Con
los Eagles nunca he logrado sintonizar sin interferencias. Buenas
canciones han
compuesto,
algunas con trazo para
perdurar a través de generaciones,
pero
sus discos
no
llegan a ser redondos, les
faltan uno o dos ingredientes para obtener la pócima infalible. Sus
miembros
funcionaban
muy bien juntos (hasta que empezaron a maltratarse) pero por
separado ni Frey, ni Henley ni Walsh dejaron trabajos destacables. El
éxito
de
casi
toda una
década, los setenta, les
hizo millonarios;
aburridos,
tuvieron un inservible
reencuentro muchos años después. Desperado (1973)
es mi disco preferido del
grupo en aquellos
diez años. Los cuatro forajidos, desafiantes
en la cubierta y abatidos
en la contraportada,
pasaron
por el engrase londinense de
Glyn Johns, que extrajo de los californianos un sonido menos
soleado que el de su debut del año anterior, más crepuscular.
Doolin-Dalton
siempre me
emocionó y lo sigue haciendo, y volver
a escuchar el
álbum
tras un largo olvido me
destapa grandes temas que antes no me lo parecían, como Outlaw man o
Bitter Creek.
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