En
la vorágine compositiva en que se
mueve Ryan Adams no ha
de sorprender que de
forma espontánea, como si fuera un accidente, caiga en la
irregularidad. Es
de lamentar que baje, aunque sea un poco, después de haber subido a
gran altura. No sé muy bien aún si también debo lamentar que me
desconcierte. El de ahora, el que acaba de terminar Prisoner (Blue
Note, 2017) me recuerda muy poco a quien firmó los estupendos
Heartbreaker y Gold; tampoco lo veo en los surcos de Cold roses o
Easy tiger; es más bien el mismo que fabrica el magnífico álbum
Ryan Adams y el curioso 1989 para reencarnarse a su estilo en Taylor
Swift. Debería aplaudir la prolongación de esta fórmula, pero no.
Primero,
porque en su nuevo trabajo parece haber rescatado las peores
canciones grabadas en las sesiones de Ryan Adams, los descartes. Segundo, porque en su tributo
sonoro a los años ochenta (guitarras frágiles, ambientes
resonantes, producción artificial) se advierte más plástico y
resplandor
que frescura y mesura.
Hay fragmentos salvables (Outbound
train, Shiver and shake o
ese To be with you que
parece versionar el I'm
on fire de Springsteen),
insuficientes para la celebración.
Nota:
6/10