La semana pasada repasé las películas que más me gustaron de las 80 que vi en las salas de cine a lo largo del año. Siguiendo el ritual de finales de diciembre ahora le toca el turno a los discos. En concreto han sido 89 los que he escuchado con fecha de producción de 2005 o de muy finales de 2004. Por supuesto que me quedan muchos por escuchar porque la oferta musical es extensa y muy variada, pero ya acabarán llegando más. De momento...
... el año ha deparado sus buenas canciones por parte de artistas clásicos y no tan clásicos, nuevos autores y otros que acaban de consagrarse. Esta es mi selección de discos redondos por orden de preferencia (no se tienen en cuenta discos en directo ni reediciones o recopilatorios):
-1. A BIGGER BANG (The Rolling Stones)
-2. THE ANTIDOTE (Morcheeba)
-3. I’VE GOT MY OWN HELL TO RAISE (Bettye Lavette)
-4. IN THE REINS (Calexico and Iron & Wine)
-5. X&Y (Coldplay)
-6. OUR ENDLESS NUMBERED DAYS (Iron & Wine)
-7. JOE BATAAN (Call my name)
-8. LIFE IN SLOW MOTION (David Gray)
-9. DEVILS & DUST (Bruce Springsteen)
-10. LANGUAGE, SEX, VIOLENCE, OTHER? (Stereophonics)
Y de propina:
SUPER EXTRA GRAVITY (The Cardigans)
AS IS NOW (Paul Weller)
PRAIRIE WIND (Neil Young)
HOWL (Black Rebel Motorcycle Club)
YEAR OF METEORS (Laura Veirs)
OUT OF EXILE (Audioslave)
MIGHTY REARRANGER (Robert Plant & The Strange Sensation)
HABANA BLUES (Varios, BSO)
jueves, diciembre 29, 2005
lunes, diciembre 26, 2005
VOLUME ONE 10: 29 (RYAN ADAMS)
El último disco que comentaré este año será el último de los tres que ha publicado uno de los músicos más activos de 2005, Ryan Adams, a quien en otro post califiqué como un artista muy notable pero un tipo nada aconsejable, un buen músico bobo, vamos. Aunque no parece haber hecho otra cosa los últimos 365 días que componer e interpretar canciones, lo cierto es que no me parece que Ryan Adams haya ofrecido sus creaciones más inspiradas en este tiempo. Insistiré en encumbrar su obra maestra Gold y resaltar otros grandes discos como Rock N Roll y los dos volúmenes Love is hell, porque ninguno de los tres álbumes más recientes llega a la altura de aquellos.
29 es el último, editado hace unos días en España. Su disco más intimista, dicen algunas revistas que le elogian. Puede ser, pero esa intimidad parece vacía, carente de luces y apagada por una nostalgia a veces desnuda. Si el doble Cold roses era demasiado largo y Jacksonville City Nights demasiado soso, 29 es demasiado tristón. Y eso que su tema de apertura se enchufa con una eléctrica reincidente y Adams experimenta con aires flamencos en otra canción más revoltosa, pero los otros siete navegan caprichosamente como piezas desorientadas.
Parece que 29 queda entonces compuesto por los nueve cortes que no pegaban bien en los dos discos anteriores y ahora el músico ha querido desvelar para cerrar el año. No impide ello que 29 contenga un par de preciosos momentos, en especial Strawberry wine, en el que Ryan Adams se disfraza del Neil Young frágil y hondo del Prairie Wind para extender como una sábana agitada por el viento una relajante melodía y una enorme canción.
En 2006, mejor sólo un disco. Y mejor.
Nota: 6/10
29 es el último, editado hace unos días en España. Su disco más intimista, dicen algunas revistas que le elogian. Puede ser, pero esa intimidad parece vacía, carente de luces y apagada por una nostalgia a veces desnuda. Si el doble Cold roses era demasiado largo y Jacksonville City Nights demasiado soso, 29 es demasiado tristón. Y eso que su tema de apertura se enchufa con una eléctrica reincidente y Adams experimenta con aires flamencos en otra canción más revoltosa, pero los otros siete navegan caprichosamente como piezas desorientadas.
Parece que 29 queda entonces compuesto por los nueve cortes que no pegaban bien en los dos discos anteriores y ahora el músico ha querido desvelar para cerrar el año. No impide ello que 29 contenga un par de preciosos momentos, en especial Strawberry wine, en el que Ryan Adams se disfraza del Neil Young frágil y hondo del Prairie Wind para extender como una sábana agitada por el viento una relajante melodía y una enorme canción.
En 2006, mejor sólo un disco. Y mejor.
Nota: 6/10
VOLUME TWO 8: CALEXICO
Grupos o solistas a quienes concedí una segunda oportunidad no la superaron, Franz Ferdinand sin ir más lejos. Otros, por el contrario, pasaron la prueba y lograron hacerme variar mi apreciación. También es cierto que unos casi ni la merecen, los otros sí, te hacen creer que hay algo que no captaste del todo bien y hay que volver a intentarlo. Me pasó con Calexico.
In the reins, un Ep de siete canciones y menos de media hora de duración publicado hace muy poco, une a Iron & Wine y a Calexico, buenos amigos que también han compartido escena desde hace unos meses. Este breve álbum me congratula tanto con el barbudo de voz miedosa Sam Beam como con la versátil banda de Joey Burns y John Convertino.
Procedentes de Los Angeles pero cultivados musicalmente en Tucson, Arizona, Burns y Convertino salieron de las cenizas de Giant Sand, otro grupo que ha ido ganando mis simpatías aunque con más cautela. La condición de multiinstrumentistas de sus dos portavoces y la variada riqueza musical de sus cuatro miembros restantes y otros colaboradores convierte a Calexico en una coctelera que agita el country folk con la música de mariachis, el jazz con el rock de raíces, y los acompaña de matices psicodélicos y sonidos procedentes de otras culturas. Demasiadas pistas y géneros para describir al grupo, sí, pero suficientes para que con cada escucha de sus canciones se descubran llenas de giros y gestos musicales ingeniosos y hechizantes.
La música de Calexico suena a frontera y desierto, sabe a tequila y mezcal, desprende calor y transmite soledad mientras el sol de verano se pone para dar paso a la noche misteriosa. Desde mediados de los 90 han regalado algunos trabajos magníficos como Hot rail o Feast of wire, un retorcido y visual directo titulado Scraping y ahora mismo aún suenan delicados los pocos temas que comparten con Iron & Wine como aperitivo de otro disco anunciado para el año tan próximo a empezar.
In the reins, un Ep de siete canciones y menos de media hora de duración publicado hace muy poco, une a Iron & Wine y a Calexico, buenos amigos que también han compartido escena desde hace unos meses. Este breve álbum me congratula tanto con el barbudo de voz miedosa Sam Beam como con la versátil banda de Joey Burns y John Convertino.
Procedentes de Los Angeles pero cultivados musicalmente en Tucson, Arizona, Burns y Convertino salieron de las cenizas de Giant Sand, otro grupo que ha ido ganando mis simpatías aunque con más cautela. La condición de multiinstrumentistas de sus dos portavoces y la variada riqueza musical de sus cuatro miembros restantes y otros colaboradores convierte a Calexico en una coctelera que agita el country folk con la música de mariachis, el jazz con el rock de raíces, y los acompaña de matices psicodélicos y sonidos procedentes de otras culturas. Demasiadas pistas y géneros para describir al grupo, sí, pero suficientes para que con cada escucha de sus canciones se descubran llenas de giros y gestos musicales ingeniosos y hechizantes.
La música de Calexico suena a frontera y desierto, sabe a tequila y mezcal, desprende calor y transmite soledad mientras el sol de verano se pone para dar paso a la noche misteriosa. Desde mediados de los 90 han regalado algunos trabajos magníficos como Hot rail o Feast of wire, un retorcido y visual directo titulado Scraping y ahora mismo aún suenan delicados los pocos temas que comparten con Iron & Wine como aperitivo de otro disco anunciado para el año tan próximo a empezar.
miércoles, diciembre 21, 2005
LAS PELÍCULAS DE 2005
En la llegada al final de año o temporada es costumbre que junto a alguno de mis allegados haga repaso de los mejores momentos que el cine y la música me han deparado. Toca hacer recuento y recuerdo, volver a ver películas o a escuchar discos y conceder notas a cuanto, con fecha de este año, ha pasado por nuestros ojos y oídos. Como es normal, faltan trabajos por conocer, pero no siempre se tiene acceso a todo y una buena parte de lo que sale al mercado no interesa y ya ni se le concede la oportunidad.
Estas son mis notas de 2005 (en orden de preferencia) sobre las PELÍCULAS que he visto en cine. Algunos de los estrenos los he visto en otro formato, casi siempre en compañía de mis amigos Red Stovall y Yojimbo, pero sólo tendré en cuenta las 80 películas (otros años han sido más) vistas en salas comerciales.
Se aceptan con gusto vuestras propias listas:
5 sobresalientes:
-1. LARGO DOMINGO DE NOVIAZGO (Jean Pierre Jeunet)
-2. LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS (Isabel Coixet)
-3. LA GUERRA DE LOS MUNDOS (Steven Spielberg)
-4. MATCH POINT (Woody Allen)
-5. EL AVIADOR (Martin Scorsese)
5 notables:
-1. BROKEN FLOWERS (Jim Jarmusch)
-2. CLOSER (Mike Nichols)
-3. EL JARDINERO FIEL (Fernando Meirelles)
-4. CINDERELLA MAN (Ron Howard)
-5. BATMAN BEGINS (Christopher Nolan)
5 suspensos:
-1. CUATRO HERMANOS (John Singleton)
-2. LLAMADA PERDIDA (Takashi Miike)
-3. BE COOL (F. Gary Gray)
-4. LA SEÑAL 2 (Hideo Nakata)
-5. SIN CITY (Robert Rodriguez y Frank Miller)
Estas son mis notas de 2005 (en orden de preferencia) sobre las PELÍCULAS que he visto en cine. Algunos de los estrenos los he visto en otro formato, casi siempre en compañía de mis amigos Red Stovall y Yojimbo, pero sólo tendré en cuenta las 80 películas (otros años han sido más) vistas en salas comerciales.
Se aceptan con gusto vuestras propias listas:
5 sobresalientes:
-1. LARGO DOMINGO DE NOVIAZGO (Jean Pierre Jeunet)
-2. LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS (Isabel Coixet)
-3. LA GUERRA DE LOS MUNDOS (Steven Spielberg)
-4. MATCH POINT (Woody Allen)
-5. EL AVIADOR (Martin Scorsese)
5 notables:
-1. BROKEN FLOWERS (Jim Jarmusch)
-2. CLOSER (Mike Nichols)
-3. EL JARDINERO FIEL (Fernando Meirelles)
-4. CINDERELLA MAN (Ron Howard)
-5. BATMAN BEGINS (Christopher Nolan)
5 suspensos:
-1. CUATRO HERMANOS (John Singleton)
-2. LLAMADA PERDIDA (Takashi Miike)
-3. BE COOL (F. Gary Gray)
-4. LA SEÑAL 2 (Hideo Nakata)
-5. SIN CITY (Robert Rodriguez y Frank Miller)
lunes, diciembre 19, 2005
VOLUME TWO 7: FRANZ FERDINAND
Como el aventajado canterano que en el día de su debut con el primer equipo logra el gol de la victoria con un título en juego, desata la fiebre en la hinchada, sus pasos empiezan a ser seguidos por la prensa a todas partes y las marcas le persiguen para que le sirva de imagen y reclamo... así ha entrado Franz Ferdinand en el circo musical desde 2004 hasta la fecha. Las revistas especializadas se han rendido a su álbum de estreno, una gran parte de las que no son tan prestigiosas ni referentes también. Las canciones de su primer álbum han sonado en locales rockeros y poperos, en discotecas y en anuncios. El grupo ha teloneado a bandas de primera fila y las flores que le han llovido le han llevado de nuevo al estudio para repetir una fórmula exitosa en su segundo disco, de nuevo bien acogido por la pluma de la crítica.
Algo tendrá de especial y diferente Franz Ferdinand que pone tan de acuerdo a tantas voces. Yo no lo encuentro por ninguna parte.
Aunque llegó a mis oídos pronto la pegadiza melodía de su primer sencillo, Take me out, tardé en escuchar su primer trabajo. No me convencía esa imagen tan fashion que el grupo vendía o que de él vendían para convertirlo en algo cool, tan inmediatamente próximo y popular. En cuanto tuve el disco le presté la atención suficiente que precisa la virtud de no caer enseguida en prejuicios perezosos. Por ejemplo, no me esperaba nada positivo de Keane y me agrada bastante. No fue el caso de los escoceses Franz Ferdinand.
El baile de etiquetas que se utilizó para clasificar el sonido de la banda no me pareció buena señal. Se combinaban los términos pop, art, punk, hard, rock, soft... para orientar al seguidor o al interesado y con todo eso el grupo crea quizá un producto machacón y cansino, indefinido y redundante, canciones que agitan sobre bases sucias pero ‘limpiadas’. Entiendo el éxito que ha logrado, sobre todo por su facilidad para hacer recordables unos cuantos estribillos, pero su aparente radicalidad me parece tan pobre y cargante como la que también ofrecen unos más insoportables White Stripes o The Hives.
Sí, supongo que le daré una oportunidad al segundo y también aplaudido disco, nada modesto en su título, You could have it so much better with... (Podrías tenerlo mucho mejor con Franz Ferdinand). No sé, no creo.
Algo tendrá de especial y diferente Franz Ferdinand que pone tan de acuerdo a tantas voces. Yo no lo encuentro por ninguna parte.
Aunque llegó a mis oídos pronto la pegadiza melodía de su primer sencillo, Take me out, tardé en escuchar su primer trabajo. No me convencía esa imagen tan fashion que el grupo vendía o que de él vendían para convertirlo en algo cool, tan inmediatamente próximo y popular. En cuanto tuve el disco le presté la atención suficiente que precisa la virtud de no caer enseguida en prejuicios perezosos. Por ejemplo, no me esperaba nada positivo de Keane y me agrada bastante. No fue el caso de los escoceses Franz Ferdinand.
El baile de etiquetas que se utilizó para clasificar el sonido de la banda no me pareció buena señal. Se combinaban los términos pop, art, punk, hard, rock, soft... para orientar al seguidor o al interesado y con todo eso el grupo crea quizá un producto machacón y cansino, indefinido y redundante, canciones que agitan sobre bases sucias pero ‘limpiadas’. Entiendo el éxito que ha logrado, sobre todo por su facilidad para hacer recordables unos cuantos estribillos, pero su aparente radicalidad me parece tan pobre y cargante como la que también ofrecen unos más insoportables White Stripes o The Hives.
Sí, supongo que le daré una oportunidad al segundo y también aplaudido disco, nada modesto en su título, You could have it so much better with... (Podrías tenerlo mucho mejor con Franz Ferdinand). No sé, no creo.
LIVE IN 6: MARLANGO
Marlango no es sólo Leonor Watling. Pero sin Leonor Watling, ¿habría Marlango? La actriz española, consagrada de la mano de una serie de cineastas mediáticos (que no elogiables) como Pedro Almodóvar o Bigas Luna entre ellos, y gracias a una acertada elección de películas y compañías, sirve de escaparate infalible para un grupo sugerente y agradecido en el ámbito nacional como es Marlango. Pero, ¿alguien conocería a los músicos Óscar Ibarra y Alejandro Pelayo si no fuera porque Leonor es el rostro del grupo y su hada madrina?
El trío respira noche y decadencia, espacios solitarios y garitos cubiertos del humo de los cigarrillos con una femme fatale en la esquina de la barra y un pianista esquelético en el escenario. Tom Waits es su inspiración. Aunque me atrae ese entorno, no es Marlango objeto de mi devoción. Aprecio a la actriz que es Leonor Watling, pero no me agrada demasiado su vacilante registro vocal delante del micrófono; cada tema de un disco del grupo parece cantado por una mujer diferente. Me aburre su primer trabajo, Marlango, aunque me gusta bastante más el segundo, Automatic imperfection, fechado en este año.
Pero el jueves pasado rectifiqué mi impresión respecto a Marlango. A veces basta con presenciar a un artista en vivo para comprender y apreciar su valor. El grupo ofreció concierto en la sala Capitol de Santiago, que agotó las entradas para la ocasión. En contra de lo que me esperaba, Marlango eludió el tono hipnótico que tiñe buena parte de sus temas en estudio y se entregó a media docena de piezas de cada uno de sus dos discos mejorados en directo, animados y atrayentes, beneficiados además con el acompañamiento de un guitarrista, bajista y batería de rodaje. El tono y el ritmo de la actuación fue in crescendo, presentó algún inesperado pasaje de distorsión y llegó a su cierre con emotivas y encendidas versiones de Bertold Brecht y Harry Nilsson. Y Leonor ofreció una imagen divina sin ser diva; calló bastante y dejó hablar a Pelayo, se movió flotante sobre el escenario, cubierta de negro con el cabello recogido en coleta, la cara limpia y bella, entregada cuando alzaba la voz, seductora en los susurros. El complemento ideal para una banda más que decente.
Hay mujeres bonitas y mujeres cachondas, espectaculares. Y luego, en otra dimensión, está Leonor.
El trío respira noche y decadencia, espacios solitarios y garitos cubiertos del humo de los cigarrillos con una femme fatale en la esquina de la barra y un pianista esquelético en el escenario. Tom Waits es su inspiración. Aunque me atrae ese entorno, no es Marlango objeto de mi devoción. Aprecio a la actriz que es Leonor Watling, pero no me agrada demasiado su vacilante registro vocal delante del micrófono; cada tema de un disco del grupo parece cantado por una mujer diferente. Me aburre su primer trabajo, Marlango, aunque me gusta bastante más el segundo, Automatic imperfection, fechado en este año.
Pero el jueves pasado rectifiqué mi impresión respecto a Marlango. A veces basta con presenciar a un artista en vivo para comprender y apreciar su valor. El grupo ofreció concierto en la sala Capitol de Santiago, que agotó las entradas para la ocasión. En contra de lo que me esperaba, Marlango eludió el tono hipnótico que tiñe buena parte de sus temas en estudio y se entregó a media docena de piezas de cada uno de sus dos discos mejorados en directo, animados y atrayentes, beneficiados además con el acompañamiento de un guitarrista, bajista y batería de rodaje. El tono y el ritmo de la actuación fue in crescendo, presentó algún inesperado pasaje de distorsión y llegó a su cierre con emotivas y encendidas versiones de Bertold Brecht y Harry Nilsson. Y Leonor ofreció una imagen divina sin ser diva; calló bastante y dejó hablar a Pelayo, se movió flotante sobre el escenario, cubierta de negro con el cabello recogido en coleta, la cara limpia y bella, entregada cuando alzaba la voz, seductora en los susurros. El complemento ideal para una banda más que decente.
Hay mujeres bonitas y mujeres cachondas, espectaculares. Y luego, en otra dimensión, está Leonor.
miércoles, diciembre 14, 2005
GREATEST HITS 5: REMEDY (THE BLACK CROWES)
En un templo de rock como el Tribeca siempre se respira como una bendición el alma rockera que desprende la música de los Black Crowes. Y aunque no recuerdo que demasiadas canciones de la banda de los Robinson Brothers hayan sido pinchadas desde el rincón por el Maestro (Hard to handle y Soul singing, seguro), una de ellas, si no la mejor, brota con toda su furia en noches y momentos especiales: Remedy.
Versión de estudio o en directo, es lo mismo... Remedy, una de las cabezas de serie de ese álbum perfecto que es el The Southern Harmony & Musical Companion, te desplaza al corazón de un escenario ardiente en el que Chris Robinson se retuerce abrazado al micro, agita sus huesos y vomita su espíritu poseído cual James Brown en plena fiebre, como el caballo loco Neil Young, como todo Led Zeppelin al mismo tiempo en su propia carne.
Remedy crece en cada segundo, en su arranque implacable, en el rasgueo vicioso de cuerdas de Rich Robinson previo a cada entrada de su memorable riff. Hasta que la música llega al puente donde las voces femeninas preceden al orgasmo prolongado de Chris, que grita mientras no para de saltar y girar sobre sí mismo ("remedy, remedy, remedy, remedy..."). El Tribeca se parece entonces al cielo. O al infierno.
Versión de estudio o en directo, es lo mismo... Remedy, una de las cabezas de serie de ese álbum perfecto que es el The Southern Harmony & Musical Companion, te desplaza al corazón de un escenario ardiente en el que Chris Robinson se retuerce abrazado al micro, agita sus huesos y vomita su espíritu poseído cual James Brown en plena fiebre, como el caballo loco Neil Young, como todo Led Zeppelin al mismo tiempo en su propia carne.
Remedy crece en cada segundo, en su arranque implacable, en el rasgueo vicioso de cuerdas de Rich Robinson previo a cada entrada de su memorable riff. Hasta que la música llega al puente donde las voces femeninas preceden al orgasmo prolongado de Chris, que grita mientras no para de saltar y girar sobre sí mismo ("remedy, remedy, remedy, remedy..."). El Tribeca se parece entonces al cielo. O al infierno.
VOLUME ONE 9: LIVIN’ IN THE CITY (FUN LOVIN’ CRIMINALS)
Y en esto que, poco visible, tapado por otras dos novedades del mercado, me encuentro Livin’ in the city, título para un nuevo disco de Fun Lovin’ Criminals. Nada sabía de otra entrega de la banda de New York y deduje por el nombre que este año le tocaba álbum en vivo. Pues no.
Bien simpáticos me han caído desde que los conozco los amantes criminales y mucho más les puedo admirar en este año mío, insisto, de negroides vicios musicales. De negro no hay rastro en la piel de Huey y Fast (ahora acompañados por un nuevo y orondo batería), pero sí la ropa que visten y los sonidos que crean están teñidos de negro oscuro. Malabaristas de la fusión sutil de géneros, FLC han puesto banda sonora a los temibles barrios neoyorkinos como si fueran portavoces de la mafia urbana. A lo largo y ancho de discos han logrado que convivieran en paz y con elegancia gamberra funk, soul, groove, lounge y rock and roll.
Su producción reúne más trabajos notables (Loco, Welcome to Poppy’s) que mediocres (Mimosa). Livin’ in the city entra en la discografía criminal como un capítulo más de su recorrido urbano por New York, algo más exhibicionista en las guitarras de Huey y tan visual como siempre en los teclados de Fast. El nuevo disco hace incursiones en el reggae y rap hardrockero y regala la tradicional seducción vocal de Huey para un par de magníficos temas en forma de baladas como Ballad of NYC (que se apoya con acierto a un sampler del leit motiv de la película Love Story) y Girl with the scar, un tema para disfrutar sobre la arena de una playa desierta, bien acompañado, claro.
Nota: 8/10
Bien simpáticos me han caído desde que los conozco los amantes criminales y mucho más les puedo admirar en este año mío, insisto, de negroides vicios musicales. De negro no hay rastro en la piel de Huey y Fast (ahora acompañados por un nuevo y orondo batería), pero sí la ropa que visten y los sonidos que crean están teñidos de negro oscuro. Malabaristas de la fusión sutil de géneros, FLC han puesto banda sonora a los temibles barrios neoyorkinos como si fueran portavoces de la mafia urbana. A lo largo y ancho de discos han logrado que convivieran en paz y con elegancia gamberra funk, soul, groove, lounge y rock and roll.
Su producción reúne más trabajos notables (Loco, Welcome to Poppy’s) que mediocres (Mimosa). Livin’ in the city entra en la discografía criminal como un capítulo más de su recorrido urbano por New York, algo más exhibicionista en las guitarras de Huey y tan visual como siempre en los teclados de Fast. El nuevo disco hace incursiones en el reggae y rap hardrockero y regala la tradicional seducción vocal de Huey para un par de magníficos temas en forma de baladas como Ballad of NYC (que se apoya con acierto a un sampler del leit motiv de la película Love Story) y Girl with the scar, un tema para disfrutar sobre la arena de una playa desierta, bien acompañado, claro.
Nota: 8/10
lunes, diciembre 12, 2005
LIVE IN 4: 100 DISCOS...
Otra recomendación. Lectura y consulta esta vez para variar. Hoy mismo acabo de encontrar en las estanterías de una librería cinco pequeños volúmenes de una colección de libros que repasan "Los 100 discos más vendidos" de las últimas décadas completas. Bajo este título aparecen por tanto ese centenar de álbumes del rock y del pop de mayor éxito comercial desde los años cincenta hasta el umbral del siglo XXI. Edita Libsa.
Nunca me he dejado convencer por títulos recopilatorios como el que ahora comento, fundamentalmente por la subjetividad particular de cada firmante o recopilador, que a menudo lleva al lector a estar más en desacuerdo que a coincidir. Pero el bonito y cómodo diseño de esta manejable colección me ha animado a comprármela al atractivo precio de 6 euros cada tomo. Y en este caso la lista responde a las fiables (es de suponer) cifras de la British Phonographic Industry y la Recording Industry Association of America.
En algo más de 200 páginas y firmado cada libro por autores distintos, la lista presenta cada disco con su portada original, acompañado de un breve y útil comentario, así como los datos de producción, los músicos que intervienen y el listado de las canciones. Ni abulta ni pesa. Un pequeño regalo.
viernes, diciembre 09, 2005
BONUS TRACK 3: TEN & VS (PEARL JAM)
Esta fue la pregunta: ¿Ten o Vs? Hombre... los dos, claro, pero... (¿los Beatles o los Rolling?, qué fácil me vino a la memoria).
La soltó Jose Pepe Guns durante un pequeño viaje de media hora en coche aquel sábado por la tarde. Tiene un ritual, escuchar dos temas del Vs de Pearl Jam antes de cada partido. Le sirve de inspiración. Quitamos el marchoso disco de Joe Bataan y pusimos el clásico segundo álbum de Pearl Jam. No sólo escuchamos de principio a fin Animal y Leash, las dos piezas de su acostumbrado rito, sino Go, Daughter, W.M.A., Indifference.
El grunge lleva años muerto, como tantas corrientes, sonidos o etiquetas efímeras y después rebautizadas. Por eso Pearl Jam dejaron de ser grunge después de unirse a Neil Young en el enorme Mirror Ball. Vale, me siguen gustando Alice in Chains, Screaming trees, Soundgarden (Mudhoney no) y Nirvana y Pearl Jam como banderas, pero ya me cuesta seguir de cabo a rabo sus discos (¡tantos los han tapado!). Menos Ten y Vs.
El primero presenta a los melenudos de Seattle crudos como si aún no hubieran dejado la década ochenta. En Ten (1991) recorren el puente que les entra en los 90 con descargas excitadas como Why go, Even flow, Alive o Jeremy. Aún se cantan con la vista en el techo y la copa en la mano. Es rock desnudo y adrenalítico, un grito de miedo y furia para un disfraz, el de la generación sin futuro y sin ganas de avanzar. Se le dio demasiada importancia a una actitud, nihilista, pasajera.
Vs (1993) suda la misma pose malhumorada y llora otro sonido, el que el productor Brendan O’Brien fabrica con el mismo estruendo más inmaculado. El segundo álbum tiene otros tantos himnos, el mismo desencanto arrebatado de Eddie Vedder al micrófono, el torbellino sin freno de Mike McCready al mástil y la nerviosa precisión de Dave Abbruzzese en la batería. Empieza con un terremoto (Go) y termina con una caricia poco cariñosa (Indifference).
Después Pearl Jam perdió sus melenas, Ament dejó de vestir bermudas, Gossard se puso gafas, McCready ganó kilos, desfilaron dos baterías y a Vedder se le apagaron los gritos de angustia, rabia y dolor. Hicieron buenos discos, pero no grandes, no obras maestras como Ten y Vs, trabajos imperecederos con fecha de hace casi quince años. Otros parecen muertos desde hace sólo un par o poco más...
La soltó Jose Pepe Guns durante un pequeño viaje de media hora en coche aquel sábado por la tarde. Tiene un ritual, escuchar dos temas del Vs de Pearl Jam antes de cada partido. Le sirve de inspiración. Quitamos el marchoso disco de Joe Bataan y pusimos el clásico segundo álbum de Pearl Jam. No sólo escuchamos de principio a fin Animal y Leash, las dos piezas de su acostumbrado rito, sino Go, Daughter, W.M.A., Indifference.
El grunge lleva años muerto, como tantas corrientes, sonidos o etiquetas efímeras y después rebautizadas. Por eso Pearl Jam dejaron de ser grunge después de unirse a Neil Young en el enorme Mirror Ball. Vale, me siguen gustando Alice in Chains, Screaming trees, Soundgarden (Mudhoney no) y Nirvana y Pearl Jam como banderas, pero ya me cuesta seguir de cabo a rabo sus discos (¡tantos los han tapado!). Menos Ten y Vs.
El primero presenta a los melenudos de Seattle crudos como si aún no hubieran dejado la década ochenta. En Ten (1991) recorren el puente que les entra en los 90 con descargas excitadas como Why go, Even flow, Alive o Jeremy. Aún se cantan con la vista en el techo y la copa en la mano. Es rock desnudo y adrenalítico, un grito de miedo y furia para un disfraz, el de la generación sin futuro y sin ganas de avanzar. Se le dio demasiada importancia a una actitud, nihilista, pasajera.
Vs (1993) suda la misma pose malhumorada y llora otro sonido, el que el productor Brendan O’Brien fabrica con el mismo estruendo más inmaculado. El segundo álbum tiene otros tantos himnos, el mismo desencanto arrebatado de Eddie Vedder al micrófono, el torbellino sin freno de Mike McCready al mástil y la nerviosa precisión de Dave Abbruzzese en la batería. Empieza con un terremoto (Go) y termina con una caricia poco cariñosa (Indifference).
Después Pearl Jam perdió sus melenas, Ament dejó de vestir bermudas, Gossard se puso gafas, McCready ganó kilos, desfilaron dos baterías y a Vedder se le apagaron los gritos de angustia, rabia y dolor. Hicieron buenos discos, pero no grandes, no obras maestras como Ten y Vs, trabajos imperecederos con fecha de hace casi quince años. Otros parecen muertos desde hace sólo un par o poco más...
viernes, diciembre 02, 2005
BONUS TRACK 2: SUPERFLY
Me pregunto a qué bandas sonoras debemos referirnos para tratar de seleccionar unas cuantas que más nos agraden, las que consideremos las mejores nunca oídas. Ahora prefiero evitar las colecciones de temas de grupos musicales de diferentes épocas, también los scores con orquestas o con una generosa reunión de músicos bajo la batuta de un compositor, pero no dejaré de pensar en músicas originales compuestas para una película, con piezas instrumentales y alguna que otra canción que por primera vez sonó como parte del celuloide. Algún ejemplo: las grandiosas Pat Garrett & Billy the Kid de Bob Dylan, Shaft de Isaac Hayes y otra que cada vez que vuelvo a pinchar me impacta y enamora, me traslada a otra dimensión: Superfly de Curtis Mayfield.
El gran Curtis tiene razones de sobra para ocupar una página de oro en la historia de la música, incluso por su desgraciada muerte, pero el líder entrañable de los Impressions, paradigma de la escuela Curtom, el pacífico rey negro del falsete, maestro de la seducción funky con ese fino romance que tenía con su guitarra, no podrá tampoco ser olvidado por haber puesto música al clásico del (sub)género blaxploitation de 1972 Superfly.
A otros temas tan magníficos a lo largo de su carrera como Move on up, Mighty Mighty o el archiconocido y multiversioneado People get ready, hay que unir las obras maestras que pueblan el universo de Superfly. Las calles violentas de Harlem, las chaquetas de cuero, las mujeres maquilladas, las persecuciones de coches, los antros del crimen y los barrios urbanos negros asoman entre las notas de Pusherman, Little child runnin’ wild, No thing on me (cocaine on me) y sobre todo, del insuperable Freddie’s dead.
Fabuloso, sí, y aún me falta ver algún día la película, que intuyo no estará a la altura de su música. Siempre quedará Curtis Mayfield.
El gran Curtis tiene razones de sobra para ocupar una página de oro en la historia de la música, incluso por su desgraciada muerte, pero el líder entrañable de los Impressions, paradigma de la escuela Curtom, el pacífico rey negro del falsete, maestro de la seducción funky con ese fino romance que tenía con su guitarra, no podrá tampoco ser olvidado por haber puesto música al clásico del (sub)género blaxploitation de 1972 Superfly.
A otros temas tan magníficos a lo largo de su carrera como Move on up, Mighty Mighty o el archiconocido y multiversioneado People get ready, hay que unir las obras maestras que pueblan el universo de Superfly. Las calles violentas de Harlem, las chaquetas de cuero, las mujeres maquilladas, las persecuciones de coches, los antros del crimen y los barrios urbanos negros asoman entre las notas de Pusherman, Little child runnin’ wild, No thing on me (cocaine on me) y sobre todo, del insuperable Freddie’s dead.
Fabuloso, sí, y aún me falta ver algún día la película, que intuyo no estará a la altura de su música. Siempre quedará Curtis Mayfield.
LIVE IN 4: COLDPLAY
¿Más Coldplay? Calma, no más coñazo con Coldplay. Sólo un minuto, minuto y medio, lo que lleva leer estas líneas. Poco más se puede aportar que no se sepa, que irrite a unos y deleite a otros, y que a la prensa, en general, siga provocando ese aprecio comedido que ni enciende cohetes ni despierta la pereza.
Los cuatro estudiantes estrecharon su amistad entre canciones e instrumentos, escuchando los discos con los que habían crecido. No eran de los que devoraban música ni se prestaban viejos discos de blues mientras esperaban el tren, tenían unos pocos grupos de referencia, temas preferidos y ganas de tocar juntos. Lo hacían mal al principio, pero fueron superando su torpeza, mejorando hasta pulir y culminar sus primeras canciones propias. Entre exámenes y deportes universitarios quisieron compartir su música y empezaron a pisar la escena. Cuatro mocosos muy serios, con granos en la cara y melodías más bien tristonas.
Escucharon aplausos. Alguien les prestó atención, percibió una voz de impacto, unos ritmos seguros, sonidos que recordaban a alguien, a otras bandas que acabaron bañadas en éxito. Corrieron riesgos: si gustamos, bien, si no, pues flor de un día, o de dos. Gustó, ni ellos se lo esperaban. Las radios latían con ellos media docena de veces al día y los canales de vídeos musicales programaban los suyos cada hora. Empezaron su primera gran gira, salieron del país. Se preguntaban si aquello era cierto.
Descansaron. Pero estaban inspirados y volvieron al estudio. Parecía más fácil componer y repitieron el método, pero con música para reposar mucho tiempo en el recuerdo. Los conciertos en salas pasaron a ser actuaciones en polideportivos, en estadios grandes. Llovían entrevistas, reportajes... triunfaban y gustaban tanto que ya se les podía atacar, menospreciar. Se zambulleron en la piscina del éxito, sin excesos, sin broncas, como buenos chicos que no destrozan habitaciones de hotel. Emocionaron a seguidores que no podían ir a verles a un concierto, también a las masas que se abrazaban unidas en aquellos conciertos. Hablaron de ellos como los herederos de aquellos que habían marcado época. Siguieron creando canciones, muy buenas canciones.
Pero no quieren marcar época... todavía serios en el escenario, llenos de una música que conmueve, hiere y nunca muere.
(Dedicado a todos los músicos, en especial a los que tienen sueños)
Los cuatro estudiantes estrecharon su amistad entre canciones e instrumentos, escuchando los discos con los que habían crecido. No eran de los que devoraban música ni se prestaban viejos discos de blues mientras esperaban el tren, tenían unos pocos grupos de referencia, temas preferidos y ganas de tocar juntos. Lo hacían mal al principio, pero fueron superando su torpeza, mejorando hasta pulir y culminar sus primeras canciones propias. Entre exámenes y deportes universitarios quisieron compartir su música y empezaron a pisar la escena. Cuatro mocosos muy serios, con granos en la cara y melodías más bien tristonas.
Escucharon aplausos. Alguien les prestó atención, percibió una voz de impacto, unos ritmos seguros, sonidos que recordaban a alguien, a otras bandas que acabaron bañadas en éxito. Corrieron riesgos: si gustamos, bien, si no, pues flor de un día, o de dos. Gustó, ni ellos se lo esperaban. Las radios latían con ellos media docena de veces al día y los canales de vídeos musicales programaban los suyos cada hora. Empezaron su primera gran gira, salieron del país. Se preguntaban si aquello era cierto.
Descansaron. Pero estaban inspirados y volvieron al estudio. Parecía más fácil componer y repitieron el método, pero con música para reposar mucho tiempo en el recuerdo. Los conciertos en salas pasaron a ser actuaciones en polideportivos, en estadios grandes. Llovían entrevistas, reportajes... triunfaban y gustaban tanto que ya se les podía atacar, menospreciar. Se zambulleron en la piscina del éxito, sin excesos, sin broncas, como buenos chicos que no destrozan habitaciones de hotel. Emocionaron a seguidores que no podían ir a verles a un concierto, también a las masas que se abrazaban unidas en aquellos conciertos. Hablaron de ellos como los herederos de aquellos que habían marcado época. Siguieron creando canciones, muy buenas canciones.
Pero no quieren marcar época... todavía serios en el escenario, llenos de una música que conmueve, hiere y nunca muere.
(Dedicado a todos los músicos, en especial a los que tienen sueños)
miércoles, noviembre 30, 2005
LIVE IN 3: MADONNA
Pues sí...
¡¡bravo por Madonna!!
Ni yo mismo me veía aplaudiendo a estas alturas a la tentación rubia (o pelirroja esta vez sobre la pista de baile). Mis respetos, se los merece, desde luego. No comulgo con su música, pero aprecio su habilidad para ser noticia con cualquier cosa en la que intervenga y para conjugar música y provocación, arte o espectáculo con escándalo.
Aunque musicalmente, ya digo, me ha dejado indiferente, sobre todo en los últimos años, no puedo negar que un puñado de sus canciones me han gustado desde el primer instante en que las escuché; ahí están Like a prayer, Express yourself, Justify my love, Erotica, Frozen, incluso su versión de American Pie, aquella Beautiful stranger que sonaba en Austin Powers o la entrañable Like a virgin. Pero ahora que está de nuevo de actualidad con la salida de su nuevo disco, Confessions on a dance floor, no puedo más que quitarme el sombrero (aunque no lo vista) por la impactante canción de presentación.
No soy muy dado a bailar, poco me gusta, pero admito que escuchando su single Hung up y, sobre todo, viendo a las numerosas personas que tanto se agitan en el vídeo clip, incluida una espectacular Madonna de curvas juveniles (¡a sus 47 años!), espídica y desbordada, fea pero sexual y calurosa sobándose junto a sus acompañantes y dominando por completo la calle y la pista de baile, me entran ganas de ponerme a bailar a mí también. Y eso que la canción se sirve de un tema conocido de Abba como Gimme Gimme Gimme! del que incluye fragmentos remezclados. No importa, incluso refuerzan el tema, lo elevan hasta las alturas.
Y no he escuchado el disco. Pero, desde luego, con semejante aperitivo habrá que hacerlo.
¡¡bravo por Madonna!!
Ni yo mismo me veía aplaudiendo a estas alturas a la tentación rubia (o pelirroja esta vez sobre la pista de baile). Mis respetos, se los merece, desde luego. No comulgo con su música, pero aprecio su habilidad para ser noticia con cualquier cosa en la que intervenga y para conjugar música y provocación, arte o espectáculo con escándalo.
Aunque musicalmente, ya digo, me ha dejado indiferente, sobre todo en los últimos años, no puedo negar que un puñado de sus canciones me han gustado desde el primer instante en que las escuché; ahí están Like a prayer, Express yourself, Justify my love, Erotica, Frozen, incluso su versión de American Pie, aquella Beautiful stranger que sonaba en Austin Powers o la entrañable Like a virgin. Pero ahora que está de nuevo de actualidad con la salida de su nuevo disco, Confessions on a dance floor, no puedo más que quitarme el sombrero (aunque no lo vista) por la impactante canción de presentación.
No soy muy dado a bailar, poco me gusta, pero admito que escuchando su single Hung up y, sobre todo, viendo a las numerosas personas que tanto se agitan en el vídeo clip, incluida una espectacular Madonna de curvas juveniles (¡a sus 47 años!), espídica y desbordada, fea pero sexual y calurosa sobándose junto a sus acompañantes y dominando por completo la calle y la pista de baile, me entran ganas de ponerme a bailar a mí también. Y eso que la canción se sirve de un tema conocido de Abba como Gimme Gimme Gimme! del que incluye fragmentos remezclados. No importa, incluso refuerzan el tema, lo elevan hasta las alturas.
Y no he escuchado el disco. Pero, desde luego, con semejante aperitivo habrá que hacerlo.
VOLUME ONE 8: ACETYLENE (THE WALKABOUTS)
En 20 años The Walkabouts han publicado 20 discos. Su bien repartida discografía comprende Eps, un par de recopilatorios, una colección de rarezas, otro par de tributos donde versionean a músicos americanos y europeos, otro breve homenaje a Nina Simone y, por supuesto, más de una decena de Lps. Además, sus dos voces solistas y líderes han grabado por separado o en pareja y el grupo ha trabajado con distintos productores. En 2005 han servido un recopilatorio, aunque no de grandes éxitos (mérito que poco concuerda con la banda), así como una selección de temas nuevos bajo el título Acetylene.
Gestados y asentados en Seattle, hermanos casi gemelos de los Tindersticks, los Walkabouts se han quitado las legañas este año y tras una sucesión de discos con sintonías aletargadas, aunque siempre cargados con alguna pieza memorable, han recobrado el ímpetu rugoso de su mejor trabajo, el ya lejano New West Motel (1993). La edición en vinilo de aquel enchufado álbum incluía como tema extra una versión bastante fiel del clásico de Neil Young Like a hurricane, que supuso el arranque de mi admiración por el grupo.
Desde entonces no he faltado a la cita anual con la banda y cada reencuentro ha supuesto siempre una buena noticia, sobre todo cuando le llegó el turno a discos como Satisfied mind (1993), Devil’s road (1996) o Nighttown (1997). Ahora con Acetylene, las guitarras de Chris Eckman recuperan el nerviosismo que se había perdido en las últimas entregas y el grupo mantiene esa hechizante capacidad para crear paisajes desolados (The last ones) y desenlaces poco optimistas.
Eckman continúa cantando con ese marcado dramatismo tan suyo (Kalashnikov) y Carla Torgerson sigue deslizando sus lamentos (Devil in the details) sin prisas, abrigando una música siempre sensual y esta vez tan agresiva como en aquel magistral New West Motel que Acetylene acierta a traer a la memoria.
Nota: 7/10
Gestados y asentados en Seattle, hermanos casi gemelos de los Tindersticks, los Walkabouts se han quitado las legañas este año y tras una sucesión de discos con sintonías aletargadas, aunque siempre cargados con alguna pieza memorable, han recobrado el ímpetu rugoso de su mejor trabajo, el ya lejano New West Motel (1993). La edición en vinilo de aquel enchufado álbum incluía como tema extra una versión bastante fiel del clásico de Neil Young Like a hurricane, que supuso el arranque de mi admiración por el grupo.
Desde entonces no he faltado a la cita anual con la banda y cada reencuentro ha supuesto siempre una buena noticia, sobre todo cuando le llegó el turno a discos como Satisfied mind (1993), Devil’s road (1996) o Nighttown (1997). Ahora con Acetylene, las guitarras de Chris Eckman recuperan el nerviosismo que se había perdido en las últimas entregas y el grupo mantiene esa hechizante capacidad para crear paisajes desolados (The last ones) y desenlaces poco optimistas.
Eckman continúa cantando con ese marcado dramatismo tan suyo (Kalashnikov) y Carla Torgerson sigue deslizando sus lamentos (Devil in the details) sin prisas, abrigando una música siempre sensual y esta vez tan agresiva como en aquel magistral New West Motel que Acetylene acierta a traer a la memoria.
Nota: 7/10
lunes, noviembre 28, 2005
VOLUME ONE 7: THE ANTIDOTE (MORCHEEBA)
Muy pocos discos me han complacido tanto en este 2005 que va llegando a su fin como The Antidote, la sugerente última propuesta del grupo británico Morcheeba. Su nueva receta incluye además un lavado frontal, puesto que la más despierta y combativa Daisy Martey viene a sustituir a la delicada Skye Edwards como primordial voz solista. Su presencia en la poderosa línea delantera del grupo puede provocar el debate entre sus seguidores, pero creo que en este caso Morcheeba sale ganando con la fórmula. Porque sin perder la cautivadora capacidad para crear atmósferas contagiosas (como las que llenan el sensacional álbum Big calm), la banda incorpora una frescura rockera a sus bailables esencias pop y electrónica.
Responsables de nuevo de esa ganada riqueza instrumental son los hermanos Ross y Paul Godfrey, más desmelenados con las guitarras, iluminados en la creación de ritmos y otra vez hábiles en la selección de ruidos y la composición de pegadizos estribillos.
A su talento le acompaña esta vez otro encanto vocal como Daisy Martey, procedente de una banda llamada Noonday Underground, quien se descubre en Morcheeba no sólo como el contrapunto de Skye Edwards, sino como la a veces digna sucesora de una resucitada Grace Slick (Jefferson Airplane) una punto más elegante. En el single Wonders never cease, y también en otros temas como Living hell, Lighten up o Everybody loves a loser, se aprecia ese antídoto seductor de Morcheeba, el fuerte carácter de Daisy y los exquisitos juegos musicales de los Godfrey. Así se crea da forma a una maravilla.
Nota: 9/10
Responsables de nuevo de esa ganada riqueza instrumental son los hermanos Ross y Paul Godfrey, más desmelenados con las guitarras, iluminados en la creación de ritmos y otra vez hábiles en la selección de ruidos y la composición de pegadizos estribillos.
A su talento le acompaña esta vez otro encanto vocal como Daisy Martey, procedente de una banda llamada Noonday Underground, quien se descubre en Morcheeba no sólo como el contrapunto de Skye Edwards, sino como la a veces digna sucesora de una resucitada Grace Slick (Jefferson Airplane) una punto más elegante. En el single Wonders never cease, y también en otros temas como Living hell, Lighten up o Everybody loves a loser, se aprecia ese antídoto seductor de Morcheeba, el fuerte carácter de Daisy y los exquisitos juegos musicales de los Godfrey. Así se crea da forma a una maravilla.
Nota: 9/10
sábado, noviembre 19, 2005
SOUNDTRACK 7: ELIZABETHTOWN
Los veinte minutos finales de Elizabethtown, la última película de Cameron Crowe, parecen revelarse como el verdadero motivo por el que existen los cien primeros, como si éstos fueran una excusa argumental. Es ese final de historia un canto a la vida con la ayuda de un viaje, varias carreteras, un buen número de cds para el coche y una guía músico-espiritual confeccionada por una buena amistad... o algo más que una amistad.
Cien por cien Cameron Crowe, entrañable, en parte autobiográfica e idílica también, la historia de Elizabethtown transcurre entre la anécdota y la casualidad, presenta alguna situación demasiado forzada y rasgos algo caricaturizados en ciertos personajes, pero mueve al que da vida Orlando Bloom a través de un viaje existencial en el que le cae del cielo una increíble pero arrebatadora Kirsten Dunst, un poco salida de un cuento de hadas, un soplo de aire cuando los golpes de la vida ahogan, un ángel del que sería imposible no enamorarse.
Crowe baña su película de preciosos fragmentos de guitarra aportados por su esposa Nancy Wilson, además de innumerables temas musicales incluidos en el momento justo. Pero en esos finales minutos salpica la acción de constantes canciones que definen estados de ánimo, repasan puntuales instantes de la historia reciente americana, rinden homenaje al rock and roll y conducen a sus personajes a su merecido destino. Emocionantes y magníficos se escuchan en Elizabethtown Elton John, Fleetwood Mac, Ryan Adams o Lynyrd Skynyrd, pero quien realza la grandeza sencilla que siempre ha tenido es otro grande entre los grandes, Tom Petty.
Cien por cien Cameron Crowe, entrañable, en parte autobiográfica e idílica también, la historia de Elizabethtown transcurre entre la anécdota y la casualidad, presenta alguna situación demasiado forzada y rasgos algo caricaturizados en ciertos personajes, pero mueve al que da vida Orlando Bloom a través de un viaje existencial en el que le cae del cielo una increíble pero arrebatadora Kirsten Dunst, un poco salida de un cuento de hadas, un soplo de aire cuando los golpes de la vida ahogan, un ángel del que sería imposible no enamorarse.
Crowe baña su película de preciosos fragmentos de guitarra aportados por su esposa Nancy Wilson, además de innumerables temas musicales incluidos en el momento justo. Pero en esos finales minutos salpica la acción de constantes canciones que definen estados de ánimo, repasan puntuales instantes de la historia reciente americana, rinden homenaje al rock and roll y conducen a sus personajes a su merecido destino. Emocionantes y magníficos se escuchan en Elizabethtown Elton John, Fleetwood Mac, Ryan Adams o Lynyrd Skynyrd, pero quien realza la grandeza sencilla que siempre ha tenido es otro grande entre los grandes, Tom Petty.
SOUNDTRACK 6: NO DIRECTION HOME
Bob Dylan asoma desde hace un tiempo por todas partes y eso es una gran noticia. Él poco se muestra, pero llueven bio y autobiografías, cajas de textos y archivos, bandas sonoras y documentales. Porque se le ama bien, se le adora aunque esté callado. De la mano de otro genial artista, Martin Scorsese, pasional fanático del cine y de la música, el recién estrenado macrodocumental No direction home invierte tres largas horas en mostrar los seis primeros años de carrera musical de Dylan, su entorno socio-cultural y los primeros efectos de su incalculable repercusión.
Leyenda o mito, estrella y persona, referencia o anónimo, Dylan aparece como es y como fue en boca y recuerdos de su propio testimonio y del de numerosos allegados del pasado y en inéditas o más conocidas imágenes de archivo ensambladas de manera fluida y ejemplar, sin que el largo metraje pese en el resultado definitivo.
Cuanto más se ame al artista más se disfrutará este imprescindible reportaje. Y Scorsese no esconde su devoción. Ningún otro cineasta habría sabido impartir lecciones tan magistrales de montaje narrativo como el que va mostrando, sin la necesidad de narrador, la historia del propio Bob Dylan joven a través de sus vivencias, de los latidos de América y del crecimiento que la música folk y rock fueron teniendo desde finales de los cincuenta hasta mediada la década siguiente.
El Dylan de la actualidad parece abrirse, apartar ligeramente el velo que ha mantenido siempre su figura lejos del conocimiento, como muestra también en el primer volumen de sus Crónicas literarias, pero el Dylan que conmovió a masas de inconformistas generaciones y revolucionó después el rumbo de la música con la electrificación de su sonido sin nunca proponérselo sigue apareciendo fiel a su leyenda, vacilante y esquivo, cómodo en la carne de un genio que no pretendió serlo. Y que es el más grande.
Leyenda o mito, estrella y persona, referencia o anónimo, Dylan aparece como es y como fue en boca y recuerdos de su propio testimonio y del de numerosos allegados del pasado y en inéditas o más conocidas imágenes de archivo ensambladas de manera fluida y ejemplar, sin que el largo metraje pese en el resultado definitivo.
Cuanto más se ame al artista más se disfrutará este imprescindible reportaje. Y Scorsese no esconde su devoción. Ningún otro cineasta habría sabido impartir lecciones tan magistrales de montaje narrativo como el que va mostrando, sin la necesidad de narrador, la historia del propio Bob Dylan joven a través de sus vivencias, de los latidos de América y del crecimiento que la música folk y rock fueron teniendo desde finales de los cincuenta hasta mediada la década siguiente.
El Dylan de la actualidad parece abrirse, apartar ligeramente el velo que ha mantenido siempre su figura lejos del conocimiento, como muestra también en el primer volumen de sus Crónicas literarias, pero el Dylan que conmovió a masas de inconformistas generaciones y revolucionó después el rumbo de la música con la electrificación de su sonido sin nunca proponérselo sigue apareciendo fiel a su leyenda, vacilante y esquivo, cómodo en la carne de un genio que no pretendió serlo. Y que es el más grande.
GREATEST HITS 4: HEY JOE (JIMI HENDRIX)
Miramos el reloj, marcaba las cuatro y media de la madrugada. En el Tribeca las horas pasan deprisa si la charla fluye con gusto entre la armonía de los buenos oyentes y los buenos conversadores. Un par de horas parecieron treinta minutos. Mi buen amigo Jose ‘Pepe Guns’ y yo hemos compartido varias veces impresiones y emociones sin darnos cuenta de lo tarde que se hacía. Poco antes de mirar el reloj Jimi Hendrix, con José Luis como intermediario, nos había regalado un recital encadenado: Foxy Lady, Little wing, Hey Joe.
Y entre los tres alabamos durante un buen rato a Hendrix. ¿Qué hubiera hecho en estos días si siguiera con vida? ¿Habéis escuchado o visto a alguien tocar como él lo hacía?, nos preguntamos. Y no sólo cómo él lo hacía, sino cómo sonaba la Experience al completo. La filigrana y la potencia se dan la mano de manera demoledora, sin compasión, irrepetible.
Por delante de la explosiva Foxy Lady, la apaciguadora Little wing, o la grandiosa e inmortal versión de All along the watchtower incluso, creo que Hendrix llena la historia del rock, entre varias razones, por haber parido un tema como Hey Joe. Su violencia creciente avanza guiada por ese bajo siniestro, las apacibles pero oscuras voces femeninas acunan las palabras y acompañan los versos criminales y los (al principio) dóciles acordes de Jimi estallan en ese arrebatado clímax, el que nos lleva los dedos a las cuerdas de nuestra guitarra invisible y aprieta los ojos cerrados de la cabeza descontrolada en pleno éxtasis.
Y entre los tres alabamos durante un buen rato a Hendrix. ¿Qué hubiera hecho en estos días si siguiera con vida? ¿Habéis escuchado o visto a alguien tocar como él lo hacía?, nos preguntamos. Y no sólo cómo él lo hacía, sino cómo sonaba la Experience al completo. La filigrana y la potencia se dan la mano de manera demoledora, sin compasión, irrepetible.
Por delante de la explosiva Foxy Lady, la apaciguadora Little wing, o la grandiosa e inmortal versión de All along the watchtower incluso, creo que Hendrix llena la historia del rock, entre varias razones, por haber parido un tema como Hey Joe. Su violencia creciente avanza guiada por ese bajo siniestro, las apacibles pero oscuras voces femeninas acunan las palabras y acompañan los versos criminales y los (al principio) dóciles acordes de Jimi estallan en ese arrebatado clímax, el que nos lleva los dedos a las cuerdas de nuestra guitarra invisible y aprieta los ojos cerrados de la cabeza descontrolada en pleno éxtasis.
miércoles, noviembre 16, 2005
BOOTLEG SERIES 2: THIS IS IT! (BETTY DAVIS)
Black
power
again!!!
Mi incontinente afición por la música negra me ha llevado hasta Betty Davis ¿Quién es Betty Davis? Betty, sí, no Bette (La loba) Davis, sino Betty (la fiera) Davis...
Ha caído en mis manos, en rojizo formato acartonado, una poderosa selección de 19 temas de una espectacular y escultural negra de Carolina del Norte, vestida con un maillot de cebra apeándose de una Harley Davidson, que entre 1968 y 1969 compartió lecho en matrimonio con el gran Miles Davis. Era entonces una revoltosa muchachita de 23 años que duró poco entre las fauces del dios del jazz y que en aquellos años tonteó con componentes de Santana y de Sly & The Family Stone. Entre 1973 y 1975 grabó tres discos; después, nada más, una fugaz carrera como modelo, una discreta retirada y un escondite en el anonimato.
Treinta años después de su tercer y último disco, el sello español Vampi Soul, que acogió también este año el regreso de Joe Bataan, destapa un tesoro en forma de generosa recopilación. Bajo el título This is it! quedan reunidas seis canciones de Betty Davis, siete de They say I’m different y otras seis de Nasty Gal, tres explosivos álbumes de un funk demoledor que bien pudieran haber firmado James Brown los primeros Funkadelic, tres maravillas cargadas de riffs seductores, guitarras sexuales, voces morbosas, berridos calientes y ritmos bailables y bailongos. Betty Davis arrastra su voz felina cual hembra con ganas de juerga sin fin y descubre una breve pero brutal carrera musical cuyo único defecto no es otro que el de haber terminado hace tres décadas. Pese a ello, es un lujazo recuperarla.
lunes, noviembre 14, 2005
LIVE IN 2: LUIS MORO Y LA TRIBECA'S BAND
En cada rincón del planeta se esconden músicos de pequeñas grandes carreras, talentos por descubrir bien acogidos en sus círculos, pero apartados de los populares escenarios a los que tan difícil resulta acceder o lejos de las luces de un éxito tantas veces esquivo o incomprensible. ¿Razones? Infinitas. Toda banda tiene su historia. Cada noche de concierto al mes raro es no descubrir a un solista o a un grupo bañado en quilates de calidad, de entusiasmo y emoción. Un ejemplo, como miles que hay, es la Tribeca’s Band con el músico coruñés Luis Moro al frente.
Lleva el grupo de A Coruña casi un año presentando en los locales de Galicia y parte de la geografía española el segundo álbum de Luis Moro, de título Los Vulnerables. El músico se exhibe a veces en solitario, aunque combina estas actuaciones con su Tribeca’s Band, con la que forma un trío de rock pulido y trabajado, con predominio acústico y controlada pero inyectada pasión en sus interpretaciones.
El pasado viernes 11 ofrecieron recital en el pub Garufa de la Ciudad Vieja coruñesa. Luis Moro siente su música en las venas y transmite sus emociones sin disimulo, retorcido y teatral en ocasiones pero nunca histriónico, entregado como un actor sobre las tablas en su faceta de comunicador musical, sintonizado a la perfección con sus socios de escena, jóvenes pero curtidos músicos de A Coruña en el bajo (Alejandro Masafret, miembro de la Víctor Aneiros Band) y en la batería (Jose García, de Quaken), sólido y lucido cimiento rítmico. Algo de trovador tiene Luis Moro y tanto la delicadeza como la furia que desprende ante el micrófono encuentra parecidos en Jeff Buckley o incluso en Nick Cave.
La Tribeca’s Band unida se convierte en una exhibición eficaz y profesional de un repertorio que en el Garufa empezó comedido pero fue alcanzando álgidos instantes en canciones como Lisboa, Calle Florida, Aire delicado y una muy funky versión de Slow train (Bob Dylan); tuvo la noche un breve e inevitable bajón con el solista sin compañía pero recuperó su garra en un ardiente colofón de la mano de los temas Carmen y Enrique y Otra dirección. Hora y cuarto larga pero intensa, atrayente como capturar a un público atento y agradecido. Gran concierto de un gran grupo, como tantos al otro lado (ni mejor ni peor) del éxito, como esta Tribeca’s Band.
(Para más información: www.luismoro.net)
Lleva el grupo de A Coruña casi un año presentando en los locales de Galicia y parte de la geografía española el segundo álbum de Luis Moro, de título Los Vulnerables. El músico se exhibe a veces en solitario, aunque combina estas actuaciones con su Tribeca’s Band, con la que forma un trío de rock pulido y trabajado, con predominio acústico y controlada pero inyectada pasión en sus interpretaciones.
El pasado viernes 11 ofrecieron recital en el pub Garufa de la Ciudad Vieja coruñesa. Luis Moro siente su música en las venas y transmite sus emociones sin disimulo, retorcido y teatral en ocasiones pero nunca histriónico, entregado como un actor sobre las tablas en su faceta de comunicador musical, sintonizado a la perfección con sus socios de escena, jóvenes pero curtidos músicos de A Coruña en el bajo (Alejandro Masafret, miembro de la Víctor Aneiros Band) y en la batería (Jose García, de Quaken), sólido y lucido cimiento rítmico. Algo de trovador tiene Luis Moro y tanto la delicadeza como la furia que desprende ante el micrófono encuentra parecidos en Jeff Buckley o incluso en Nick Cave.
La Tribeca’s Band unida se convierte en una exhibición eficaz y profesional de un repertorio que en el Garufa empezó comedido pero fue alcanzando álgidos instantes en canciones como Lisboa, Calle Florida, Aire delicado y una muy funky versión de Slow train (Bob Dylan); tuvo la noche un breve e inevitable bajón con el solista sin compañía pero recuperó su garra en un ardiente colofón de la mano de los temas Carmen y Enrique y Otra dirección. Hora y cuarto larga pero intensa, atrayente como capturar a un público atento y agradecido. Gran concierto de un gran grupo, como tantos al otro lado (ni mejor ni peor) del éxito, como esta Tribeca’s Band.
(Para más información: www.luismoro.net)
jueves, noviembre 10, 2005
VOLUME ONE 6: I’VE GOT MY OWN HELL TO RAISE (BETTYE LaVETTE)
Ocurre que basta a veces con que la portada de un disco te pida que lo compres. No hace falta siquiera saber de quién se trata. Si después celebras que has descubierto un gran disco o a un gran artista entonces felicitas a tu intuición y sabes que otras veces más podrás elegir a ciegas. Como me ha ocurrido con I’ve got my own hell to raise, el último trabajo, de este año, de una dama del soul portentosa, tapada por el peso y la fama de las grandes, Bettye LaVette.
Fue suficiente el perfil pintado de amarillo de su cara, sobresaliente de un fondo negro, su nombre en letras blancas en el centro y la sensación de que dentro se escondía una voz fuerte, un carácter recio, un escenario rodeado de humo, un público negro... No me equivoqué. También me ayudó mi reciente afición por la música funk y soul, por los músicos negros. Cuantas más geniales figuras vaya conociendo, mejor.
Ahora ya puedo dedicarme a encontrar otras producciones de esta gran señora LaVette, una artista de Detroit que pronto cumplirá 60 años, llegó a girar con James Brown, actuar con Cab Calloway y tener unos modestos éxitos de ventas y crítica en los años sesenta. Trabajó en Broadway, pero su carrera musical no tuvo mucha continuidad. En el año que se va acabando ha regresado con la misma majestuosidad, poderío y ganas que Solomon Burke hace unos años, con una voz rugosa gastada por los años pero aún llena de energía, rugidos amenazantes y gritos sugerentes. La acompañan sonidos de tugurio y una atmósfera de madrugada larga bañada por recuerdos sucios e historias secretas.
I’ve got my own hell to raise contiene curiosamente diez versiones de canciones de mujeres tan variopintas como Rosanne Cash, Dolly Parton, Lucinda Williams, Fiona Apple, Sinead O’Connor, Aimee Mann o Joan Armatrading. Poco o nada parecidas a sus originales, cada pieza de este álbum revela a un Bettye LaVette tan eufórica como seductora, tan soul lady como rock woman, una digna socia de Etta James, una colega de Tina Turner. Un tesoro.
Nota: 9/10
Fue suficiente el perfil pintado de amarillo de su cara, sobresaliente de un fondo negro, su nombre en letras blancas en el centro y la sensación de que dentro se escondía una voz fuerte, un carácter recio, un escenario rodeado de humo, un público negro... No me equivoqué. También me ayudó mi reciente afición por la música funk y soul, por los músicos negros. Cuantas más geniales figuras vaya conociendo, mejor.
Ahora ya puedo dedicarme a encontrar otras producciones de esta gran señora LaVette, una artista de Detroit que pronto cumplirá 60 años, llegó a girar con James Brown, actuar con Cab Calloway y tener unos modestos éxitos de ventas y crítica en los años sesenta. Trabajó en Broadway, pero su carrera musical no tuvo mucha continuidad. En el año que se va acabando ha regresado con la misma majestuosidad, poderío y ganas que Solomon Burke hace unos años, con una voz rugosa gastada por los años pero aún llena de energía, rugidos amenazantes y gritos sugerentes. La acompañan sonidos de tugurio y una atmósfera de madrugada larga bañada por recuerdos sucios e historias secretas.
I’ve got my own hell to raise contiene curiosamente diez versiones de canciones de mujeres tan variopintas como Rosanne Cash, Dolly Parton, Lucinda Williams, Fiona Apple, Sinead O’Connor, Aimee Mann o Joan Armatrading. Poco o nada parecidas a sus originales, cada pieza de este álbum revela a un Bettye LaVette tan eufórica como seductora, tan soul lady como rock woman, una digna socia de Etta James, una colega de Tina Turner. Un tesoro.
Nota: 9/10
lunes, noviembre 07, 2005
GREATEST HITS 3: GO BACK HOME (STEPHEN STILLS)
La devoción que por Crosby Stills Nash & Young siente el maestro José Luis suele propagarse en las noches del Tribeca. No hace mucho, buenos amigos probaron allí por vez primera las esencias y delicias de David Crosby, como también llegó para mí la oportunidad de conectar con los trabajos en solitario de Stephen Stills. El punto de partida fue Go back home, un sublime tema de su homónimo primer disco de 1970.
A Stills le seguía la pista antes en la breve pero ajetreada etapa como ‘front man’ de Buffalo Springfield, donde siempre peleó con Neil Young por dejarse notar más que nadie en el micrófono y en las guitarras. Suya fue la magistral pieza For what it’s worth. Y sabía que junto a Young había participado en un proyecto irregular de mediados de los setenta que dio como fruto el disco Long may you run, además de haber integrado el enorme supergrupo que fue y es CSN y CSNY.
Pues en 1970, en el arranque de su periodo de mayor productividad musical y su despegue hacia una relación nada prudente con las drogas y el alcohol, Stills reunió para su primer trabajo solista a dos gigantes como Jimi Hendrix, con quien había llegado a tocar en el escenario en alguna ocasión, y Eric Clapton. A Hendrix le dio entrada en el tema Old times good times, donde la incendiaria guitarra de Jimi quema menos que de costumbre pero dota al tema de una creciente intensidad. En Go back home, el propio Stills retocó sus sonidos de guitarra con el 'wah wah' en los compases iniciales para dar paso, superados los dos minutos, a un pletórico Clapton y su afilada eléctrica. Fusionadas las cuerdas de uno y otro, la canción va enriqueciendo su base de blues para estallar en un duelo amistoso y espectacular que convierten el tema en una pieza maestra.
En los años siguientes Stephen Stills fue grabando discos llenos de altibajos (Stills, Illegal Stills) y formó la banda de corta vida Manassas, hasta que sus vicios eclipsaron su inspiración para volver a refugiarse con Crosby y Nash y a veces Young. Este año también ha salido de su escondite para ofrecer un nuevo disco en solitario, Man Alive!, catorce años después de su última aventura sin compañía.
A Stills le seguía la pista antes en la breve pero ajetreada etapa como ‘front man’ de Buffalo Springfield, donde siempre peleó con Neil Young por dejarse notar más que nadie en el micrófono y en las guitarras. Suya fue la magistral pieza For what it’s worth. Y sabía que junto a Young había participado en un proyecto irregular de mediados de los setenta que dio como fruto el disco Long may you run, además de haber integrado el enorme supergrupo que fue y es CSN y CSNY.
Pues en 1970, en el arranque de su periodo de mayor productividad musical y su despegue hacia una relación nada prudente con las drogas y el alcohol, Stills reunió para su primer trabajo solista a dos gigantes como Jimi Hendrix, con quien había llegado a tocar en el escenario en alguna ocasión, y Eric Clapton. A Hendrix le dio entrada en el tema Old times good times, donde la incendiaria guitarra de Jimi quema menos que de costumbre pero dota al tema de una creciente intensidad. En Go back home, el propio Stills retocó sus sonidos de guitarra con el 'wah wah' en los compases iniciales para dar paso, superados los dos minutos, a un pletórico Clapton y su afilada eléctrica. Fusionadas las cuerdas de uno y otro, la canción va enriqueciendo su base de blues para estallar en un duelo amistoso y espectacular que convierten el tema en una pieza maestra.
En los años siguientes Stephen Stills fue grabando discos llenos de altibajos (Stills, Illegal Stills) y formó la banda de corta vida Manassas, hasta que sus vicios eclipsaron su inspiración para volver a refugiarse con Crosby y Nash y a veces Young. Este año también ha salido de su escondite para ofrecer un nuevo disco en solitario, Man Alive!, catorce años después de su última aventura sin compañía.
SOUNDTRACK 5: IRON & WINE Y THE SHINS
'Indie'. Etiqueta, corriente o tendencia para la discordia. El cine indie, si se entiende como aquel que nace al margen de los grandes estudios, que se alimenta de argumentos novedosos o complejos y se dirige a un público más exigente que el convencional, tiene una acogida mucho más calurosa en los festivales que en las salas comerciales y le importan menos las recaudaciones, aunque nunca le dé la espalda a los ingresos, cuanto mayores mejor. Como en el cine comercial, de las fuentes indies surgen grandes pequeñas películas y grandes pequeños bodrios.
La música indie, con esa pegatina que la prensa y los propios músicos le ponen encima, irrita a los fans con alma rockera y seduce a los modernillos con alma pop. La revista musical española Popular 1, por ejemplo, difícilmente dedicará un párrafo a Iron & Wine, mientras que Rock de Luxe abrazará las melodías de The Shins. La edición española de Rolling Stone, en cambio, podrá referirse a ambas bandas mediante críticas o reportajes. Son ejemplos, nada más, quizá las líneas editoriales de cada publicación opten en otro momento por ser más flexibles.
Menciono a Iron & Wine y a The Shins porque su música sobresale en la elección musical de dos películas estrenadas en los últimos meses, In good company y Algo en común (Garden State), paradigma reciente éste de cine indie norteamericano.
Iron & Wine es el nombre detrás del que se esconde el joven Sam Beam, un barbudo profesor de cine de Miami que puede formar parte de ese grupo de cantautores del llamado neofolk (Devendra Banhart, Sufjan Stevens, Micah P. Hinson) bien recibidos por la crítica internacional. Iron & Wine presenta propuestas más modestas, canciones menos enrevesadas que sus colegas, apoyadas casi siempre en el único aliento de su guitarra y sostenidas por su voz encogida. Posee Iron & Wine un par de discos y varios Eps, de los cuales el más reciente ha grabado junto al grupo Calexico. En In good company se deslizan tres temas –dos incluidos en el fantástico Our endless numbered days– en emotivos y entrañables instantes de la película, con la preciosa presencia de Scarlett Johansson como complemento irresistible.
Por su parte, la música soleada y sonriente de The Shins nace sorprendentemente de los secos y nada alegres paisajes de Nuevo México. Cuatro amigos surgidos de una formación llamada Flake se han ganado los halagos generales de la escena indie gracias a su admiración nada disimulada por los Byrds y Beach Boys. Por la música de The Shins vuelan estos espíritus aún rejuvenecidos y se explayan teclados contagiosos, melosos juegos de voces y un aura poppy (otro término que genera tanto elogio como rechazo) a veces gratificante. En el film Algo en común (en donde se escuchan dos temas del álbum Oh, inverted world) el personaje de Natalie Portman le decía al principal protagonista que "la vida te cambia cuando escuchas a los Shins". Bueno, en el cine, por muy indie que sea, todo está exagerado.
La música indie, con esa pegatina que la prensa y los propios músicos le ponen encima, irrita a los fans con alma rockera y seduce a los modernillos con alma pop. La revista musical española Popular 1, por ejemplo, difícilmente dedicará un párrafo a Iron & Wine, mientras que Rock de Luxe abrazará las melodías de The Shins. La edición española de Rolling Stone, en cambio, podrá referirse a ambas bandas mediante críticas o reportajes. Son ejemplos, nada más, quizá las líneas editoriales de cada publicación opten en otro momento por ser más flexibles.
Menciono a Iron & Wine y a The Shins porque su música sobresale en la elección musical de dos películas estrenadas en los últimos meses, In good company y Algo en común (Garden State), paradigma reciente éste de cine indie norteamericano.
Iron & Wine es el nombre detrás del que se esconde el joven Sam Beam, un barbudo profesor de cine de Miami que puede formar parte de ese grupo de cantautores del llamado neofolk (Devendra Banhart, Sufjan Stevens, Micah P. Hinson) bien recibidos por la crítica internacional. Iron & Wine presenta propuestas más modestas, canciones menos enrevesadas que sus colegas, apoyadas casi siempre en el único aliento de su guitarra y sostenidas por su voz encogida. Posee Iron & Wine un par de discos y varios Eps, de los cuales el más reciente ha grabado junto al grupo Calexico. En In good company se deslizan tres temas –dos incluidos en el fantástico Our endless numbered days– en emotivos y entrañables instantes de la película, con la preciosa presencia de Scarlett Johansson como complemento irresistible.
Por su parte, la música soleada y sonriente de The Shins nace sorprendentemente de los secos y nada alegres paisajes de Nuevo México. Cuatro amigos surgidos de una formación llamada Flake se han ganado los halagos generales de la escena indie gracias a su admiración nada disimulada por los Byrds y Beach Boys. Por la música de The Shins vuelan estos espíritus aún rejuvenecidos y se explayan teclados contagiosos, melosos juegos de voces y un aura poppy (otro término que genera tanto elogio como rechazo) a veces gratificante. En el film Algo en común (en donde se escuchan dos temas del álbum Oh, inverted world) el personaje de Natalie Portman le decía al principal protagonista que "la vida te cambia cuando escuchas a los Shins". Bueno, en el cine, por muy indie que sea, todo está exagerado.
miércoles, noviembre 02, 2005
VOLUME TWO 6: JOSH ROUSE
Me cae muy bien Josh Rouse, pálido chico de la árida y aburrida Nebraska (de donde también sale el más ambicioso Conor Oberst al frente de Bright Eyes), compositor modesto con pinta de buen tío, esmerado músico de pop insinuante, rock de velocidad corta. Parece que a Rouse y a su banda les falta algo de sangre en vivo, a tenor de la crónicas de sus conciertos en España, pero esa moderación en su voz y en los limpios arreglos de sus canciones es la fuerte cualidad de una carrera de cinco discos largos y un curioso Ep al lado de su padrino Kurt Wagner (Lambchop).
Emparentado con Pete Yorn, Ben Lee y tantos otros jóvenes de aspecto saludable, Josh Rouse ha dado pequeños pasos en su crecimiento como músico hasta tocar una cima igualmente humilde con sus dos últimos discos de estudio, el formidable 1972 (con fecha de 2003) y el no menos precioso Nashville (2005), una de las joyas de este año.
Desde 1998 lleva en marcha el viaje musical de Rouse, iniciado con un par de discos algo flácidos (Dressed up like Nebraska y Home) aunque con tres o cuatro temas de mención. Por un camino indefinido y titubeante se movió Under cold blue stars (2001), pero el encuentro con el teclista Brad Jones y ahora productor de sus mejores entregas, ha convertido a Josh Rouse no sólo en un elegante y melódico cantante sino en un artista cada vez más respetable.
Escuchando sobre todo su álbum 1972, en el que Josh Rouse homenajea a los sonidos con que fue creciendo desde que era un chaval en canciones tan descriptivas como Love vibratiom, Sunshine y Comeback, se advierte la riqueza musical que desprende cada nota, cada instrumento o cada voz; confluyen en poco más de cuarenta minutos el pop y el soul y uno se traslada a un escenario de calles soleadas, mujeres onduladas, sabores dulces y música nocturna, aduladoras imágenes que ilustran historias que nunca se repetirán.
Emparentado con Pete Yorn, Ben Lee y tantos otros jóvenes de aspecto saludable, Josh Rouse ha dado pequeños pasos en su crecimiento como músico hasta tocar una cima igualmente humilde con sus dos últimos discos de estudio, el formidable 1972 (con fecha de 2003) y el no menos precioso Nashville (2005), una de las joyas de este año.
Desde 1998 lleva en marcha el viaje musical de Rouse, iniciado con un par de discos algo flácidos (Dressed up like Nebraska y Home) aunque con tres o cuatro temas de mención. Por un camino indefinido y titubeante se movió Under cold blue stars (2001), pero el encuentro con el teclista Brad Jones y ahora productor de sus mejores entregas, ha convertido a Josh Rouse no sólo en un elegante y melódico cantante sino en un artista cada vez más respetable.
Escuchando sobre todo su álbum 1972, en el que Josh Rouse homenajea a los sonidos con que fue creciendo desde que era un chaval en canciones tan descriptivas como Love vibratiom, Sunshine y Comeback, se advierte la riqueza musical que desprende cada nota, cada instrumento o cada voz; confluyen en poco más de cuarenta minutos el pop y el soul y uno se traslada a un escenario de calles soleadas, mujeres onduladas, sabores dulces y música nocturna, aduladoras imágenes que ilustran historias que nunca se repetirán.
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