Hombros frágiles y brazos llanos pintados de color café y sabor a salitre y fresa. El cuello virgen donde el sol quiere hundirse. La nuca libre y blanca que el cabello recogido no se atreve a despertar. El talle firme y ágil de una escultura lisa por donde resbalan los deseos. Un océano en los ojos. Agua en el desierto cuando florece la emoción de una sonrisa. Ojalá hablase con las palabras de Nabokov para describir las líneas de un perfil, la inclinación de la cabeza, un dedo chupado, los bordes de una rodilla, las palmas de las manos juntas que acompañan una canción, el nacimiento indiscreto de los pechos…
Mirar es el premio más saludable y también el más incompleto, agita la intuición haciéndonos creer que donde vemos un mar de luz puede esconderse un río de sombras. Cuando la mirada se convierte en deseo somos tan dichosos como imbéciles, sin saber distinguir entre la forma y el estilo, o nos guardamos delante sin más respuesta que el silencio o jugamos a ser actores en un escenario sin público. El que calla pierde el tren, se conforma con seguir caminando, mirando, imaginando todo lo que de ella espera sin saber si será cierto. Un premio menor.
3 comentarios:
Un post precioso señor Rubén Darío.
Imposible añadir nada...ni quitar, por supuesto.
Un saludo
Como sigas así te vas a terminar convirtiendo en la mejor pluma de la red. Realmente inigualable.
Saludos desde el elevador.
Premonitorias palabras: el sábado te eché de menos cuando nuestra Scarlett hizo su aparición en el lugar y a la hora más insospechadas...
Bienvenido, Vladimir.
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