pensar en ello). Son éstas quienes más páginas prestan a esta y a otras figuras de eso que hace poco han bautizado como freak folk o new weird America. O sea, una fusión de la que no sabes hacia qué lado se inclina más. Sí, Devendra Banhart es un tipo raro, un músico indescifrable, como Sufjan Stevens, Will Oldham o las encantadoras Cat Power y Joanna Newsom.

Me da miedo escucharle, aunque acabo por rendirme y me sumo después de su escucha a un estado de traumático reposo en una dimensión desconocida. Me ha pasado ya tres veces lo mismo, con Niño rojo (2004), Cripple crow (2005) y ahora con Smokey rolls down Thunder Canyon (XL, 2007), su quinto álbum, un jeroglífico más cuyas pistas y claves resbalan y se te escapan, cuyas canciones pausadas y silenciosas guardan giros inesperados y curvas sorprendentes.

Banhart, esta especie de espantapájaros hippie o psicodélico Robinson Crusoe, teje en su último disco una pálida sábana de melodías, instrumentos, idiomas, bromas, estilos. Su mestizaje cultural se traslada a la música que propone, simple en su trazado aunque de apariencia compleja. Es un trovador fantasmal, también un singular e inteligente fenómeno de feria al que es barato llamar genio, y tampoco es para tanto. Seguro que no me he explicado bien, pero es que no es fácil explicar los sonidos variados de la música de Devendra Banhart.

Nota: Me gusta, pero me resulta imposible aprobarle con un número.

martes, noviembre 06, 2007

GREATEST HITS 31: RIDERS ON THE STORM (THE DOORS (OF 21st CENTURY))

Parece que fue hace mucho tiempo cuando en aquella entrañable serie americana de televisión The Wonder Years (Aquellos maravillosos años) escuché de fondo en una escena de uno de los primeros episodios una misteriosa canción desconocida que me cautivó al instante. No sólo aquella serie me descubrió a The Doors, sino a James Taylor, Steppenwolf, Crosby, Stills & Nash o Carole King. Pero si me tengo que quedar con un legado imborrable de su riquísima banda sonora escojo Riders on the storm. Lo demás llegó de golpe: un recopilatorio, los seis discos de estudio, dos directos, varios piratas (todo en vinilo), algunos libros, revistas, una película… Sí, un poco fan, cuando el fan es adolescente y su ilusión es pura e inofensiva y aún no se ha vuelto caprichoso y hasta repugnante.

Hace poco volví a escuchar Riders on the storm en una actuación reciente del grupo en que se ha convertido el 50% de los Doors. Ray Manzarek y Robbie Krieger. Los herederos de Jim Morrison y el otro superviviente del mítico grupo, el batería John Densmore, provocaron una batalla legal por los derechos de utilización del nombre de la banda y la formación actual ha tomado distintos nombres en los conciertos que ha dado desde 2002: The Doors of 21st century, D21C, incluso Riders on the storm… La sección rítmica la completan dos músicos que han tocado con Krieger en su propia banda después de un frustrado intento por reclutar al gran Stewart Copeland para la batería, mientras que la nueva voz nace de la garganta del líder y vocalista de The Cult, Ian Astbury, quien da el pego físico como doble de Morrison, comparte una huraña voz que recuerda al ‘rey lagarto’ de sus últimos días y en absoluto pretende resucitarlo con poses y comportamientos para la galería.

Pero a lo que iba, que yo de purista no tengo nada: que Riders on the storm, interpretada ahora por la mitad de The Doors y un acertado acompañamiento, conserva todavía el brumoso clima psicodélico con que fue concebida, atrapa al oyente en su remolino ácido y aún da gusto disfrutarla como una canción inmortal cuando está muy bien interpretada.

domingo, noviembre 04, 2007

JAM SESSION (V)

El aturdimiento es el justo, el que te permite descifrar los códigos de la otra dimensión y los enigmas de nuestra plataforma real. Piensas en ti y en los demás, en la vulnerabilidad total, la prensa amarilla y sus métodos desalmados, los mensajes de la vida a través del cine y la melodía de una canción en el momento justo. Trovadores de ensueño entre adolescentes con sueños sin caparazón, nínfulas risueñas entre padres de familia sin gracia en una trazado sin sueños. Todo parece un caos, así que pongámosle una banda sonora: Free Jazz, con la firma de Ornette Coleman.

En otro momento no se puede escuchar mejor esto. Esto. ¿Qué es esto? Dicen que un testimonio cumbre, una piedra y un pilar, un desafío a la paciencia, al orden, al pulso de la ambigüedad, la obra de un sinvergüenza, un tipo que no tiene vergüenza y al que no le duelen las palizas. ¿Qué más da? Ese soy yo. Ornette, un basurero del ruido al que ya nadie discute. Vivo de mi leyenda, de un peso que me he ganado y que no voy a rebajar. Un cuarteto por aquí, otro por allá, enredados en un mar de vil solemnidad. Yo es que de esto no entiendo.

Me lo voy a grabar, por si acaso…

viernes, noviembre 02, 2007

LIVE IN 44: VOLVER, VOLVER...

He oído y leído más de una vez una corriente de rechazo hacia aquellos músicos que después de mucho tiempo (digamos más de una década, dos incluso) sin producir nada nuevo por razones de disolución profesional o de defunción creativa, de repente, reaparecen cuando uno menos se los espera. Quienes sostienen la crítica a su regreso suelen argumentar que ese músico o esa banda deciden volver a escena porque sus fortunas empiezan o menguar o sus ambiciones son demasiado ilimitadas. Esos supuestos motivos, para nada equivocados, tienden también a ignorar otras posibles razones menos ligadas al capitalismo y que tienen más que ver con el placer por volver a hacer música después de una larga ausencia. De hecho, yo creo que cuando resurgen del olvido The Police, The Doors (of 21st century), Héroes del Silencio o las giras penúltimas de los Rolling Stones, coinciden la pasta y el arte, el mercado y el entretenimiento, el espectáculo y la emoción.

Reflexiono sobre esto a propósito del inesperado aunque anunciado retorno de los Eagles. Así como Police, Héroes y Doors… (éstos con media formación nueva, evidentemente) se han reagrupado para iniciar giras de conciertos con repaso a sus canciones de hace varias décadas, ahora los Eagles, en cambio, despliegan sus alas con repertorio nuevo de carácter marcadamente viejo. Sea porque la riqueza que el grupo amasó con sus exitosos discos de los setenta se ve quedando escasa, sea porque Joe Walsh, Don Henley, Glen Frey y Timothy Schmit añoraban colgarse los instrumentos, las ‘águilas’ acaban de publicar Long road out of eden (Polydor, 2007), su octavo disco de estudio en 35 años y el primero con temas nuevos desde 1979.

El resultado es tan incomprensiblemente largo (20 cortes y 80 minutos) como los 28 años que han pasado desde The long run. Y total, ¿para qué? Para vender mucho en el Medioeste americano, bombardear desde las emisoras yanquis y estancar una marca de fábrica explotada por infinitos sucesores hasta el aburrimiento y que sólo encuentra acomodo en el pasado. No censuro su regreso, pero no me gusta en general la música con la que regresan por mucho que hayan compuesto canciones con el mismo esquema que Take it easy y Desperado.

Estas historias me animan a plantearme preguntas a las que no les encuentro fácil respuesta. Por ejemplo, imaginemos, ¿qué tipo de música harían ahora los Beatles si volviesen a grabar algo nuevo y John y George estuvieron aún entre nosotros?