martes, abril 02, 2013

SOUNDTRACK 126: THE MUSIC NEVER STOPPED


El hijo le cuenta al padre cuándo escuchó por primera vez Desolation Row, qué le hizo sentir esa canción tan larga, esos versos indescifrables. Es de las pocas cosas que la memoria le deja reconstruir. Fue en casa, mientras la madre terminaba de preparar la cena y el olor de la comida penetraba en todas las habitaciones. El padre no sabe lo que es Desolation row y apenas conoce al cantante, tiene la funda del disco en sus manos y lo observa extrañado, se pregunta qué tiene de especial esa música. Pero mira feliz a su hijo, que da vueltas sobre sí mismo muy despacio en su viaje al pasado, como si flotara en el cuarto, mientras esa canción abre una pequeña brecha en su mente para que regresen los recuerdos. Y una lágrima se desliza lentamente por las mejillas del padre hasta sus labios sonrientes mientras no deja de sonar Desolation row.

Esta es una escena, para mí la más conmovedora, de The music never stopped, una preciosa película de 2011 dirigida por Jim Kohlberg que adapta el ensayo El último hippie, del doctor Oliver Sacks, basado a su vez en unos hechos reales.
Estamos en 1986. Los padres llevan casi veinte años sin saber de su hijo, se marchó de casa tras una fuerte discusión con el padre, un conflicto generacional. Ni rastro han tenido de con quién ha estado, a dónde ha ido, cómo se ha ganado la vida. Hasta que reciben una llamada del hospital: su hijo tiene un tumor cerebral, se lo van a extirpar pero va a sufrir graves pérdidas de memoria. Sus padres quieren recuperar el tiempo perdido y junto a una doctora especialista utilizan la música como terapia para revivir los recuerdos y volver a conocer a su hijo. La del padre es Bing Crosby y Count Basie, la del hijo es Buffalo Springfield y sobre todo Grateful Dead. Ahí sigue todavía, dos décadas más atrás, como si las drogas que ha consumido lo mantuvieran en otra dimensión. La vida no es la misma, los viejos amigos se han marchado y el chico, el hombre aún joven, no tiene a nadie más que sus padres. Y él, un maravilloso J. K. Simmons, no se viene abajo, sino que escucha la música que adora su hijo para no perderlo una vez más.

Y la música de entonces, cierto, nunca deja de sonar, nunca muere. Si queremos, si lo sentimos de verdad, descubriremos que aquellas canciones nos pueden curar, nos puede salvar. El plato que gira y la aguja que descansa sobre sus surcos son la medicina contra el olvido. La música… es la vida.

No hay comentarios: