jueves, junio 29, 2006

VOLUME ONE 27: ALL THE ROADRUNNING (MARK KNOPFLER & EMMYLOU HARRIS)

Knopfler es pesado, Emmylou es ligera. Es el balbuceo de él lo que extiende sus canciones, por mucha duración standard a las que se ajusten, hasta un punto en el que pides "basta". Incluso su guitarra limpia tiende a repetir giros y esquemas, eso sí, no tan alarmantes ni presuntuosos como los del agotador Santana de la última década. En cambio, la caricia angelical que ella regala con su voz inmaculada pide más minutos y estrofas a sus temas. Se han juntado en estudio (y en breve gira) Mark Knopfler y Emmylou Harris para presentar All the roadrunning, el primer disco en común, resultado de siete años de amistad y ensayos entre el espléndido guitarrista británico y la divina reina estadounidense del country rock.

Ella es venerada por leyendas y novatos y con gusto presta voces de fondo tanto a Willie Nelson como a Ryan Adams o Tracy Chapman; se arrima a los autores de su generación o se convierte en referencia espiritual de nuevos y no tan noveles compositores en busca de prestigio. Desde el soberbio Wrecking ball de 1995 cada uno de sus álbumes ha sido una muestra medicinal de su envidiable evolución del country más puro hacia el pop rock más elegante y envolvente. Ahora une fuerzas con Knopfler en un trabajo más próximo a la música del ex líder de Dire Straits que a la de la dama vaquera. Y así, All the roadrunning (Mercury Records) reúne una docena de bonitas canciones de caduco deleite, piezas que parecen temer la grandeza y se conforman con la efectividad, con un encanto resultón pero frío.

Como ocurría con Sailing to Philadelphia o The ragpicker's dream, trabajos anteriores de Mark Knopfler más propensos al rápido olvido que al saboreo duradero, hay ahora temas de agrado como la canción titular, Right on o This is us. Manda él en el conjunto y Harris cumple obediente, aunque sin dejar de imponer su sello con su par de creaciones más tradicionales (Love and happiness y Belle Starr). Sabe a poco. Ocurre a veces cuando dos pesos pesados no incluyen juntos lo mejor de sí en el equipaje.
Nota: 6/10

lunes, junio 26, 2006

VOLUME ONE 26: PULL THE STRINGS (SANDY DILLON)

Oyes una comparación rocambolesca al saber por vez primera de alguien a quien también te recomiendan y no dudas en lanzarte a la escucha. “Es como una hermana estreñida de Tom Waits”, me dijeron. “Y está de puta madre”, además. De acuerdo, puede que Sandy Dillon tenga mal de vientre mientras canta. Mmmmm... no está mal, pero cuesta. Es dura, diría. Pull the strings (One Little Indian) es su disco de 2006, el sexto de una carrera casi clandestina desde la década pasada, subterránea como lo es su sonido, el de una artista de las alcantarillas. Cierto, recuerda a Tom Waits.

Es que produce su bizarra coctelera David Coulter, presente en aquel horrible The Black Rider de Waits, una conceptual fábula que me niego a defender. Un poco de aquel malsano ambiente emerge en este Pull the strings, música por momentos enferma, a veces suciamente delicada, irritante y desesperada, sonidos que buscan auxilio para ver la luz. Es difícil, ya digo, no permite sitio a lo convencional. Hay cajas golpeadas que sirven de percusión, violines chirriantes, grabaciones repetidas, cuerdas tremulantes, órgano tabernario, hojas de sierra temblorosas, alguna pulida slide guitar y mucha disonancia. Y una voz temible, como el lamento de Patti Smith metido en la trituradora, cual Marianne Faithfull anclada en la barra de un bar. Una voz que duele y que alguna vez se permite un capricho, el de conmover. La propia autora define su ruido como jazz punk western blues. Vale, lo que quiera. Al menos es un ruido más soportable que lo que cada poco tiempo insiste en castigar Sonic Youth.

Digamos que hay que estar muy jodido para hincarle el diente a la música de Sandy Dillon, outsider bostoniana crecida como inquilina del mítico Chelsea Hotel. Una vez escuchado puede uno sentirse más jodido. Pero algo elogiable sobrevive entre tanta puñetera brutalidad, sale a flote una emoción grotesca de esos autores que casi nadie nunca conocerá, de quienes se perderán en las redes de su universo sin dejarse explorar por quienes piden al menos un poquito de convencionalidad.

Nota: 6/10

jueves, junio 22, 2006

LIVE IN 22: COVERS, DYLAN COVERS & THE HIGHLIGHTS

¿Qué preferís, lectores y oyentes?: ¿las versiones de vuestras canciones favoritas en voz e instrumentos de otros músicos más bien más fieles a la original, o transformadas con notables variaciones?; ¿os gusta más que un tema conserve su esencia, sentido y estilo cuando lo interpreta otro autor, o que ese autor que no es creador lo haga propio convirtiéndolo a su propio estilo y diferenciándolo bastante del original?

Sugiero este debate a propósito de una actuación reciente que presencié en el Café Ágora de A Coruña, donde un trío local recién formado, The Highlights, rindió admiración y pleitesía a Bob Dylan con un pequeño cargamento de sus canciones. Algunas de ellas mantienen intacta su enorme magia cuando están bien interpretadas y casi todas ellas (por no decir todas) se prestan a ser puestas de nuevo en escena con respeto sincero al sentimiento con que fueron concebidas. Eso mismo demostraron los Highlights, comunión plena con el espíritu Dylan pese a su escaso rodaje como banda. Es personal y consistente la voz de Eduardo, escondido tras sus siniestras y dylanianas gafas negras. Su altura manda en escena y eclipsa la más funcional intervención de sus dos colegas, Borja y Miguel, dylanitas puros. Tres acústicas parecen demasiadas, sobre todo cuando ninguna se desmarca en canciones que lo requieren, abultan y apagan las melodías, aunque la armónica refresca los temas y hace más palpable la devoción con que surge el tributo al legado inmortal de Bob Dylan.

Tengo numerosas versiones de Dylan revestidas por la música de diversos y dispares autores repartidas en discos, algunas como parte de álbumes de homenaje, otras recopiladas por alguna revista musical, otras incluidas en discos propios de solistas o grupos. Me encantan las de los Byrds, quienes más explotaron y pop-ularizaron las piezas folk del autor original en los años sesenta; también las de The Band cuando no compartían escenario con Dylan y el acordeón de Garth Hudson las convertía en caramelos. Richie Havens o Cassandra Wilson imprimen a sus versiones la melancolía natural de sus voces; incluso las más jóvenes Cat Power y Thea Gilmore. Los Hollies las pintan más ingenuas, mientras Ben Weaver o Willard Grant Conspiracy las oscurecen. Y un amplio número de músicos de blues y otro de forajidos del country las llevan a sus terrenos sin apenas alterar el latido de su alma. La música de los cielos no lo permite.

lunes, junio 19, 2006

VOLUME ONE 25: GREENLAND (CRACKER)

Siempre encontré hechuras de gran banda en Cracker. Primero al conectar con ellos gracias al magnífico rock yankee que brota del Gentleman's blues (1998); después al paladear serenamente el más psicodélico y exultante Forever (2002), un disco que merece una y otra lamida de regusto; más tarde al disfrutarlos en directo y ser testigo del radiante y sobrado carisma de David Lowery y Johnny Hickman; y ahora al abrirle un nuevo hueco en la discografía al recién terminado Greenland (Cooking Vinyl), su séptimo álbum en estudio.

Más deudor del Forever que del rústico e irregular Countrysides (2004) y justo tras publicar su primera colección particular de éxitos, Greenland devuelve a la banda que vacila entre el rock de raíces y la jugosa y a menudo chocante pero controlada experimentación rockera. La tristeza y los sentimientos resacosos cubren el nuevo disco de Cracker, compuesto de perlas como Something you ain’t got y Fluffy Lucy que resucitan a Whiskeytown (culpa de ello tiene la templada voz de Caitlin Cary que acompaña a la más enternecida esta vez de Lowery) y pinchazos más eléctricos y macizos como Minotaur y Gimme one more chance, ejemplos evidentes del gusto del grupo por no perder a los cuarenta la osadía de sus días juveniles.
Otras joyas anómalas como Where have those days gone y Sidi Ifny juguetean por el capricho de los sintetizadores a modo de adornos tintineantes y tapices nocturnos, atrevidos gestos de unos Cracker llenos de brillo.
Nota: 8/10

LIVE IN 21: QUIQUE GONZALEZ & THE TAXI DRIVERS

Pues al final fuimos, como dijimos varios posts atrás: junto a la pequeña Ani, Dufresne y la gran Luci compartí noche con la música viva y en vivo de Quique González (sala Capitol, Santiago).

Se ha ganado aplausos cada vez más sonoros, las estrofas cantadas en masa y su nombre coreado, también el insistente y ya vulgar “¡guapo!” desde la audiencia, aunque de guapo tenga lo justo. Es un tipo bastante normal, ni necesita pintarse las uñas o ajustarse un sombrero de copa, ni simular una facha fabricada de macarra perezoso con patillas pobladas, melena despeinada y gafas negras. De esa normalidad surge la cercanía natural de sus canciones, piezas sencillas de rock con acento americano y timbre nostálgico que ya gustan al pijerío que escapa de sus clichés pero no tapa su esencia. Vive y ofrece sus directos sin parafernalia, entregado a los versos de un testigo del paso del tiempo, los amigos añorados y las relaciones perdidas. Anima a la platea con palabras agradecidas, gestos y llamadas a la implicación colectiva y algún simpático monólogo antes de culminar a lo grande una canción (Supermán) y se anima imbuido por las emociones de sus letras y sus ganas por compartirlas.

Sin los pivotes estelares de su formación, los ausentes guitarristas Carlos Raya y David Gwynn, Quique y los Taxi Drivers ofrecieron el sábado 17 un concierto cumplidor en Santiago. La actuación cubrió un coherente repaso a los mejores temas de su discografía, arrancó efectivo con Kamikazes enamorados, alcanzó la cúspide con 1973 y la propia Supermán, descendió con el set en solitario del músico y cerró levantado con Pequeño rock and roll y la subida de aires míticos En el backstage. Le faltó grandeza pero no el agrado de la autenticidad de un artista español que engulle y traduce la música americana.

lunes, junio 12, 2006

VOLUME TWO 18: ANI DIFRANCO. La pequeña gran mujer cantante

(Coincidiendo con el texto número 100 publicado en tribecasessions, cedo la oportunidad de escribir y deleitaros con más pasión musical a uno de los lectores y comentaristas más frecuentes. Bienvenido, Dufresne)

Algunos dicen que toca acústicas muy grandes. Sin embargo, creo que esa es la sensación que produce el hecho de que sea una mujer pequeña. Además de mujer y poquita cosa también es cantante, músico, compositora, freak, feminista, bisexual, activista comprometida, maniática de peinados... Yo voy a dedicar estas palabras a explicar por qué todo ello la ha convertido en una mujer GRANDE en términos artísticos, aunque he de adelantar y reconocer que parto desde ese placer que a uno le produce hablar de alguien a quien admira de forma tan profunda.

Pocos artistas han caminado por el universo de la música de una forma tan independiente y desprendida de cualquier artificio u obstáculo a la libertad creativa y emotiva como ella. Tras haber fundado su propio sello, Righteous Babe Records en 1990, sus 17 trabajos oficiales han sido editados bajo sus directrices, y también lo hará este mes de agosto su álbum número 18, Reprieve, habiendo renunciado ya a varias ofertas de empresas independientes y multinacionales en momentos diferentes de su carrera.

Esta decisión musical a contracorriente, su conocida condición feminista y una más que ambigua vida sexual reflejada en sus textos le han ido asegurando a Ani Difranco un público fiel y emocionado, atraído por esa naturaleza desnuda que emana canciones “porque sí”, “porque esto es todo lo que quiero”. Eso provoca una sensación atípica en sus conciertos, principalmente disfrutados por mujeres que gritan enfervorecidas entre canción y canción, bailan en los temas festivos y callan melancólicas y sentidamente “tocadas” en los temas más intimistas, absortas ante esas “parrafadas” cantadas, habladas o escupidas por esa pequeña mujer de enorme convicción.

Pero por encima de todo, Ani Difranco son canciones, son discos. Nace una Ani, inconformista y minimalista cuyas únicas armas son su voz y su acústica, símbolo y muestra de la originaria música folk americana que corre por sus venas y baña sus primeros trabajos. Su disco más resaltable de dicha época es Imperfectly (1992), en el que con su canción I’m no heroine reniega, al estilo dylaniano, en tono cansado y furioso, de su condición de ídolo o mente guiadora, en este caso de la causa feminista. De ahí pasa a un formato trío en la que, acompañada por Andy Stochansky a la batería y Sara Lee al bajo, luego sustituida por Jason Mercer, da vida a cinco álbumes magníficos: Out of range (1994), Not a pretty girl (1995), el más rockero Dilate (1996), el directo Living in clip (1997) y Little plastic castle (1998), cuya canción del mismo título se convierte en un himno para muchos de sus seguidores. Se aprecia una proyección hacia un folk más abierto azucarado muy levemente por música pop y rock adaptada a su propia naturaleza, a su compromiso con la música de las sensaciones auténticas. Es entonces cuando el tono de sus melodías se oscurece más, su estilo se vuelve ya por completo inetiquetable y sus temas mucho más complicados, ásperos y descorazonadores en Up, up, up, up, up. up (1999), To the Teeth (1999), en el que el jazz llama a su puerta, el mágnifico disco doble Revelling/Reckoning (2001) y Evolve (2003).

Es en este momento en el que deshace su banda, ampliada años atrás por saxos y trompetas que vinieron y se fueron y por Julie Wolf a los teclados, compañera de peripecias vitales desde el 98. Parece entonces más triste que nunca, como si después de varios años temiéndolo hubiese sido definitivamente abandonada por ella misma, por su compromiso, por la situación política que la rodea, y eso se refleja de la peor forma en su incómodo y soporífico disco Educated guess (2004), pero de la mejor en su última esperanzadora poesía musical llamada Knuckle Down (2005).

Una lesión de muñeca la ha tenido fuera de los escenarios durante casi un año y en agosto se editará Reprieve. Esperaré con toda mi impaciencia el nuevo regalo de esta pequeña gran mujer cantante.

PD: Además de todo, Ani nos obsequia por encima de sus pechos con el tatuaje más sugerente de la historia del Rock ‘n’ Roll.

BONUS TRACK 7: NEVER LET ME DOWN (DAVID BOWIE)

Hasta los músicos de primer nivel pierden un poco de su categoría en los 80 (Van Morrison, Emmylou Harris, Neil Young, Iggy Pop, Lou Reed, Dylan...). Contagiados por la invasión electrónica, el imperio del pop en las estructuras del rock y el desarrollo de las nuevas tecnologías de grabación, o desorientados por el avance de fugaces y temibles estilos y corrientes (post punk, new wage, pop melódico, nuevos románticos, tecno rock...) artistas de gran calibre publicaron sus trabajos más aburridos o mediocres en aquellos años. Por eso incluso me resisto a escuchar álbumes de esa década aunque procedan de músicos de habitual confianza. Cayó en mis manos después de aparcarlo varias veces el disco Never let me down, firmado por David Bowie en 1987.

La indiferencia es imposible con Bowie. Algunas de sus obras no pierden su fascinación (Ziggy Stardust, Young americans o el más reciente Heathen), otras acusan su presuntuosa relevancia (Low, Station to station), y casi todas conservan intacto su poder para asombrar, la capacidad natural de un artista que trasciende las etiquetas y que en su grandeza no encuentra comparación. No hay un antes ni un después. Está Bowie y como él, nadie.

Never let me down no fue bien recibido en su día. Casi veinte años después de aparecer, escucharlo permite descubrir muchos más encantos de los esperados. La producción, a cargo del propio Bowie, se aprecia ahora demasiado metálica, sobrecargada de percusión e insistente a veces en las segundas voces femeninas. Saxos y trompetas convierten al disco en un pariente cercano del más memorable Let’s dance. El duque David, Carlos Alomar y Erdal Kizilcay se encargan de casi todos los instrumentos. Aparecen por allí Peter Frampton con alguna guitarra solista y hasta el actor Mickey Rourke rapeando unas frases.

Semejante combinado da como resultado un llamado ‘disco menor’ del artista, aunque salpicado de viciosos cortes (Day-in Day-Out, Zeroes, Bang Bang), también alguna indigna broma (Shining star (makin’ my love)) y unos cuantos temas redondos (Time will crawl, Glass spider). No es imprescindible, pero sí un inesperado sabroso plato de la carta.

jueves, junio 08, 2006

SOUNDTRACK 14: STONED

Como los biopics suelen recoger las vidas de ciertos personajes históricos de distinta relevancia una vez que estos contemplan su huella en este mundo desde el cielo o el infierno, habrá que esperar aún hasta que la resistencia física lo determine para que el cine proyecte la historia más o menos completa de los Rolling Stones. Pero como hace ya unas cuantas décadas que su guitarrista y fundador Brian Jones se bajó del circo, ¿por qué no empezar con él? Así lo ha entendido Stephen Woolley, reconocido productor inglés y financiador de casi todas las películas de Neil Jordan, para afrontar su primer paso como director. Stoned (más bien "pasado" o "colocado" que stone(d) en la traducción) recrea los últimos días en la vida de Brian Jones, el más antipático de los Stones.

Estamos en 1969. Jones vive retirado del mundo en una casa de campo a las afueras de Londres y el único contacto humano que tiene es con su novia y con Frank Thorogood, un modesto constructor que hace unas obras en su jardín. De vez en cuando le visita su mánager acompañado de su novia. De los demás stones no hay rastro, le acaban de despedir del grupo. El músico vive en otra dimensión, solo y vencido por el consumo de drogas. Camina sin rumbo hacia el abismo y en una brumosa noche de julio muere en su piscina de manera sospechosa. ¿Suicido?, ¿accidente?, ¿asesinato? Los días y los años siguientes alimentaron el misterio.

La película de Stephen Woolley, filmada el año pasado y estrenada ahora en algunas ciudades españolas, mantiene las distancias con el personaje. Jones, interpretado de forma convincente por Leo Gregory, no despierta simpatías y aparece dibujado como una rock star en declive, caprichosa y autodestructiva, sin remedio a la deriva. A través de las conversaciones que mantiene con Thorogood, su mánager o su novia y los recuerdos que le asaltan, vamos asistiendo a episodios relevantes en su vida y la de la banda en sus primeros años de éxito y vicios. Es ahí cuando el film ofrece sus bazas más sobresalientes, con idas y venidas en el tiempo (algunas actuaciones, cuando Jones comienza a sentirse apartado en el grupo, su primer encuentro con Anita Pallenberg y su desenfrenada relación sexual antes de que la chica prefiriera saltar a la cama de Keith Richards) y rápidos collages de imágenes a modo de vídeoclip. Stoned gana ahí la viveza que pierde en otras escenas más densas que resaltan el desagrado que produce Jones, un músico más brillante de lo que parecía, víctima de sus vicios sin control y al que sus miserias no logran despertar la compasión del espectador.

Aunque Jagger y Richards parecen no importar a Woolley y los actores que los encarnan no dan la talla, la película es un digno aperitivo para el (seguramente complejo) biopic del grupo más grande de todos los tiempos. Al final del film, durante el célebre concierto de los Rolling Stones en Hyde Park tres días después de la muerte de Jones, unos personajes conversan y pronostican: "Sin Brian esta banda está muerta", augura el más inspirado. "No, todo lo contrario", le replica otro. Cuánta razón.


Si queréis leer otra crítica de Stoned, daos un paseo por aquí, http://www.blogdecine.com/archivos/2006/06/08-stoned-sexo-drogas-y-rock-.php

viernes, junio 02, 2006

VOLUME TWO 17: GOMEZ

Paso página y reaparecen esos temores, la sospecha de un paso atrás, como cuando los Twilight Singers conectan los micrófonos. También acaban de volver a enchufar sus instrumentos los Gomez, muy lejos de las noches de Cincinatti y New Orleans. También despejan mis dudas una vez más al volver a fabricar otro fantástico disco, el séptimo (sexto en estudio) de su insólita e inclasificable trayectoria, How we operate (2006). Subo al autobús y me voy de gira con ellos.

Lees algo de Gomez en una revista, pero en el faldón de una página par, bajo las reseñas de otros artistas a los que sigues más de cerca. Luego les encuentras entre las lágrimas de Angelina Jolie y Ryan Phillippe en la intimidad de la película Jugando con el corazón. O entre las anodinas e insatisfechas vidas de Mena Suvari y Thora Birch en American Beauty. "No está nada mal", dices, y te lanzas a ellos. Compras su disco de debut para empezar, Bring it on (1998)... y flipas.

Porque tienes un rock que no es rock y un pop que no es pop, la pureza plena les limita o les aburre y de ambos ingredientes extraen los chicos un caldo con tanto delicioso sabor a carne como a verdura. Las guitarras no suenan como todas las guitarras, las acústicas parecen más ligeras y las eléctricas más fogosas; variadas percusiones se convierten en decoraciones que oscilan entre la tibieza y la estridencia; soplan brisas de viento inesperadas y relajantes, otras veces rompedoras y estrepitosas; se deslizan juegos sonoros y todo un arsenal de ruiditos caprichosos ensamblados con los instrumentos más convencionales con rigurosa precisión y sin capricho alguno en una lujosa producción; ah, y un par de voces de mando gobiernan más que las colectivas sutilizadas que convierten las canciones en palabras cercanas. Esa agradecida indefinición musical, que entronca con las inquietudes naturales del rock progresivo, queda también expuesta por la alternancia de voces, la más suave (e inglesa, digamos) de Ian Ball y la más sombría pero irresistible (y americana) de Ben Ottewell.

Todo eso lo empezaron a cultivar cinco chavalitos británicos hace diez años. A Bring it on le sucedió una mercancía de primer orden también, con idéntico o muy parecido envoltorio: el no menos espléndido Liquid skin (1999), el más disperso pero alegre Abandoned shopping trolley hotline (2000), compuesto de mezclas de canciones previas y otros temas nuevos, el más lastimero pero emotivo In our gun (2002), el ensuciado y a veces rayante Split the difference (2004) y el ahora novedoso, limpiado y festivo How we operate, el primero que sucede al directo doble Out West del año pasado.

Si tienes curiosidad, no lo dudes. Arriésgate. Date una oportunidad y empieza por el principio.