Hoy nada es
como era. O así lo creemos, así lo sentimos. No se trata de añorar acciones y
emociones perdidas, sino de lamentar cómo el presente y sus costumbres las
entierran. El sentido de la música, por ejemplo. El concepto, el significado y
el alcance de una canción, también su huella y todo cuanto transmite. Nuestro
entorno, el hoy de hábitos tan modernizados, desvirtúa todo eso. No me cabrea,
en el fondo debería pasar por alto un vicio sin mucha importancia, pero…
Pero veréis,
hay algo que, de tanta reiteración, me molesta, aunque en realidad no sea más
que una anécdota. Seguro que habéis estado alguna vez en una cafetería,
restaurante o comercio (incluso en una oficina), generalmente diseñados y
decorados de forma muy moderna, muy cool, con una buena parte de su clientela también
muy moderna y muy cool, que utilizan como hilo musical una sucesión interminable
de populares canciones pop y rock de distintas décadas pasadas por un filtro de
eso que se conoce como lounge o chill out, un estilo que transforma temas
originales para llevarlos a terrenos insípidos del jazz y la bossa nova. Son
versiones blandas y acarameladas, de tono muy ‘naive’, casi siempre cantadas
por una desalmada voz femenina que debería transmitir seducción pero invita al
sueño, en las que desaparecen las guitarras eléctricas, los subidones de voz y toda
garra y energía que en algún momento tienen las canciones originales. Música de
aeropuerto, de ascensor, o de sala de espera en una clínica privada.
El caso es
que el otro día, mientras tomaba algo en uno de esos cafés, sonó una de estas ‘covers’
chill out de Sunday bloody Sunday, el combativo tema con el que U2 en 1983
denunciaron el domingo sangriento de 1972 en Irlanda del Norte, en el que las
tropas británicas dispararon sobre manifestación a favor de los derechos
civiles y en contra del encarcelamiento sin juicio a los sospechosos de
pertenecer al IRA; murieron 14 personas. La canción no es la canción
fundamental que a todo el mundo debiera agradar, aunque para mí fue especial en
la infancia y todavía me sigue gustando escuchar. Qué disparate, me dije, al
padecer una insulsa voz de mujer que acariciaba con su forma de cantar aquello
a lo que Bono en los años ochenta daba latigazos con la suya. Qué vergüenza,
pensé, esa chica anónima al frente de la versión inofensiva, para el gusto sin
rigor de quienes plácidamente se toman un café, de una canción sobre batallas,
barricadas, botellas rotas y disparos que rompen el alma. La música, ah.
1 comentario:
Me paso la vida en el avion y tanto el aterrizaje como el momento del despegue son momentos a temer ... no por la pericia del piloto, mas bien porque empieza ese extraño hilo musical de canciones chill que lo mismo te machaca a Guns N'Roses que a Wilco ... no tienen piedad!
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