Zelig (1983) es un divertimento absurdo en la carrera del célebre director, un experimento cuya gracia dura media hora, a pesar de que se trata del film más corto de su filmografía, apenas una hora y cuarto. En su día fue recibido con hilaridad por la crítica y su simpática puesta en escena formal, como si se tratase de un viejo documental de época, resultó chocante y confirmó la habilidad del autor para entretenerse con diferentes técnicas de narración a lo largo de su carrera. Zelig se inventa el anómalo caso de un tipo, Leonard Zelig (el propio Allen), que se convierte en un fenómeno médico y popular por su capacidad para adaptar los rasgos físicos y la personalidad de las personas con las que se encuentra, sean blancos, negros o indios, o se hallen en uno u otro continente. Una doctora, interpretada por Mia Farrow, sigue el caso e intima con Zelig para tratar de descubrir que hay de verdad o falsedad en su historia.
No cabe duda de que Allen disfrutaba combinando estilos y referencias hasta el momento de rodar Zelig, film que formalmente se parece a su primera obra, Toma el dinero y corre. Ya había bebido de Bergman (Interiores) y de Fellini (Recuerdos) y más tarde probaría técnicas radicales y argumentos estrafalarios como los empleados en La rosa púrpura del Cairo, Maridos y mujeres, Desmontando a Harry o Todos dicen I love you, por poner algunos ejemplos. Zelig costó más montar que rodar, según cuenta el director en el libro Conversaciones con Woody Allen. Su singularidad cautiva la mitad de su metraje, ya que las terapias que comparte con la doctora se alargan demasiado como puente de un estado a otro en la vida documentada de este personaje. Se queda en una ligera broma que toca por encima otros aspectos paranormales más interesantes que podrían estar presentes en el fenómeno fisiológico que tratará el esperado estreno El curioso caso de Benjamin Button.
2 comentarios:
no entendiste nada, Woody Allen no es para vos...
debe ser el peor analisis que lei sobre una pelicula en toda mi vida
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