En
tiempos de alta oferta de series conviene escoger bien cuando el
tiempo no es suficiente. Si fallas, la paciencia concede pocas
oportunidades, apagas y
pruebas de nuevo; si
aciertas, te regodeas en la celebración de haber elegido una serie
que te agarra, de querer
seguir unas vidas con las que sufres por
que deseas
que sus asuntos se
tuerzan o que se arreglen cuanto más se complican, con los
desenlaces en vilo hasta el siguiente capítulo. Ray Donovan me ha
dado esto en su primera temporada. Al
menos hay otras tres.
La
familia. Sus lazos inquebrantables,
sus tradiciones resistentes,
sus miseras calladas.
Ray Donovan (un
eficiente Liev Schreiber) arregla
asuntos, pero su propia
vida y la de su familia no sabe cómo arreglarlas.
Limpia el trabajo sucio
de ciertas celebridades, no importa el método. Vive
de punta madre en un elitista barrio de Los Angeles, es el aparente
triunfador de una familia irlandesa donde a los demás no les ha ido
tan bien: atrás queda
un suicidio, un hermano alcohólico del que abusaron y un buen hombre
que se las apaña para dirigir un gimnasio y enseñar a boxear.
Y el padre (excelente
y repulsivo Jon
Voight), que tras largo tiempo a la sombra salda cuentas pendientes
con una bala en la cabeza y reaparece en la vida de sus hijos para
desarmar lo que habían
estabilizado. El
reencuentro destapa odios, mentiras,
traiciones y actos violentos. La familia no es un hogar seguro y las
líneas que separan el bien y el mal carecen de ética.
Espero
continuar.
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