domingo, octubre 29, 2017

LIVE IN 210: BILL CALLAHAN, FERROL 2017

Muchas veces me pregunto si la música es sencilla o complicada, si hacer música es tan fácil o tan difícil como (según cuándo) parece. No lo sé. Los músicos que de verdad me llenan (los que me revuelven y me poseen, los que hacen que siga escuchando música todos los días en busca de emociones nuevas) son aquellos a los que llamamos inclasificables, a los que cambiamos el apellido de un disco para otro o no logramos saber cuál le corresponde. Me encanta esa indefinición.

De esto hablamos anoche tras la actuación de Bill Callahan en el Auditorio de Ferrol. Luis, Moro y Dufresne estaban a mi lado. Disfrutamos mucho, envueltos todos como estábamos en una bruma de sonidos que parecía fluir de la naturaleza, en atmósferas de ensueño que sentíamos irreales. Más allá de los géneros, palpables unos y resbaladizos otros, obra de ARTISTAS en sí mismos.

Siento las canciones de Bill Callahan alumbradas en la orilla de un río o en la cúspide de una montaña, o escondidas en la frondosidad de un bosque, bajo las estrellas, sin frío ni brisa. Bill recurre a la naturaleza en sus letras, y de su música reciente (Apocalypse, Dream river, aunque han pasado ya unos años) vuelan los aromas y las sensaciones de esos escenarios, con solo una guitarra acústica y los acordes y efectos de sonido que los pedales y las manos extraen de una cálida Gibson del cuello de Matt Kinsey, con una armónica ocasional y la voz grave de Bill que parece recitar un verso hablado de reveladora hondura.

Su actuación de anoche fue extraordinaria, de convulsión íntima, escalofrío. De esos dos discos sonaron sublimes Spring, Ride my arrow, America! y Riding for the feeling. La música fácil, o difícil, apasionante, arrebatadoramente hermosa.

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