La
madurez, la experiencia acumulada, el oficio, la casta adquirida, los
kilómetros y kilómetros de música en el cuerpo… llámese como
uno prefiera. Eso ha hecho que no pocos músicos hayan llegado al
otoño de sus vidas en un estado de forma artística elogiable, como
si la edad, lejos de cansarlos, los llenase de una energía contenida
de la que salen las cosechas más deliciosas. Tom Jones, Mavis
Staples, Kris Kristofferson, Solomon Burke hasta su muerte o Rosanne
Cash son unos pocos ejemplos que me vienen a la mente de músicos que
al pasar de los 50 o 60 años entregan magníficos trabajos,
sabiamente adaptados a sonidos y terrenos contemporáneos y
superiores a obras que firmaron hace 20 o 30 años. Rodney Crowell es
otro de ellos.
El
bueno de Rodney, con 18 discos a sus espaldas desde finales de los
años setenta y el último a punto de publicarse, Close ties, una
colección excelente de canciones personales que interpreta con una
exquisitez y cariño que le salen de las tripas. Tejano adoptado por
Nashville, autor y productor de country y sus géneros hermanos,
socio y amigo de tantas enseñas de los escenarios de la ciudad, su
carrera ha avanzado con rectitud y coherencia sin perder la brújula
y con fidelidad a su aprendizaje.
Desde
Fate's right hand (2003) hasta su último trabajo, Rodney ha
encadenado formidables obras en las que sin desprenderse de sus
raíces las ha dejado crecer hacia ambientes adyacentes a la música
americana tradicional de los últimos años. Ahí están Sex and
gasoline (2008) o sus dos placenteros duetos con su amiga Emmylou
Harris. Close ties, poderosamente emocionante, mantiene las altas
calificaciones y refuerza la fe en la sabiduría de la edad que
Rodney Crowell y otros viejos maestros representan.
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