No me gustaría conocer personalmente a Ryan Adams, tiene el aspecto del travieso inflahuevos de la escuela, el chaval que escoge cómo y cuándo arrimarse primero por conveniencia y apartarse después de sus compañías tras haberse aprovechado de ellas; no creo que tenga demasiados amigos de verdad, de hecho. En escena ha ofrecido actuaciones deplorables, insultado al público, finalizado antes de tiempo y hablado borracho más que cantado sobrio. Pero sólo por haber parido una obra maestra como a mí me parece su álbum de 2001 Gold, Ryan Adams siempre captará mi atención y al menos un aplauso, aunque sospecho que le cueste volver a crear un nuevo trabajo que alcance aquella altura.
Sí, tengo que admitirlo, aprecio al músico que es Adams, al compositor, más bien, pese a las reservas que despierta una parte de su apresurada producción. Entiendo que le lluevan críticas por su chulesca y patética actitud sobre un escenario (cuando eran los Sex Pistols o son alguna turbia banda de taberna sureña quien actúa de forma parecida entonces a algunos les resultan cachondos), pero a veces el desprecio que se gana por ello nubla sus cualidades musicales. En realidad, yo no tengo muchas ganas de verle algún día en vivo, pero me conformo con que ofrezca buenos discos, como la mayoría de aquellos en los que ha intervenido. Y no son precisamente los últimos. Dos ha publicado este año y se anuncia otro para diciembre.
Punk por naturaleza (su primera banda, The Patty Duke Syndrome, ofrecía noise de quinceañeros y forma parte de un aventura musical insoportable llamada Pink Hearts), el inquieto e inconformista Ryan Adams viene cargando en cambio desde hace media década –y creo que seguirá- con el título de estandarte o impulsor visible del llamado movimiento musical americana o alternate country . La prensa crea etiquetas para definir estilos que no son muchas veces más que leves variaciones de corrientes ya existentes y a Adams le han visto como un alumno tardío de Gram Parsons o Townes Van Zandt. Muchos otros solistas y grupos (Wilco, Lucinda Williams, Stacey Earle, Jay Farrar, Sheryl Crow, Buddy Miller y un largo etcétera menos conocido) que componen country rock, melódico a veces, más áspero otras, aparecen definidos en los medios especializados con semejante distintivo. El caso es que como ‘rockero americano’ Adams ha creado una carrera prolífica e interesante, inestable pero atractiva.
A mediados de los noventa formó parte de Whiskeytown, banda de raíces y carretera, que, como no podía ser de otro modo, se descompuso en medio del caos entre sus componentes, no sin antes dar forma a tres discos, de los cuales el último, Pneumonia, es el más redondo. En el año 2000, junto a sus amigos Gillian Welch y David Rawlings, presentó su álbum de debut, Heartbreaker, sosegado viajes por caminos polvorientos. Le siguió el inmaculado Gold, perfecta combinación de pop y rock, jugosa cocktelera con sabor a Springsteen, los Stones, Van Morrison, James Taylor, Neil Young... cuyo tema New York New York (que por primera vez para mí sonó en el Tribeca) acabó recordándose como oportuna banda sonora post catástrofe 11-S.
A ritmo de disco por año, Adams rebajó intensidad en el más primitivo Demolition (2002), la recobró en el acelerado Rock N Roll (2003) y recuperó sus mundos más introvertidos y calmados en los excelentes Love is Hell pt 1 y pt 2 (2004). Y tras producir a Jesse Malin (ex D-Generation) y colaborar con gente dispar como Beth Orton o Toots & The Maytals, reunió a una nueva banda este año, The Cardinals, con quien ha grabado el doble Cold roses y el recién estrenado Jacksonville City Nights. Son éstos un par de trabajos casi gemelos de country rock más puro (Parsons y la Emmylou Harris de los años setenta y ochenta están más presentes), con guitarras eléctricas silenciosas, densidad en las melodías y un cierto aroma de decadencia. Me decepcionan y aburren un poco estas últimas manifestaciones de Ryan Adams, de quien no me importa que siga siendo un imbécil siempre que tenga dignas sugerencias musicales que ofrecer.
viernes, octubre 14, 2005
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4 comentarios:
oye, por curiosidad, ¿a que "turbia banda de taberna sureña" te refieres?
No me refiero a ninguna banda en concreto, sólo definí un tipo de bandas que a veces pueden comportarse de la misma manera chulesca y patética a como lo hacen también otros grupos de mocosos neoyorkinos de diseño o pandas de nuevos yonkis británicos a quienes la prensa suele tratar mejor. Eso sí, puede que sean bandas estupendas.
¿bandas estupendas? ¿strokes, interpol o libertines? pues va a ser que no, y si no te gustaria conocer al Adams, pues no te digo nada a Pete Doherty y a su zorra farlopera
En efecto, como digo, "puede que sean bandas estupendas", pero a mí no me lo parecen.
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