Te
da la impresión de que falta algo en cada tema y de que los
instrumentos no se atreven a entrar, pero hay en verdad sonidos de
sobra (los suficientes), y si irrumpen solo unos segundos es porque no
es necesario que persistan más. Crees que una guitarra seca sobre la
que los dedos saltan y rebotan podría expandir su eco y darle grosor
a una canción, aunque bien visto esa
canción no
precisa de más ropajes. Intuyes que un tema va a seguir un curso
determinado y de repente cambia de corriente con un imprevisible
salto de ritmo o giro instrumental. Lo encajas como un disco desnudo
y crudo, cierto, pero bajo su superficie yace una secreta calidez.
Estas son algunas paradojas que despierta(n) la(s) escucha(s) de
Pleasure (Interscope, 2017), la vuelta al estudio de Feist seis años
después del excelente Metals con una obra desconcertante, tan
excéntrica
como contenida.
Del juego de contrastes sale bien parada, por su capacidad de
absorción y una latente conmoción que consigue salir a flote.
Puede
recordarme a una
primitiva PJ
Harvey por el
rasgueo frío de las cuerdas,
o a Bill Callahan por la
forma en que con economía instrumental y calculada habilidad vocal
alcanza una profunda expresividad.
¿Indie
rock experimental? ¿Vanguardismo estético? Feist, de la que hoy parece anómalo aquel bonito y optimista single que era
1234, ha grabado un artefacto (me parece el término apropiado)
atrevido y atrayente (magníficos temas Century, Lost dreams y Get no
high, get no low), quizá algo espeso en su conjunto, pero
satisfactorio.
Nota: 7,5/10
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