Así de golpe, con el consiguiente cansancio pero nunca agotamiento, escuché un disco detrás de otro para entrar en calor con el soul y R&B ágil y polifacético de Mr. Redding. Sus temas lentos y algunos medios tiempos poco me han convencido, pero esa cortesía con las que cantaba sus baladas quedaba totalmente eclipsada por la abrasiva inmediatez de sus directos, en los que aullaba y maullaba, sudaba como una animal y contagiaba de excitación con su gruesa sonrisa. Otis era un notable compositor y a sus melodías propias añadió otras con la firma de un genio como Steve Cropper, con quien parió ni más ni menos que Mr. Pituful, Fa fa fa fa fa (sad song) o la inmortal (Sitting on) the dock of the bay. Tuvo a su lado a magníficos músicos de acompañamiento, The Bar-Kays, con los que dio cuerda a una música que ningún accidente de avión puede matar.
Mucho tiempo después de que su voz se apagara a los 26 años, percibo en ella ecos que años más tarde sonarían en las muecas vocales de Mike Farris (Screaming Cheetah Wheelies) y Chris Robinson (The Black Crowes) en sus bandas de rock cuyo germen yace sobre la hierba del soul.
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