Un par de canciones son estupendas, de verdad, Life itself, What love can do o hasta The wrestler. Nada más.
Nota: 5/10 (porque es el Boss).
Un par de canciones son estupendas, de verdad, Life itself, What love can do o hasta The wrestler. Nada más.
Nota: 5/10 (porque es el Boss).
¿Por qué? ¿Por qué aplaudo esta serie? Porque así son los personajes y así se muestran, sin lugar a que nuestras reservas y censuras se precipiten a condenar acciones y reacciones. Cada uno elige lo que es sin apenas remordimientos de conciencia, al fin y al cabo se trata de sobrevivir y no importa el modo. ¿Es tan honrado hacerlo con iniciativas benéficas y altruistas como con medidas delictivas y egoístas? Cada uno escoge.
Weeds es una serie creada por Jenji Kohan, guionista y productora de Las chicas Gilmore, que nunca he visto. Con Weeds me he lanzado con imprevista tolerancia a las calles y casas de esa ficticia ciudad donde siempre luce el sol y cada fachada esconde las miserias de quienes viven detrás. Mary-Louise Parker, la madre pija que vende hierba, está irresistiblemente atractiva en su papel, frágil bajo la máscara que tapa sus intenciones perniciosas, vencida ante sus entrañables proveedores pero vencedora en cada empeño por no renunciar a su acomodada vida. La otra ganadora de la función es su vecina, interpretada por Elizabeth Perkins, cínica y patética, de lengua mordaz y cuerpo venenoso.
He terminado la primera temporada. Me pondré con más.
Tonight: Franz Ferdinand (Epic, 2009) va a cumplir sus objetivos: vender y despertar las ganas de bailar. Los que amaron los dos trabajos anteriores del grupo escocés no se van a sentir defraudados, encontraron un puñado de temas hermanos de los que entonces bailaron tanto en festivales o pistas de club (Turn it on, No you girls, Can’t stop feeling, Bite hard). Se lo pasarán bien, y eso es lo que importa. Los que dudaron tanto de las primeras propuestas de la banda quizá se tropiecen con sensaciones animadas. Me incluyo en este bando. Sigo pensando que ya es tarde para acuñar inventos musicales. Franz Ferdinand no lo hacen, se limitan de nuevo a jugar con esa apuesta rítmica que tan bien le funcionó para tratar de repetir éxito: guitarras contagiosas, batería machacona, bajos saltarines y unos cuantos gritos de euforia en los estribillos. Se intuye en este disco un avance en la inclusión de frivolidades sonoras con teclados y el conjunto mantiene homogeneidad hasta los dos últimos temas, fácilmente desechables. Esta vez me ha gustado… lo justo. A lo mejor es el estado de ánimo.
Nota: 6/10
Ahora comprendo por qué en aquellos años oía decir a gente que este grupo era muy malo, así, “muy malo”. A mí, Nirvana, ni fu ni fa. Never mind está bien, no se puede negar. Le ayudó el impacto de las ventas y el desencanto de una generación que necesitaba explotar en evasiones como la música y el ruido, encontrase o no en ellas una tabla de salvación. In Utero, hoy en día, me resulta hasta una torpeza de adolescentes cuyos temas más reconocibles son ahora viejos maragatos que da vergüenza recordar. Su sonido, crudamente maltratado por la producción de Steve Albini, es amenazador. No me extraña que el burdo poeta americano se borrase de este mundo poco después.
Las marcas que lo definieron le hacen justicia: Mr. Dynamite, Soul Brother Nº1, Godfather of Soul, Minister of New Super Heavy Funk. La que sea vale para acompañar hasta la eternidad a un artista excepcional. Lo veo o escucho cantar, gritar, caerse abierto de piernas o girarse entrelazando los tobillos, fingir un desfallecimiento o bañarse en sudor marrón, moverse como un orangután o simplemente abrir su apabullante sonrisa y alcanzo a comprender la magnitud de su obra. Su vida fue un revoltijo y recordar sus problemas con el fisco, sus estancias en la cárcel o su grotesco envejecimiento causa tristeza. Por eso prefiero recordarlo a ciegas.
Su tránsito del soul al funk me parece brutal, no por la contundencia del salto, sino más bien por la compenetración perfecta que se produce entre ambos estilos hasta que los ritmos más repetitivos e incendiarios del funk acaban ganando la partida. Creo que en ese paso adelante que dio a comienzos de los setenta está el germen de cuantas corrientes bebieron después de su música, de esos ritmos: la música disco, el rap y el hip hop. James Brown era una fiera que estallaba, un diablo en llamas que convertía su pasión en el irrepetible espectáculo de un genio poseído por la música.
De momento dejan oír su SINGLE, parece que no muy bien recibido. A mí no me convence. Lo escuché casi dos veces: en la primera me asaltaron las ganas de darle al ‘stop’ antes de que acabase el tema; en la segunda me esforcé por percibir aciertos. Si los tiene, no los disfruté. Producen tres de sus ingenieros y lumbreras habituales, pero parece que (al menos en este tema) se han atropellado con una sobredosis de sonidos.
Escucharemos todo el disco, le prestaremos una atención más detallada que a muchos otros, seguro, y quizá cambiemos de opinión más de una vez. Pero por ahora tengo la sensación de que cualquier tiempo pasado fue mejor. A ver, a ver, el 2 de marzo.
Qué tipos. Burns, un colega, qué majo, ahí para lo que sea. Burns, alegre y amigo, tu música es mía. Por los discos de los discos, amén. Cierro los ojos, desierto y sol, calor y arena, un camino sin destino, ahí estoy. Alguien a quien quiero, al otro lado del alambre, del cable. Todo pasa y se pierde, menos la trompeta, y el pedal, y las cuerdas sin final. Gran concierto.
Oro: Man made lake
Plata: Two silver trees
Bronce: todas las demás.
Buddy Guy es un ‘bluesman’ duro, un veterano sargento del blues enchufado al amplificador que descarga una elegante agresividad a su música. Este álbum es un ejemplo. Está soberbiamente trabajado, con equilibrada testosterona como para evitar bajones o reposos y decorado por un disciplinado y perturbador cruce de guitarras, las de Eric Clapton, Derek Trucks, Robert Randolph y Susan Tedeschi en plena armonía con la de Buddy Guy. Sus manos nunca se agrietan, su voz tampoco… son la de un guerrero de 72 años todavía brincando en la juventud del blues.
Nota: 8/10
Lo que en Felice Brothers cobra tintes algo tenebrosos, ese vínculo de referencia más primitivo que clásico, en Old Crow Medicine Show se vuelve más luminoso, alegre, y en ocasiones también intrigante. Predominan los violines hermanados y sobre todo las guitarras fluidas, mandolinas y banjos frágiles e irresistiblemente bonitos, acogedores. Los voces son más convencionales que las de los hermanos neoyorquinos, pero no dejan de ser un fino complemento armonioso para una música que suena, huele y sabe a tierra americana. Motel in Memphis, Tennessee Pusher y Metamphetamine son temas fabulosos.
Nota: 8/10
Esta es una de las canciones más bonitas con las que me he tropezado últimamente. Se la escuché a sus autores, Rilo Kiley, en uno de sus discos, The execution of all things (2002), y también cerró el episodio piloto de la serie Weeds, la más reciente de mis aventuras televisivas. Diría que la voz púber de Jenny Lewis transmite la inocencia de un tiempo añorado mientras viaja por sinuosas carreteras en el asiento del copiloto hacia un punto poco deseado. Me gusta su advertencia: “No te vuelvas loco pensando que eres más de lo que eres con tus brazos extendidos hacia mí”. Quieto ahí, chaval, no es tan fácil conquistarme aunque te parezca tan sencillo.
(Lamento no encontrar un vídeo en condiciones, pero este montaje sirve)
24 hours es un moderno ejercicio retro que está bien. Empieza mejor que termina, ya que después de descargar su voraz sexualidad a base de ritmos de funk, soul y rock y torrentes de voz el álbum se va apagando, pierde carne y encanto. Sobran los últimos tres cortes, muy flacos y sofisticados, impropios para el natural tono pícaro de Tom Jones. En todos los anteriores el tipo se lo pasa en grande, disfrutando de lo que fue con plena dignidad y orgulloso por seguir haciéndonos bailar con su nervio.
Nota: 7/10
Skinner tiene 30 años y desde los quince juega con los instrumentos y las voces como si crease pócimas en un laboratorio químico. Empieza una canción (por lo menos las de este álbum) y no sabes lo qué te vas a encontrar: una suave guitarra eléctrica seguida de un coro dulce de voces femeninas, una fusión impredecible de saxos, trompetas, campanillas o versos callejeros con percusión primitiva, un arrebato bluesero con tiernos fragmentos garageros… cualquier cosa, cualquier capricho bien elaborado y cubierto por los sonidos naturales del hip hop. Es demasiado blanco para ser sucio y agresivo, demasiado dotado para ser maldito. Y está francamente bien.
Nota: 7/10