El enfoque multidireccional que los autores dan al retrato de Carlos Pumares es el mayor acierto de su obra, la fórmula que permite describir a su personaje a través de un proceso narrativo tremendamente entretenido. Así, las páginas del libro no sólo pasean por las etapas vitales y laborales de Pumares con las preguntas que unos formulan y el crítico responde, sino que se enriquecen con algunos recuerdos de los propios autores, los de algún oyente fiel y sobre todo los testimonios de muchos amigos y compañeros de Pumares (Jiménez-Rico, Balbín, Martín Ferrand, García Juez) a lo largo de cuarenta años de profesión, y que ayudan a perfilar al personaje.
El lector descubre por un lado los trabajos que desempeñó el crítico (guionista, distribuidor, tertuliano, periodista, programador de películas en debates televisivos) antes de convertirse en el creador del mítico Polvo de estrellas; y por otra parte, el lector se da cuenta de que el paso del tiempo desvela que entonces había un modo de comunicar y de hacer radio que hoy en día se ha perdido. De la primera a la última página la nostalgia cubre la radiografía que Reguera y Aparicio hacen de Pumares, tanto, que para quienes recibimos sus clases magistrales nos entran las ganas de volverle a escuchar decir aquello de “Sí, buenas noches, dígame”.
Por lo que a mí respecta, que trasnoché en los últimos años de mi infancia y durante mi juventud por culpa de Carlos Pumares, admito que le perdí la pista en cuanto su programa sufrió el desgaste de la repetición y del cansancio del propio crítico y que me dio pena y hasta vergüenza verle hacer el payaso por la televisión; pero aún ahora es el día en que cuando alguien me pregunta qué opino de una película y yo le respondo eso de “magistral”, “espantosa”, “correctita”, “pasable” o “entretenida”, me acuerdo del gran Carlos Pumares. Gracias por enseñarme a ver cine. Y a amarlo.