Bob Dylan asoma desde hace un tiempo por todas partes y eso es una gran noticia. Él poco se muestra, pero llueven bio y autobiografías, cajas de textos y archivos, bandas sonoras y documentales. Porque se le ama bien, se le adora aunque esté callado. De la mano de otro genial artista, Martin Scorsese, pasional fanático del cine y de la música, el recién estrenado macrodocumental No direction home invierte tres largas horas en mostrar los seis primeros años de carrera musical de Dylan, su entorno socio-cultural y los primeros efectos de su incalculable repercusión.
Leyenda o mito, estrella y persona, referencia o anónimo, Dylan aparece como es y como fue en boca y recuerdos de su propio testimonio y del de numerosos allegados del pasado y en inéditas o más conocidas imágenes de archivo ensambladas de manera fluida y ejemplar, sin que el largo metraje pese en el resultado definitivo.
Cuanto más se ame al artista más se disfrutará este imprescindible reportaje. Y Scorsese no esconde su devoción. Ningún otro cineasta habría sabido impartir lecciones tan magistrales de montaje narrativo como el que va mostrando, sin la necesidad de narrador, la historia del propio Bob Dylan joven a través de sus vivencias, de los latidos de América y del crecimiento que la música folk y rock fueron teniendo desde finales de los cincuenta hasta mediada la década siguiente.
El Dylan de la actualidad parece abrirse, apartar ligeramente el velo que ha mantenido siempre su figura lejos del conocimiento, como muestra también en el primer volumen de sus Crónicas literarias, pero el Dylan que conmovió a masas de inconformistas generaciones y revolucionó después el rumbo de la música con la electrificación de su sonido sin nunca proponérselo sigue apareciendo fiel a su leyenda, vacilante y esquivo, cómodo en la carne de un genio que no pretendió serlo. Y que es el más grande.
sábado, noviembre 19, 2005
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