jueves, noviembre 30, 2006

VOLUME ONE 43: THE ROAD TO ESCONDIDO (JJ CALE & ERIC CLAPTON)

Cale gana a Clapton, pero esto no es un combate con el éxito en juego sino una sesión de estudio entre viejos amigos, la primera desde que se conocen. De eso hace más de treinta años. Tan imprevista parecía ahora esta unión como bienvenida en cualquier momento. La han bautizado The Road to Escondido (Reprise, 2006).

Eric Clapton tiene más fama y fortuna que JJ Cale y también una insistente necesidad de tener listo cada año un nuevo disco, algo que no le urge tanto a su colega; sea un directo con casi todo su compendio conocido (el rutinario One more car, one more rider), sea tributo de versiones de un clásico del blues (el insípido Me & Mr. Johnson), sea material original (el anodino Back home del año pasado), el genial guitarrista británico se ha empeñado desde finales de los noventa en encadenar discos más bien banales (sólo Reptile, de 2001, contenía unas cuantas piezas de mercancía de lujo), quizá más por vicio de profesión que por necesidad monetaria. En 2006 le propuso a su amigo JJ, quien tan generosamente en los setenta compuso y luego le prestó las canciones After midnight y Cocaine, un trabajo a la par, pero Cale acabó aportando más temas de su firma (11 de 14 por uno y medio de ‘mano lenta’) y untando con su inmaculado sonido de guitarra y la sedosa sencillez de sus canciones el resultado de talentos conjuntos. Por eso Cale antepone su nombre al de Clapton, a quien parece haber invitado para crear un álbum irresistiblemente agradable.

Hacia Escondido se dirigen pues estos dos monstruos de la guitarra, haciendo autostop en la cubierta del disco y componiendo blues y rock para la carretera. Como si fueran hermanos gemelos, Cale y Clapton emparejan sus voces y en muchas ocasiones sus cuerdas. Ahí se distingue un suave solo de Clapton, ¿o es de Cale?; esta primera voz es de Cale, ¿o es Clapton?. Blues para trasnochados (Heads in Georgia), swing de vagabundos (When the war is over), música pantanosa (Hard to thrill, Anyway the wind blows) como la que cubría el magnífico To Tulsa and back de Cale (2004), como hacía años que no descubría la mejor versión de Eric Clapton. Las colaboraciones amistosas del guitarrista Albert Lee y el teclista Billy Preston poco antes de morir embellecen un disco que no necesita de moderna bisutería para ser genuino.

Nota: 8/10

MY BEST OF… THE ROLLING STONES

Como pasa con nuestros libros de cabecera que cada cierto tiempo hay que volver a sus páginas para reencontrarnos en ellos, con los Rolling Stones nunca malgastaremos el tiempo y siempre rejuveneceremos unos cuanto años, por mucho que se empeñen ellos en querer maquillar sus arrugas y otros que de música entienden un rato en llevarlos ya al cementerio. Poco más nos van a ofrecer, pero lo que ya nos han dado nunca lo perderemos.

Hace años leí una biografía exhaustiva de los Stones firmada por Stephen Davis; hace poco visioné también unos vídeos de actuaciones de la banda prestados gentilmente por Gonzalo, y ahora estoy inmerso en los capítulos de According to The Rolling Stones, un repaso cronológico en primera persona de los episodios más significativos de la vida del grupo en palabras de Jagger, Richards, Wood y Watts convertido en un libro que Planeta publicó hace un par de años. Volver a sentirme partícipe de sus vivencias me permite viajar con la banda por sus décadas de crecimiento y esplendor musical.

Días atrás, en una de nuestras basílicas preferidas de la noche, Luismi entregaba a Red Stovall centenar y medio de canciones para pinchar en nuestros mejores momentos. Unos cuantos temas de los Stones aparecían en el menú, pero eran clásicos, estupendos clásicos, no lo vamos a negar, pero yo, en el caso de los Stones, lamento que no hayan alcanzado tanto éxito otras maravillas o temazos como:

Time waits for no one
Fool to cry
No expectations
Moonlight mile
Sister morphine
Winter
One hit to the body
I go wild
Low down
Jiving Sister Fanny
Fingerprint file

...

lunes, noviembre 27, 2006

VOLUME ONE 42: EL PALACIO DE LAS FLORES (ANDRÉS CALAMARO)

Cuanto más me espero de una novedad de Andrés Calamaro suelo llevarme una decepción, y cuando es poco lo que para mí en principio promete me sorprende con un giro o perfil de lo más… cuanto menos, agradable. Ahora vuelve el argentino a los escenarios y a las listas de éxitos, a la sección de reportajes y a las páginas de entrevistas con un repertorio original de canciones más bien poperas que rockeras, por suerte distanciadas de sus recientes versiones de tangos. Calamaro es feliz y está enamorado, de todo y de todas, lo dice y lo canta en El palacio de las flores (Dro Atlantic, 2006).

El cercano disco de tangos Tinta roja (2006) es mejor olvidarlo. De El cantante (2004) sobresalía la entrañable Estadio azteca, hermoso tema con alma de himno para ser coreado en el directo El regreso (2005). Aquel disparate interminable de El salmón (2001) contenía escasas canciones apreciables entre demasiado material que con el tiempo produce rubor. Y las cotas de maestría que empapan el doble Honestidad brutal (1999) se prevén difíciles siquiera de igualar. Aquel Calamaro dylaniano no sale ahora tanto en escena y se cambia la careta por otra más auténtica y humilde, la de un autor embriagado de optimismo y congraciado por momentos con su mejor fase de inspiración. Sigue teniendo presente sus fuentes de creación y mantiene con buena salud su incontable caudal de sentimientos musicales; eso se nota en frases y referencias, en algunos sonidos y composiciones de un disco que detrás de su limpia blandura guarda la consistencia de un artista que, por fortuna, huye del estancamiento.

El Dylan que siempre enseña Calamaro aparece en el single Corazón en venta, uno de esos arranques de álbum que se acaba convirtiendo en un tema más encantador cuanto más se escucha. Los recuerdos, el crecimiento y Argentina respiran por El palacio de las flores y el amor humedece las líneas y los acordes de temas más animados como El tilín del corazón, Corte de huracán o La apuesta o delicias contenidas como Miami y Rosemary. Unas cuantas flores le sobran al ramillete del argentino, selecciones de género ligero incluso, que, como en él es costumbre, estiran un poco el disco.

Nota: 7/10

jueves, noviembre 23, 2006

VOLUME ONE 41: ORPHANS. BRAWLERS, BAWLERS & BASTARDS (TOM WAITS)

La última obra de Tom Waits, un triple compacto con 30 nuevas grabaciones entre 56 temas que incluyen rarezas cantadas y habladas, no se puede considerar como un álbum por sí solo. Cada uno de los tres discos tiene un tono diferente, una cara y un ambiente propio que enseñan el enrevesado universo de este autor tan extravagante y personal, un genio tan complejo de amar como simple de despreciar. Orphans. Brawlers, bawlers & bastards (Anti, 2006) no deja de ser un capricho, la reunión de viejas y no tan viejas canciones de un Tom Waits con ganas de rescatar del desván piezas tan insólitas como grotescas, un repertorio singular, sin duda, de canciones y fragmentos de voz para emborracharse, dormir la juerga y curar la resaca. Yo soy de los que con el tiempo, y admitiendo que su discografía tiene un par de despropósitos, ha caído bajo el influjo de una luna contemplada con la música de fondo de Tom Waits.

El mayor defecto que presenta el disco es que en su extenso libreto de letras y fotografías no aparece detallada la fecha de grabación de cada tema, lo que impide asociar cada uno a una época y a un disco del que pudo haber sido un descarte. Brawlers (algo así como alborotadores) es tumultuoso, un cóctel de bodega de gargantas y percusiones indomables. Bawlers (gritones, podría ser su traducción) es resacoso, música de fracasados que escuchas para descansar sin que logres descansar. Bastards (bastardos) es un fresco surrealista, una broma con gotas de ingenio entre chistes sin gracia.

Prestarle una escucha a Waits no es carne para todos los estómagos. Entrar en él y dejarse poseer por su fantasmagórica música puede ser siempre una experiencia fascinante. Así es también la triple entrega de Orphans, con todas sus virtudes escondidas y descartadas y todos sus defectos puñeteros. Brawlers cabalga entre los experimentos de Real gone sin perder de vista las mejores melodías de Mule variations y sus primeros discos con Island. Bawlers bucea en la atmósfera de garito de sus álbumes de los setenta con una voz más desgastada por la edad y los vicios. Y Bastards recuerda a lo peor de su producción, partes de Alice y Blood money y su nefasto The black rider, con algún gran corte despistado entre tanto desecho prescindible. Algún tema tradicional, unas pocas versiones (incluidas dos de Ramones) y la gran mayoría de canciones compuestas por Waits y su mujer Kathleen Brennan (el hijo Casey interviene como batería en algunas canciones) son la sangre que alimenta este, pese a sus fragilidades, estupendo Orphans.
Notas:
Brawlers: 8/10
Bawlers: 7/10
Bastards: 3/10

lunes, noviembre 20, 2006

VOLUME ONE 40: 9 (DAMIEN RICE)

Su música es triste hasta el llanto. Sus canciones son bellas hasta el sobrecogimiento. La banda sonora de una ruptura, de la soledad, del abatimiento en un callejón sin salida. Un día te abrazarás a sus temas, al siguiente te entrarán las ganas de quemar sus grabaciones. Damien Rice.

A mediados de 2004 me recomendaron su primer disco, O; decían que era lo que más se escuchaba en aquel momento en Inglaterra. Faltó poco para que me llevara al sueño. A finales de aquel año me tropecé con una actuación suya por televisión en mi primer viaje a Londres. Sin conocer el nombre de aquel músico en vivo hasta el final del concierto me quedé boquiabierto con el afectado dramatismo y a la vez esperanzadora belleza de su repertorio. Damien Rice. Pero no me acordé de él hasta volver a escuchar un par de canciones de su primer álbum en la película Closer, con Jude Law, Natalie Portman, Clive Owen y Julia Roberts. Me sirvieron de segunda oportunidad y para congraciarme con el artista. Dos años después ve la luz el segundo disco de este autor irlandés, bautizado con otro título sencillo y difícil de olvidar, 9.

Y como entonces, necesité un par de sesiones seguidas de su material nuevo para saber valorarlo como se merece. En el caso de algunos músicos aún no sé si eso es bueno o malo, pero sí sé que es más satisfactorio percatarse casi al instante de lo bueno que es un disco si te fascina en la segunda escucha cuando en la primera te ha dejado descolocado. Damien Rice. Un tipo intenso al 200 por ciento, poseído por las entrañas de sus historias, un torbellino emocional.

9 corre el riesgo de apreciarse, por culpa de sus tres primeros temas, como una continuación sin reformas del contenido de O, acompañado de nuevo por la calmosa voz de Lisa Hannigan. Cierto. Superado este aperitivo, el álbum se transforma de forma progresiva desde la sutileza (Rootless tree) hasta el exceso (Coconut skins, Me, my yoke and I, digna de PJ Harvey) en una nueva banda sonora de la desesperación. Con la instrumentación sencilla y justa y unos arreglos esmerados, 9 no supone ninguna maduración en la breve carrera de Damien Rice, pero sí la constatación de lo paradójicamente hermoso que es sentirse bien con la tristeza.
Nota: 8/10

sábado, noviembre 18, 2006

MY BEST OF… U2

Olvidémonos de Bono, de Bono junto a Nelson Mandela o Kofi Annan, de Bono llorando por los niños de África, de Bono evadiendo impuestos en su patria. A mí no me importa ese Bono. A mí me gusta ese Bono que canta al frente de un grupo de música.

Olvidémonos de Pride, One, I still haven’t found... With or without you, Sunday bloody Sunday y demás. Olvidémonos de los inmensos estadios llenos hasta la bandera y las entradas a casi 100 euros.

Beatles y Rolling Stones fueron los padres de millones de hijos y herederos del rock. U2 se llevan la mejor parte de la herencia. U2 fueron los mejores descendientes. Dentro de 50 ó 100 años ya no estaremos… pero se seguirá hablando de Beatles, Rolling Stones y U2. ¿De Radiohead y Franz Ferdinand?

Hace bien poco rescaté unas grabaciones en directo de U2 a comienzos de los años ochenta. A menudo llega a mí en cualquier lugar una canción de U2 de esas que no fueron single y que es tan buena como los mejores singles. Entonces cierro los ojos y sólo me dejo atrapar por esas canciones. Por 11 o’clock tick tock, Fire, Rejoice, Heartland, In God’s country, Surrender, Indian summer sky, New York, Twilight, Acrobat, Kite, 40, Dirty day, Wire, All I want is you

Unos han crecido con y gracias a los Allman Brothers (estupendo), otros con Limp Bizkit (…), yo con U2. Dejadme decir por una vez que son los mejores. Mis mejores. Después seguimos disfrutando de los otros mejores.

miércoles, noviembre 15, 2006

ANTON CORBIJN

Si hace poco reseñaba el trabajo fotográfico y visual de Danny Clinch en el escenario musical, ahora paso página sin salir de lugar y repaso las imágenes que en las últimas casi tres décadas ha captado la cámara del holandés Anton Corbijn, cuya mayoría de instantáneas poseen un estilo, un color y un contraste de claroscuros inconfundibles que nunca se han visto en otros artistas. También labrado en campos de prestigio como las revistas Vogue y Rolling Stone, Corbijn ganó peso y notoriedad con sus retratos y atmósferas para Joy Division y Echo & The Bunnymen, y especialmente para Depeche Mode y U2 en sus discos. Sin necesidad de leer la firma son reconocibles sus fotografías en blanco y negro cargadas de calor y de negro profundo, que surcan la piel atentas al detalle y embellecen las arrugas; otras veces desenfoca los colores por delante de fondos enfermizos sobre un personaje del que el fotógrafo extrae a menudo gestos cómicos e poco comunes. La lista de músicos y celebridades que se han dejado retratar por su cámara no tiene fin: los Rolling Stones, Metallica, Bruce Springsteen, Nick Cave, David Gray, REM, John Lee Hooker, Tricky, José Mercé, Bon Jovi, Skunk Anansie

Anton Corbijn es también autor de varios libros, más de medio centenar de vídeos (incluidos de Nirvana y por supuesto U2 y Depeche Mode), un ciento largo de portadas y fotos de discos y acaba de terminar una película que recoge la vida del fallecido cantante de Joy Division, Ian Curtis.

Aquí os muestro algunas de sus obras de arte fotográficas:


SOUNDTRACK 22: BEYOND THE SEA WITH KEVIN SPACEY

Beyond the sea, animosa y romántica canción americana de los años cincuenta, incluida en numerosas películas de la época o en otras que recrean aquellos días, fue popularizada por Bobby Darin, cantante italoamericano que se convirtió durante varios años en ídolo de ingenuas adolescentes gracias a sus festivos temas y que entre sus pretensiones incluía la de destronar a Frank Sinatra como rey de las grandes salas de fiestas y conciertos. Se casó con la estrella juvenil de cine Sandra Dee, fue actor (y nominado al Oscar), acabó componiendo alguna canción protesta a finales de los sesenta, se apartó durante unos años de sus seres cercanos y murió en 1973 debido a problemas respiratorios. Su biografía no parece especialmente apasionante, pero en Estados Unidos es muy corriente ensalzar a cualquier artista por menor que sea o aunque ocupe un lugar en la segunda fila por detrás de los grandes. El actor Kevin Spacey ha querido compartir su devoción por Bobby Darin y ha coescrito, coproducido, dirigido, cantado e interpretado el biopic de este personaje, Beyond the sea. Su completo trabajo data de 2004 y el film se estrena ahora en los cines españoles.

Cierto, la vida de Bobby Darin no parece que sea, como se suele decir, “la historia más grande jamás contada”, no presenta grandes retos de superación ni importantes episodios lacrimógenos. Aunque algunos pasajes y personajes han sido retocados con respecto a la realidad (apunta una aclaración en el film), el retrato que Kevin Spacey hace de él lo presenta como un tipo que acaba cayendo bien, con unos sueños en ocasiones algo desmedidos, más bien fuera de lugar y, sobre todo, como un vocacional cantante que era feliz con un micrófono en su mano, una sonrisa en su rostro y una audiencia generosa. “No hay nada que me produzca tanto placer como cantar”, grita en una de sus canciones. Su amor por la música merece todos los honores.

Spacey se convierte en un completísimo hombre-espectáculo en Beyond the sea. Desde American Beauty no brindaba una interpretación tan espléndida y entregada. Quizá consciente de que su película no va a atraer a las masas a los cines, el actor-director y además magnífico cantante eleva la temperatura de su obra con un par de coreografías coloridas y otro par de canciones con orquesta y coro en las salas Flamingo y Copacabana. La película no evita ciertos tópicos de las historias biográficas (conflictos matrimoniales, identidad familiar), pero son defectos pequeños a los que vence el enorme cariño y la puesta en escena de un director entusiasta.

Hasta Bobby Darin se merecía un buen biopic y Kevin Spacey se lo ha regalado.

jueves, noviembre 09, 2006

SOUNDTRACK 21: BOND SONGS

Dentro de una semana se estrena en las cada vez menos frecuentadas pantallas grandes de los cines la última entrega del superagente James Bond, Casino Royale, cuya mayor expectación (además de ver a la arrebatadora Eva Green) no es otra que el debut en la saga de un nuevo intérprete del personaje, Daniel Craig. Por lo que a mí respecta la serie 007 ha dejado de interesarme desde hace bastante tiempo, especialmente desde que Pierce Brosnan se enfundó el traje y Bond perdió su genuino carisma y los films abusaron de una espectacularidad en ocasiones ridícula. Reconozco que aunque hayan alcanzado sus peores niveles en los últimos años al final he acabado viendo las películas. Goldfinger (1964), de Guy Hamilton y con Sean Connery como Bond, es mi favorita.

Y si las películas han empeorado veo que tampoco han sido mejores las canciones compuestas para los films y cantadas por artistas populares del soul y el jazz en su día y del pop y el rock en la actualidad. Mi preferida, sin ninguna duda, es la que el gran Louis Armstrong cantó para Al servicio de su Majestad, la única interpretada por George Lazenby en 1969, titulada We have all the time in the world y presentada poco antes de la muerte del genial músico. De todas las canciones de la colección Bond es quizá la más tierna, como una balada que suena a despedida en el atardecer de un verano mientras las gaviotas se pierden en el sol de poniente.

Me gustan también las canciones cantadas por Shirley Bassey para Goldfinger por su perversa sensualidad; la acelerada Live and let die, de Paul McCartney & Wings para Vive y deja morir (1973); y la excitante A view to kill del grupo Duran Duran que suena en Panorama para matar (1985).

Aún no he visto Casino Royale, pero sí he escuchado su canción, sorprendentemente cantada por un músico procedente del rock duro como Chris Cornell y no por una estrella más cercana al pop, como antes lo hicieron con canciones poco afortunadas Sheryl Crow, Garbage y Madonna. Para nada el nuevo tema You know my name suena a algo parecido a Soundgarden o Audioslave, más bien el ritmo, el tono y el clima de la canción repiten la línea de los artistas anteriores y la ligera orquestación dirigida por David Arnold que envuelve el tema lo convierte en una pieza inconfundible de la banda sonora de la serie. Cornell contiene su garganta para suavizar, eso sí, el tema más rockero desde aquel de Duran Duran.

Estos son las canciones y los temas compuestos especialmente para la saga James Bond:

-The James Bond Theme (John Barry/Monty Norman)
-From Russia With Love (Matt Munro)
-Goldfinger (Shirley Bassey)
-Thunderball (Tom Jones)
-You Only Live Twice (Nancy Sinatra)
-On Her Majesty's Secret Service (John Barry)
-We Have All The Time In The World (Louis Armstrong)
-Diamonds Are Forever (Shirley Bassey)
-Live and Let Die (Paul McCartney & Wings)
-The Man With The Golden Gun (Lulu)
-Nobody Does It Better (Carly Simon)
-Moonraker (Shirley Bassey)
-For Your Eyes Only (Sheena Easton)
-All-Time High (Rita Coolidge)
-A View to a Kill (Duran Duran)
-The Living Daylights (A-ha)
-License to Kill (Gladys Knight)
-Goldeneye (Tina Turner)
-Tomorrow Never Dies (Sheryl Crow)
-The World is Not Enough (Garbage)
-Die Another Day (Madonna)
-You know my name (Chris Cornell)

VOLUME ONE 39: ENDLESS WIRE (THE WHO)

Tanto tiempo... ¿para esto? No, no se trata de la ‘democracia china’ de los Guns ‘N’ Roses, aunque la reacción pueda ser la misma dentro un tiempo cada vez más improbable. Tanto tiempo, 24 años sin temas nuevos y disco de estudio… ¿para que los Who hayan grabado esto? Esto es Endless wire (Universal Republic, 2006), el disco que los dos supervivientes de la mítica banda inglesa, Pete Townshend y Roger Daltrey, acaban de publicar tras cuatro años de gestación, fermentado desde 2005 y al fin completado y rubricado a finales de 2006.

Ante un retorno como este cabe preguntarse de antemano qué aspira a encontrarse el oyente. ¿El disco definitivo de The Who?, ¿un muestrario más decente que los últimos trabajos previos de estudio, los de principios de los ochenta?, ¿un patinazo propio de músicos inadaptados a los tiempos que corren? ¿o un digno retorno? Desde luego, con más de medio siglo a cuestas en el cuerpo de sus líderes es poco probable firmar una obra cumbre y definitiva; tengo pobres referencias de aquellos trabajos (los Who nunca han estado entre mis favoritos), así que desconozco si el nuevo material es superior; no creo que Daltrey y Townshend sean unos inadaptados, simplemente han sido más que menos fieles a su música y estilo sin importarles si debían adecuarse o acercarse a un sonido más contemporáneo; el retorno no me parece digno, sino fútil, mediocre e insignificante (aunque tampoco tuviera importancia el regreso de los Rolling Stones el año pasado con A bigger bang, sí en cambio me parecía una creación mucho más brillante).

El bajista Pino Palladino (ocasional con Elton John, Clapton, Tears for Fears, David Gilmour y un largo etcétera), el batería Zak Starkey (actual miembro de Oasis) y un puñado de invitados acompañan a Daltrey y Townshend en Endless wire. Su primera escucha deja frío; de inmediato, la segunda permite encontrar algún que otro detalle que degustar con un poco más de satisfacción y la sensación alcanza una temperatura más templada, pero insuficiente si las perspectivas eran altas.

La guitarra de Townshend pierde su furia y la voz de Daltrey, su juventud. Unos teclados electrónicos casi idénticos a los de Baba O’Riley abren el álbum como esperanzador aperitivo en Fragments y el recorrido oscila a continuación entre lentos y olvidables cortes y canciones enchufadas de energía media (Mike Post Theme, It’s not enough). Apenas se intuye a Townshend haciendo el molino con el brazo. El disco entra a partir del décimo tema en una especie de pequeña ópera titulada Wire & Glass con breves cortes que prometen más que los nueve anteriores, pero que la banda desarrolla a la mitad en minuto y medio o dos minutos escasos, por lo que saben a bien poco. Endless wire, We got a hit o Mirror door elevan el estrellato de calidad que merece el disco aunque no evitan que el conjunto sea una decepción. No se han vuelto locos otra vez.
Nota: 5/10

domingo, noviembre 05, 2006

BONUS TRACK 14: ABOVE (MAD SEASON)

Varios años después vuelves a escuchar un disco que te gustaba mucho y una sonrisa permanente y reconfortante luce tu cara durante el viaje. "No es bueno, es mejor", te dices. Y coincides con tus compañeros de travesía. "Qué buenos tiempos aquellos, qué grandes momentos de música vivimos", piensas. No somos tan viejos, la verdad. Above (1995), de Mad Season, tampoco ha envejecido.

La elección fue de Pepe Guns camino de Gijón en busca de un concierto. Él, Dufresne y yo hinchamos el pecho y compartimos un sonoro asombro de satisfacción en cuanto comenzaron a sonar las relajantes primeras notas de Wake up. Así da gusto despertarse. Once años atrás pinchamos por primera vez Above, el único disco de aquel efímero supergrupo de Seattle en plena ebullición grunge en el panorama rockero. Estupendo, fue mi primera impresión. Formidable, es la que el disco merece para mí tras mucho tiempo sin escucharlo. En compañía y en la carretera.

Mientras que algunos álbumes y bandas contemporáneas a Mad Season han resistido mal el paso del tiempo (Nirvana, algo de Soundgarden), otras han superado mejor el peligro de la caducidad (Alice in Chains, Screaming Trees); ahí debe incluirse a Mad Season, formación nacida de un encuentro entre el bajista John Baker Saunders y Mike McCready. De vuelta a Seattle, el guitarrista de Pearl Jam convenció a Layne Staley, vocalista de Alice in Chains y a Barrett Martin, batería de Screaming Trees. Después de varios ensayos y bolos amistosos, se encerraron en un estudio para coproducir con Brett Eliason, ingeniero de sonido de Pearl Jam, un disco de diez cortes que alcanza años después la categoría de culto, una condición agridulce tras el fallecimiento de dos de sus miembros, Saunders y Staley, vencidos por las drogas.

Above transmite angustia, dolor y resentimiento. Está impregnado de un fatalismo que parece natural si el malogrado Layne Staley anda por el medio. Escuchar a Alice in chains, según en qué momento, puede hundirte sin levantarte. Sin embargo, el disco logra darle esquinazo a la desesperación que ahoga algunos discos de su banda para sonar algo más esperanzador y menos truculento. El gran Mark Lanegan presta su amistad para aclarar un par de cortes (I'm above, Long gone day) entre magníficas piezas presididas por el veloz e inconfundible estilo de McCready y el golpeo preciso de Martin (X-Ray mind, I don't know anything). El colocón instrumental de November Hotel, la preciosa River of deceit y esa irresistible Wake up que abre el disco mejoran con cada escucha el breve testamento de un grupo para no olvidar.

miércoles, noviembre 01, 2006

DANNY CLINCH

Quienes dedicamos varios minutos a recrearnos en el diseño de los discos, sus imágenes, la disposición de las letras y los créditos, vamos archivando el nombre de ciertos fotógrafos, dibujantes o diseñadores que aparecen aquí y allá, y de los que empezamos a conocer sus señas de identidad en cada disco en el que trabajan. Siempre me fijo en los autores de las fotos, los responsables de las imágenes del músico o la banda que aparecen en el disco mismo y de aquellas otras promocionales que después emplean las revistas y los periódicos. Uno de los que me llama la atención tiene numerosos artistas en cartera y además ha dirigido unos cuantos documentales musicales o vídeos adicionales. Se trata de Danny Clinch.

Discípulo y ayudante de la prestigiosa fotógrafo Annie Liebowitz y reportero desde mediados de los noventa del Tibetian Freedom Concert promovido por músicos de hip hop, Clinch ha retratado en estudio y en directo a Bruce Springsteen, Bjork, Drive-By Truckers, Metallica, Afghan Whigs y su precioso portafolio del álbum Black love, Bo Diddley, Iggy Pop, Elliot Smith, Ben Harper, Jack Johnson, Ani Difranco, Dave Matthews, Pearl Jam, Tom Waits, LL Cool J, Beastie Boys, Johnny Cash

Hablan mejor sus imágenes.


VOLUME ONE 38: NU FUNK (VOL.2)

Tras varios meses sin pinchar música negra y ritmos funk en mi reproductor decidí hace poco volverme a inyectar una nueva dosis con diferentes componentes y efectos parecidos. Me entró el mono repentino al ver la sencilla cubierta del segundo volumen de una recopilación doble y a buen precio llamada Nu Funk, ejemplar de una serie de discos que recogen las nuevas tendencias del jazz, el soul, el pop y el funk. Apenas conocía a un par de los 32 artistas seleccionados, pero el disco me dio buena espina.

¿Por qué ‘Nu’?, ¿no es lo mismo neo o new? Da igual, sólo es un término que viene a significar lo mismo. El caso es que el prefijo que se añaden distintos estilos musicales viene a pulir con ribetes de modernidad y sonorización atípica la esencia del estilo original. Así, en el llamado nu blues en líneas generales se mantienen las bases propias del género, pero algunas guitarras electrificadas se escuchan distorsionadas, con efectos y reverberaciones, la percusión se golpea más desnuda, a veces hueca, y las canciones adoptan un clima extraño, sucio, paradójicamente más próximo a los orígenes que a las variantes eléctricas más recientes.

Si las muestras básicas del nu funk aparecen recogidas en el doble volumen de esta colección, entonces diría que este funk esclarece su color, lava el cutis con samples de temas algo más reconocibles y convierte las canciones en piezas bailables para una larga estancia en un night club. Incorpora voces negras de machos y hembras a la sesión de djs, combina un sinfín de instrumentos y ritmos sincopados, es una vibración modernizada, intensificada por una duración mayor. Música de la noche en Nueva York, discos de diseño cerca de la Quinta Avenida. Es un funk de blancos para blancos, por eso se echa en falta la negrura primitiva del funk, la espesura de los cabellos cardados y las voces viciosas de los grandes del género. The James Taylor Quartet es un ejemplo claro. Después, el compacto te permite descubrir a Flevans, The Quantic Soul Orchestra, Greyboy y Sharon Jones, The Bamboos… y puede que hasta seguirles la pista.
Nota: 7/10