Si hay un grupo seguidores en el que se juntan los desencantados con Mark Lanegan, me sumo. Más que desencanto, diría cierto desapego. Libre e impredecible como es, hoy a Lanegan el viento le peta de lado y se inclina desde hace un tiempo hacia climas turbios cubiertos por distintas capas de abrigo electrónico que lo alejan bastante de aquel solista enigmático que se escondía en Whiskey for the Holy Ghost y Field songs. Desde Blues funeral (2012) se advierten inquietantes ruidos de fondo, con más resalte tecnológico en Somebody's knocking (Heavenly, 2019), álbum crudo y áspero que guarda más bien desarreglos sobre atmósferas misteriosas.
Admito los rumbos impulsivos que va dando la carrera de Lanegan desde hace una década y generalmente me gustan sus decisiones cambiantes, unas más que otras (sí a los discos con Duke Garwood o con Isobel Campbell, no a Imitations o Phantom Radio). Pero a este último álbum no consigo enchufarme. A veces me parece feo, a veces tosco, y en cambio otras veces su música se inyecta de una extraña sutilidad. No es el Lanegan que apruebo, de todos modos.
Nota: 4,5/10
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2 comentarios:
Ha estirado tanto la goma que se ha terminado rompiendo. Coincido 100x100 contigo.
Atento al disco que sale en seis meses con invitados deluxe y sin maquinitas.
Salud
Huy, espero que eso próximo se trague mucho mejor. A ver, a ver...
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