sábado, septiembre 08, 2007

VOLUME ONE 89: NUCLEAR DAYDREAM (JOSEPH ARTHUR)

En esto de la música uno ya no sabe a veces si la acumulación de modelos de inspiración y su adaptación a un trabajado estilo propio que para nada se pueda comparar con sus fuentes merece aprobación o rechazo. El peso del tronco entierra las raíces, digamos. Supongo que nuestra valoración, el bien o el mal, el sí o el no, dependerá del grado de implicación personal con que el artista en cuestión fabrique su música y la voluntaria actitud de atención con que el oyente la escuche (o que el músico le caiga a uno bien o mal, al fin y al cabo). Todo este pequeño rollo para recordar que hay algunos autores apreciables que siempre provocan un recelo inicial antes de acceder a los nuevos episodios de su trayectoria. Joseph Arthur, por ejemplo. Hace tiempo me prestaron tres de sus discos y tardé varios meses en escucharlos. Unos más lucidos que otros, todos tenían una inquietante versatilidad de contenidos, además de algún que otro detalle de grandeza. Nuclear daydream (Mega Force, 2006) es su penúltimo álbum y sirve también para comprobar cómo la pereza inicial por escucharlo obtiene luego una impresión final satisfactoria.

Natural de Ohio, su padrino musical fue Peter Gabriel a mediados de los noventa, así que para no desilusionar a su descubridor Joseph Arthur ha optado por seguirle la corriente a su particular modo, es decir, por componer una música encajada en el terreno alternativo del pop y el rock pero que no define hacia qué postura se inclina. Posee además el chico una cambiante variedad de entonación que hace que sea casi imposible reconocer su voz, casi siempre serena y susurrante, con sólo escuchar una canción al azar.

A ver, en Nuclear daydream, como en sus trabajos anteriores, se dan cita ecos de Leonard Cohen, Nick Drake, Neil Diamond, Greg Dulli (de quien es colega y colaborador), Belle and Sebastian y REM. Al menos la batidora no se atraganta. Los arreglos de producción son a veces preciosistas, incluso en sus ramalazos retro, las guitarras acústicas suenan abultadas, se les nota el rímel, y la voz débil del autor parece casi siempre maquillada, desconcertante o sugerente, según la ocasión. ¿Son defectos? No los veo así. Son acentos que convierten sus canciones en hermosas partituras, algo que nunca conseguirán, por ejemplo, tipos con el mismo perfil pero más baja altura (por mucho que se les encumbre) como el insoportable engendro que es Rufus Wainwright.

Nota: 8/10

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