¿Qué
nos sugiere esta imagen si es la escogida para la portada de un
disco? ¿Qué música diríamos que guarda? Nos sentimos tantas veces
atraídos por las cubiertas de un álbum creyendo encontrar tras
ellas inspiradoras esencias musicales… Un desierto como este,
carbonizado en blanco y negro con el cielo tormentoso, augura quizá
la sobriedad afilada que sonorizaba el film Paris, Texas, quizá
música árida y voces ajadas, o puede que un revitalizado brebaje de
stoner rock. No es el caso. Esta imagen que parece tomada en el
parque nacional de Joshua Tree o en cualquier otra desértica zona
norteamericana presenta el disco Dorado (Fluff & Gravy, 2017), de
Son of the Velvet Rat.
Uno
llega a músicos o bandas de las que no ha oído nada por
casualidades o por conexiones. Te enteras de que un productor que te
gusta mucho le pone las manos al trabajo de un grupo desconocido y el
interés que antes era inexistente ahora es altísimo. Son of the
Velvet Rat es ADN europeo con transfusión de sangre americana, al
menos cuando escuchas Dorado. Es el sexto trabajo del matrimonio que
forman los austríacos Georg Altzieber y Heike Binder, instalados
desde hace tres años precisamente en Joshua Tree. Canta él con la
guitarra encima, ella agarra el acordeón y toca el órgano. En
Dorado también hay voces de Victoria Williams. Bajo la supervisión
de Joe Henry, su música, misteriosa y turbadora, con atisbos de
animosos resplandores entre perezosa oscuridad, parece propagarse
como el eco en capas cálidas. Leo semejanzas con alguna etapa de las
carreras de Dylan, Cave y Waits; yo no las advierto, sino banda
sonora para la soledad, el desierto y la extrañeza.
Nota: 7,5/10
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