Hay cuestiones que son difíciles de responder, y otras que están hechas para no ser contestadas.
Hubo un tiempo en que la música estaba llamada a transformarlo todo, pero los años 60 dejaron de ser soñados. De aquellas aspiraciones revolucionarias sobrevivieron “poco más” que una buena colección de canciones y alguna utopía irrealizable.
A día de hoy, en el mundo utilitarista en que habitamos, podría parecer acertado proclamar que la música tiene como única función el satisfacer pretensiones hedonistas más o menos sofisticadas. Siendo pues una consecuencia más de la sobreestimación de lo estético que nos inunda. Pero esto comportaría cosificar la música. Reducirla a un mero producto de consumo, rebajándola al mismo nivel que beber una pinta de cerveza o comprarse una revista de actualidad. Además, en último término, no explicaría por qué alguien puede precisar acompañarse del estrépito de una canción de Tom Waits, de las disonancias que emanan del saxo alto de Ornette Coleman o de la voz afilada del Bardo de Minnesota.
A pesar de todo, seguiremos hallando capitanes Ahab que, a bordo del Pequod, persistan en su afán por dar caza a la bestia blanca. Individuos más o menos invisibles –subterráneos, diría Kerouac- que hacen de la persecución de una música la aguja magnética de su existencia. Un esfuerzo considerado inútil o absurdo para una mayoría, incapaz de entender el entusiasmo con el que alguien puede dejar irse una tarde, una madrugada o toda una vida escuchando “únicamente” un disco, una canción o un solo de trompeta más.
Muchos, siguiendo distintas religiones o credos laicos, se mantendrán en su contumaz empeño de buscarle un sentido a todo esto. Otros, conscientes de que hemos entrado en la sala de cine a mitad de la película, nos limitaremos a perseguir un solo de corneta de Beiderbecke o una grabación inmerecidamente olvidada... y conversaremos de madrugada sobre todo ello, en buena compañía y arropados al calor de un Jim Beam o de una pinta de cerveza. Y haremos nuestras las palabras de Cortázar… empeñándonos en vivir absurdamente para romper, alguna vez, este absurdo infinito.
Pd: Sirvan estas líneas para conmemorar las muchas y mejor escritas -en las 199 sesiones precedentes- por Rubén Darío, el más mítico entre los subterráneos.
4 comentarios:
Lucidas reflexiones, amigo, acerca de nuestro bote salvavidas, nuestro fiel amigo, nuestra aspirina contra el dolor, nuestro hombro contra la tristeza, nuestra chica... esa que nunca perderemos.
¡¡¡Que el cine, el jazz, el rock, los libros y esa cosa un tanto inútil que es la música nos acompañen!!!!
Quedaron chulas las fotos,buena selección... hablando de Beiderbecke me acaba de llegar vía Amazón una caja sobre el particular.
Ahora:¡¡¡A por los 300!!!
escuchando: Way down yonder in New Orleans (por Frank Trumbauer and his Orquestra)
Fantástico post, no hay nada más que decir, sólo que la música es un fiel amigo que puede acompañarnos a todas partes y, cuando no lo hace podemos sentirnos desamparados. ¿No notáis eso cuando andáis por la calle con los cascos y se termina la pila del aparatito?
Un saludo.
Carlos V.M.
Sin nada que añadir, hay cuatro o cinco reflexiones que creo que no pudiste reflejar de mejor manera y con las mejores palabras...
que bueno¡¡¡¡
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