Me pregunto a qué bandas sonoras debemos referirnos para tratar de seleccionar unas cuantas que más nos agraden, las que consideremos las mejores nunca oídas. Ahora prefiero evitar las colecciones de temas de grupos musicales de diferentes épocas, también los scores con orquestas o con una generosa reunión de músicos bajo la batuta de un compositor, pero no dejaré de pensar en músicas originales compuestas para una película, con piezas instrumentales y alguna que otra canción que por primera vez sonó como parte del celuloide. Algún ejemplo: las grandiosas Pat Garrett & Billy the Kid de Bob Dylan, Shaft de Isaac Hayes y otra que cada vez que vuelvo a pinchar me impacta y enamora, me traslada a otra dimensión: Superfly de Curtis Mayfield.
El gran Curtis tiene razones de sobra para ocupar una página de oro en la historia de la música, incluso por su desgraciada muerte, pero el líder entrañable de los Impressions, paradigma de la escuela Curtom, el pacífico rey negro del falsete, maestro de la seducción funky con ese fino romance que tenía con su guitarra, no podrá tampoco ser olvidado por haber puesto música al clásico del (sub)género blaxploitation de 1972 Superfly.
A otros temas tan magníficos a lo largo de su carrera como Move on up, Mighty Mighty o el archiconocido y multiversioneado People get ready, hay que unir las obras maestras que pueblan el universo de Superfly. Las calles violentas de Harlem, las chaquetas de cuero, las mujeres maquilladas, las persecuciones de coches, los antros del crimen y los barrios urbanos negros asoman entre las notas de Pusherman, Little child runnin’ wild, No thing on me (cocaine on me) y sobre todo, del insuperable Freddie’s dead.
Fabuloso, sí, y aún me falta ver algún día la película, que intuyo no estará a la altura de su música. Siempre quedará Curtis Mayfield.
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