miércoles, septiembre 19, 2007

SOUNDTRACK 42: EL CINE DESTAPADO

Así como (decía varios posts atrás) cada vez siento más desánimo por descubrir una película americana de los años treinta, cuarenta o cincuenta, incluso aunque venga firmada por un cineasta de primer o segundo nivel, por el contrario, llevo una temporada más interesado en explorar el cine yanqui o británico de las décadas siguientes, en concreto de los sesenta y setenta. Fueron aquellos unos años de innovación temática y narrativa que combatieron el clasicismo formal y digamos, cierto conservadurismo argumental de un alto porcentaje de las películas de los treinta años anteriores. Las transformaciones culturales y el liberalismo social y moral que pregonaron las generaciones jóvenes desde las calles encontraron un progreso paralelo en el cine en forma de films de contenidos arriesgados y puestas en escena novedosas. Con la sobredimensionada ‘nouvelle vague’ francesa al frente como impulsora de un radicalismo constructivo en el cine y una ruptura de normas o líneas precedentes, los autores de otros países adoptaron también unas inquietudes más contemporáneas y se adscribieron a otras ‘nuevas olas’ sin cuño que depararon películas siempre sugerentes, soberbias unas y espantosas otras. Repasemos algunas.

A la aparición de sinopsis inaceptables antes por la intolerancia de la censura y en las que empezaron a tener más relevancia el sexo, la religión, los ritos, la violencia física y moral, las drogas o la locura mental, le acompañó además una nueva metodología que concedió más libertad experimental al montaje, que explotó los recursos de las lentes y los filtros de las cámaras y convirtió al sonido en un componente tan relevante como los propios intérpretes. Unos y otros avances se aprecian en magníficos films como El graduado (Mike Nichols, 1967), En el calor de la noche (Norman Jewison, 1967), Danzad, danzad, malditos (Sydney Pollack, 1969), La conversación (Francis Ford Coppola, 1974), El prestamista (Sidney Lumet, 1965), Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969), El seductor (Don Siegel, 1970) o Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969).

Pero esos mismos progresos de forma y fondo también ayudan a estropear películas deficientes como ¿Quién teme a Virginia Wolf? (Mike Nichols, 1967), El compromiso (Elia Kazan, 1969), Matadero cinco (George Roy Hill, 1971), M.A.S.H. (Robert Altman, 1970), Mujeres enamoradas (Ken Russell, 1969), Performance (Nicholas Roeg, 1970), Ceremonia secreta (Joseph Losey, 1968) o Easy Rider (Dennis Hopper, 1969).

Los viejos clichés se fueron guardando para reaparecer décadas más tardes en reservadas e inofensivas películas americanas. Llegó el destape y la brutalidad emocional. Dejaron de ser tabú algunos temas malditos para los censores y los ciudadanos bienpensantes como las relaciones íntimas entre generaciones opuestas (Harold y Maude, Verano del 42, El último tango en París), la obsesión sexual (El coleccionista, El estrangulador de Boston) el lesbianismo y la homosexualidad (La calumnia, Domingo, maldito domingo), los ritos satánicos (La semilla del diablo, El exorcista), o el descenso a los infiernos personales (Corredor sin retorno, Una mujer bajo la influencia, Hardcore).

Éstos arriba mencionados son ejemplos de películas excelentes cuya puesta en escena quizá esté hoy en día un poco desfasada y a quienes varios años después se les puede encontrar un aproximado parentesco con obras firmadas, no todas con brillantez, por cineastas tan incómodos como Gus van Sant, Paul Verhoeven, Abel Ferrara o Todd Solondz.

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