domingo, noviembre 28, 2010

A VECES PASA

La publicidad es idílica. Aunque se inspire en la realidad. Tiene el derecho a jugar con ella, a desfigurarla y añadirle virtudes que no tiene. Porque nunca sabes cuándo, reza el slogan de este bonito anuncio, ganador del León de Oro en Cannes en 2004. La publicidad regala grandes trabajos. A veces pasa. ¿O no?

GREATEST HITS 94: BURDEN IN MY HAND (SOUNDGARDEN)

Los tengo olvidados desde hace tiempo, me gustaron bastante aunque prefiero a colegas suyos que todavía me siguen entusiasmando. Soundgarden nunca lo logró, emocionarme, y no creo que lo consiga. Pero por alguna razón han irrumpido ahora sin ser invitados y puede que a partir de este momento los recuerde con una sonrisa y algún que otro bello recuerdo. Aunque sean Soundgarden.

No había sitio donde sentarse y era difícil apoyarse para pedir algo. Estaban sonando, una canción tras otra, de las mejores. Y qué bien sonaban. Nos hicimos un hueco y encontramos una cómoda esquina. Ya con las cervezas en la mano, y después con los tequilas, se estiró irresistible una cadena de agradables conversaciones, nada que guarde la historia. Lo que pasará a la historia de mi memoria será su belleza, de las más excitantes que han celebrado mis ojos hasta el momento. Y Burden in my hand (1996), ya a las puertas de la retirada de la banda, me lo recordará.

sábado, noviembre 27, 2010

BONUS TRACK 86: DON’T GIVE UP ON ME (SOLOMON BURKE)

Los años, no muchos, han convertido Don’t give up on me (Fat Possum, 2002) en un trabajo de una grandeza inmaculada. El rey Solomon nos dejó hace poco más de un mes. Su adiós agrandó aún más su oronda figura y su carismática aura en el trono de las grandes voces del rock, el soul y el góspel. En un reciente reportaje publicado en la revista Mojo, Joe Henry recuerda la producción de este disco impresionante durante cuatro días a finales de febrero de 2002: cómo le temblaron las piernas al conocerlo, cómo a Solomon le entraban las dudas tras el primer día de grabación, cómo ambos se ganaron la confianza, cómo llenaba la sala con su poderosa presencia y su agradable compañía y cómo al final el disco adquiere una dimensión espiritual en cada uno de los versos bramados, llorados, reídos o murmurados por Burke.

Escuchando otra vez este álbum precioso y difícilmente comparable a uno le entran las ganas de lanzarse todavía encima del rey Solomon y salir rebotado desde su barriga hacia otro lado de la sala para volver a su regazo y tratar de abrazarlo. Henry le prestó un temazo, Flesh and blood, así como Tom Waits, Dylan, Nick Lowe y Van Morrison. Se podría decir eso de que este es uno de los mejores discos de versiones, sino el mejor. O uno de los mejores discos de la historia. No tengo ninguna duda.

miércoles, noviembre 24, 2010

SOUNDTRACK 101: SHELDON COOPER

Si tuviera que convivir una semana con Sheldon Cooper como hace su compañero de piso, Leonard, o sus más cercanos amigos, Howard y Raj, o su encantadora vecina, Penny, creo que acabaría encerrándolo en un baúl que rodearía de cadenas y candados para arrojarlo al fondo del océano. Pero en el fondo, no tardaría en echarlo de menos y me lanzaría al mar a rescatarlo. Porque Sheldon es un espécimen radical que pone a prueba la paciencia y la tolerancia de cada uno y arrima los extremos opuestos: es un joven científico superdotado de memoria y conocimientos prodigiosos, excesivamente orgulloso de su inteligencia, un ser maniático y obsesivo que se cree infalible en un mundo paralelo diseñado por él mismo, un freak en toda regla de la física, los juegos, la ciencia ficción y los cómics que regatea las reglas del mundo real para acomodarse en el suyo propio sin importarle los daños colaterales que ocasiona o llevarse por delante la lógica que impera en el cabeza del resto de los mortales. Es manipulador, sarcástico hasta hacer daño, desquiciante, testarudo, arrogante, desesperante e imposible. Pero toda esa galería de desviaciones y vicios tan personales a los que brinda rigurosa fidelidad acaba por convertirse en una inocente marca de la casa irresistible que despierta el más incomprensible de los cariños. Ni contigo ni sin ti, Sheldon.

Sheldon Cooper es uno de tantos personajes memorables salidos de la televisión norteamericana, un tipo único en su especie al que se odia y se ama por igual. Es la estrella absoluta de la fantástica serie cómica The Big Bang Theory, de la que ya se puede disfrutar su cuarta temporada y con la que también es fácil reírse con el resto de personajes. Esta sit-com es tan adictiva como la personalidad absurdamente hilarante del propio Sheldon, interpretado por el actor Jim Parsons y al que los geniales guionistas han convertido en una especie de héroe bizarro al que rendir devoción en la comunidad freak.

Me conozco algún tipo raro, pero es imposible que haya alguien como Sheldon en este mundo del otro lado. Si queréis saber más de Sheldon, adelante. Y os recomiendo la serie a quien aún no la conozca para marcharse cada día contento a la cama después de unas sanas carcajadas.

jueves, noviembre 18, 2010

LIVE IN 100: MAVIS STAPLES (JAZZ CAFÉ, LONDON 2010)

(Los posts los prefiero cortos, escribirlos y leerlos. Veo un blog como un lugar de rápido paso por el que transitar cada día o cada cierto tiempo, quizá porque las horas en que estamos despiertos hay que aprovecharlas en muchas más cosas que en leer los textos casi siempre personales que alguien escribe en su blog. Pero hoy me voy a permitir extenderme un poco más y alargar la lectura del siguiente texto a cualquiera que quiera compartir conmigo las maravillosas emociones que Mavis Staples me regaló el 17 de noviembre de 2010).

Por un momento, cada vez que empiece a recordar, voy a creer que la música es una bendición celestial, quizá de dios. O de Dios. Del Dios en el que cree Mavis con devoción, el que la ilumina para vivir, que le da fuerzas para cantar propagando su voz desde las entrañas, para moverse graciosa junto a sus músicos por el escenario, para amar a su parroquia con la entrega de una oradora espiritual desde el púlpito. Yo me he unido a esa parroquia y he recuperado la fe. Abrazo la religión de Mavis porque anoche me convirtió y me llamó a su congregación.

He perdido la cuenta de los conciertos que he visto, aunque tampoco puedo presumir de que haya sido una incalculable barbaridad. Y quizá el que guarde en el recuerdo como el más entrañable de todos sea el de Mavis Staples en Camden, en el Jazz Café Venue de Londres, una lluviosa noche de noviembre en el año en el que esta adorable señora ha cumplido 71 años. Mavis es pequeña, regordeta, se mueve y camina ya cansada pero se enciende como una colegiala con ganas de vicio cuando entra en escena. Conserva en su cara sonriente y maciza la belleza que tuvo en su juventud, la que tienen todavía sus manos de dedos cálidos y delgados. Y el buen humor, una alegría que parece en ella innata, nunca lo pierde.

Apareció media hora tarde, retraso que le perdonamos. Bajó las escaleras detrás de su banda, cubierta de negro y con el peinado y los pendientes que luce en su último disco. Dejó una toalla y una botella de agua sobre un taburete. Saludó al público, unos quinientos que éramos ya entusiasmados sin que empezara aún a cantar. Y sonrió con el encanto de las abuelas. Empezó la ceremonia con el primer cántico gospel. “I am His, He is mine”, proclamó. Él es el señor, claro, el dios que tan presente estuvo en la velada. Nos unió a su banda, a su propia iglesia. “Ninguno de nosotros está solo”, dijo después de susurrar entre hermosos lamentos la mejor canción de este año, You’re not alone; “pero ahora llega mi momento de estar sola”, dijo antes de entonar Losing you, el tema que le tomó prestado a Randy Newman en su último disco. Destripó casi entero este álbum, una joya cada día más resplandeciente. A su padre Pops lo recordó con Freedom Highway y con I’ll take you there, el colofón imprescindible e insuperable para un concierto inolvidable y una experiencia religiosa. Los que allí estuvimos, lo juro, nos movimos y cantamos como si asistiéramos a esas misas de negros gritando hallelujah como si dios los poseyese que hemos visto en las películas americanas.

Mavis nos dio la mano, chocó los puños y se dejó besar, nos habló a todos como una sacerdotisa. Cantó y habló cuanto quiso, se lo pasó en grande porque ha nacido para esto, para meternos en sus canciones. Recordó anécdotas, abrazó a sus músicos (“no es un buen bajista… no es un buen batería… no es un buen guitarrista”, dijo al presentar a Jeff Turmes, Stephen Hodges y Rick Hollstrom), se acordó de viejos amigos, como el Reverendo Gary Davis o los miembros de The Band tras cantar The Weight, fingiendo olvidarse de Garth Hudson, “el que tenía aquella barba larga”), bromeó con el apellido del productor de su último disco, Jeff Tweedy (“creo que el chico hizo un buen trabajo”) y cuando dejó que su grupo se deleitase en una jam de dos fantásticas piezas, se echó a un lado en el pequeño escenario y se sentó junto a su hermana Yvonne, uno de los tres integrantes de su coro, como si escuchase el ruido de las luciérnagas desde un porche cuando el sol de la tarde se empieza a esconder.

Allí estaba ella, Mavis Staples, mirándonos y sonriendo, regalando amor. “Oh yeah”, alabando a su banda. Oh yeah. Inmensa. Hasta siempre. We love you.

LIVE IN 99: SPOON (O2 SHEPHERD’S BUSH EMPIRE, LONDON 2010)

Spoon es una banda solvente, simpática aunque no divertida, pese a que su música mantiene siempre un ritmo animado que empuja a dejarse llevar por el arrebato controlado y ponerse a saltar en el centro de una sala. Navega juguetona entre los sonidos irreverentes del pop británico y la indescifrable experimentación del rock americano. Un poco de la educación punk con el que emergió desde Texas a mediados de los noventa la conserva en 2010. Britt Daniel se planta al frente y Jim Eno descansa inquieto en la batería. Con ellos nació la banda, completada por sobrios malabarismos en los teclados y la grave contundencia en el bajo. Es la sección rítmica lo que sustenta erguido y atrevido el sonido adictivo de Spoon.

Cumplieron y agradaron de paso por Londres en el O2 Shepherd’s Bush Empire, apretado de público en el foso con ganas de gritar y aplaudiendo a raudales. La actuación del grupo agradó a los asistentes, aunque concluyó con un poco de brusquedad y dejando con las ganas de un par de temas in crescendo más. Muchas canciones, casi todas cortas, sin adornos de más salvo un par de retorcidos escorzos de su vocalista estrangulando su guitarra. Desnudaron acertadamente sus dos últimos discos, Ga ga ga ga ga y Transference, que es inferior. Despertaron a veces el sonido lejano de los Stones del Emotional rescue, también un poco a Blur cuando cambiaron de perfil. Y estuvieron más que bien.

martes, noviembre 16, 2010

LIVE IN 98: JOHN HIATT (O2 SHEPHERD’S BUSH EMPIRE, LONDON 2010)

Precioso el lugar, un ancho y espacioso teatro sin patio de butacas y con un par de graderíos muy acogedor, el 02 Shepherd’s Bush Empire. E impagable la cita: enfrente, John Hiatt. Se pasó por Londres este infatigable narrador de Indianapolis, fiable firmante de una veintena de discos desde mediados de los setenta, unos mejores que otros desde luego, alguno muy flojo (Little head), pero varios excelentes (Bring the family, Slow turning, Master of disaster, Same old man). Y estamos en Londres, vaya, que el concierto tiene que sonar de puta madre. No se esperaba menos de un músico cuya fórmula es infalible: la sencillez y el oficio asientan la pureza y en muchos casos, como en éste, consolidan la grandeza.

Y en directo es donde se demuestra. Hiatt lo confirmó con su presencia misma, la de un tipo cualquiera con su chaqueta y sus pantalones gastados. Le acompaña The Combo, sólido trío con Patrick O’Hearn al bajo, Doug Lancio en la guitarra y Kenny Bevlins en la batería. El arranque fue la premonición de la perfección: Perfectly good guitar, y luego Your Daddy did, y después Alone in the dark, y a continuación The open road, el arranque de su último disco, del que sonaron otras dos piezas mejoradas ante el público, cada vez más emocionado el londinense en la terminación de cada canción. Porque cayeron Slow turning, Cry love, Master of disaster dedicada a Jim Dickinson, Tennessee plates y la maravillosa Feels like rain. Y, por supuesto, Have a little faith in me, aunque sin piano, antes de que Riding with the king cerrase en la cúspide del orgasmo una actuación magistral.

Alguien lo dijo varias veces o uno lo dijo alguna vez: “Rock N Roll can never die”. Con tipos como John Hiatt es imposible que muera. Nos dio las gracias de corazón varias veces al despedirse, siempre sonriente y satisfecho. No, somos nosotros quienes te las damos a ti. Otro grande que pasa por mi retina.

domingo, noviembre 14, 2010

VOLUME TWO 53: BOWIE (I)

Con Bowie, como me pasa con otros artistas, me atraganto, no consigo digerir plácidamente los bocados de su música. Y me pasa en concreto con la primera parte de su obra, la que en el caso del autor inglés ha tenido más reconocimiento crítico y admiración. Quizá el impacto conceptual que produjo la irrupción de un personaje extravagante como él en un momento preciso de la historia de la música rock, a finales de los sesenta y en los primeros años de la década siguiente, y especialmente en Gran Bretaña, ha tenido más relevancia que el propio valor de sus canciones. Le he dedicado un tiempo últimamente a esos primeros discos de David Bowie, y ninguno me convence, no disfruto con ellos.

A Bowie se le agradece su continuo deseo de experimentar, de no encasillarse nunca y cambiar de piel año tras año y disco tras disco. Su desconcertante reinvención acentúa su sana inquietud por la transformación, pero no conlleva ninguna garantía artística, digamos. En aquellos días supongo que la imagen ambigua, andrógina y provocadora de aquel tipo escuálido que se disfrazaba de visitante de otro planeta y aparecía grotescamente peirnado, vestido y maquillado en escena trascendió más que la calidad que contenía su música. Ziggy Stardust, por ejemplo, es un disco que no me dice nada (será porque aún no había nacido en aquel año 1972, que yo no estaba allí y esa experiencia me coge demasiado lejos). Y me ocurre lo mismo con los rugosos, irregulares y a veces descuidados sonidos de Hunky Dory (1971), Aladdin Sane (1973) o Diamond dogs (1974). Me atrae un poco más Space Oddity (1972), aunque su primer gran álbum me parece Young americans (1975), cuando empezaba a amigarse con el diablo antes de volverse reinventar y a regresar a la superficie de los vivos con trabajos más apreciables.

martes, noviembre 09, 2010

VOLUME ONE 224: I FEEL LIKE PLAYING (RON WOOD)

Cuando nos dejó George Harrison, resultó ser el más querido de los Beatles, el más entrañable personalmente y el más apreciado musicalmente, para muchos de los fans y no tan fans, el preferido. Del mismo modo podría serlo Ron Wood, tardío a la hora de convertirse en Stone con plenos derechos, desde luego sin el peso creativo en la banda que tienen sus socios o que tenía Harrison, pero ¿por qué no tan reconocido como el mismo Keith Richards, apoltronado ahora con los beneficios que sacará por su recién publicada autobiografía y su carrusel interminable de apariciones mediáticas? El caso es que, yendo al grano, Wood ha trabajado más en solitario que Jagger y Richards juntos desde que empezó a firmar discos a mediados de los setenta y sus trabajos han sido tan buenos o incluso mejores que los de sus ‘bandmates’. Ahora que el 2010 llega a su crepúsculo, Ronnie tiene nuevo álbum, tan en solitario como bien acompañado: Eddie Vedder y Kris Kristofferson aportando composiciones y gente de garantía como Flea, Billy Gibbons, Slash, Darryl Jones, Bernard Fowler, Rick Rosas, Steve Ferrone o Jim Keltner dándole cuerpo a unas cuantas buenas canciones.

I feel like playing (Eagle Records, 2010) es un digno disco, rocoso y de una pieza. Al bueno de Ronnie se le va un pelín la mano alargando las canciones, aunque nunca hasta el tedio. Cuida sus riffs, se gusta en ellos, reparte tareas sin que nadie sobresalga del conjunto, juguetea un punto con el reagge y se apaña como puede con su voz desgastada por los kilómetros, los excesos y el envejecimiento. Pero combina envidiablemente el oficio con la diversión. Yo me quedo con Ronnie.

Nota: 7/10

domingo, noviembre 07, 2010

LIVE IN 97: MONEY MONEY

Como nos acercamos al final del año quedan al descubierto las carencias creativas de unos cuantos músicos incapaces desde hace tiempo de elaborar un disco original en plenas condiciones, una colección adecuada de una docena de temas nuevos con los que alimentar (o quizá descuidar) su carrera. Lo más fácil para no desgastar su supuesto talento es ponerse a recopilar sus grandes éxitos, añadirles alguna discreta canción nueva compuesta deprisa y corriendo y facturar el disco rápidamente para exponerlo en el mercado y encabezar las estanterías, que a la hora de hacer regalos o actualizar discografías siempre habrá carteras abiertas. Por eso Bon Jovi, Bryan Adams, Suede, Barbra Streisand o Robbie Williams (y los que faltarán) publican ahora sus The best of o sus Greatest Hits, pese a que alguno de ellos ya había sacado otros álbumes similares años atrás.


Otros dos ejemplos también lamentables son Rod Stewart y Neil Diamond, el primero con su incontable reinterpretación pastelosa y plúmbea de los clásicos standard del cancionero americano, y el segundo publicando su particular disco de versiones (algo con lo que parece que hasta ahora nadie se ha atrevido), sirviéndonos un trabajo tan soporífero como el que este año perpetró Peter Gabriel en la misma línea. Una pena.


Y la gallina sigue expulsando sus huevos de oro. La caja registradora beatleliana no para de engordar. Si se reeditan los discos de John, Paul no va a ser menos y hace lo propio con uno de sus mejores trabajos, Band on the run. Y como la bibliografía sobre el primero ya tiene como redactor hasta al portero de la casa en cuya entrada lo mataron, el segundo ya tiene una nueva biografía en las tiendas. Venga, culo veo culo quiero.

sábado, noviembre 06, 2010

EL LENGUAJE

Así como ya no estudiamos ahora la manera en la que hablábamos antes, como hace cincuenta o cien años en cada uno de nuestros países, porque el uso y el diccionario han desterrado expresiones y palabras perdidas, dentro de unos treinta o cuarenta años los profesores enseñarán a quienes nos sobrevivan cómo se emplea el lenguaje acortado, los mensajes con iniciales, las palabras codificadas pero pronto desnudas y al alcance del conocimiento cotidiano. Y OMG será Oh my God. Y todo el mundo se despedirá de todo el mundo con LOL, es decir, lots of love. Y ya no volveremos a escribir más qué, por, de, para, porque o también, sino q, x, d, xa, pq o tb. No sé cómo te mandaré entonces mis besos ni si me comprenderás si te digo con otros signos o vocablos que desearía que estuvieras aquí. Pero con las miradas, con los suspiros, los silencios y los gestos universales todos nos seguimos entendiendo sin necesidad de las palabras, cualquiera que sea la parte del mundo de la que procedemos.