Así como los paisajes del jazz adoptan distintas fisonomías urbanas (un garito en un sótano de Harlem en plena era bop en los cuarenta, la esquina ensombrecida de un local de Nueva Orleáns a mediados de siglo pasado, una sala de fiestas de Chicago en los años de la Ley Seca, o un elitista club de Manhattan de nuestros días… todas estas en terreno americano), las atmósferas del blues parecen, en general, más atrapadas por unos límites geográficos que apenas salen del campo y muy poco se acercan a las ciudades: un campo de cultivo de algodón, una ciénaga hostil, un poblado de cabañas mugrientas, la desembocadura de un río… Hay un sabor añejo en una guitarra National, un dobro que desoxida y hace tintinear el sonido metálico de las cuerdas: esa guitarra, la de Chris Whitley, la de Jeff Lang también a veces, moldean canciones y versiones excelentes en Dislocation Blues, un disco que guía a su oyente por esos parajes que la cultura del blues universaliza.
No es todo blues lo que rezuma en este álbum denso e inquieto. La National se flexibiliza a cualquier estructura rockera, por eso sobresalen con ímpetu temazos más desatados como Twelve thousand miles o The road leads down. A ese Dylan que todos admiramos lo revisten Whitley y Lang con dos acertadas versiones que apuestan por diferir bastante de las originales, When I paint my mastepiece y Changing of the guards. Robert Johnson se esconde en la cola del disco para reclamar otra pronta escucha.
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