"Corre. Han cerrado. ¿Mañana? Tengo que anular lo que tenía a las 12. Mierda. ¡Muévete, imbécil! ¡Pon el intermitente! Y ahora un atasco. Cagüen..."
Cuando eres consciente de que vives en un sinvivir esta frase en cursiva llega a hacer hasta gracia. Últimamente ya no entiendo las prisas. Ahora entiendo el tiempo. Entiendo los planes y los imprevistos. Lo que te da tiempo a hacer, lo que quieres hacer y lo que debes hacer. Son tres cosas tan distintas que incluso disfrutas de ellas. Pero hay que equilibrarlo. Y ahí está el placer.
El placer de desayunar un día por la mañana con un amigo y comentar las noticias del periódico, el concierto al que asistió el día anterior o la nueva película que vio la semana pasada. El placer de estar en un atasco en Alfonso Molina y poner música a todo volumen y con las ventanillas bajadas. El placer de una sobremesa en una cafetería nueva y descubrir una maravillosa camarera que te hace olvidar lo mal que te sienta el café. El placer de un reencuentro no planeado que te une de nuevo a gente que no sabías que apreciabas ni que te apreciaba. El placer de una puesta de sol en una gasolinera de una autopista. El placer de una siesta con la brisa en la cara. Un paseo improvisado que no cansa. El placer de ver una película que no te toma por tonto o de escuchar una canción que en ese momento es una obra maestra y la adoptas como favorita.
Los placeres no son sofisticados ni complicados. No entienden de prisas ni tareas. El placer es respetar el tiempo sin mirar la hora.
El placer de desayunar un día por la mañana con un amigo y comentar las noticias del periódico, el concierto al que asistió el día anterior o la nueva película que vio la semana pasada. El placer de estar en un atasco en Alfonso Molina y poner música a todo volumen y con las ventanillas bajadas. El placer de una sobremesa en una cafetería nueva y descubrir una maravillosa camarera que te hace olvidar lo mal que te sienta el café. El placer de un reencuentro no planeado que te une de nuevo a gente que no sabías que apreciabas ni que te apreciaba. El placer de una puesta de sol en una gasolinera de una autopista. El placer de una siesta con la brisa en la cara. Un paseo improvisado que no cansa. El placer de ver una película que no te toma por tonto o de escuchar una canción que en ese momento es una obra maestra y la adoptas como favorita.
Los placeres no son sofisticados ni complicados. No entienden de prisas ni tareas. El placer es respetar el tiempo sin mirar la hora.
5 comentarios:
Qué gran verdad, Isra.
Ya estamos a vueltas con el tiempo, ese incierto compañero de viaje que nunca sabes cuándo va a estar de tu lado o cuándo va a darte una puñalada. Sólo hay que saber invertirlo bien, supongo, para que se convierta además en un placer.
Añadiría últimamente a esa lista de placeres que mencionas el de poder pasear en solitario sin ninguna agenda marcada y con un buen disco en tu mp3 al que prestarle atención sin distracciones.
Un abrazo.
Un pequeño placer leer este post.
Saludos.
Rubén, la lista de placeres es infinita, personal e intransferible, pero se puede compartir, como intento en este post.
Ascensorista: muchas gracias.
Saludos
Por cierto, Rubén, enhorabuena por aguantar como un jabato y cumplir dos años. Serán más y tan buenos como estos.
Un abrazo.
ascensoristas, tribecasessianos o yojimbos, fernianos aquí creo que nadie necesita ver el reloj mientras leen estos pedazos de pensamientos.... como dices fantásticamente yojimbo: "El placer es respetar el tiempo sin mirar la hora".
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