domingo, marzo 30, 2008

SOUNDTRACK 59: CONTROL

Ian Curtis también tiene biopic, el cine se ha acordado de Joy Division y su traumatizado solista de la mano del fotógrafo y director de videoclips Anton Corbijn, esteta del blanco y negro grasiento en un sinfín de fotografías del rock n roll y de las estrellas de la pantalla. Cuando a finales de los setenta Corbijn se trasladó de su Holanda natal a Londres, una de las primeras bandas con que trabajó fue el grupo de Manchester y fue testigo de los desequilibrios mentales de Curtis, que le bajaron del mundo colgado de una soga a los 23 años. Por ello resalta en Control, título del film, la compasión y el cariño resignado con que Corbijn retrata, sin su cámara de fotos pero con un equipo de rodaje, la corta vida del malogrado cantante, mito duradero tras su muerte y referente simbólico de un sonido sombrío y atormentado que el rock británico tomó en la década de los ochenta.

En su primer largometraje Corbijn, esclavizado al blanco y negro (esta vez frío y sin granulado) escapa de la estética videoclipera habitual para centrarse con seriedad y contención en el entorno musical de Joy Division. La brutal irrupción del punk o Tony Wilson y su contexto discográfico son pasajes muy secundarios, porque lo que más le interesa al director, quizá porque su libreto se basa en las vivencias narradas de la viuda de Ian Curtis, en la compleja personalidad del cantante. Ahí el film encuentra en el actor Sam Riley su mejor baza, no sólo por el acercado parecido físico con Curtis, sino por la debilidad, tristeza y desolación que transmite con la contenida interpretación de un personaje incapaz de asimilar el camino de la vida o la fidelidad del amor. La película, es una pena, no arriesga más y evita otros desarrollos paralelos que hubieran sido interesantes. En cambio, se agradece su honestidad y su sencillez, algo de lo que carece, por ejemplo, la más inaccesible I’m not there.

sábado, marzo 29, 2008

VOLUME ONE 127: SATURDAY NIGHTS & SUNDAY MORNINGS (COUNTING CROWS)

No creo que sea descalificativo decir que un grupo o un solista son “del montón”. Son de “mi” montón particular, en el que incluyo a músicos a los que puedo perder de vista sin lamentarlo, músicos cuya obra no me transmite emociones especiales, casi siempre la indiferencia. Tienen su mérito, desde luego (para empezar, ellos saben sacarle música a una voz y a un instrumento, y yo de esa capacidad carezco), pero yo no conecto con ellos ni ellos consiguen que lo haga. Sin embargo, hay también artistas “del montón” a los que sí suelo conceder nuevas oportunidades: me pueden defraudar, como con su disco Hard Candy (2002), o agradar moderadamente, como en su último trabajo, Saturday nights & Sunday mornings (Geffen, 2008). Son Counting Crows.

Esta última entrega hace justicia a su título. La primera mitad abarca canciones enchufadas, música de compañía en el inicio de la fiesta nocturna después de una agitada semana de trabajo. Las guitarras basculan (aunque siempre he pensado que a Counting Crows le sobraba una), se oxidan inusitadamente en la bomba inicial, 1492, o potencian las pintorescas letras de Adam Duritz en las no menos fantásticas Los Angeles y Cowboys. Después el disco, con distinto productor, se relaja hasta apagarse casi hasta el final y se sustenta en canciones de resaca y melancolía en domingo por la mañana, el recuerdo de éxitos y más bien fracasos de la madrugada gastada. Sólo el último corte, fenomenal Come around, permite volver a enchufarse para el próximo sábado por la noche.

Nota: 7/10

jueves, marzo 27, 2008

VOLUME ONE 126: THE FELICE BROTHERS (THE FELICE BROTHERS)

Nos encontramos de nuevo y tan pronto con The Felice Brothers, y también con uno de esos discos, el tercero de la banda neoyorquina en tres años, que a menudo me plantean este dilema: ¿son mejores las partes o el conjunto, las canciones por sí solas o el contenido indisoluble del disco completo? Últimamente me llena más la pizza completa que dos o tres de sus sabrosas porciones.

Hace unos meses comenté que su anterior trabajo, Tonight at the Arizona, me había perturbado por su primitivo registro sonoro y sus nada disimuladas fuentes de inspiración, Bob Dylan y The Band, así de claro y fuerte. Podría repetir mis impresiones con este disco homónimo del clan Felice, de nuevo transformados en trovadores del lejano Oeste americano, rústicos personajes de western y animadores del saloon en una noche de sábado, pero… pero… ahora percibo que el grupo no ha sabido distribuir su atractivo material sin caer en el empacho o la descompensación, y la hora bien larga que dura este tercer disco pesa demasiado en cuanto la música llega a su fin.

The Felice Brothers (Team Love, 2008) contiene temas soberbios (Frankie’s gun!, Wonderful life, Ruby Mae, Murder by mistletoe, Tip your way… ya son bastantes), honestos sucesores de clásicos de The Band pasados por el filtro más depurado del 'americana' actual, pero son quizá demasiados los que hay en el disco que pretenden convertirse en la canción de cierre del local cuando el suministro de alcohol se ha agotado. Ian Felice sigue cantando igual de mal, peor que el Dylan de John Wesley Harding, pero su recitado a veces agónico es natural y con ese gesto transmite una encantadora fragilidad, la que tiene el disco pese a su poco calculada duración.

Nota: 7/10

miércoles, marzo 26, 2008

VOLUME TWO 36: FACES

Este blog llega a su post número 400 y para acompañar esta cifra redonda su autor va a dedicar unas líneas a una de sus bandas favoritas, no demasiado comentada en estas sesiones, aunque muy presente cada cierto tiempo, cuando encarece la autenticidad rockera y la mediocridad acostumbra a ser frecuente… o eso a uno le parece.

Estos eran Faces.

No crecí con los Faces en mi tocadiscos, tardé también en tener sus cds, pero en cuanto uno sucedió a otro y la lista se acabó pronto porque el grupo perdió el buen rollo del principio, pasé una temporada muy colgado a sus canciones, a esa camaradería juerguista ahogada en el blues de raíces y el rock and roll de aguardiente. A Rod Stewart le había crecido la barba cantando soul antes de morder de la manzana del rock, a la que también daba bocados Ronnie Wood de la mano de Jeff Beck. Ronnie Lane, Kenny Jones e Ian McLagan venían de invadir los USA con la psicodelia mod de los Small Faces (a estos nunca les he cogido el truco). De tanta fuente nació un manantial de creatividad que en apenas cinco años, de 1970 a 1974, dejó correr desde Londres un caudal de sensacionales canciones de rock expulsadas desde las entrañas e interpretadas con tanta devoción como alegría, una profundidad y emoción que hicieron mella en numerosos herederos venidos al circo del rock décadas después.

Vendía Rod, guapo y sexy en sus colores vestido y exhibido, tenía un poder enorme para engatusar con su inconfundible voz raspada. Por eso inició casi al mismo tiempo un particular camino en solitario en compañía de sus propios colegas, unos Faces que empezaron a cansarse de ser unos secundarios sin voz, pero con los que grabó entre 1970 y 1974 también unos primeros discos bajo su nombre tanto o más magníficos como los que llevaban el crédito de la banda.

Varias veces se ha especulado con la reunificación de la banda sin el fallecido Ronnie Lane. También varias veces se han juntado algunos de sus componentes para interpretar una o más canciones sobre el escenario. Por favor, hacedlo los cuatro, mejor con un disco nuevo, antes de que sea demasiado tarde para todos.

lunes, marzo 24, 2008

LIVE IN 52: GRABAR UNA CINTA

Los tiempos modernos destierran viejas costumbres, ritos con los que crecimos y aprendimos que no deberíamos olvidar aunque ya no los repitamos de forma original. Ahora ya no grabamos cintas para conservar a un amigo o empezar a tener a una amiga, ya no usamos primitivos casetes en los que guardar un poco de nuestro gusto y preferencia musical en un momento dado, de las canciones que nos encanta compartir con alguien a quien apreciamos o queremos. Yo tampoco gasto casetes ahora, pero sigo grabando mis ‘cintas’ de rock and roll en cds, incluso para mí mismo.

¿Recordáis a John Cusack en la película Alta fidelidad? En una escena, rodeado de vinilos y sus fundas de plástico delante del equipo musical, daba normas al espectador para grabar una cinta a alguien, y no parecían tan fáciles de cumplir. Yo tengo mis propias normas.

1. Que la duración no sea menor de 50 minutos ni sobrepase los 65.

2. 14 canciones como mucho (bueno, 15 lo más).

3. Los temas largos, de más de 6 minutos por ejemplo, deben llegar al final, y nunca más de dos seguidos, pero que el más extenso no sea el último.

4. Que la grabación arranque con fuerza, que el anzuelo sea el primer tema para seguir enganchado al oyente; prohibido empezar con una balada, desde luego, y terminar tampoco.

5. Que la segunda canción no desentone con respecto a la primera, que guarde la misma intensidad aunque sus intérpretes sean dispares.

6. Que a dos o tres temas (no más) cantados por un varón le suceda uno con voz femenina; o que a dos o tres chicas le siga un mozo.

7. Las guitarras acústicas congenian bien con las eléctricas y agradecen darse relevos cada dos o tres cortes.

8. Evitar los clásicos; por supuesto que pueden ser escogidos artistas y grupos conocidísimos, pero merecen seleccionarse antes sus grandes temas menos conocidos.

9. Que la última canción se te queda grabada en el recuerdo y te dé ganas de volver a escucharla (y de paso, la grabación entera).

10. Toda grabación merece un diseño, una cubierta original a gusto del autor, una foto sin rótulos como portada y otra a tono en la contraportada con los títulos de las canciones y sus autores.

Y darle al PLAY.

viernes, marzo 21, 2008

VOLUME ONE 125: ACCELERATE (R.E.M.)

Otros que vuelven sin haberse marchado, también sin nada insólito en el menú. Me pregunto si hay fans de R.E.M., fans auténticos de los que hacen cola a las puertas de un recinto desde la madrugada anterior o siguen coleccionando todos los bootlegs no oficiales. Diría que no. Supongo que porque creo que esta banda ya no tiene nada nuevo ni distinto que ofrecer. Todo depende del que escucha, claro; Van Morrison también ha echado el ancla pero aún consigue emocionarme, R.E.M… no. Y Accelerate (Warner Bros., 2008) se oye con la misma rapidez con que se olvida. Las guitarras se recrudecen, el ritmo es ciertamente más acelerado y el conjunto se parece más a lo que sonaba en Monster (1994) que a la mesura con tendencia al sueño de los discos posteriores. Un prometedor despegue con Living well is the best revenge y Supernatural superserious pierde su esperanza con la sucesión anodina de los cortes sin chicha de un trabajo funcionarial.

Michael Stipe ha oficializado su homosexualidad tantas veces rumoreada y entonces no tan correctamente admitida, pero apuesto a que las canciones de Accelerate no se van a escuchar en las carrozas del día del orgullo gay, por lo menos hasta que Mika o Scissor Sisters dejen de dar grititos.

Nota: 5/10

jueves, marzo 20, 2008

VOLUME ONE 124: KEEP IT SIMPLE (VAN MORRISON)

(Lo vi en el mostrador y alargué el brazo en un acto reflejo para meterlo en el carro de la compra. Sabía que aparecería, pero no tenía prisa por saber cuándo estaría a la venta; de hecho, no me había planteado comprarlo. Pero, qué diantre, este tío nunca la ha cagado y si tengo sus 37 discos anteriores no voy a quedarme sin el 38)

Como Woody Allen y sus películas, Van Morrison vuelve cada año con un disco nuevo oficial, con menos riesgo y novedad que el cineasta, con su misma música inmaculada. Desde el 98 no se quitaba las gafas en una portada, diez años después, quizá a tono con la simpleza que reclama en su título, el león de Belfast no cambia el gesto inexpresivo pero descubre su mirada neutra y perdida ¿Y? Keep it simple (Exile, 2008) no aporta nada original (como hace tanto tiempo) a la carrera larga de tan sensacional autor, puede que sólo alguna guitarra puntiaguda acentuando las venas blueseras de casi la mitad de las canciones y otra un pelín más temblorosa en otro par de piezas. Pero en el fondo, una vez (dos veces) escuchado, sus ya débiles rugidos tienden a confundirse con cualquiera de los de los últimos cuatro buenos discos (salvo el anterior Pay the devil).

Me temo que Van the Man ya no va a volver a grabar una obra maestra como aquel The healing game de 1997, aunque quienes no faltamos a la cita anual con Mr. Allen tampoco vamos a perdernos la que aún nos pide Mr. Morrison. Y todavía, todavía, uno lo sigue escuchando y pensando, como Uma Thurman en la adorable Beautiful girls, que su música es una compañía perfecta para compartir nuestra vida íntima.
Nota: 7/10

LAUTREC, VENENO

El nombre, el arte, queda manchado, es una lástima.

Si alguna vez os dejáis caer o alguien os hace caer por un horrendo local de copas de mi ciudad, os recomiendo que huyáis de allí de inmediato, como si con sólo pisar el suelo que abarca os contagiaseis con la peste y vuestras horas de vida empezasen la cuenta atrás a ritmo de vértigo. Para empezar, os aseguro que a la mañana siguiente sentiréis un pesado dolor de cabeza, porque allí, lo que sirven, aunque ellos no se lo crean (que no es el caso), no es en absoluto de buena calidad, sino veneno. Si alguna vez habéis caído antes por allí y se os ha ocurrido sacar una foto con el teléfono móvil a un amigo, lo lleváis claro; es probable que la gorda alopécica que por allí pulula con cara de mal follada os haya descubierto en tan deshonrosa y ofensiva acción y se niegue a serviros una copa en lo que queda de vuestras vidas, aunque vayáis por el lugar acompañados del presidente del gobierno, de la infanta real o de cualquier patética estrella de rock local con una cartera repleta de vicio y dinero. ¿Por qué esta pocilga puede abrir hasta más tarde que el resto de mortales que comparten calle y barrio? Exigimos que la patrulla se persone allí a la hora a la que los demás empiezan a hacer cuentas.

Fue bonito mientras duró. Pero todo acaba, todo muere, y la belleza espera detrás de cualquier esquina. Gratis, además.

Esta información va camino de los titulares.

martes, marzo 18, 2008

GREATEST HITS 41: NO ONE (ALICIA KEYS)

No me despego de esta canción desde hace semanas, o ella no se despega de mí. No es ninguna carga tener que recordar la melodía que marcan sus estrofas, su nervio optimista y el canto vigoroso con que concluye. Tenía 21 años Alicia Keys cuando su primer disco, Songs in A minor (J-Records, 2001) empezó a perder la cuenta de su premios. A mí nunca me cautivaron los acordes de sus éxitos ni las precoces cualidades que pudiera guardar aquel nuevo nombre de la escena R&B neoyorquina en aquel álbum, y de hecho dejé pasar los años hasta por fin escucharlo sin que me cautivase. Su segundo trabajo ya lo regateé, pero el tercero, As I am (RCA, 2007) me inspiró cierto interés y confianza que no me engañaron. Sin ser una obra extraordinaria, sino más bien comedida aunque íntimamente intensa, este disco sí tiende a perdurar por la fuerza emocional de dos o tres de sus temas.

Y uno es este No one que la artista vive y siente desde las entrañas, entregada a la devoción personal hacia ese “tú” al que canta, al que protege a su lado y al que sonríe cuando su rostro terso y brillante se dirige directamente a nuestros ojos.

domingo, marzo 16, 2008

SMELLS LIKE TEEN SPIRIT

De un punto a otro, en pocos minutos nada más, cruza en mi dirección una sinfonía difusa de olores que explotan como relámpagos. Tengo hambre y me tragaría esos olores antes que cualquier bocadillo de tortilla. Es la huella que flota en el aire por el camino que sigue y que lleva consigo, hasta que el sudor engulle cualquier rastro y se apodera del cuerpo, y al día siguiente, después de la ducha, florece un jardín en cada roce de la toalla, en cada cabello que intima con las mejillas, en cada mirada. Otra vez, aunque sea distinto.

El olor se muere en un instante, sólo revive en cuanto me cruzo con otro parecido. Pero después de unas cuantas horas ya no huelo nada y nadie me huele a nada. Los jardines se marchitan y cada rostro alegre que desaparece se pierde en la ignorancia. El goce da paso a la náusea y las calles de flores sembradas se convierten en rincones mojados por los excesos orinados. Nuestro olfato, socio maligno del deseo, nos vuelve a hacer una putada, camino de ninguna parte.

viernes, marzo 14, 2008

BONUS TRACK 43: TALKING TIMBUKTU (ALI FARKA TOURE & RY COODER)

Cuanto más queremos abarcar más cortos se quedan nuestros brazos. El tiempo es finito además, e incluso a la hora de inspeccionar hay que ser selectivos. Me he atrevido muy poco con la música africana y no niego que si le hubiera prestado algo más de atención me habría ahorrado la música de otras latitudes no tan exóticas que ha pasado por mis oídos. Conocía este disco desde hace años, pero nunca me atreví a escucharlo a pesar de haber leído alguna reseña positiva. Ali Farka Toure era el blues man de África (con John Lee Hooker, le comparaban), cuna y raíz del blues que cruzó el Atlántico para adherirse a la tierra norteamericana. Cantaba y tocaba la guitarra, además de otros instrumentos. Conocía y cuidaba la música de su pueblo y disfrutaba con la música negra americana. En Ry Cooder encontró a un amigo (o a la inversa), halló a otro inquieto viajero por las ramas genealógicas de la música tradicional y juntos grabaron hace más de una década un precioso disco titulado Talking Timbuktu (World Circuit, 1994).

Hay música que sólo puedes escuchar en momentos concretos, que es imposible entender o disfrutar en otros contextos. Yo escuché Talking Timbuktu con un libro entre manos primero y a la luz de una lámpara de noche y frente a una pantalla de ordenador y un relato a medias después. En ambos casos este álbum hechizante de blues primitivo, al que las cuerdas de Toure y Cooder le confieren una estela de paz cristalina y las sencillas percusiones (el batería Jim Keltner y el bajista John Patitucci también aportan otros adornos rítmicos menos rudimentarios) trasladan al oyente a las arenas y poblados de Mali, se te pega pronto como el calor del desierto y te vuelve a dejar rezagado por la cantidad de música que aún te queda por conocer.

miércoles, marzo 12, 2008

GREATEST HITS 40: STUPID GIRL (GARBAGE)

Acabo de someter dos discos a la prueba de la resistencia temporal, los dos primeros trabajos de Garbage. El primero, del mismo título y fechado en 1995, le gastó las pilas a mi walkman en mis años universitarios; el segundo, Versión 2.0 (1998), me cogió en otra etapa menos académica y bastante incierta, a mitad de camino de todas partes. En su día me fascinaban estos álbumes, sobre todo Garbage, con ese sonido tan híbrido de la banda, esa producción que hermanaba el rock y con la electrónica y especialmente ese atractivo animal de una pequeña gacela como la escocesa Shirley Manson al frente. Varios años después he vuelto los oídos a la música de aquellos dos discos para darme cuenta de que sus riffs entonces tan seductores y la voz ambiental de Mrs. Manson han perdido su frescura y que a aquella música que me parecía ideal para desabrochar los botones de la espalda ahora se le ha marchitado su encanto sexual. De todos modos, aún queda algo de chispa lujuriosa en el recuerdo.

martes, marzo 11, 2008

VOLUME ONE 123: SATURNALIA (THE GUTTER TWINS)

Una espera halagüeña, un momento olvidable. Algo me roía en la intuición que empezaba a desgastar mi confianza en Mark Lanegan y Greg Dulli. La lúgubre colaboración del primero en el disco más reciente de Soulsavers y la insistencia del segundo en flotar por las turbias autopistas del oscuro rock empañado con sus Twilight Singers precedían la gestación del primer disco de estos dos siniestros amigos, bautizados como The Gutter Twins. Torcí el gesto. Lamento haber acertado.

Saturnalia (Sub Pop, 2008) navega por las constantes de Dulli con un protagonismo esta vez mayor de Lanegan. Es cuando éste alza la voz por encima de la de su compadre (The Stations, Bête Noire, Seven stories underground) cuando el disco adquiere unas texturas climáticas presentes en los mejores trabajos del ex líder de Screaming Trees en solitario, aunque envueltas por el tejido apelmazado de las formaciones de Dulli. Salvo Seven… los pausados cortes de Saturnalia resultan tediosos y vacíos de sangre, y los más cañeros (Idle hands) acaban por perderse en la bruma de su sonido sobrecargado. Después del último segundo añoré a Lanegan a palo seco, el de Field songs o Whiskey for the holy ghost y no me quedaron más ganas de volver a escucharlo con su colega gemelo.

Nota: 5/10

lunes, marzo 10, 2008

VOLUME ONE 122: WARPAINT (THE BLACK CROWES)

Nunca me creí la separación por razones creativas, personales o emocionales, si es que alguna vez llegó a ser oficial, de The Black Crowes, así que no me coge desprevenido la reaparición de la banda de los hermanos Robinson con su séptimo álbum de estudio, Warpaint (Silver Arrow, 2008). Su retorno, siete años después de Lions y de unos cuantos reencuentros, directos y publicaciones inéditas, viene a desempolvar también las esencias de un rock clásico americano algo arrinconado y con frecuencia subestimado en los días que corren, de una tradición alimentada del viejo blues y enraizada en los estados del Sur. Los Black Crowes han vuelto a volar con la gracilidad de los años del Southern Harmony… y la seguridad de la experiencia, la que da el bagaje de la carretera y una educación musical imprescindible para amar el rock and roll.

Warpaint roza la perfección y eso se debe al tiempo de madurez alcanzado por la banda. Quizá fuera entonces necesario un paréntesis tan largo si después de que se cerrase íbamos a encontrarnos con este gran disco de regreso. Con Chris y Rich aguantan Steve Gorman a la batería y Sven Pipien al bajo. Adam McDougall se une a los teclados y Luther Dickinson (North Mississippi Allstar, más espíritu sureño) agarra otra guitarra. Justo en el juego entrelazado de guitarras, en la combinación de estructuras sucias y limpias y en la templanza ganada por la voz de Chris Robinson residen los mayores encantos de este trabajo brillante que se paladea mejor cuantas más veces se pincha.

¿Temazos? El inicial Goodbye daughters of the revolution, Evergreen o la maravillosa despedida, Whoa Mule, por ejemplo. Sólo una insulsa penúltima canción y algún desvarío guitarrero impiden a Warpaint ser mejor de lo que es.

Nota: 9/10

viernes, marzo 07, 2008

VOLUME ONE 121: ATTACK & RELEASE (THE BLACK KEYS)

Los duos musicales no me dan buena espina, sobre todo los que entre dos y nadie más se guisan y comen todo el cocido sonoro. Desconfío más cuando en esa pareja falta el bajo y la música que del grupo sale parece áspera o incompleta, sin el aceite de la ensalada, aunque en los trucajes de la producción camuflen alguna que otra línea de bajo. Pero en todo hay excepciones y The Black Keys no están nada mal. Dan Auerbach y Patrick Carney son de Ohio y Attack & Release (Nonesuch Records, 2008) es su quinto álbum.

Falta el bajo (aunque diría que no en todos los cortes), pero en su ausencia son los teclados psicodélicos, las percusiones variopintas, las cuerdas finas y gruesas o las flautas traveseras las que llenan de sustancia las canciones indescriptibles de este disco irregular pero de atmósfera atrayente. Pronto se enciende pero pierde fuerza y cuando el ritmo decae de golpe despierta. A nada ni nadie se puede comparar cualquier corte y un lejano rastro de blues marchito parece esconderse en el pulso que da cuerda a estos temas nada convencionales.

Nota: 7/10

BYE BYE

A estas alturas del camino va siendo hora de abandonar. Dejemos las chiquilladas para los sueños y finjamos que nos comportamos como seres formales. De espaldas podremos equivocarnos menos, oír el mimo de su lengua al borde de los dientes en sus palabras y aspirar la brisa que escapa de su cuerpo, de la ropa y del balanceo de su cabello. De espaldas nos quedaremos con lo que más nos gusta sin el riesgo de descubrir lo que nos disgusta. El goce del instante nunca se pierde.

La memoria retrata mejor la belleza que cualquier flash en la oscuridad.

martes, marzo 04, 2008

SOUNDTRACK 58: MY BLUEBERRY MOON

Por segunda vez en menos de un mes me he tropezado con la canción de Neil Young Harvest moon en una película. Primero fue la versión original del disco homónimo en el film Lejos de ella (2006); ahora es una versión de la vocalista de jazz, aunque itinerante versioneadora por los terrenos del folk, el country y el blues, Cassandra Wilson en el primer trabajo en suelo americano del reputado cineasta chino Wong Kar Wai, My blueberry nights (2007).

Comento de paso que este anhelado estreno se convierte en el trabajo más modesto y menos petulante de este sobrevalorado director de cine, lo que no quiere decir que sea una obra merecedora de los excesivos elogios que ya la han bañado. Las huellas de identidad de su cine están presentes en la poco convencional relación sentimental que bordan los personajes principales interpretados por la cantante Norah Jones y el británico Jude Law, maderos a la deriva que se encuentran en una acogedora cafetería neoyorquina. En tres partes divide el director oriental la odisea emocional que recorre Norah Jones, pero sólo la primera y el colofón (además de un breve fragmento intermedio) contienen los únicos pasajes de autenticidad natural del ajustado metraje de la cinta. Los demás episodios, algo forzado el segundo con Rachel Weisz y David Strathairn e ingenuo y poco consistente el tercero con Natalie Portman, no guardan coherencia con la premisa inicial que plantea el film. Como mal mayor, y que empapa toda la película, hay que destacar y censurar la cargante puesta en escena habitual en Kar Wai, esa sobreexposición agotadora de colores o ese abuso presuntuoso de ralentis que no hacen más que invitar a la distracción.

Pero a lo que iba. Que hay que aplaudir al menos la apropiada selección musical del director para su película, no sólo por rescatar para el cine, aunque con una partitura muy escasa, a Ry Cooder, sino por aderezar las imágenes que ilustran su historia con temas de Amos Lee, Otis Redding, Cat Power, Mavis Staples o Norah Jones. Por encima de estos autores manda esta vez Cassandra Wilson y su versión de ensueño de Harvest moon, que la cantante incluyó en su disco de 1995 New moon daughter. Basta cerrar los ojos e imaginar que es la música de la noche en el corazón del bosque. Aquí os la dejo en una actuación en vivo.

lunes, marzo 03, 2008

VOLUME TWO 35: JIM WHITE

Por cada cinco músicos que te encuentres en el camino por primera vez cada cierto tiempo, raro será que a uno de ellos al menos no le quieras seguir el rastro en adelante. Jim White es un ejemplo. A los demás los pierdes de vista porque la intuición te dice que no se van a salir de la rutina, pero a ese a quien le prestas la confianza va a seguir llevándote por trayectos de lo más novedosos y excitantes. Jim White. Joe Henry, ese maestro de artesanos, le produjo Drill a hole in that substrate and tell me what you see en 2004 y con este disco encontré yo a un autor ‘americana’ diferente, un retratista de espacios abiertos pero climas opresivos con el gatillo de una voz ondulada y cálida.

Cuentan que Jim White fue surfero profesional, también taxista, modelo y boxeador. Desde 1997 ha grabado cuatro discos y compuesto la música para un documental (Searching for the wrong-eyed Jesus) en el que enseña otra de sus facetas, la de predicador. The Handsome Family o Johnny Dowd, parientes de oficio poco estimulantes, serían los referentes menos seductores a los que se acercan las canciones y la música ensortijada de Jim White. Calexico, Lucinda Williams o el propio Joe Henry vendrían a ser compañías similares y pruebas de garantía.

Por eso la obra de este autor requiere la complicidad de un oyente paciente, no para convencerle de su calidad, sino para descubrirle en cada paso la riqueza de ambientes que ofrece y de paisajes por los que lo conduce: caravanas abandonadas, iglesias rurales, vastos campos de cultivo, vidas estancadas y una noche infinita frente al volante.