Nada es sagrado. La falta de vergüenza, el dinero o la simple flexibilidad de los derechos de autor eximen de culpa el atrevimiento de quien lleva a cabo la reconstrucción de un trabajo original, la copia, el plagio, la versión u otros variantes. Después, no pasa nada, todo sigue su curso sin que nadie tenga que mirar de frente a un pelotón de fusilamiento. Hubo días en los que me importaba la transformación de ciertas obras que consideraba intocables, películas y canciones, sobre todo, que creía que no debían ser tocadas. Ahora ya no.
Optó a un Oscar y se creyó en el derecho de calcar plano a plano un clásico de terror insuperable. Después del caudal de críticas que encajó alguna de sus películas posteriores ganó el gran premio del festival de festivales. Perdonado. Aquella canción protestó la lluvia atómica y casi cincuenta años más tarde se le ha cambiado el idioma para bendecir el agua en el año de una exposición universal. No hace falta castigo. Capra y Minneli han sido ridiculizados, pero ¿alguien se acuerda?
Aviso: no he escuchado aún las versiones de Tom Waits que ha reunido en un disco la actriz Scarlett Johansson con la ayuda de un nada fiable productor, aunque ya me han llegado a la vista y al oído críticas feroces dirigidas a la precoz estrella a la que ya le va sentando mal tanto protagonismo al mínimo de sus estornudos. Waits, genio incomparable donde los haya, tampoco está libre de que su obra se someta a lavado y centrifugado. Si él lo consiente su cartera no va a cerrar la boca. ¿Que la chica lo reinterpreta mal? Puede ser. ¿Que no canta bien? Pues Waits… aunque no nos importa. No son pocos los grupos y autores que han destrozado canciones originales, desde Robert Plant a Bono en compañía de la cabecilla de The Coors, pasando evidentemente por Sonic Youth. Enfado de hoy, olvido de mañana.
Comentaremos en breve ese disquito de Miss Johansson, a quien uno querría ir perdiendo un poco de vista salvo en sus sueños más reservados.