La sorpresa es el antídoto contra la indiferencia. Wilco no dejan de sorprenderme. No me gustaron sus dos discos anteriores, Star wars y Schmilco; contenían una o dos cápsulas luminosas entre material grisáceo, lo menos inspirado de su producción. Me encanta en cambio Ode to joy (dBpm, 2019), su undécimo álbum (sin contar una entrega en directo y los trabajos cofirmados con Billy Bragg para honrar a Woody Guthrie); es una de esas obras que te desconciertan en la primera sesión, te encadenan en la segunda y te absorben en todas las siguientes. Wilco me parece una banda fuera de lo ordinario, un prodigio único en su especie.
Ode to joy cocina música cruda y la calienta a fuego lento; al masticarla encuentras la excelencia de su sabor en el fondo del paladar, cuando la digieres despacio, entregando la atención a multitud de detalles: la armonía que alcanzan fragmentos rotos de sonido (Bright leaves), las hábiles percusiones que acompañan los ritmos machacones sobre los que laten las canciones (Citizens, Quiet amplifier), el lejano eco de acordes y sonidos que estremecen las atmósferas (White wooden cross), los espamos asombrosos de ese guitarrista de otro planeta que es Nels Cline (We were lucky, la maravillosa Love is everywhere (Beware)), la voz triste de Jeff Tweedy... A veces creo volver a Being there, otras nado sobre las olas de Summerteeth y A ghost is born. Qué lujo este grupo de músicos tremendos, sublimes cuando están juntos. Qué buenos de verdad.
Nota: 9/10
martes, octubre 08, 2019
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