Los únicos, más o menos. Joey y Kenneth vuelven a servirse solo de las guitarras acústicas para agarrar a ellas sus voces delicadas en su nuevo trabajo, una especie de apéndice sin banda del hermoso álbum All the things that I did and all the things that I didn't do (2018). The only ones (Milk Carton Records, 2019), con siete temas en 25 minutos, abriga las canciones desnudas de este dúo folk que protege el género con mimo y melancolía. Hay mucho que me conmueve en la forma de cantar y cruzar las cuerdas de los Milk Carton Kids: la calma etérea de las voces que descansan en un fondo de tristeza y el eco liviano de las líneas de guitarras, que se relajan y se agitan para perfilar canciones de fina belleza. Pasa en I meant every word I say, My name is Ana o I was alive. Con o sin otros músicos a su lado (creo advertir las voces de Gillian Welch y David Rawlings en un par de temas), los repartidores de leche refuerzan mi fidelidad a ellos.
Nota: 7,5/10
jueves, octubre 31, 2019
domingo, octubre 27, 2019
VOLUME ONE 514: THREE CHORDS & THE TRUTH (VAN MORRISON)
Ha ocurrido alguna vez que al terminar de escuchar un disco supremo, una obra grande de un artista grande, he sentido el fulminante impulso de dar todo por acabado. Hasta aquí hemos llegado, ¿para qué seguir escuchando más música cuando he alcanzado la cima que roza los cielos?, me pregunto. Algo parecido me ha pasado ahora con Three chords & the truth (Caroline, 2019), el trabajo de un hombre que nos hace creer en las divinidades, al que debemos elevar allá tan arriba, a los cielos.
Van Morrison no para. Ni se agota ni da muestras de agotamiento, estado que otros parecen incapaces de admitir (Springsteen, Cave, Young). Seis discos en cuatro años de paseo por el blues, el jazz y el soul, siempre a caballo entre géneros con ejemplar naturalidad. En la sexta obra de esta serie The Man vuelve a las composiciones propias y se planta en cinco estudios a uno y otro lado del Atlántico para culminar un trabajo sublime. Todo suena impecable en este disco, todo encaja sensible y poderoso en canciones redondas de las que sobresalen un puñado: Dark night of the soul, You don't understand, Up on Broadway, Three chords and the truth y la espiritual Days gone by.
A dos meses del fin del año me acuerdo de unos cuantos álbumes estupendos desde enero tan buenos o mejores que estos tres acordes de Van Morrison, pero quizá este es el que me deja más satisfecho, el que convierto en mi disco del año. Cuestión de fe, o de emoción.
Nota: 9/10
Van Morrison no para. Ni se agota ni da muestras de agotamiento, estado que otros parecen incapaces de admitir (Springsteen, Cave, Young). Seis discos en cuatro años de paseo por el blues, el jazz y el soul, siempre a caballo entre géneros con ejemplar naturalidad. En la sexta obra de esta serie The Man vuelve a las composiciones propias y se planta en cinco estudios a uno y otro lado del Atlántico para culminar un trabajo sublime. Todo suena impecable en este disco, todo encaja sensible y poderoso en canciones redondas de las que sobresalen un puñado: Dark night of the soul, You don't understand, Up on Broadway, Three chords and the truth y la espiritual Days gone by.
A dos meses del fin del año me acuerdo de unos cuantos álbumes estupendos desde enero tan buenos o mejores que estos tres acordes de Van Morrison, pero quizá este es el que me deja más satisfecho, el que convierto en mi disco del año. Cuestión de fe, o de emoción.
Nota: 9/10
jueves, octubre 24, 2019
VOLUME ONE 513: COLORADO (NEIL YOUNG WITH CRAZY HORSE)
Queda una amarga impresión de desgaste al terminar de escuchar Colorado. La segunda vez, después de que tras la primera sientas que te has tragado una de las peores obras de Neil Young con sus Crazy Horse. Tampoco es que mejore demasiado la cosa al acabar la siguiente sesión. Bueno, te dices eso de que a Neil le perdonas lo que no admites de otros. Y que el tiempo hace daño, o suele hacerlo.
Una pena. Porque Colorado (Reprise, 2019) empieza y termina bien, risueño con Think of me y crepuscular con I do. En estos dos temas, tranquilos y acústicos, es cuando mejor funciona el regreso de Mr. Young con su eterna banda; también pasa con Green is blue y Eternity, otros dos cortes pausados. La reunión, por supuesto, auguraba cuerdas nerviosas y distorsión, algo de furia sobre letras contra el poder, el consumo y los daños medioambientales. Y ahí, en esa sonora onda de NY y CH que es marca de la casa, cada vez más tosca, es donde falla el asunto.
El largo tema de rigor, She showed me love, carece de gancho y parece un cosido de otras largas piezas de Neil mucho más memorables. Las demás canciones cañeras, alguna aceptable (Shut it down) y otras con algún momento inspirado, se pierden en espesura guitarrera y voces débiles que no dan mucho de sí. Me duele el suspenso.
Nota: 4/10
Una pena. Porque Colorado (Reprise, 2019) empieza y termina bien, risueño con Think of me y crepuscular con I do. En estos dos temas, tranquilos y acústicos, es cuando mejor funciona el regreso de Mr. Young con su eterna banda; también pasa con Green is blue y Eternity, otros dos cortes pausados. La reunión, por supuesto, auguraba cuerdas nerviosas y distorsión, algo de furia sobre letras contra el poder, el consumo y los daños medioambientales. Y ahí, en esa sonora onda de NY y CH que es marca de la casa, cada vez más tosca, es donde falla el asunto.
El largo tema de rigor, She showed me love, carece de gancho y parece un cosido de otras largas piezas de Neil mucho más memorables. Las demás canciones cañeras, alguna aceptable (Shut it down) y otras con algún momento inspirado, se pierden en espesura guitarrera y voces débiles que no dan mucho de sí. Me duele el suspenso.
Nota: 4/10
lunes, octubre 21, 2019
SOUNDTRACK 239: BLINDED BY THE LIGHT... CON BRUCE DENTRO
A los que sabemos que un músico nos acompañará siempre, quienes una y otra vez (aunque no siempre), en las duras y en las maduras, seremos alumbrados por su voz y el aura que desprenden sus palabras, nos gustará Blinded by the light. No es una película extraordinaria, pero sí tiene dos o tres momentos de extraordinario poder que nos juntan con la fuerza evocadora de la música. Sí, una de las primeras canciones del Boss da título acertadamente al último film de la autora de aquel otro entrañable largometraje, Quiero ser como Beckam. Gurinder Chadha se inspira en las vidas reales de un chico inglés de origen paquistaní y de su familia y amigos a partir del momento en que descubre las canciones de Bruce Springsteen.
Estamos en Luton, a mediados de los años ochenta, estancados por los estrictos rigores de una familia apegada a la tradición de su país, recelosa de quienes la acogen y con el dinero como único norte. No hay mucha esperanza afuera: el paro destroza carreras y vidas y la población rechaza a los extranjeros. Y en esto que Javed escucha al Boss, y sus canciones hasta la fecha, allá por la época del disco Born in the USA, empiezan a conducir su vida, le ayudan a luchar, a tener valor, a sentirse libre y a crecer. Como decía, hay algunas escenas magníficas (el alumbramiento con Dancing in the dark, el flechazo romántico con Thunder road, la alegría de correr en libertad por la ciudad cantando Born to run) que compensan la endeblez de otros aspectos más simples y manidos del guion; son momentos que convierten la vida en un musical, que nos fusionan con la esencia del rock and roll y hacen revivir a aquellos adolescentes que fuimos cuando creimos encontrar en Bruce la respuesta a todo.
Un apunte: al final te enteras de que el joven en quien se inspira la película se convirtió en un hombre que ha visto en vivo a Bruce unas 150 veces en su vida. Apuesto a que en uno de ellas yo también estaba allí.
Estamos en Luton, a mediados de los años ochenta, estancados por los estrictos rigores de una familia apegada a la tradición de su país, recelosa de quienes la acogen y con el dinero como único norte. No hay mucha esperanza afuera: el paro destroza carreras y vidas y la población rechaza a los extranjeros. Y en esto que Javed escucha al Boss, y sus canciones hasta la fecha, allá por la época del disco Born in the USA, empiezan a conducir su vida, le ayudan a luchar, a tener valor, a sentirse libre y a crecer. Como decía, hay algunas escenas magníficas (el alumbramiento con Dancing in the dark, el flechazo romántico con Thunder road, la alegría de correr en libertad por la ciudad cantando Born to run) que compensan la endeblez de otros aspectos más simples y manidos del guion; son momentos que convierten la vida en un musical, que nos fusionan con la esencia del rock and roll y hacen revivir a aquellos adolescentes que fuimos cuando creimos encontrar en Bruce la respuesta a todo.
Un apunte: al final te enteras de que el joven en quien se inspira la película se convirtió en un hombre que ha visto en vivo a Bruce unas 150 veces en su vida. Apuesto a que en uno de ellas yo también estaba allí.
domingo, octubre 20, 2019
VOLUME ONE 512: SOMEBODY'S KNOCKING (MARK LANEGAN BAND)
Si hay un grupo seguidores en el que se juntan los desencantados con Mark Lanegan, me sumo. Más que desencanto, diría cierto desapego. Libre e impredecible como es, hoy a Lanegan el viento le peta de lado y se inclina desde hace un tiempo hacia climas turbios cubiertos por distintas capas de abrigo electrónico que lo alejan bastante de aquel solista enigmático que se escondía en Whiskey for the Holy Ghost y Field songs. Desde Blues funeral (2012) se advierten inquietantes ruidos de fondo, con más resalte tecnológico en Somebody's knocking (Heavenly, 2019), álbum crudo y áspero que guarda más bien desarreglos sobre atmósferas misteriosas.
Admito los rumbos impulsivos que va dando la carrera de Lanegan desde hace una década y generalmente me gustan sus decisiones cambiantes, unas más que otras (sí a los discos con Duke Garwood o con Isobel Campbell, no a Imitations o Phantom Radio). Pero a este último álbum no consigo enchufarme. A veces me parece feo, a veces tosco, y en cambio otras veces su música se inyecta de una extraña sutilidad. No es el Lanegan que apruebo, de todos modos.
Nota: 4,5/10
Admito los rumbos impulsivos que va dando la carrera de Lanegan desde hace una década y generalmente me gustan sus decisiones cambiantes, unas más que otras (sí a los discos con Duke Garwood o con Isobel Campbell, no a Imitations o Phantom Radio). Pero a este último álbum no consigo enchufarme. A veces me parece feo, a veces tosco, y en cambio otras veces su música se inyecta de una extraña sutilidad. No es el Lanegan que apruebo, de todos modos.
Nota: 4,5/10
jueves, octubre 17, 2019
VOLUME TWO 99: CARAVAN
Alguna vez buceo por las aguas embarradas de ese género poliédrico en el que el rock se fusiona (con más o menos intenciones artísticas) con la psicodelia, el jazz o el folk para producir una música que bebe de la experimentación y apunta al desconcierto. Me gustan otros híbridos menos ambiciosos que el llamado rock progresivo, pero el poder de seducción que tienen algunas de esas fusiones me resulta enriquecedor. Caravan lo consigue. Cuando descubro sus discos, básicamente los de su primera etapa, en la década que va desde 1968 a 1976, es fácil que su música me sumerja en un estado de relajante levedad.
De las bandas surgidas en aquella época en torno a la británica escena de Canterbury, donde confluían diversas inquietudes artísticas y musicales (y mucha droga), Caravan es la que más me gusta. Quizá porque la encuentro más accesible, laberíntica aunque con salida al final del trayecto, menos oscura y compleja que la de Gong o Soft Machine, grupos en los que me pierdo, con los que, a la postre, acabo saliendo enseguida de Canterbury para asomarme mucho más adelante. Caravan, hoy seguramente tan olvidados como la mayor parte de sus contemporáneos, se apoyó en la persistencia intermitente de sus miembros más duraderos, Pye Hastings y Richard Sinclair, aunque con el paso de los años del equipo hubo migraciones a otras formaciones. En Caravan, psicodelia y jazz se agarran de la mano para crear una atmósfera de niebla en la que el rock se hunde y sale a flote en vaivén. Se advierte en los mejores trabajos del grupo: If I could do it all over again, I'd do it all over you (1970), In the land of grey and pink (1971) y For girls who grow plump in the night (1973), con los que uno descubre el excitante misterio de su rompecabezas musical.
De las bandas surgidas en aquella época en torno a la británica escena de Canterbury, donde confluían diversas inquietudes artísticas y musicales (y mucha droga), Caravan es la que más me gusta. Quizá porque la encuentro más accesible, laberíntica aunque con salida al final del trayecto, menos oscura y compleja que la de Gong o Soft Machine, grupos en los que me pierdo, con los que, a la postre, acabo saliendo enseguida de Canterbury para asomarme mucho más adelante. Caravan, hoy seguramente tan olvidados como la mayor parte de sus contemporáneos, se apoyó en la persistencia intermitente de sus miembros más duraderos, Pye Hastings y Richard Sinclair, aunque con el paso de los años del equipo hubo migraciones a otras formaciones. En Caravan, psicodelia y jazz se agarran de la mano para crear una atmósfera de niebla en la que el rock se hunde y sale a flote en vaivén. Se advierte en los mejores trabajos del grupo: If I could do it all over again, I'd do it all over you (1970), In the land of grey and pink (1971) y For girls who grow plump in the night (1973), con los que uno descubre el excitante misterio de su rompecabezas musical.
martes, octubre 15, 2019
SOUNDTRACK 238: SENTIR EL CINE DE WOODY ALLEN
Día de lluvia en Nueva York. Sentir la humedad, las gotas que golpean el paraguas y se deslizan hacia las aceras. Y el olor intenso de la piel mojada que rozan los cabellos. Sentir también la fugacidad del tiempo, las flechas revoltosas del amor y la incerteza del destino.
Me gustan más otras películas de Woody Allen, tanto aquellas por las que han pasado décadas como las que aún tengo frescas en el recuerdo. Pero hay películas suyas que, aunque me presenten a personajes con los que no sintonizo, con los que poco o nada tengo en común, y situaciones que me resultan ajenas o lejanas, me atraen tanto que me invitan a atravesar el celuloide para habitar en ellas, como le ocurría a la espectadora desencantada con su vida en La rosa púrpura de El Cairo.
La sensación que me produce entrar en la sala para ver una película de Woody Allen, seguir la proyección y marcharme a casa pensando en su desenlace y sus numerosas ideas y reflexiones es incomparable; no me la proporciona la obra de ningún otro gran cineasta. Expectación, ilusión, esperanza, una fe auténtica en que la vida no es tan dura como parece... todo esto se conjuga. Día de lluvia... me lleva a un tiempo irreal, o suspendido entre el sueño y los deseos. Me anima también a que me caiga un chaparrón encima.
(Juicio al artista por sus obras, no por sus actos (¿probados?). ¿Hacía falta recordarlo?)
Me gustan más otras películas de Woody Allen, tanto aquellas por las que han pasado décadas como las que aún tengo frescas en el recuerdo. Pero hay películas suyas que, aunque me presenten a personajes con los que no sintonizo, con los que poco o nada tengo en común, y situaciones que me resultan ajenas o lejanas, me atraen tanto que me invitan a atravesar el celuloide para habitar en ellas, como le ocurría a la espectadora desencantada con su vida en La rosa púrpura de El Cairo.
La sensación que me produce entrar en la sala para ver una película de Woody Allen, seguir la proyección y marcharme a casa pensando en su desenlace y sus numerosas ideas y reflexiones es incomparable; no me la proporciona la obra de ningún otro gran cineasta. Expectación, ilusión, esperanza, una fe auténtica en que la vida no es tan dura como parece... todo esto se conjuga. Día de lluvia... me lleva a un tiempo irreal, o suspendido entre el sueño y los deseos. Me anima también a que me caiga un chaparrón encima.
(Juicio al artista por sus obras, no por sus actos (¿probados?). ¿Hacía falta recordarlo?)
domingo, octubre 13, 2019
ALGO FALLA
Vuelves después de mucho tiempo a ese lugar que solías cerrar, donde la música te agarraba del abrigo y no te soltaba, donde te sentías como en casa e invitabas a todos a entrar. Antes le dabas la mano a Rod Stewart y a los Stones, con Otis Redding y Janis... pero esta vez te sientes extraño ante La Casa Azul y Los Fresones Rebeldes, ni siquiera reconoces al Elvis que ha sonado antes. No hay más que mirar a tu alrededor: estás fuera de lugar, aquí no encajas, ya no te aceptan, tu edad no te permite entrar. Qué haces aquí, te preguntas. Ya no perteneces a este tiempo, ni a ninguno en realidad. Qué cojones está fallando.
martes, octubre 08, 2019
VOLUME ONE 511: ODE TO JOY (WILCO)
La sorpresa es el antídoto contra la indiferencia. Wilco no dejan de sorprenderme. No me gustaron sus dos discos anteriores, Star wars y Schmilco; contenían una o dos cápsulas luminosas entre material grisáceo, lo menos inspirado de su producción. Me encanta en cambio Ode to joy (dBpm, 2019), su undécimo álbum (sin contar una entrega en directo y los trabajos cofirmados con Billy Bragg para honrar a Woody Guthrie); es una de esas obras que te desconciertan en la primera sesión, te encadenan en la segunda y te absorben en todas las siguientes. Wilco me parece una banda fuera de lo ordinario, un prodigio único en su especie.
Ode to joy cocina música cruda y la calienta a fuego lento; al masticarla encuentras la excelencia de su sabor en el fondo del paladar, cuando la digieres despacio, entregando la atención a multitud de detalles: la armonía que alcanzan fragmentos rotos de sonido (Bright leaves), las hábiles percusiones que acompañan los ritmos machacones sobre los que laten las canciones (Citizens, Quiet amplifier), el lejano eco de acordes y sonidos que estremecen las atmósferas (White wooden cross), los espamos asombrosos de ese guitarrista de otro planeta que es Nels Cline (We were lucky, la maravillosa Love is everywhere (Beware)), la voz triste de Jeff Tweedy... A veces creo volver a Being there, otras nado sobre las olas de Summerteeth y A ghost is born. Qué lujo este grupo de músicos tremendos, sublimes cuando están juntos. Qué buenos de verdad.
Nota: 9/10
Ode to joy cocina música cruda y la calienta a fuego lento; al masticarla encuentras la excelencia de su sabor en el fondo del paladar, cuando la digieres despacio, entregando la atención a multitud de detalles: la armonía que alcanzan fragmentos rotos de sonido (Bright leaves), las hábiles percusiones que acompañan los ritmos machacones sobre los que laten las canciones (Citizens, Quiet amplifier), el lejano eco de acordes y sonidos que estremecen las atmósferas (White wooden cross), los espamos asombrosos de ese guitarrista de otro planeta que es Nels Cline (We were lucky, la maravillosa Love is everywhere (Beware)), la voz triste de Jeff Tweedy... A veces creo volver a Being there, otras nado sobre las olas de Summerteeth y A ghost is born. Qué lujo este grupo de músicos tremendos, sublimes cuando están juntos. Qué buenos de verdad.
Nota: 9/10
lunes, octubre 07, 2019
EL RUIDO DE GINGER
Una reflexión sobre la vida y la muerte (así sin pensar mucho en cómo darle orden a mi cabeza) a propósito del fallecimiento de Ginger Baker. Con música de fondo.
Este hombre siempre me dio miedo, un loco con el tambor: su aspecto endemoniado, la agresividad con las baquetas, la furia con la que tocaba en un supergrupo tan poderoso y venenoso, Cream, que me atraganta. Hace unos años vi un documental sobre su vida y su carrera en el que Ginger se regodeaba en su personaje, explotaba su mal humor y se dispersaba en la complejidad de su música en las formaciones que creó o por las que pasó en las últimas décadas.
Desde la posición de quien es torpe con los palos, discuto las cualidades de Ginger Baker. Me aburre el exceso y la filigrana y al escuchar su batería me convenzo de que me parece tosca y fea, y cuando hace solos es abrumadoramente aburrido. Siempre antepondré el cálculo sobre la floritura, las notas y sonidos que no se oyen sobre los que saturan.
Murió a los 80 años (de Cream resiste solo Clapton). Tiene 85 John Mayall, a quien hace unos días saludé cuando me entregó un disco que le compré justo antes de un fantástico concierto. Su aspecto es saludable y Mayall siempre me ha parecido una persona cercana y amable. ¿Moriremos sobre un escenario, inclinados sobre las teclas con una armónica en los labios o sentados ante la batería aporreando cajas y platos?
Este hombre siempre me dio miedo, un loco con el tambor: su aspecto endemoniado, la agresividad con las baquetas, la furia con la que tocaba en un supergrupo tan poderoso y venenoso, Cream, que me atraganta. Hace unos años vi un documental sobre su vida y su carrera en el que Ginger se regodeaba en su personaje, explotaba su mal humor y se dispersaba en la complejidad de su música en las formaciones que creó o por las que pasó en las últimas décadas.
Desde la posición de quien es torpe con los palos, discuto las cualidades de Ginger Baker. Me aburre el exceso y la filigrana y al escuchar su batería me convenzo de que me parece tosca y fea, y cuando hace solos es abrumadoramente aburrido. Siempre antepondré el cálculo sobre la floritura, las notas y sonidos que no se oyen sobre los que saturan.
Murió a los 80 años (de Cream resiste solo Clapton). Tiene 85 John Mayall, a quien hace unos días saludé cuando me entregó un disco que le compré justo antes de un fantástico concierto. Su aspecto es saludable y Mayall siempre me ha parecido una persona cercana y amable. ¿Moriremos sobre un escenario, inclinados sobre las teclas con una armónica en los labios o sentados ante la batería aporreando cajas y platos?
viernes, octubre 04, 2019
BOOTLEG SERIES 79: LAS HERMANAS WOLFF
Hermanos (los Allman, los Felice, los Avett, los Van Zant dentro de Skynyrd, los Goldsmith en Dawes...) y hermanas (las McGarrigle, las Secret -Lydia y Laura Rogers-, las gemelas Watson, Rising Appalachia, Larkin Poe...) tiene la música americana para dar y tomar, algunos y algunas dignos y dignas de exaltación en este blog. La puerta sigue abierta, ahora para promover el trío de las hermanas Wolff. Rebecca toca la guitarra acústica, Rachael la eléctrica y Kat los teclados; las tres cantan también y un bajista y un baterista las acompañan. Empezaron a tocar en la escena musical de Boston, nos cuenta la Bio de su página web, y ademas nos dice que, cómo no, Dylan y Springsteen alimentaron sus inquietudes musicales, pero también los Dawes, mira tú. Las descubrimos con su álbum Queendom of nothing, de este año, corto, con ocho temas. Y a uno le deja contento su escucha. The Wolff Sisters no van a cambiar nada ni causar asombro; no huyen de los moldes de la mejor música americana, pero el apego con que se abrazan a ellos les siente muy bien. Probablemente sigan dignificando la fraternidad musical desde su humildad. Y Springsteen (el mejor Boss, me refiero) flota en sus canciones, y The Band también, y (de nuevo, vaya) Dawes. A seguir.
BONUS TRACK 212: NEON BLUE BIRD (OLLABELLE)
No encuentro el recuerdo de cómo ni cuándo tuve mi primer contacto con Ollabelle. El folk, country, bluegrass y rock que cruzaban y entrelazaban me atrajeron entonces, con sus cálidas voces masculinas y femeninas como elegante hilo. Había una limpieza contemporánea en su música que depuraba raíces sin desprenderse del polvo. Se inspiraban en el campo aunque tenían la base en la parte más bohemia de Manhattan, el Village. Empezaron como sexteto y derivaron en quinteto, pero en 2011 se dieron una pausa que no se ha roto para traer más discos. A los dos primeros acabo de sumar el tercero y último, tras media hora de inmersión en una de esas tiendas de discos que guardan tesoros y resisten la cruel amenaza del cierre. Neon blue bird (2011) reúne a Amy Helm, Byron Isaacs, Glen Patscha, Tony Leone y Fiona McBain con más temas originales que en los trabajos anteriores, canciones irresistibles en un disco de gran viveza y belleza, testamento o no de una banda a descubrir y reivindicar.
jueves, octubre 03, 2019
LIVE IN 235: JOHN MAYALL, A CORUÑA, 2019
Entro en el teatro Colón y en el hall, sentado tras una mesa, como si esperase a que alguien le trajese un café, nos mira John Mayall. Un tipo normal ahí sentado, tranquilo, dejándose fotografiar, firmando discos, ofreciendo la mano, dando las gracias, vendiendo su música.
Termina el concierto y vuelvo al hall. Somos más quienes ahora nos agrupamos ante la misma mesa, donde solo un minuto después de haber bajado del escenario nos esperan de pie John Mayall y sus tres músicos para firmar, hablar, agradecer, sonreir, vender su música.
Entre un encuentro y otro con este señor de casi 86 años (este mentor, este maestro, esta leyenda, esta institución) han pasado dos horas de éxtasis de blues universal, de música que no tiene edad y te envuelve para no dejar que te sueltes. Cuatro músicos formidables, por momentos de otra galaxia, el bajista Greg Rzab, el baterista Jay Davenport, la guitarrista Carolyn Wonderland y un John Mayall alegre y jovial, entregado a su pasión por el blues. Con esta gente el oficio de músico se eleva a lo más alto del firmamento. Sobresaliente. Para siempre.
Termina el concierto y vuelvo al hall. Somos más quienes ahora nos agrupamos ante la misma mesa, donde solo un minuto después de haber bajado del escenario nos esperan de pie John Mayall y sus tres músicos para firmar, hablar, agradecer, sonreir, vender su música.
Entre un encuentro y otro con este señor de casi 86 años (este mentor, este maestro, esta leyenda, esta institución) han pasado dos horas de éxtasis de blues universal, de música que no tiene edad y te envuelve para no dejar que te sueltes. Cuatro músicos formidables, por momentos de otra galaxia, el bajista Greg Rzab, el baterista Jay Davenport, la guitarrista Carolyn Wonderland y un John Mayall alegre y jovial, entregado a su pasión por el blues. Con esta gente el oficio de músico se eleva a lo más alto del firmamento. Sobresaliente. Para siempre.
martes, octubre 01, 2019
VOLUME ONE 510: SINEMATIC (ROBBIE ROBERTSON)
Apuesto a que no pocos de quienes tienen (tenemos) a The Band en un pedestal dejan a Robbie Robertson en último lugar. Su ruptura con Levon Helm, la separación de sus amigos y el olvido en que los dejó, sus ansias de protagonismo y los asuntos legales que le convirtieron en el máximo beneficiario de las ganancias de la banda no han jugado a favor de Robbie desde la despedida en The last waltz, y ya han pasado cuarenta años. Sus malogrados compañeros dejaron mejor recuerdo, y él, el único superviviente con Garth Hudson, parece hoy una persona ajena a aquella extraordinaria formación, de la que fue, sin duda, una de sus almas y mayores talentos. Sus discos en solitario (seis desde 1987 sin contar unas pocas bandas sonoras, casi siempre junto a Martin Scorsese) en nada recuperan las esencias de The Band, ni de lejos, aunque no son nada despreciables. Como Sinematic (Universal, 2019).
Robbie abre su último álbum con un dueto con Van Morrison más que aceptable, para adentrase de inmediato en texturas atmosféricas que su guitarra y el habla de su voz arenosa estiran y encogen. Otras cuerdas, las de Doyle Bramhall y Derek Trucks, enriquecen ese clima disperso que cubre un disco de estilo esquivo pero seductor, al que Glen Hansard y Laura Satterfield prestan voces en los temas más excitantes. No sé muy bien qué desear de su autor. El pasado ha quedado muy lejos, y no siempre es acertado regresar.
Nota: 7,5/10
Robbie abre su último álbum con un dueto con Van Morrison más que aceptable, para adentrase de inmediato en texturas atmosféricas que su guitarra y el habla de su voz arenosa estiran y encogen. Otras cuerdas, las de Doyle Bramhall y Derek Trucks, enriquecen ese clima disperso que cubre un disco de estilo esquivo pero seductor, al que Glen Hansard y Laura Satterfield prestan voces en los temas más excitantes. No sé muy bien qué desear de su autor. El pasado ha quedado muy lejos, y no siempre es acertado regresar.
Nota: 7,5/10
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