Joana se
envuelve en el sonido que escapa de su guitarra acústica y el eco metálico de
su voz. Le gusta que salga reverb de las cuerdas y que la música retenga a sus
oyentes, dice durante el concierto. “Soy un incordio para los técnicos, lo sé”,
confiesa. El caso es que los sesenta o setenta que estábamos en el ciclo
Acreativa de Afundación nos sentimos envueltos y abrigados por la paisajística presentación
de Dripping Springs, su fenomenal álbum de este año. Digo que fue una actuación
paisajística porque las canciones de Joana Serrat transcurren por carreteras
infinitas donde no hay marcha atrás, por frondosos bosques donde perderse y perdonarse.
Música de entrañas americanas cantada en americano (sic). El Neil Young de
cabecera (el de los setenta sobre todo) que tanto la conduce y el cautivador Israel
Nash que ha producido su disco. Ella de negro y su hermano Toni en la batería,
en la intimidad de un concierto familiar por el que dejarse atrapar.
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