lunes, octubre 07, 2019

EL RUIDO DE GINGER

Una reflexión sobre la vida y la muerte (así sin pensar mucho en cómo darle orden a mi cabeza) a propósito del fallecimiento de Ginger Baker. Con música de fondo.

Este hombre siempre me dio miedo, un loco con el tambor: su aspecto endemoniado, la agresividad con las baquetas, la furia con la que tocaba en un supergrupo tan poderoso y venenoso, Cream, que me atraganta. Hace unos años vi un documental sobre su vida y su carrera en el que Ginger se regodeaba en su personaje, explotaba su mal humor y se dispersaba en la complejidad de su música en las formaciones que creó o por las que pasó en las últimas décadas.

Desde la posición de quien es torpe con los palos, discuto las cualidades de Ginger Baker. Me aburre el exceso y la filigrana y al escuchar su batería me convenzo de que me parece tosca y fea, y cuando hace solos es abrumadoramente aburrido. Siempre antepondré el cálculo sobre la floritura, las notas y sonidos que no se oyen sobre los que saturan.

Murió a los 80 años (de Cream resiste solo Clapton). Tiene 85 John Mayall, a quien hace unos días saludé cuando me entregó un disco que le compré justo antes de un fantástico concierto. Su aspecto es saludable y Mayall siempre me ha parecido una persona cercana y amable. ¿Moriremos sobre un escenario, inclinados sobre las teclas con una armónica en los labios o sentados ante la batería aporreando cajas y platos?

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