Cuando escucho discos que tienen 30, 40 o 50 años encima
trato de situarme en la época en la que fueron grabados. Pienso en lo que
triunfaba entonces o en lo que más se escuchaba, también en cómo la música rock
o la música popular avanzaban en aquel momento y cómo los entornos social y
cultural influían de alguna manera en el impacto que aquel disco causaba (en la
medida en que la música se convierte en un instrumento de impacto). Matizo:
esto suelo hacerlo solo con los discos y músicos que más me gustan para valorar
mejor la fuerte o débil relevancia de sus trabajos. Springsteen es uno de
ellos, y ahora que estoy viajando con sus memorias por los primeros capítulos
de su trayectoria me vuelvo a sumergir en las atmósferas calurosas que emanan
de su delicioso, magnífico primer álbum, Greetings from Asbury Park, NJ (1973).
Bruce expulsa en sus primeras canciones un torrente de
imágenes, sonidos, climas, gentes y escenarios. Te traslada junto a los hombres
y mujeres de las que habla a las playas, calles y clubes. Es un evocador
naturalista que extrae detalles y emociones de sus vivencias. La música es
alegre, dinámica (salvo en las apaciguadas Mary Queen of Arkansas y The angel) y
siempre apasionada. Aquel chico flaco, barbudo y despeinado ya sabía explotar sus
potentes dotes para dejarse absorber por la música y compartir su éxtasis.
Greetings… es aún un disco fuerte del que brotan temazos como Blinded by the
light o Spirit in the night, música que siempre enciende escalofríos. Con aquel
sabroso aperitivo no tardaría el Jefe en servirnos una obra maestra, y dos años
más tarde ya había cocinado Born to run.
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