La historia se resume en el cruce de personajes contrapuestos: el casto, religioso y recién divorciado personaje al que da vida Samuel L. Jackson retiene en su casa aislada en el bosque a la desbocada ninfómana con novio que interpreta Christina Ricci encadenada a un radiador después de haber recibido una paliza y ser arrojada a un camino. La relación que les une servirá para que cada uno encuentre su redención y el blues, ese blues tan curativo como castigador, les ayudará a transformarse, ¿a sanarse? Problema: no hay quien se crea ni los personajes ni sus intenciones. Jackson ya está demasiado acostumbrado a actuar por inercia y Ricci, esforzada de físico, resulta poco convincente como veinteañera provocativa adicta al sexo y, mira por dónde, hasta con trauma infantil, qué original. Pese a que el director confiere un poco de vigor a algunas escenas donde el sexo o la música cobran relevancia, el conjunto acaba por resultar ridículo.
Ahora bien, en el score compuesto por el joven autor de blues-country alternativo Scott Bomar se encuentra el punto fuerte de Black Snake Moan. La música pantanosa, de cuerdas metálicas y puntiagudas y percusión misteriosa refuerza los pasajes climáticos de la película. No sólo eso, suena intercalada con piezas de blues tradicional modernizadas y otras canciones de artistas y bandas incluidas en el estilo denominado desde no hace mucho nu blues, como R. L. Burnside, North Mississippi Allstars o The Black Keys. Incluso Samuel L. Jackson ejercita sus intimidantes cuerdas vocales para convertirse en un convincente cantante de blues-rock en cuatro cortes. Dice su personaje en un momento de la película que el lamento de la serpiente negra se destapa en su interior y se manifiesta en forma de blues. Gran blues.
1 comentario:
Pues me sigue apeteciendo verla,
Saludos.
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