Clic. Baja la aguja a cámara lenta, con delicadeza. El crujido fino. El silencio expectante. La descarga explosiva de la música en el oyente impresionable. Aquello era magia, sonase lo que sonase. Aquello.
Ahora más
que nunca asumo con resignación la desazón de la caducidad. Sin agujas ni
crujidos, con prisas y demasiado ruido, la música pierde la garra de su
seducción. Y ya no es tan fácil impresionarse.
Una gritona
exitosa y una perla tostada de R&B, el lejano gruñido de los descamisados
de Seattle, un estilizado folk rock cantado en francés, las grabaciones
perdidas de un Byrd de corta duración.
Primeros
platos para el comienzo del año a la espera de redescubrir manjares o encontrar
satisfacciones. O de que vuelvan a brotar con fuerza y fe las ganas. De
escuchar y de escribir.
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