Ahí está la gran diferencia. Ramblin’ Jack Elliott siempre le fue fiel al folk tradicional americano y sobre sus paisajes y estructuras cultivó una carrera tan larga pero menos fértil y vacilante como la del propio Dylan. A Jack no le llueve la veneración, pero sí el respeto; no es objeto de mercado, de biografías y estudio (aunque sí tiene documental, The ballad of Ramblin’ Jack, del año 2000 y dirigido por su hija). Jack, sin poesía en la sangre y con más cercanía humana en su discurso, vale tanto como el que más, aunque nunca le haya interesado tener más.
Hay algo en la música simple y familiar de Ramblin’ Jack que lo convierte en un autor querido y admirado, enternecedor. Quizá sea su pureza vocal, el canto nasal que heredó de Guthrie y le robó Dylan o la sutilidad con la que toca su guitarra. O la sencillez de sus canciones tradicionales, desnudas casi siempre de artificios, con su guitarra, su voz, la armónica y nada más. Entre 1957 y 1964 encabezó junto a Seeger, Dylan o Joan Baez aquel pelotón de cantautores protestotes; se desmarcó poco después o se quedó en el sitio. Grabó de vez en cuando y tardó 25 años en volver a cantar con un magnífico retorno, South Coast (1995). Once años después, con I stand alone (2006), una colección de cancioncillas casi interpretadas en carne viva con la variada compañía de Flea o Lucinda Williams como invitados, se ha vuelto a hacer querer.
1 comentario:
Me encanta este disco, no pude encontrarlo en Santiago y me lo pillé en Portobello además de otras joyas en vinilo que jamás pensé que volvería a ver. ¡Yuju!
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