martes, octubre 04, 2005

TRIBECA. EL ORIGEN

Cuesta recordar a veces cuando fue la primera vez. Mi amigo Red Stovall fue quien primero me habló del Tribeca. Sólo antes sabía que Tribeca es un barrio de Manhattan en el que vive Robert De Niro, quien impulsa un festival de cine allí mismo, en Nueva York. Red me recomendó el lugar y me acerqué unos días más tarde. Me habló de buena música rock y de un camarero y propietario muy agradable, José Luis, con una enorme discografía bien visible en el local y extensos conocimientos musicales.

Supongo que lo primero que le dije fue que me sirviera algo, claro. Sentado ante mi copa y en compañía de un amigo presté atención a la música. Ojalá me acordase de qué amigo fue, de la copa que pedí y de aquella primera canción. Debería recordarlo. Sospecho que fue un tema de Travis, no estoy seguro, cuyo disco The Man Who José Luis acercó a mis manos esa misma noche para que le echara un vistazo. Así me enteré de que había una banda escocesa llamada Travis. Fue aquel uno de tantos y tantos descubrimientos que el Tribeca y José Luis me han regalado (aunque Travis nunca me entusiasmaran).

Fui cayendo más noches por el local, casi siempre los jueves, día en el que las charlas sobre música se convertían en variadas tertulias de conocidos, más tarde amigos, con José Luis siempre como una especie de maestro al que escuchar. El jazz y el blues fueron viajes primerizos; nos ayudaba que hubiera menos clientes el jueves para poder charlar mejor y acabar escuchando las primeras canciones de Tom Waits. Después hubo excursiones sonoras a la música de cine y a medida que las visitas se hicieron más frecuentes saltamos al funk, al soul, al reggae... Cada noche, cada viaje, el rock and roll nunca dejó de acompañarnos, un jueves tranquilo también o el fin de semana agitado, más ruidoso pero igualmente apropiado para buenos amantes del rock que a menudo se acercaban a la esquina para hacer una petición musical.

El Tribeca se fue convirtiendo en algo así como nuestra iglesia a la que acudíamos semanalmente siempre que nuestra agenda nos lo permitía para asistir a las ceremonias musicales. José Luis, desde el púlpito del otro lado de la barra, siempre junto a sus discos amontonados en un rincón, nos dio a descubrir bandas de segunda fila o solistas olvidados, pero siempre hubo tiempo para los clásicos, para las canciones y los artistas de la historia, de nuestra historia; para las películas de ahora y de siempre o para las cosas de nuestras vidas, en definitiva. Hablaba y se recreaba en anécdotas que conocía para servirnos información y hacernos saber sus opiniones. Le escuchábamos atentamente y compartíamos valoraciones entre copa y copa, entre cerveza y cerveza o refresco y refresco. Y muchas veces le pedíamos prestado un disco, si no era él quien nos lo ponía antes en las manos para que nos lo lleváramos unos días a casa.

Así hasta ahora durante seis de los siete años que el local lleva en pie...


... seguimos disfrutando de nuestras TRIBECA SESSIONS.

4 comentarios:

Alberto Abuín dijo...

Yo no lo hubiera expresado mejor, esa sensación que tenemos todos los que hemos caído en la "magia" del Tribeca, el único lugar decente en cierta zona de nuestra ciudad. ¡Qué noches hemos pasado allí!! ¡y seguiremos pasando! ahí y en otro lugar que nació casi al mismo tiempo, y donde yo conocí a Jose Luis, probablemente la persona con más cultura muscial que yo haya conocido.
Saludos y bienvenido al mundo de los blogs ;)

Unknown dijo...

enhorabuena por haber entrado en el mundo de los blogs... y bienvenido a la comunidad...

por cierto, un bonito diseño, aunque yo le retocaría un par de cosillas de colores ;)

a cuidarse

Anónimo dijo...

Desde luego me uno a las palabras de Red Stovall, porque lo cierto es que yo tampoco podría haber descrito de mejor forma esta innombrable devoción y admiración por un bar que guarda en todas su vertientes esa "autenticidad" -término quizá demasiado y mal utilizado- que se necesita para los amantes de la noche y de la buena música. Se de lo que habla Ruben Darío porque yo también he respirado y respiro ese aroma indescriptible que envuelve a las palabras, las risas, los bailes de ojos desobitados, las clases maestras de Jose Luis y las peticiones musicales en un bar con intención, con carácter y con naturalidad.
Viva el Tribeca¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Anónimo dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con vuestros comentarios sobre el Tribeca. Yo tampoco me acuerdo del primer dia que fui al Tribeca, supongo que fui a buscar a alguien muy especial, pero si se que ahora los fines de semana no son lo mismo sin el Tribeca. Me gusta la mitica esquina donde se puede conversar y escuchar buena musica al lado de personas que poco a poco se van convirtiendo en grandes amigos con los que compartir tus cosas.
Gracias Jose Luis por tener el Tribeca.