Siempre
me ha costado advertir en Brian
Wilson la genialidad que se le atribuye. O no he conectado yo con las
versiones playeras o psicodélicas de la música engañosa de los
Beach Boys (aún me cuesta mojarme en sus aguas) o se me resiste el
anzuelo visionario del hermano Brian, el factor clave de una
personalidad que le llevaría a la paranoia y la reclusión. El más
frágil y complejo de los Beach Boys es abordado en dos momentos
determinantes de su vida en la película Love & Mercy, estimable
aproximación tratada precisamente con el amor y la misericordia de
su título por el productor y ocasional director Bill Pohlad.
Tenemos por un lado al Brian
Wilson creador de la (sobrevalorada) obra Pet Sounds en 1966, una
odisea en la que el autor se erigió sin sus hermanos y en compañía
de excelentes músicos de sesión en el arquitecto de un proyecto
sonoro arriesgado y rompedor, una bomba de impredecible alcance en la
carrera del grupo que de hecho le hizo perder una gran parte de su
poco exigente audiencia inicial y comenzar a ganar otra más abierta
y audaz. A partir de aquel momento, Wilson se distanció de sus
hermanos, abusó del LSD y las voces y sonidos que empezaba a
almacenar en su cerebro se apoderaron de él hasta perder conciencia
de la realidad. Esta etapa, rica en detalles, bien esquematizada, se
beneficia en el film de magníficas escenas de grabación musical y
sobre todo de un extraordinario Paul Dano en la cada vez más oronda
carne de un autor incomprendido que se creía genial.
Por otro lado tenemos al Brian
Wilson de los últimos años ochenta con el rostro y cuerpo de un
también excelente John Cusack. Wilson, vigilado por un tirano doctor
que controla cada uno de sus pasos desde que se despierta hasta que
se acuesta, conoce a una atractiva vendedora de coches con la que
empieza a relacionarse más allá de sus propias celdas, a abrirse, a
intimar, a salir débilmente de su burbuja hacia una vida de
integración y normalidad. Es este un Wilson menos entregado a la
música, un hombre aún enfermo que piensa como un niño y desprende
una tierna compasión.
Buena
película. Digno fragmento biográfico que hace olvidar otros
recientes biopics sobre músicos (Miles Davis, Nina Simone, Chet
Baker) de mayor altura que no merecían películas mediocres.