Natural de Ohio, su padrino musical fue Peter Gabriel a mediados de los noventa, así que para no desilusionar a su descubridor Joseph Arthur ha optado por seguirle la corriente a su particular modo, es decir, por componer una música encajada en el terreno alternativo del pop y el rock pero que no define hacia qué postura se inclina. Posee además el chico una cambiante variedad de entonación que hace que sea casi imposible reconocer su voz, casi siempre serena y susurrante, con sólo escuchar una canción al azar.
A ver, en Nuclear daydream, como en sus trabajos anteriores, se dan cita ecos de Leonard Cohen, Nick Drake, Neil Diamond, Greg Dulli (de quien es colega y colaborador), Belle and Sebastian y REM. Al menos la batidora no se atraganta. Los arreglos de producción son a veces preciosistas, incluso en sus ramalazos retro, las guitarras acústicas suenan abultadas, se les nota el rímel, y la voz débil del autor parece casi siempre maquillada, desconcertante o sugerente, según la ocasión. ¿Son defectos? No los veo así. Son acentos que convierten sus canciones en hermosas partituras, algo que nunca conseguirán, por ejemplo, tipos con el mismo perfil pero más baja altura (por mucho que se les encumbre) como el insoportable engendro que es Rufus Wainwright.
Nota: 8/10
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