Todo esto viene al caso porque acabo de presenciar como un espectacular aunque tedioso solo de batería ha empañado un concierto que me he visto en casa (para verlo en vivo tendría que haber pagado unos 150 euros hace tres años además de haberme desplazado a Londres). Se trata de las noches que Cream dedicaron a unos cuantos acaudalados admiradores en el majestuoso Royal Albert Hall con motivo de una puntual reaparición de sus tres integrantes tres décadas después de haber tomado direcciones distintas.
Un cadavérico y marchitado Ginger Baker demuestra que la edad (69 años ahora) no ha mermado sus facultades rítmicas frente a la batería. Era Baker años atrás un baterista de atrevida innovación, al que tiempo después le gustó experimentar con las fusiones de estilos con resultados desiguales. Su trabajo en el Royal Albert Hall es sensacional, preciso, perfecto en ocasiones, como el de Bruce y Clapton delante de él, prodigiosos músicos en el templo sonoro que les acoge. Sin embargo, cuando en el tema White room se dedica a jugar con las piezas de su batería, no sólo adormece el ritmo del concierto sino que resulta tremendamente cargante. Lo mismo le ocurría a grandes de las baquetas como Iain Paice, John Bonham, Carmine Appice o Fito de la Parra.
Dicen quienes de esto saben que el mejor batería es el que no se deja ver tanto cuando toca, el que hace cosas perfectas sin que lo parezcan. Probablemente el que huye de los solos para darle prioridad a la música del grupo en bloque sobre cualquier exceso de onanismo.
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